Grabado del siglo XIX: Iglesia de la Merced en el jirón de la Unión y la calle de Jesús Nazareno
No fueron tan numerosos como los franciscanos, dominicos o jesuitas pero los frailes de la Orden de La Merced también contribuyeron con la evangelización de los indios. Estuvieron desde la Conquista. En 1534 los tenemos en el Cuzco y acompañaron a Diego de Almagro a su fracasada expedición a Chile. Como no era una orden “mendicante”, pudo disponer de bienes inmuebles; así se hicieron de tierras y estancias.
Uno de sus más tenaces misioneros fue fray Diego de Porres, antiguo soldado convertido en evangelizador. Abrazó el sacerdocio en 1538 y trabajó en doctrinas de la sierra sur y de la actual Bolivia (llegó hasta Santa Cruz de la Sierra). Este misionero creó un interesante método que consistía en la enseñanza del catecismo usando los quipus, que suponía la colaboración cercana de los curacas y los indios cultivados. Esta modalidad de enseñanza fue sugerida en su Instrucción para sacerdotes doctrineros y fue extendida por los frailes mercedarios para propagar el catolicismo entre los indios. Otro mercedario destacado fue Martín de Murúa quien, por su afán evangelizador, se concentró en el estudio de la historia incaica. De origen vasco, Murúa aprendió el quechua y el aymara; asimismo, caminó por gran parte del Virreinato. De esta manera, dejó, en 1616, una crónica manuscrita en la que describía la vida cotidiana y los lazos de parentesco de la elite cuzqueña. Su texto, de gran valor para los historiadores, recibió el título de Origen y descendencia de los incas.
Los mercedarios en Lima.- Los mercedarios aseguran ser los frailes más antiguos de Lima, pues hay una tradición que cuenta que estuvieron en el valle del Rímac antes de la fundación de la ciudad. Dicha leyenda dice que tuvieron una ermita en el lugar donde hoy está la portería de su convento. Cierta o no la tradición, lo que sí sabemos es que estuvieron desde la fundación de Lima y que Pizarro les dio cuatro solares para fundar su convento. También se dice que el primero en hacer una misa en Lima fue un mercedario, fray Miguel de Orenes, fundador y primer comendador del Convento de mercedarios de Lima, que estuvo bajo la advocación de San Miguel Arcángel.
El convento de San Miguel.- La iglesia se construyó toda en el siglo XVI. La obra se inició en 1542; tuvo una nave, cubierta de madera, y capillas laterales comunicadas entre sí. El altar fue financiado por doña María Escobar, a fin de que fuera enterrada allí, según un contrato de 1542. El 1598, se le adosó una torre, contratada por el Comendador fray Diego de Angulo con Alonso de Morales, uno de los principales alarifes de la ciudad por aquellos años.
Del convento tenemos pocas referencias del XVI y principios del XVII. La fuente más autorizada es la del padre jesuita Bernabé Cobo, quien describió la Lima de ese tiempo: “en el convento no han acabado todavía el edificio, si bien de treinta añosa esta parte han labrado el claustro principal, que es uno de los más capaces y bien edificados de la Ciudad, con fuente de piedra en medio y cercadote corredores doblados, con los pilares altos de linda piedra traída de Panamá”. No hay más datos de la iglesia ni el claustro del siglo XVI y no podemos afirmar si lo que dice Cobo es absolutamente cierto pues todo se reedificó en el siglo XVII.
Los mercedarios inauguraron su iglesia en 1630, y fue obra de Pedro Galeano. Los frailes, con los años, siguieron embelleciendo su templo hasta que llegó el terremoto de 1687 que lo destruyó todo. Bajo las ruinas, lo mercedarios celebraron el culto en una capilla y se cobijaron en celdas de madera y caña. Para la reconstrucción llamaron a tres alarifes comisionados por el Cabildo, Diego Maroto; Manuel de Escobar y Pedro de Asensio. Ellos fueron los responsables de que surgiera, tras los escombros una de las más importantes expresiones del barroco hispano en la Ciudad de los Reyes.
Se respetó la planta original y se levantó la nueva iglesia con adobe y madera con excepción de la fachada principal, toda de ladrillo y piedra, que hoy todavía podemos apreciar. La portada-retablo que labrada entre 1697 y 1704 y es una clara evolución del estilo que se inició con la portada de San Francisco; además, inauguró en Lima, en las fachadas, el uso de las columnas salomónicas. Según Jorge Bernales Ballesteros: “Tres calles dividen los dos cuerpos de la portada dispuesta en dos planos distintos por columnas salomónicas pareadas. De acuerdo a la tradición limeña, un basamento corrido se quiebra en saliente bajo las columnas de ambos cuerpos, lo que unido al medio punto abocinado en forma de venera del vano de ingreso, imprime movimiento ascendente a la cornisa que en vez de romperse en forma de frontón abierto al gusto limeño, se quiebra formando un encuadramiento escalonado que no tiene precedentes no formó escuela en el arte de Lima. El segundo cuerpo tiene también cornisa quebrad, sobre hornacina de venera trilobular; sobre este eje un óculo avenerado –hoy cegado- llega hasta el ático de balaustres; un frontón curvo y abierto flanquea el escudo de al orden en liso paramento sobre el óculo central, que además interrumpe la balaustrada que une las dos torres. Las dos calles laterales, en distinto plano, están flanqueadas por pilastras con imbricaciones, como las que se encuentran en los retablos sevillanos del primer cuarto del XVII, decoración que también aparece en las pilastras de la hornacina central; los capiteles de estos soportes están formados por ménsulas invertidas y cubiertas por menuda ornamentación; elementos que también provienen del barroco hispalense de fines de dicha centuria, pues se encuentran en obras del círculo de Leonardo de Figueroa, como por ejemplo, el claustro de San Acasio de Sevilla. Es una portada compacta, de movimiento ascendente y gran riqueza por la profusión de relieves, molduras e imágenes que hacen de ella un colorido retablo en piedra y ladrillo trasladado a la calle”. Cabe destacar que la portada lateral de la iglesia, llamada por los limeños “Los Guitarreros” es posterior, 1765-1768, un ejemplo del barroco final en nuestra ciudad.
Según el arquitecto Juan Günther, “antes de la proclamación de la Independencia el infatigable introductor en Lima del neoclasicismo, el presbítero Matías Maestro, reconstruye totalmente el altar mayor que en 1810 será dorado por el pintor Félix Batlle. En 1807 el escultor José Vato labra una estatua de San Bernardo. En 1810 el platero José Palomino hace seis candeleros grandes de plata y el 30 de agosto de 1814 el dorador Andrés Bartolomé de Mendoza dora, graba y encarna las imágenes de la Virgen y San Juan del retablo de Jesús Nazareno… En 1860 el arquitecto Guillermo D’Coudry hace una refacción integral del templo de La Merced especialmente en lo tocante a la torre, las cúpulas y bóvedas entre el altar mayor y el coro. Pero a fines del siglo pasado la fachada de la iglesia de La Merced, incluyendo su magnífica portada, va a ser cubierta con una gruesa capa de yeso para darle un aspecto de arquitectura afrancesada que el templo jamás tuvo. Este maquillaje fue levantado afortunadamente en 1940 por el arquitecto Emilio Harth-Terré‚ para restituirle el aspecto original que le dio el notable alarife mercedario Cristóbal Caballero trecientos años antes”.
El padre Urraca.- Nació en España (Sigüenza, 1583), estudió con los jesuitas pero se incorporó a la orden mercedaria y llegó a Lima, donde se hizo sacerdote. Sus hagiógrafos cuentan que sufría constantes tentaciones del demonio que lograba vencer con rezos y cilicios. Por ejemplo, se ataba fuertemente una cadena a la cintura; estaba tan ceñida a su cuerpo que la piel empezó a crecer sobre ella. En cierta ocasión –prosiguen sus hagiógrafos- el diablo, furiosos por los rezos de Urraca, lo persiguió por el claustro para golpearlo pero, milagrosamente, se abrió una pared para que se refugiara en la iglesia contigua. Dicen que tenía también el “don” de la profecía y que era un constante divulgador del culto de la Santísima Trinidad. La cruz con la que predicaba es hoy objeto de veneración pública. Murió en 1657. Revisando los libros de de Luigi Aquatias (Vida del P. Fr. Pedro Urraca. Roma, 1976) y de Rafael Sánchez-Concha (Santos y santidad en el Perú virreinal. Lima, 2003), no aparece nada sobre la supuesta aparición del diablo y la apertura de la pared. Ojo que el primer libro es un texto que intenta documentar la “santidad” de Urraca. Al parecer, se trata de una leyenda popular. Solo en el librito Vida del V. P. Fr. Pedro Urraca de la Santísima Trinidad. Religioso de la Orden de la Maerced, escrito por un religioso de la misma orden (Lima, s/f), es decir un texto casi anónimo, se lee en la página 36 lo siguiente: “Muchas veces robaba algunos ratos de su corto sueño para salir al claustro a orar o hacer alguna peniencia extraordinaria. Se cuenta que en una de esas ocasiones, después de orar al pie de la cruz, cargó con ella y, perseguido por el demonio, se abrió la pared de una manera milagrosa y el P. Urraca pasó tranquilamente por la hendidura cargando la cruz”.
La Virgen de La Merced, patrona de las Fuerzas Armadas.- En 1730, la virgen de La Merced es declarada “Patrona de los Campos de Lima” y se organiza por primera vez su procesión. Luego, el 24 de setiembre 1823, es declarada “Patrona de los Campos de Lima y sus alrededores y de los Ejércitos de la República del Perú”, en una ceremonia presidida por el presidente de entonces, José Bernardo Torre Tagle, “en reconocimiento a la especial protección del Ser Supremo por mediación de la Santísima Virgen de las Mercedes en los acontecimientos felices para las armas de la Patria”. Por ello, como Patrona de las Armas del Perú, bajo su “advocación”, se ganó la batalla de Ayacucho en 1824. Desde ese año, tendrá la categoría de Castrense y reconocimiento del nuevo Ejército de la Patria. El 23 de septiembre de 1969, el presidente Juan Velasco Alvarado oficializó el título honorífico de Gran Mariscala del Perú y Patrona de las Fuerzas Armadas. Hoy vemos, en el altar de la Basílica de Lima, donde se ubica la imagen de la Virgen, las insignias de las instituciones militares y su bastón de Mariscala.
Colegio Nuestra Señora de La Merced.- Este centro de estudios tiene como antecedente el Colegio San Pedro Nolasco, fundado en 1646 por los mercedarios. Los frailes consiguieron la licencia para fundar un Colegio de Estudios y, en 1658, lo construyeron con una pequeña iglesia bajo la advocación de San Pedro Nolasco. La iglesia, lamentablemente ha sido mutilada y quedó muy deslucida, en comparación a las descripciones que tenemos de ella. Fue autorizada para ser usada por los mercedarios por Real Decreto de 1665 y por Real Cédula del mismo año. Pero en 1917, los mercedarios fundaron el actual Colegio de la Merced como parte de su misión evangelizadora. Tuvo como sede el Claustro de los Doctores del Convento de la Merced (jirón Carabaya 534), bajo la dirección del R.P. Emilio Peñaflor. Las actividades se iniciaron en junio de 1917, aunque la Resolución Ministerial que registraba su funcionamiento oficial, se expidió el 20 de agosto del mismo año. A partir de abril de 1972 entró en funcionamiento el nuevo local ubicado en el antiguo Fundo La Julita, ubicado en el Distrito de Ate.
LAS HACIENDAS DE LOS MERCEDARIOS EN LIMA.- Durante los años del Virreinato, los mercedarios recibieron las tierras de San Miguel de Surquillo, ocupadas por los indios yaucas, quienes inicialmente estuvieron encomendados a Antonio Solar. Los mercedarios convirtieron estos territorios, bañados por el río Surco, en pueblo-doctrina y luego en viceparroquia que dependió, primero, de Surco, y, luego, de Magdalena. De estas tierras saldrían los futuros Surquillo, Miraflores y la Calera de La Merced.
Surquillo fue, pues, un “barrio” o doctrina de indios, similar pero en pequeñas dimensiones, al pueblo y doctrina de Santiago de Surco. De allí que las autoridades le empezaran a llamar al nuevo pueblo “Surquillo” (testimonios cuentan que sus primeros habitante fueron los indios “yaucas”, desarraigados o traídos de Surco). Con los años, se convirtió en un pueblo algo marginal, habitado por gente pobre, entre el camino de Lima a San Miguel de Miraflores. Así transcurrió la vida de “Surco chico” o “Surquillo”, donde luego también se formó la hacienda que llevó el mismo nombre, propiedad de los mercedarios. Ya en tiempos republicanos, en la segunda mitad del XIX, la hacienda aparece como propiedad de Arturo Porta; sus tierras, de otro lado, cobrarían mayor vida cuando pasó cerca de allí el ferrocarril Lima-Chorrillos, construido por el presidente Castilla en 1857.
Con el tiempo, las tierras de San Miguel de Surquillo se dividieron entre Surquillo y Miraflores. El límite, al parecer, era la “guerta de Zurquillo”, ubicada en lo que es hoy el cruce de la avenida Alfredo Benavides y Paseo de la República. Los mercedarios, al parecer, se desprendieron de las tierras de Miraflores a inicios del siglo XVIII cuando, en una operación que no ha quedado clara, la propiedad pasó al Sargento Mayor don Manuel Fernández Dávila, vecino de Lima pero nacido en Toledo (España). Se sabe que este militar era benefactor no solo del Convento de La Merced sino de hospitales, monasterios y gente menesterosa. Es probable que por estas “operaciones” se viera beneficiado con las tierras de Miraflores. Lo cierto es que Fernández Dávila amplió el área cultivable de Miraflores y la orientó hacia los acantilados. De otro lado, los indios del lugar habían alcanzado una relativa autonomía porque compartían el agua con la familia Fernández Dávila. En lo sucesivo, los indios se irían desprendiendo poco a poco de sus chacras en favor de particulares, proceso que duraría entre finales del XVIII e inicios del XIX cuando aparecieron nuevos dueños en la zona. Fue así que llegaron el los comerciantes Francisco de Ocharán y Mollinedo y Francisco de Armendáriz y pita, y el alto burócrata Juan José Leuro y Carfanger; todos formaron sus chacras o fundos.
Eran sin duda, años difíciles en los que Miraflores ingresaba a los nuevos tiempos. Por ejemplo, a la altura de lo que es hoy el “Óvalo” se reunieron los representantes del virrey Pezuela y del libertador San Martín para discutir la posibilidad de la Independencia (Conversaciones de Miraflores). Luego de culminada la guerra con los realistas, durante la temprana República, Miraflores se fue convirtiendo en un pueblo con una iglesia “pequeña pero vistosa” y un vecindario compuesto, en 1839, por 18 blancos y/o mestizos y 121 indios que se dedicaban a la agricultura. Eran años tranquilos que no se alteraron con la construcción del ferrocarril de Lima a Chorrillos; lamentablemente, esa quietud se acabó cuando en 1881 sus escasos pobladores tuvieron que tomar el fusil para defenderse del ataque chileno. Luego del conflicto, llegan a Miraflores más propietarios como los italianos Domenico Porta y Francesco Priamo.
Respecto a Surquillo, la historia nacional también se hace presente en su jurisdicción con el Parque Reducto N°5 y sus 4 cañones apuntando hacia el sur. Desde allí, un batallón, al mando del coronel Narciso de la Colina, se enfrenta a las fuerzas chilenas en la batalla de Miraflores. Ubicado en la avenida Angamos, el parque, de acceso restringido, cuenta con más de 4 500 metros cuadrados y, durante la Guerra del Pacífico, estaba ubicado en la hacienda de José M. León. Otro sitio de interés es la Huaca La Merced, un santuario donde los antiguos pobladores de la cultura Ichma realizaban sus rituales. Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, la mayor parte de las tierras que hoy pertenecen a Surquillo fueron haciendas que pertenecieron a Tomás Marsano, quien, luego, construiría su fortuna de los bienes raíces: lotizar sus haciendas para vivienda. En estas tierras se cultivaba algodón, olivos, pan llevar (tomates, lechugas, coliflor, zanahoria, culantro) y viñedos para elaborar el vino de Surco y los piscos de la hacienda La Palma de Higuereta. Con los años, también aparecieron ladrilleras, establos, chancherías, avícolas, el comercio artesanal, laboratorios farmacéuticos y la primera fábrica de galletas “Fénix”.
Respecto a la Calera de la Merced, funcionó, entre otras cosas, como pedregal o cantera de calizas (de ahí su nombre), como lo fue en su momento la Calera del Agustino, la Calera de Monterrico o el fundo de San Juan de Lurigancho de los Aliaga. Era una de las actividades que le daban “caja” a las haciendas aledañas a Lima, especialmente a las cercanas a las últimas estribaciones andinas o lechos de riachuelos (como el río Surco): ricas en cal, canto rodado y argamasa para ladrilleras. La urbanización la Calera de La Merced, ubicada en Surquillo, fue construida entre 1977 y 1978 por el Fondo de Empleados del Banco de la Nación para las familias de sus trabajadores. En total se construyeron poco más de 900 casas de diferentes modelos, que eran asignadas según la jerarquía de los empleados y sus posibilidades de pago. La mayor parte de las calles de la Urbanización lleva el nombre de poetas y escritores peruanos. Actualmente, el parque público más grande y concurrido es el “Parque de Los Héroes” o también “Cenepa” (en el centro tiene un emblema en homenaje a los combatientes del Cenepa; también tiene una cancha de frontón, una de fulbito y una pista con rampas de cemento para patinar. Cabe anotar que el origen remoto de esta Urbanización se relaciona con una expropiación que el Banco de la Nación hizo, en 1970, a la familia Marsano de los terrenos de la Calera de la Merced (casi 450 mil metros cuadrados).
Francisco del Castillo Andraca y Tamayo (¿Piura 1714?-Lima 1770).- Fue un poeta y dramaturgo de la orden mercedaria, hijo del corregidor Luis del Castillo y de Jordana Tamayo y Sosa. A pesar de que fue muy corto de vista (dicen que perdió la vista a los 4 años de edad), desarrolló, precozmente, una inteligencia y memoria sorprendentes; cuentan que solo de oídas aprendió Latín y Humanidades. Quedó huérfano en 1730, y heredó de su padre una imprenta y algunos bienes; sus parientes –dice su biografía- lo trataron de convencer para que contraiga matrimonio, pero el joven Francisco se rehusó y decidió optar por la vida religiosa. La Orden de La Merced le dispensó de su ceguera y le aceptó como lego en 1734. De esta manera, El ciego de La Merced, como también le llamaron (para diferenciarlo de su homónimo, el jesuita), repetía disertaciones doctrinarias y poemas aprendidos solo de oídas; asimismo, comentaba, en forma de versos, los sucesos del día. También era llevado a tertulias en las que entonaba canciones sobre temas que le proponían y contestaba en verso las preguntas que le formulaban: incluso, dice que componía obras teatrales con los personajes que le describían, cuyas partes interpretaba inmediatamente con voz y gestos. Así, adquirió fama de repentista (persona que improvisa) sin que esto afectara la calidad de su cultura literaria. Murió en noviembre de 1770. Aunque Castillo alcanzó gran fama en su época y sus obras fueron preparadas para la imprenta, diversas circunstancias, entre ellas el juicio abierto a José Perfecto de Salas, su mecenas, hicieron que casi todas permanecieran inéditas, con lo que paulatinamente quedaron olvidadas. Ricardo Palma le dedicó la tradición “El ciego de la Merced”, en las que reproduce sus más ingeniosas improvisaciones. La primera compilación de su obra la realizó el padre jesuita e historiador Rubén Vargas Ugarte (Castillo. Lima, 1948); su obra completa la publicaría Carlos Milla Batres en dos tomos en una tesis doctoral en San Marcos (1976) y César A. Debarbieri: Fray Francisco del Castillo O.M., Obra completa (Lima, 1996).
muy interesante el material, son antropologo investigador, ahora estoy trabajando en la restauracion del templo de Poopo Oruro Bolivia, estoy buscando bibliografia mercedaria, consegui el nombre Eudoxio de Jesus Palacio, pero necesito el libro, no se donde conseguirlo espero ayuda, gracias
Msc. Hugo W,Trujillo Pinto
ORURO BOLIVIA