(foto de Juan Luis Orrego)
Estuve en Arequipa para dar una charla. No venía desde la década de los noventa. Esta vez, por lo corta de la estadía, solo tuve tiempo para almorzar en una estupenda picantería, recorrer la Plaza de Armas, entrar a la Catedral, visitar la iglesia de la Compañía y recordar la tradición republicana de la cuna de Mariano Megar.
Mucho se ha hablado de este “republicanismo” arequipeño que se inició desde los momentos previos a la Independencia debido, quizá, a su gran proporción de habitantes mestizos y criollos que la convirtió en un centro de agitación ideológica desde la crisis española desatada en 1808 por la invasión de las tropas napoleónicas a la Península. Así, los criollos movilizaron a la población frente al descontento respecto a Lima y a su Virrey (Abascal) por no aplicar los postulados de la Constitución liberal de Cádiz. Una de las páginas más emblemáticas, dentro de este contexto, se dio en los campos de Umachiri, cuando fueron muertos los patriotas Mateo Pumacahua, Vicente Angulo y Mariano Melgar, cantor de los yaravíes. Luego, mientras los ejércitos patriotas decidían la Independencia en Lima, Ayacucho y Cuzco, las autoridades reconocieron el nivel cultural de esta ciudad al autorizar el establecimiento de una imprenta y la fundación de la Academia Lauretana de Ciencias y Artes (1821), origen del Colegio Nacional de la Independencia Americana (1825) y de la Universidad Nacional de San Agustín (1828).
Con esta perspectiva, empecé mi recorrido por la Plaza de Armas. En su lado norte está la Catedral; al oeste, el Portal de San Agustín; al este, el Portal de las Flores; y al sur, el Portal de la Municipalidad. Siempre me llamó la atención la estupenda fuente de bronce, al centro de la Plaza, con sus tres tazas y, coronándola, el Tuturutu. Se trata de una pequeña escultura de un soldado quinientista que toca su trompeta y arroja agua por la cima de su morrión. El conjunto de la Plaza es muy armonioso y elegante, como pocos en nuestro país (Trujillo, Lima, Cuzco y Huamanga).
Me imagino este amplio recinto en pleno siglo XIX, cuando al Ciudad Blanca se consolidaba como un importante centro de inquietud política ya sea levantando las banderas del federalismo, el regionalismo o, simplemente, contrarias a las fuerzas que se oponían al normal desenvolvimiento de la legalidad (recordemos el testimonio del deán Juan Gualberto Valdivia en su libro Las Revoluciones de Arequipa). Aquí en la Plaza también está el lugar exacto donde fue fusilado, por manos de Andrés de Santa Cruz, el joven caudillo romántico Felipe Santiago Salaverry, firme opositor al proyecto de confederar Perú y Bolivia (1836). Siguiendo las páginas del texto del Deán Valdivia, destaco las revoluciones que significaron la debacle de gobiernos en Lima: la de 1854, que inició la caída de Echenique; la de 1865, que hizo lo mismo con el régimen de Pezet; y la de 1867, que puso fin al gobierno de Mariano I. Prado (esto sin mencionar la revolución de agosto de 1930, que precipitó el derrumbre del “Oncenio” de Augusto B. Leguía.
Entro a la Catedral -testigo de estos acontecimientos- que, aunque su construcción data del siglo XVII, su fachada y sus emblemáticas torres son de estilo renacentista, propio del neoclásico del siglo XIX. Recordemos que un incendio (1842) y un gran terremoto (el 13 de agosto de 1868, que asoló todo el sur del Perú hasta Iquique) obligaron a los arequipeños realizar una serie de reconstrucciones. Por eso este majestuoso templo es neoclásico. Su interior tiene tres naves paralelas a la Plaza. Su altar es hermoso, de mármol y un gran baldaquino que lo precede. También se aprecia la sillería del coro tallada en madera. Cabe anotar que este lado del templo se ilumina con una espectacular lámpara, de estilo bizantino, decorada con hermosos vitrales. Completa el conjunto interior las columnas de la nave central, que sostienen esculturas de los Evangelistas y los Apóstoles. De otro lado, desde el punto de vista artístico, destacamos el estupendo púlpito, realizado en Lille (Francia) en 1879, por Buisine Rigot. Finalmente, vemos, al fondo, el órgano de tubos y, a la derecha, la capilla del Señor del Gran Poder, cuyo culto tiene gran devoción entre los arequipeños.
Para completar este breve testimonio decimonónico de Arequipa, debemos indicar que, a lo largo del siglo XIX, esta región fue, económicamente, muy próspera en comparación a otras del país. Aquí, comerciantes nativos y extranjeros -que establecieron compañías de exportación e importación- y terratenientes y ganaderos, basados en el trabajo de las comunidades campesinas, iniciaron la producción y venta al mercado británico de lana de oveja y fibra de alpaca. Así, el puerto de Islay creció en importancia y la elite arequipeña inició su dominio del sur andino. Este proceso se consolidaría con la inauguración, en 1871, del ferrocarril que unió a Mollendo con Arequipa y la construcción del Ferrocarril del Sur, destinado a comunicar Arequipa con Cuzco y Puno.
(fotos: Juan Luis Orrego)
" y un gran terremoto (en 1869 que asoló todo el sur del Perú hasta Iquique) obligaron a los arequipeños realizar una serie de reconstrucciones. Por eso este majestuoso templo es neoclásico" .
En lo anterior expuesto solo una aclaracion el terremoto que asolò Arequipa fue el 13 de agosto de 1868 el dia de San Hipolito a las 5:15pm aproximadamente segun testimonios de la epoca . Las torres de la catedral fueron semidestruidas, la sacristia catedralicia sufriò un derrumbe total de su estructura.
Enrique Ramirez
Historiador Arequipeño
muy bueno, me gusta que se difunda la riqueza de la historia de Arequipa y tambien de todo el Perú