Local de la Biblioteca Nacional antes del saqueo durante la ocupación chilena
Nuestra Biblioteca Nacional (BN) fue creada por decreto del 28 de agosto de 1821, expedido por el libertador José de San Martín. Sin embargo, su historia se remonta a 1568, cuando los jesuitas fundaron el Colegio Máximo de San Pablo en el terreno donde hoy está su local de la avenida Abancay. Fue allí también donde los padres de la Compañía dieron asilo al italiano Antonio Ricardo, quien introdujo la imprenta en Lima. Aquí también funcionaría el local del Colegio de Caciques. Cuando los jesuitas fueron expulsados (1767), su biblioteca pasó a formar parte de la Universidad de San Marcos, concretamente al Convictorio de San Carlos.
San Martín la definió como «una de las obras emprendidas que prometen más ventajas a la causa americana» porque se le destinaba “a la ilustración universal, más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia”. Recién el 17 de setiembre de 1822 se inauguró y su colección contaba con 11, 256 volúmenes que procedían de la antigua biblioteca de los jesuitas y de donaciones particulares, entre ellos 600 volúmenes de propiedad del General San Martín. Su Primer Bibliotecario (“director”) fue el clérigo arequipeño Mariano José de Arce, miembro del Primer Congreso Peruano. Pero la historia de la BN siempre tuvo momentos de tragedia. Su primer “saqueo” lo sufrió cuando en los tiempos turbulentos de la guerra de la Independencia fue violentada por las tropas de Canterac cuando invadieron Lima.
A lo largo del siglo XIX, la BN siguió funcionando en su viejo local de lo que es hoy la avenida Abancay y llegó a acumular una colección de 50 mil volúmenes y 800 manuscritos, según Manuel Odriozola, su bibliotecario cuando ocurrió el saqueo chileno ¿Cómo fue esta historia? Hacia 1840 la BN se enriqueció con el legado de los libros de Miguel Fuente Pacheco que le donó 7,777 volúmenes, que fueron colocados, según Ricardo Palma, en una sala llamada de “los cuatro sietes”. En 1852 la colección llegaba a los 29 mil volúmenes, de los cuales 463 eran manuscritos. Manuel A. Fuentes anotaba, en 1857, entre los 30 mil volúmenes de entonces, la Biblia Complutense del Cardenal Cisneros, la Políglota de Amberes, una edición de Platón de 1491, los Comentarios de Persio en edición de 1492, el mismo año del descubrimiento del Nuevo Mundo, el Misal Muzárabe de Toledo de 1500 y otros incunables. Entre los manuscritos, las “memorias” de varios Virreyes, el registro autógrafo de las órdenes del Ejército Libertador de marzo de 1823 a setiembre de 1824, “vocabularios” de Conivos y Panos y otros documentos.
Sin embargo, toda esa riqueza bibliográfica se perdió, como sabemos, en el contexto de la ocupación chilena durante la Guerra del Pacífico. El tradicionalista Ricardo Palma inició la reconstrucción de la Biblioteca Nacional luego del saqueo. Esta fue sede de la caballería invasora, usándose sus estantes como improvisados comederos, y parte de su cuantiosa colección fue embarcada a Chile y repartida entre diversas instituciones, como la Biblioteca Nacional de Santiago. Por ello, Palma inició la penosa y lenta tarea de reabrir nuestra principal biblioteca. Pidió donaciones de libros y revistas del exterior así como aportes valiosos de coleccionistas particulares.
Pero todo el esfuerzo de Palma (y de su sucesor, Manuel González Prada) quedó convertido en cenizas y lodo luego del terrible incendio del 11 de mayo de 1943. De esta forma, la mayor colección bibliográfica y documental, reunida y protegida con tanto sacrificio, que sumaba unos 200 mil volúmenes, se había perdido. El reto de la reconstrucción fue asumido por el historiador Jorge Basadre. No faltaron los escépticos. Fueron muchos los intelectuales que dijeron y repitieron que el patrimonio cultural del país había quedado hecho cenizas para siempre.
En un famoso artículo, Pasión y muerte de la Biblioteca Nacional de Lima, el maestro Raúl Porras Barrenechea, escribió lo siguiente: “No es un episodio corriente en la historia de los pueblos civilizados la destrucción absurda y total de una Biblioteca. Los casos son raros y distanciados en siglos por excepcionales circunstancias de violencia y de lucha. Se recuerda generalmente la destrucción de la biblioteca de Alejandría por Omar en 640 y el incendio de la Universidad de Lovaina cuando la invasión de Bélgica en 1914. Cuando la guerra civil española reñía la batalla por la procesión de Madrid, todos los espíritus cultos de Europa tenían suspenso el ánimo por la posible destrucción de los tesoros artísticos y bibliográficos de la capital de España. Raymond Recouly, es un bello artículo periodístico publicado en París reclamaba piedad para los Grecos y los Tizianos, para los Goyas y Velásquez y una bandera blanca sobre los muros gloriosos del Museo del Prado. Justo es decir, en homenaje a la cultura de España, de ambos bandos, que ni un solo libro de las bibliotecas madrileñas, se perdió en el formidable trastorno de la guerra civil. Sin guerra y sin bombardeos, en la ridícula emergencia de un domingo criollo y la complicidad penosa de un portero senil y de una deplorable organización burocrática, el Perú acaba de perder el más espléndido patrimonio cultural de la América del Sur. Todo el pasado histórico avaramente depositado por varias generaciones desde San Martín a Vigil y de Palma a González Prada, ha sido reducido a cenizas en unas cuantas horas funestas. No ha habido piedad, ni precaución alguna para resguardar las viejas gramáticas y vocabularios quechuas de Holguines y de Torres Rubios, lujo de los catálogos europeos más preciados, los cronicones de Calancha y de Córdova y Salinas, los Garcilasos y los Herreras, los poemas de Ojeda y de Peralta y ni siquiera los partes y proclamas de nuestra independencia y los manifiestos y periódicos de nuestros caudillos republicanos!”
Pero Basadre, luego de cuatro años de titánica labor, demostró que ese tesoro era en buena parte recuperable a través de búsquedas en Lima, en provincias y en el extranjero. Así se formó la nueva colección en base a compras, canjes y donativos y, en un lapso de relativamente corto, se llegó a tener la base de una aceptable documentación peruana antigua y moderna. Para complementar esta labor y preparar rápidamente al personal técnico se creó la Escuela de Bibliotecarios, verdadera base de la nueva estructura de la Biblioteca Nacional, cuyo flamante local, inaugurado en 1947, fue declarado Monumento Histórico.
Durante la gestión del recordado librero Juan Mejía Baca, en 1986, se consiguió un terreno en San Borja para que la BN tuviera un nuevo local que albergue los tesoros bibliográficos de la institución, pues el local de la avenida Abancay resultaba insuficiente para atender a una población que crecía cada vez más. Los fondos para su construcción debían obtenerse de un tercio de la del impuesto de salida al exterior, según lo estableció un decreto de 1989, que quedó sin efecto en 1992.
Con la participación del Colegio de Arquitectos, en 1994, se convocó al Concurso Público de proyectos para el nuevo local. El ganador fue la propuesta de los arquitectos Guillermo Claux Alfaro, Francisco Vella Zardín, Walter Morales Llanos y Augusta Estremadoyro de Vella; ese año también se otorga la licencia municipal de construcción, que se llevó a cabo en dos etapas. La primera se inició en enero de 1996 y se paralizó en marzo de 1997 por falta de financiamiento. La segunda se inició siete años después, en marzo de 2004, durante la gestión del doctor Sinesio López, quien inició la campaña nacional “Un nuevo sol para la Biblioteca Nacional del Perú” con el fin de sensibilizar a la población en favor del proyecto. Luego se superar una serie de contratiempos, el nuevo local de la BN, uno de los más modernos de América Latina, fue inaugurado el 27 de marzo de 2006.
Tiene 20 mil metros cuadrados, Sus depósitos, con capacidad para albergar poco más de 5 millones de volúmenes, están climatizados para la conservación de las obras. Tiene, además, 12 salas de lectura con capacidad para 554 usuarios, un auditorio para 533 espectadores, sala de exposiciones, cafetería, un anfiteatro al aire libre para 700 personas, mobiliario especial, casilleros personales y computadoras con conexión a Internet para el uso del público. El local de la avenida Abancay quedó como Biblioteca Publica de Lima, y toda la colección de libros antiguos, documentos históricos, periódicos, revistas académicas, fotografías antiguas se trasladaron al local de San Borja.
La última remesa importante que recibió la BN ocurrió en 2007. Después de una serie de gestiones de la Cancillería y la propia BN, el gobierno chileno decidió devolver 3 mil 788 libros que salieron del país durante la Guerra del Pacífico. Los libros fueron identificados claramente por la existencia en ellos del sello de la antigua Biblioteca de Lima, que consistía en un Timbre con el Escudo del Perú y la leyenda “Biblioteca de Lima”. Se encontraban en la Biblioteca Nacional de Chile y en la Biblioteca Santiago Severín de Valparaíso, y vinieron en 238 cajas. En febrero de 2011, lamentablemente, la BN tuvo que suspender la atención al público para realizar un inventario, debido a la escandalosa pérdida de algunas de sus joyas bibliográficas.
Una lástima la entrevista difundida el dia de ayer martes 20 por RPP, donde un ex funcionario de apellido Galván manifiesta que los libros de las bóvedas de la sede de San Borja se están malogrando por las filtraciones de agua… lo cual debe ser muy fácil de comprobar si hay verdaderos periodistas interesados en nuesro patrimonio cultural… y de ser cierto que pena que sus autoridades no hagan nada para preservarlo… por lo demás el resto de la entrevista deja ver cosas muy peligrosas y penosas para dicha entidad la Primera Institución Cultural de nuestro pais. Ojala sigan investigando y se esclarezcan todas esas denuncias… porque cuando el rio suena…