El filósofo francés por excelencia, René Descartes (1596-1650), autor del celebrado Discurso del método, sostenía que “el frío agarrota el pensamiento”. Con macabra ironía murió de las consecuencias de un catarro que cogió en la gélida Estocolmo, en el mes de febrero de 1650. ¿Qué hacía allí quien acuñó la célebre sentencia “pienso, luego existo”? La razón de aquel viaje fue que la reina Cristina de Suecia, ávida de aprender filosofía y demás ciencias, lo había invitado a su Corte para recibir de él clases particulares. Pero la estoica soberana le ordenaba levantarse a las cinco de la madrugada, hora a la que ella quería aprender aritmética. Descartes permanecía de pie frente a la reina en medio de una habitación congelada después de haberse desplazado por callejas batidas por la nieve y el frío; acostumbrado a climas más cálidos, enfermó y murió a los pocos días. El entierro se celebró en Estocolmo. Y allí hubieran permanecido sus restos si los amigos franceses de Descartes, ya una celebridad en toda Europa, no hubieran reclamado el regreso de sus despojos a la patria.
partir de este hecho, lo que sucede años más tarde con los huesos del gran hombre y, en particular, con su cráneo, que desapareció durante el traslado a Francia, retornando años más tarde tras extrañas aventuras, es lo que desvelará Russell Shorto en este libro inteligente, entretenido y del que puede aprenderse mucho, pues en él su autor repasa las ideas religiosas y científicas dominantes en Europa a lo largo de varios periodos históricos, desde la época de los primeros “cartesianos” hasta la Revolución Francesa y el avance de la ciencia en los siglos XVIII y XIX, con la Ilustración y la Revolución Industrial, para terminar en nuestros días, con un episodio en la academia de estudios faciales de Tokio.
Descartes sostenía que el dominio de la naturaleza por parte del hombre lo conduciría a la libertad; expuso un método científico basado en la razón que eclipsó al de Aristóteles, clausuró la Edad Media e inauguró la Modernidad. En realidad, Shorto se sirve de las peripecias de los huesos y el cráneo de Descartes -algo muy anecdótico- como hilo conductor de una historia que pretende remachar la importancia de lo que el mundo moderno debe al gran científico y pensador. El pensamiento y las ciencias europeas representadas por nombres tales como Spinoza, Voltaire, Rousseau, Locke, Cuvier, Newton, Franklin, Jefferson y tantas otras celebridades nunca hubieran nacido sin “Cartesio”, ya que éste sentó las bases para franquear el paso a los avances científicos, reducir al absurdo la superstición y hasta contribuir al advenimiento de la democracia. Hacia el final del libro, en conversación con Ayaan Hirsi Ali, Shorto observa que el mundo islámico jamás tuvo un Descartes, de ahí su atraso en tantos aspectos. En suma, una lectura aleccionadora, y una manera amena de recordar a los lectores lo más positivo de nuestro mundo occidental. La traducción es loable, no así la edición general de un libro que se deshoja con facilidad (tomado de Babelia).
(*) Russell Shorto, Los huesos de Descartes, traducción de Claudia Conde. Duomo Ediciones. Barcelona, 2009, 306 páginas, 19,50 euros.