A propósito de la edición de Las cadenas de la ilusión, de Erich Fromm. Traducción: Enrique Martínez Cid. Editorial Paidós, 2008. 15 euros
La Historia de la Filosofía se funda sobre la noción de falsa conciencia, de distorsión. Los sentidos o el sistema construyen su apariencia, y el intelecto tiene que jugar al cluedo con su lupa. Erich Fromm, como buen miembro (efímero, eso sí) de la Escuela de Frankfurt, viene colgado de los hombros de Marx y Freud.
Estos faros de controversia pensaron al Hombre desde la Economía y la Psicología. Se dijo de ambos judíos que hacían una “filosofía de la sospecha” con esas disciplinas. El libro de Fromm ‘Las cadenas de la ilusión’ (Paidós) viene subtitulado como ‘Autobiografía intelectual’, pero se trata más bien de una introducción (bastante esquemática)a sus dos ídolos.
En el primer capítulo despacha todo el contenido personal del texto, que es mínimo. Intuyó a Freud en la tensión sexual de la adolescencia, y a Marx en los periódicos convulsos de 1914. Dice: “Ambos querían liberar al hombre de las cadenas de sus ilusiones, permitiéndole así despertar y actuar como ser libre”.
Fromm habla de ellos como de dos humanistas que cortan ligaduras, y de su pensamiento como de una clínica y un esplendor. Popper, sin embargo, desconfiaba de ellos. Pensaba que ambos sistemas manejaban unos postulados que no contemplaban una refutación, que se autoimponían como punto de partida.
El marxismo y el psicoanálisis son herméticos y explican el mundo exhaustivamente, pero no contemplan más que desde su propia ortodoxia interior. Popper pensaba que cualquier precisión que no fuera sólo hipótesis provisional era justamente una secta científica. Para él Freud y Marx tenían algo de popes religiosos. No en vano incluye al segundo en ‘La sociedad abierta y sus enemigos’.
‘Las cadenas…’ está escrito en los años 60 y las iras nucleares en vilo, o sea, la Tercera Guerra Mundial se puede leer como un temblor entre líneas. Fromm admira a Marx sobre Freud. El primero provenía de las dinámicas históricas del idealismo alemán y del utopismo de Saint Simon, aspiraba a un progreso global.
El vienés en cambio era un escéptico y según él el Hombre es trágico como lo eran el Edipo y la Eléctra de Sófocles. Freud era el oráculo de Delfos, que destruye la “conciena moral”, el “superego” y desvela el incesto, el tabú. Tebas es el escenario engañoso del mundo.
Fromm habla de ellos como dos desenmascaradores de la falsa conciencia social (Marx) e individual (Freud). La paradoja es que en ambos casos el Hombre crea libremente un sistema que al final termina sometiéndolo. En Marx el Hombre se somete a las estructuras económicas, es un “siervo de los objetos”. Al final está sólo lo ajeno, la alienación.”Sólo establece contacto consigo mismo sometiéndose a los productos creados por él”.
En todo caso el autor niega la verdad del marxismo soviético y habla de una recuperación:”un renacimiento del humanismo occidental volverá a situar a Marx en el lugar preponderante que le corresponde en la historia del pensamiento humano”.
Conocimiento de uno mismo.- El psicoanálisis bucea detrás de la conciencia y del estrato moral para acceder a las pulsiones del alma. Aspira a un mayor auto conocimiento, pero no a una liberación plena. Apunta Fromm que ambos pensadores buscan una autonomía del individuo proveniente de ese auto conocimiento. El conocimiento, como podría decir Spinoza, supone una victoria de la libertad.
“La vida significa cambio constante, nacimiento continuo. La muerte significa dejar de desarrollarse, dejar de evolucionar, osificación, repetición”, explica Fromm en su libro.
El hombre posee unas facultades que puede desarrollar, llega a ser lo que potencialmente ya es. Ese es su deber y su derecho. Habla Fromm del “Hombre Nuevo”, el Hombre futuro, liberado hasta de la personalidad, aquello que Buda encontraba como un lastre: “Únicamente el ser individual plenamente desarrollado podrá desembarazarse del Yo”.
Todo esto es cuestionable, si bien, desde luego, esta autobiografía intelectual está casi totalmente desembarazada del “yo”, de lo personal y de la biografía. Por otro lado, tampoco se da cuenta de ninguna evolución (que él identifica con vida) sino de un mapa estático de influencias. Es una exposición que quizá sirve más para legos en tales materias, alguien familiarizado con esos autores mejor podría pasar el rato leyendo otra cosa (EL Mundo, España)
Eric Fromm