(foto: Archivo Courret)
Si el 15 de octubre de 1849 la embarcación danesa “Federico Guillermo” no hubiera anclado en el Callao con los primeros 75 colonos chinos contratados por los socios Domingo Elías y Nicolás Rodrigo, ni tampoco hubiese arribado el resto de los casi 90 mil culíes que se embarcaron desde Macao al Perú hasta 1874, la economía de nuestra costa de todas maneras se habría desarrollado, pero bajo otras condiciones. ¿Para qué llegaron estos trabajadores chinos? Básicamente para extraer guano de las islas de Chincha y laborar como peones agrícolas en las haciendas de caña y algodón.
La presión del mercado mundial igual habría obligado a extraer miles de toneladas de guano e incrementar la producción agrícola por la guerra civil norteamericana (algodón) y la crisis del Caribe (azúcar). En el caso de las islas de Chincha, los empresarios guaneros hubieran tenido que seguir empleando a reclusos, desertores del ejército, algunos jornaleros libres o traer un grupo de indios de Ayacucho o Huancavelica. Total, el laboreo en las Chincha no requería más de 700 trabajadores. El problema, en realidad, lo habrían tenido los hacendados. Como un esclavo era muy difícil de mantener (y no creo que la esclavitud se hubiera extendido más allá de 1854, año en que fue abolida legalmente), se hubiera recurrido masivamente al sistema del “enganche”, como ocurrió después de la Guerra con Chile: contratar temporalmente indios de la sierra para que “bajen” a la costa y trabajen en forma permanente o estacional.
Eso sí, de no haber llegado los culíes, el Perú se hubiera salvado de tener la pésima imagen internacional de fomentar un sistema encubierto de esclavitud, como fue la “trata” de chinos en el siglo XIX. La prensa norteamericana no hubiera sido tan crítica con nuestro país y nos habríamos ahorrado tener incidentes diplomáticos con Japón (donde una nave con bandera peruana, cargada de chinos, fue retenida en el puerto de Yokohama) y China, a la que tuvimos que enviar una misión diplomática a dar explicaciones y que ni siquiera fue recibida por la corte imperial. Pero hay una estadística final: no aparecerían en los libros de historia la cifra de los casi 10 mil chinos que murieron en el trayecto de Macao hasta el Callao, ya sea por enfermedades o suicidio. Cuentan que el viaje, de unos 120 días, era infernal por las condiciones de hacinamiento y maltrato.
Pero si bien la producción en la costa no se hubiera alterado mucho sin la presencia de los chinos, el escenario social y cultural sí habría sido muy distinto al que conocemos. Los culíes que terminaban su contrato, poco a poco se insertaban en los pueblos y ciudades de la costa, muchas veces sufriendo discriminación y, como eran todos hombres, buscando pareja peruana para convivir. No habríamos tenido esa primera generación de “mestizos” peruano-chinos, que empezó a variar el perfil demográfico del país. Tampoco se hubiera ido formando el Barrio Chino de Lima, alrededor de la calle Capón, en los Barrios altos, donde los hijos del “celeste imperio” comenzaron a vivir precariamente instalando sus negocios y fondas. Tampoco habría llegado en grandes cantidades el opio, cuyo monopolio estaba en manos de empresarios británicos, y que los chinos eran grandes consumidores; asimismo, los peruanos no habrían sido testigos de la celebración del Año Nuevo chino, con sus descargas de fuegos artificiales; finalmente, tampoco una delegación de colonos chinos hubiera saludado cada año al Presidente de la República en Fiestas Patrias, como ocurrió desde 1871. Cabe destacar que en los aciagos días de la Guerra del Pacífico, algunos peruanos no habrían tenido a quiénes perseguir y maltratar, injustamente, culpándolos de la derrota frente a los chilenos.
Bueno, al final lo que todos esperaban: la cocina o la mesa. Para empezar, no comeríamos tanto arroz como ahora. Los chinos introdujeron el arroz pero los peruanos, creo, terminamos abusando de él. Y claro, no tendríamos el espectacular chifa, es decir la comida hecha por los chinos en el Perú, que adapta la culinaria cantonesa al paladar local e integra algunos ingredientes nacionales. El arroz chaufa no sería uno de los platos más consumidos por los peruanos, ni saborearíamos el lomo saltado, la sopa wantán o el tallarín saltado. No tendríamos por lo menos un chifa en cada barrio, no habría sillao en los reposteros de nuestras cocinas y, en mi caso, no tendría siempre un wok para prepararme todo tipo de “saltados”. Definitivamente, nuestra cocina, a la que tanto celebramos, sería menos rica y sofisticada sin el chifa. En todo caso, como en las demás ciudades del mundo, tendríamos restaurantes de comida china, elaborada por inmigrantes chinos en el siglo XX, que reproducen, sin grandes variantes, su tradición culinaria.
Nota: Este breve artículo “contrafáctico” fue publicado originalmente en la revista SOHO Perú