Altar Mayor de la Compañía (foto de Juan Luis Orrego)
Caminando desde la Plaza de Armas se llega muy fácil al antiguo templo de la Compañía de Jesús, quizá el que mejor estado de conservación presenta Arequipa, tanto a nivel arquitectónico como respecto a su decoración. La proliferación de iglesias en esta ciudad me hace señalar algunos puntos de su historia virreinal cuando los arequipeños empezaron a forjar su identidad regional. En este sentido, transcribimos un extracto de las impresiones que tuvo sobre la ciudad el fraile carmelita Antonio Vásquez de Espinoza, cuando estuvo aquí a principios del siglo XVII: “La ciudad tendrá 300 españoles, sin negros, indios y demás gente de servicio; tiene muy gran sitio y extendido, por ser las casas grandes y tener todas dentro de sus cercas huertas y jardines, con todas las frutas de la tierra y de España, que parece un pedazo de paraíso… Hay todo el año claveles, rosas, azucenas y todas las flores de España. El sitio que coge es de una muy populosa ciudad con muy buena casería de teja… hay iglesia Catedral, por ser cabeza de obispado… tiene sus prebendados y dignidades que la sirven, conventos de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La Merced y La Compañía, todos muy buenos y bien sustentados; tiene un monasterio de monjas… hospital para curar los enfermos, y otras iglesias y ermitas de devoción… la ciudad es de las más regaladas y parece un pedazo de Paraíso Terrenal” (Descripción de las Indias Occidentales, libro IV, capítulo LIX).
Recordemos que Arequipa, a parte de ser cabeza de obispado, fue primero sede de un vasto corregimiento que, por su amplitud territorial, fue luego subdividido en los corregimientos de Arica, Collaguas, Camaná, Vítor, Condesuyos, Ubinas y Moquegua. Durante las reformas borbónicas del siglo XVIII, Arequipa se convirtió, en 1784, en Intendencia, jurisdicción que se mantuvo durante 40 años hasta que, en 1824, dio origen al actual departamento.
Retornando a nuestro recorrido por la Compañía, indicaremos que su primera construcción data del siglo XVI; sin embargo, el edificio actual es resultado de una remodelación del siglo XVII que fue concluida, según una inscripción en el frontis, en 1698. Su fachada es típica del barroco mestizo y muestra tres niveles, con dos filas de columnas corintias y la última compuesta por el ático y ventana coral. También observamos su única torre del campanario, de grueso formato y víctima de varios movimientos sísmicos. Al lado opuesto hay una portada falsa con el monograma de la Compañía. El conjunto está rodeado por un atrio enrejado. Cabe destacar que, al costado de la fachada, hay una portada con un tímpano que representa al apóstol Santiago a caballo luchando contra los moros y, más abajo, dos hermosas sirenas esculpidas, al igual que todo lo demás, en el típico sillar blando de la ciudad.
El interior del templo sorprende por su tonalidad amarillenta, debido al paso de la luz solar por las lucernas de las cúpulas, cubiertas por piedra de Huamanga traslúcida. La planta, de cruz latina, está dividida en tres naves. Culmina en un crucero cubierto por la cúpula y adornado por dos elegantes retablos barrocos, uno en cada lado. El altar o retablo mayor, recubierto en pan de oro, es impresionante. Tiene catorce columnas salomónicas y está dividisd en cuatro cuerpos y tres calles. Al centro del altar podemos apreciar el conocido cuadro de la Virgen con el Niño, del maestro italiano Bernardo Bitti.
Salimos del templo y recorremos el antiguo Colegio de Santiago, también de la orden jesuítica, hoy restaurado y convertido en elegante centro comercial. El paseo por sus dos patios es algo que no debe perderse el viajero. El primero corresponde al Claustruo Mayor, tiene 36 arcos apoyados con gruesas pilastras decoradas con ángeles y figuras vegetales; completa el conjunto la pileta central con gárgolas de animales mitológicos. El segundo patio es más simple; tiene 28 arcos y comunicaba el Colegio con la calle posterior.
Primer patio o Claustro Mayor del antiguo Colegio de Santiago
Segundo patio
(fotos de Juan Luis Orrego)