Archivo por meses: octubre 2011

Los agustinos en Lima


Iglesia de San Agustín a finales del siglo XIX

Esta orden, creada en el siglo XIII, siguiendo los lineamientos de los escritos de Agustín de Hipona (354-430), se estableció en el Perú en 1551. Su “General” era el padre Jerónimo Seripando, quien autorizó la partida, desde España, de una veintena de frailes para evangelizar a los indios; el “superior” era Andrés de Salazar. Salieron de Salamanca, se embarcaron en Cádiz con rumbo a Panamá (donde se quedaron cuatro meses) y llegaron a Lima el 1 de junio de 1551: Luego que surgieron del puerto del Callao y se supo de su llegada en Lima, se conmovió el puerto y la ciudad. Apenas saltaron en tierra, iban tropas y tropel de bandadas de gente, y a los que les preguntaban dónde iba, les respondían que a ver a los santos agustinos que venían de España; de rodillas les besaban las manos y fue tan grande la veneración viéndoles la vida y experimentando sus virtudes, que por algunos años se hincaba de rodillas la gente ordinaria, y los indios cuando ellos pasaban, y estaban descaperuzados y bajas las cabezas hasta que hubiesen pasado, cuenta el cronista Antonio de la Calancha.

Los agustinos tomaron como primera residencia las casas ubicadas en la manzana de San Marcelo y luego (1573) la que actualmente se encuentra entre las calles San Agustín, Lártiga, Plazuela del Teatro y Calonge, a un par de cuadras de la Plaza de Armas. Dominicos y mercedarios protestaron por la cercanía, pues se desobedecía la disposición que fijaba en más de 200 cañas la distancia entre las puertas de los conventos de las órdenes; sin embargo, al final, los frailes de San Agustín se quedaron en esta manzana que ocupan hasta hoy.

En 1589, el convento de los agustinos ya contaba con 110 religiosos, 40 de ellos estudiantes de gramática, arte y teología. El convento y la iglesia estaban en construcción; en 1593, llegó a Lima la sagrada imagen del Cristo de Burgos, muy venerada hasta hoy. Por su lado, el padre Salazar envió, en una primera etapa, a sus frailes (que llevaban una vida ascética y rigurosa) por diversas poblaciones indígenas: Huamachuco, Huarochirí, Barranca, Manchay, Chilca, Mala, Cañete y Conchucos. Luego vendrían los conventos de Trujillo, Conchucos, Cuzco, Chuquisaca, Potosí, la Paz, Cochabamba. Arequipa, Huánuco, Guadalupe, Saña, Tarija, Huamachuco, Paria, Cotabambas, Cañete, Ica, Nazca y Chile.

Con el advenimiento de la República, la Orden ingresó en una prolongada crisis que se reflejó en una escasez de sacerdotes. A fines del XIX, la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas (gobernada por padres agustinos españoles) envió un grupo de frailes, al mando del padre Ignacio Monasterio, para reimpulsarla. El arribo se produjo en 1894 y se funda la Provincia de Nuestra Señora de Gracia bajo la tutela de la Provincia de Filipinas. Hasta 1903, en el convento de Lima había funcionado la Escuela de Primaria “Santo Tomás de Villanueva”, que fue reemplazada por el nuevo colegio San Agustín. De otro lado, en 1907 los agustinos aceptan la parroquia de Santo Toribio de Chosica y, en 1911, abren el Colegio Santa Rosa de Chosica para Primaria, Secundaria y sección de Internado. En 1958, en el antiguo convento, se abren las “Galerías de San Agustín” para tiendas y oficinas de renta y, en 1967, se habilita la playa de estacionamiento vehicular y el “Portal de San Agustín”, también para alquiler. En 1984, se inauguró la Iglesia del Convento, tratando de rescatar su antiguo estilo colonial. Desde 2005, la Provincia de Nuestra Señora de Gracia recupera su autonomía de la Provincia de Agustina de España. Actualmente, los agustinos tienen en Lima las siguientes parroquias: Nuestra Señora del Consuelo (Prolongación Primavera 1620, Monterrico); Nuestra Señora de Gracia (Calle 23 Nº 180, Córpac, San Borja); y Toribio de Mogrovejo (Avenida Trujillo 590, Chosica).

EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRACIA (Complejo de San Agustín):

Iglesia de San Agustín.- El 19 de julio de 1574 se colocó la primera piedra de la actual iglesia de San Agustín. En sus inicios, era pequeña y de aspecto rústico; en 1608, el carpintero Juan Mateos de Rivas añade a la construcción un salón techado de 60 pies de largo. Sin embargo, el terremoto del 19 de octubre de 1609 afectó mucho al naciente edificio, por lo que se convocó a una junta de alarifes, presidida por el prior y arquitecto fray Gerónimo de Villegas, para trazar un plan de recuperación del conjunto. De esta forma, se inició la construcción de una nueva iglesia y del actual convento que, hasta el terremoto de 1687, sería enriquecido con las siguientes obras:

a. El pintor italiano Angelino Medoro compuso para el refectorio el lienzo de la Virgen de la Concepción, de tamaño natural y rodeada de ángeles (1618).
b. El escultor sevillano Martín Alonso de Mesa Villavicencio hizo el retablo de Santo Tomás de Villanueva para la capilla de enterramiento de la familia Bilbao.
c. El escultor Pedro de Mesa culminó los retablos que dejó comenzados su difunto padre (1626).
d. El escultor Juan García Salguero hizo la sillería del coro alto (1627).
e. El pintor Antonio Dovela pintó y doró la bóveda de la capilla de Santa Lucía (1630).
f. El arquitecto y teniente Joseph de La Sida Solís, maestro mayor de la Catedral de Lima, construyó la torre esquinera (1636-1637).
g. El ceramista Juan del Corral hizo los azulejos para la capilla de la cofradía de indios de San Miguel (1642).
h. El alarife Luis Fernández Lozano hizo la nueva Sacristía y el entallador Diego de Medina le hizo el techo, así como su artesonado y cajonería (1643).

Todo este esfuerzo se vio seriamente afectado por el terremoto del 20 de octubre de 1687. Los frailes agustinos tuvieron que reconstruirlo totalmente. Por ello, en 1701 se inició la transformación del templo a una planta renacentista de tres naves comunicadas entre sí y con un amplio crucero. Luego, en 1710, se inició la construcción de su bella portada principal, cuyos gastos los cubrió un patronato dirigido por Bartolomé Noriega. De esta forma, el maestro cantero Ignacio de Amorín cortó y transportó las piedras de esta obra que se inauguró en 1712; lamentablemente, no se conoce el nombre del alarife que diseñó la famosa portada-retablo que, según el padre Antonio San Cristóbal, es “una fachada híbrida de estilo renacentista-barroco, sin mengua de su grandiosidad”. Para el arquitecto Juan Günther, “En el primero de estos cuerpos se ve el basamento con tracerías sobre el que se hallan cuatro columnas salomónicas, dos a cada lado de la puerta, cuyos fustes tienen una profusa decoración de hojas y flores. En los intercolumnios hay hornacinas con estatuas de santos. El segundo cuerpo que es tan exuberante como el primero se compone también de cuatro columnas, en cuyo centro se abre una gran hornacina que contiene una imagen en bulto de San Agustín pisando los bustos de dos herejes. El tercer cuerpo, que se separa del anterior por un cornizamiento ornamentado por cuatro cabezas de monstruos, en vez de las columnas tiene cuatro cariátides. El último cuerpo es el que contiene el vano de luz en forma ovalada que a comienzos de este siglo había sido convertido en una gran ventana circular y que afortunadamente hoy a recuperado su forma original”.

Durante esta etapa ocurrieron dos hechos peculiares:

a. La noche del 26 de octubre de 1743 ocurrió un episodio que conmocionó la ciudad y que es narrado por Ricardo Palma. El platero Lucas de Valladolid robó la Custodia de la iglesia de San Agustín para enterrarla en un lugar cercano a la Alameda de Acho y huir a Huancavelica. En dicha ciudad fue capturado y enviado a Lima. El 8 de diciembre fue ahorcado públicamente; previamente se le habían cortado las manos.
b. El tallado de la famosa estatua de “La Muerte”, realizada en madera por el escultor mestizo Baltazar Gavilán; los frailes agustinos la sacaban en procesión durante los días de Semana Santa.

Lamentablemente, otra vez la cruel naturaleza atentó contra el templo con el 28 de octubre de 1746. Hubo que hacer otra reconstrucción en la que nació la iglesia que hoy conocemos. Luego, en la guerra civil de 1895, una bala de cañón dirigida por las tropas de Cáceres contra las huestes pierolistas dañó gravemente la única torre que le quedaba a la iglesia de San Agustín (la otra fue derribada por el terremoto de 1746). Esto sirvió de pretexto para que los frailes agustinos emprendieran una de las más lamentables reformas que sufrió iglesia alguna en Lima. Así, en 1902 se decidió reconstruirla. Se derribó todo el techo de la iglesia y se retiró el zócalo de azulejos. Del antiguo templo no quedó nada, porque hasta la pared del altar desapareció. Se alteró el interior y el exterior del edificio, se demolió la magnífica torre, se eliminó la cúpula y el crucero, se desmontó el techo, se destruyó la escalera imperial del claustro principal, en fin, se quitó todo lo bueno y se dejó la apariencia pobre y lamentable que hoy luce su interior.

Portada lateral de San Agustín.- Pocos limeños advierten que al costado de esta iglesia, altura de la cuarta cuadra del jirón Camaná (calle Lártiga) hay una portada de dos cuerpos, estilo renacentista, con dos columnas jónicas, que siempre está cerrada y, hoy, protegida por una sencilla reja de fierro color verde. Según algunas informaciones, sería la portada más antigua que queda en Lima, trazada y labrada por el alarife Francisco de Morales en 1596. Antiguamente, solo durante la Semana Santa, dicho portón se abría para facilitar la salida de los fieles que iban a visitar las el templo o a escuchar el Sermón de las Tres Horas. Asimismo, algunos antiguos limeños recuerdan que, hasta bien entrado el siglo XX, no era raro ver muy temprano por las mañanas, una o más personas orando con el rostro contra el portón. ¿Cuál era el motivo? Pues había la creencia de que rezando un Padre Nuestro y algunas Aves Marías, con la cara hacia el portón, se podía formular una petición a san Agustín. Luego, había que esperar que pasara una pareja, ya sea un hombre con una mujer, dos hombres o dos mujeres. Si al pasar la pareja, en el curso de la conversación pronunciaban “sí”, significaba que san Agustín accedería a la petición; por el contrario, si la pareja pronunciaba un “no”, la solicitud sería denegada. Finalmente, como vemos en la imagen, la portada, construida con ladrillo sobre bases de piedra labrada, todavía conserva algo de la policromía que la adornaba originalmente.

San Agustín en la República.- Inmediatamente después de la Independencia, se produjo la demolición de un sector del convento agustino Nuestra Señora de la Gracia para dar paso a la Plazuela del Teatro (1822-1847). En efecto, se produce la lenta demolición de un sector del convento de San Agustín para cederlo a otros fines. Se trata de la “desacralización” de un espacio para hacer una plaza y facilitar el estacionamiento de coches y carrozas frente al Teatro de la Comedia (luego Teatro Principal y, hoy, Teatro Segura) sin obstaculizar el tránsito. Durante el gobierno del Protectorado, Torre Tagle y Bernardo de Monteagudo obligan a los agustinos a “donar” parte de su complejo. Las obras de demolición se inician en 1823 pero avanzaron lentamente hasta que, entre 1845 y 1847, durante el gobierno de Castilla, se construyen el edificio y los pórticos. Según el arquitecto Héctor Velarde, fue la primera obra de urbanismo en la Lima republicana.

Más adelante, luego de la guerra civil entre Cáceres y Piérola, en que quedó seriamente dañada la única torre que quedaba en pie, el 12 de octubre de 1902, se clausuró el templo por estar en estado ruinoso y el culto se trasladó a la capilla del convento mientras se terminaban las obras de reconstrucción del claustro principal, ya que se había demolido la escalera imperial del convento. A partir de ese momento, los agustinos inician una de las reconstrucciones más polémicas realizadas en un complejo religioso en los tiempos republicanos. En 1903, aprobaron el presupuesto para derribar todo el techo de la iglesia, para lo cual se picó todo el revoque de la iglesia hasta dejarlo en ladrillo y así ver el verdadero estado del templo; en este proceso, también retiraron el zócalo de azulejos. Del antiguo templo no quedó nada, pues se demolió todo por encontrarse que estaban sobre cimientos falsos; también se retiró el piso de ladrillo y se colocó uno nuevo. Finalmente, se colocó un altar provisional de madera.

En síntesis, las consecuencias de la reforma fueron las peores, pues se alteró el interior y exterior del edificio; se le cambió la escala con la apertura del rosetón (ventana circular calada) sobre la calle central (Jirón Ica); se afectó la portada de ingreso al convento, se demolió la magnífica y sólida torre, que le daba prestancia a la esquina del Jirón Camaná con la plazuela de San Agustín); se eliminó la cúpula y el crucero; y se desmontó el techo para para subirle la altura con otro nuevo y anodino. Afortunadamente, el proyecto no se concluyó, pues estaba prevista una gran torre central al eje del frontis, lo cual hubiera puesto en peligro la portada barroca, y dos ridículas torres a los lados. De todo este despropósito, solo quedó el muro perimetral de la iglesia y los cuatro pilares del crucero y, claro, la portada-retablo.

Escribió José de la Riva-Agüero sobre estas obras: “Los de la generación presente hemos visto derribar la maciza y majestuosa torre de S. Agustín, con sus torneados balaustres y agujas piramidales, a manera de obeliscos, pintadas en granate obscuro, hermana por solidez y el aspecto, de las cuadradas y recias torres de S. Francisco. No solamente echaron abajo los vulgares arquitectos el solemne campanario, con el pretexto consabido de hallarse ruinoso, después de la revolución del 95, cuando con buena voluntad y destreza era muy hacedero consolidarlo o recosntruirlo parcialmente, reproduciendo el mismo estilo, sino que demolieron con desdén y saña sistemática la pintoresca y anchurosa iglesia para substituirla por la horrible elefantiasis pseudo románica actual, sin respetar más que la churrigueresca portada, la cortesana y torneada sacristía (con la estofa y el esmalte dorado de sus imágenes bárbaramente recubierto de negro), y el espléndido artesonado de la antesacristía, que muestra en sus combadas formas y contexturas de quilla marítima, evidente herencia mudéjar. Pero fuera de estas tres joyas, ¡cuántas curiosidades atesoraba la rancia iglesia de S. Agustín, y han desaparecido sin remisión” (Añoranzas. Lima, 1932)

“San Agustín fue uno de los conventos más lujosos y ricos de Lima y no deja aún de demostrarlo. La primera piedra de su construcción fue puesta por el Arzobispo Loayza en 1592. Ahí está, entre otros ejemplos, la sillería del coro de la iglesia, primorosamente tallada, con sus columnillas clásicas, su famosa ante-sacristía, única en Lima por el magnífico techo mudéjar de tres planos que la cubre, con todas las galas suntuosas y decorativas de la tradición árabe, y la mueblería de esa sacristía, del más crispado y fino barroco del siglo XVIII. Entre la sacristía y el prepaartorio es de notar el lavatorio; composición notable con ángeles y conchas de alabastro a manera de fuentes, ejecutado en 1693. El claustro del Convento lo forman esbeltas arquerías de dos pisos en que las pilastras presentan en sus esquinas una menuda serioe de resaltes que corren dando vuelta por los arcos, creando un delicado efecto de suavidad y elegancia. En l apalnta baja, sobre la parte más alta de los corredores, se desarrolla un friso de óleos sobre la vida de San agustín, pintados por el notable maestro cuzqueño Basilio pacheco 1744-46” (Héctor Velarde, 1990).

Plazuela de San Agustín.- El lugar que ocupa esta plazoleta fue el solar de Francisco Velásquez de Talavera, alcalde de Lima en 1553 y 1566. Su residencia fue heredada por su hija, Inés de Sosa, quien se casó con Francisco de Cárdenas y Mendoza, también alcalde de Lima en 1595. Luego, en 1612, en este espacio se construyó un “corral de comedias”, propiedad de Alonso de Ávila y su esposa, María del Castillo. Según Juan Bromley, es posible que delante de este teatro se dejara un espacio libre para el público, lo que habría originado la plazoleta. Cabe añadir que para esa época, ya los agustinos habían construido tu templo y su convento en la manzana de al lado. ¿Qué hubo antes en esta plazuela? Antiguas fotografías demuestran que en su perímetro existía una casona con un espectacular mirador de corte gótico. Luego, en ese mismo lugar, se construyó, en 1955, el edificio de oficinas de la compañía “Peruano-Suiza”, donde funcionó, hasta inicios de la década de 1970, la sede de la embajada suiza. El inmueble fue diseñado por el arquitecto suizo Teodoro Cron, quien le prestó mucha importancia al peatón, a quien le dio un pasaje debajo del edificio, que permite ver la hermosa fachada barroca de la iglesia de San Agustín; actualmente, es el local principal del SAT, Servicio de Administración Tributaria. Asimismo, en esta plazoleta estuvo el monumento a Eduardo de Habich, fundador de la Escuela de ingeniero, por lo que se le llamó “Plazuela Polonia” (el monumento se trasladó luego a Jesús María). También estuvo aquí un obelisco en honor de Jaime Bausate y Mesa, fundador de la Gazeta de Lima, primer periódico del Perú y de América del Sur (luego se ubicó el monolito en el Campo de Marte). Actualmente, podemos admirar, al centro, una estela en homenaje al poeta César Vallejo, inaugurada en 1961. Esta obra del escultor vasco Jorge Oteiza es, quizá, la escultura más valiosa que hoy adorna Lima por la fama de su autor. Fue el primer monumento abstracto levantado en nuestra ciudad, en un lugar de tradición barroca, que significa la ruptura con la figuración y la exaltación romántica del personaje. Sin embargo, a pesar de todos estos cambios, la plazuela perduró con su viejo nombre de San Agustín.

OTROS OBRAS VINCULADAS A LOS AGUSTINOS EN EL VIRREINATO:

El Colegio de San Ildefonso.- Fue fundado en 1612 y fue el primero que tuvo iglesia toda de bóveda en Lima, tal vez obra de fray Jerónimo de Villegas. El padre Bernabé Cobo describe la iglesia, y dice que era pequeña, aunque fuerte y toda de bóveda. El pequeño convento tenía dos claustros. El primero de bóveda, con arcos dorados, uno de los más vistosos de Lima; el segundo, con el refectorio.

Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación.- Fue el primero de Lima y se fundó (en la calle Concha) el 25 de marzo de 1558 por Leonor de Portocarrero y su hija, Mensía de Sosa, viuda del conquistador Francisco Hernández Girón, y auspiciado por el padre agustino Andrés de Santa María; gozó con la protección del virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Inicialmente tuvo el nombre de Nuestra Señora de los Remedios. Fruto de las donaciones y del prestigio de sus recluidas, la comunidad de monjas pudo comprar la huerta de la Encarnación al capellán de ellas, Diego Sánchez. Así, el 21 de junio de 1562 pudo inaugurarse el monasterio con gran ceremonia. Lima vibró con este acontecimiento. El virrey Conde de Nieva, el arzobispo Jerónimo de Loayza y miles de limeños, en fastuosa procesión, celebraron el inicio del monasterio. A lo largo de la Lima virreinal fue el convento más poblado. En 1631, por ejemplo, contaba con 233 profesas de velo negro, 37 de velo blanco, 18 novicias, 45 donadas, 34 seglares hijas de nobles y más de 400 mestizas, mulatas, negras y esclavas al servicio de las monjas. Este convento también es considerado el Alma Mater de todos los conventos de clausura que se fundaron en la capital del Virreinato. Prueba de ello es que de él salieron monjas para la fundación del Monasterio de la Concepción (18 de Agosto de 1573); para reedificar y renovar el de monjas Bernardas (21 de febrero de 1579) y para fundar el Monasterio de Santa Clara (10 de septiembre de 1605).

El problema es que el local del monasterio vivió presionado por el crecimiento de la ciudad, por lo que su área original fue disminuyendo. En 1858 perdieron la mitad del terreno para dar lugar a una estación del tren a Chorrillos en lo que es hoy la Plaza San Martín. Luego, en 1910, le fueron expropiados 3.325 metros cuadrados para prolongar la avenida Nicolás de Piérola. Finalmente, el terremoto de 1940, al que le siguió un devastador incendio, destruyó de tal forma el convento y la iglesia que obligó a las religiosas a vender todo y trasladarse a su nuevo emplazamiento en la cuadra 17 de la avenida Brasil donde, desde el 6 de marzo de 1943, pasó a vivir la comunidad. El nuevo local fue diseñado por el arquitecto Alfonso G. Anderson, los padrinos de la obra fueron el presidente de la república Manuel Prado y Ugarteche y su esposa Enriqueta Garland, y fue bendecido por el monseñor Pedro Pascual Farfán, obispo de Lima.

La Molina.- El actual distrito de La Molina fue creado el 6 de febrero de 1962. Sin embargo, la historia de sus terrenos, ahora urbanizados, se remonta a varios siglos, desde los tiempos prehispánicos, cuando fue morada de diversos cacicazgos y paso del famoso “camino del inca”, del cual quedan aún sus vestigios. Luego de la Conquista, sus grandes extensiones de terreno fueron dedicadas al cultivo de hortalizas, caña de azúcar y algodón. Como sabemos, cuenta la tradición que el nombre de “La Molina” se debería a los numerosos molinos de caña o trapiches que existían sobre lo que hoy conocemos como “La Molina Vieja”. Luego, con el avance urbanístico de los tiempos republicanos, estos molinos irían desapareciendo, quedando tan sólo su nombre de recuerdo. Recordemos también que la tradición dice que, desde los tiempos coloniales hasta los primeros años de la República, los esclavos que eran llevados a la hacienda de La Molina eran sometidos a duras tareas; supuestamente recibían despiadados castigos que dieron origen al conocido pan-alivio A la Molina que en su estribillo dice: “A la Molina no voy más porque echan azote sin cesar”. Sin embargo, es más probable que el nombre del distrito se deba a una de estas dos historias respecto a sus diversos propietarios. Al rico comerciante español Melchor Malo de Molina y Alarcón, quien a principios del siglo XVII (1618) adquirió estas tierras para formar la hacienda, que luego pasaron a manos del Monastaerio de Nuestra Señora de la Encarnación. A doña Juan de Molina, esposa del capitán Nicolás Flores, quien al enviudar quedó como propietaria de esta hacienda a principios del siglo XVIII (1701). Desde ese momento, la propiedad sería llamada hacienda o fundo de “la Molina” (esta sería la versión más confiable).

El Agustino.- El nombre de este popular distrito, creado en 1960, se debe a su famoso cerro rocoso, tomado por los padres agustinos, durante la época colonial, para aprovecharlo como cantera, y emprender el lucrativo negocio de fabricación de bloques de ladrillos de cal. De allí el surgimiento de la “calera del agustino” y de la “chacra del agustino”, en alusión esta última a los cultivos que realizaban los curas de la orden de San Agustín en los alrededores del cerro.

Colegios.- Entre los colegios que administra la Orden en Lima tenemos, en primer lugar al tradicional Colegio San Agustín (Avenida Javier Prado-Este 980, San Isidro). Fundado el 15 de marzo de 1903, bajo la dirección del padre Ignacio Monasterio, su primer local estuvo ubicado en el convento de San Agustín, también llamado “Nuestra Señora de la Gracia”, en el jirón Ica del Centro de Lima. Funcionó, hasta 1920, como un internado. Sin embargo, con los años se convirtió en un colegio exclusivo, dirigido a los hijos varones de la clase alta limeña. El 16 de febrero de 1955, luego de 52 años funcionando en el centro Histórico, el plantel se mudó a su nuevo local de la avenida Javier Prado, en el cruce con Paseo de la República, en San Isidro. El 21 de diciembre de 1958, se inauguró y se bendijo la capilla del colegio, llamada Nuestra Señora de la Consolación; también se inauguró el pabellón de la Sección Infantil. Al año siguiente, se inauguró la Biblioteca y, 10 años después, en 1969 el gran Coliseo con capacidad para 3 mil espectadores (en 1963 se abrió la piscina). En 1978, cuando celebró sus Bodas de Diamante, fue inscrito en el Registro de Honor del Ministerio de Educación. En 1993 se dio el gran cambio cuando se dio inicio a la educación mixta o “coeducativa”; en 2004 salió la “Primera Promoción Coeducativa”. En 2003 se construyó el “Pabellón Centenario” en homenaje a los 100 años de fundación del colegio. Luego, citamos al Colegio Santa Rosa de Chosica (Avenida Trujillo 590, Chosica), fundado por los padres agustinos el 25 de febrero de 1911 e inspirado en homenaje a Santa Rosa de Lima. Empezó como internado de varones; en 1979 pasó a ser externado de varones para convertirse, en 1992, en colegio mixto. Este año cumplió su Centenario. Finalmente, tenemos al Colegio Parroquial Nuestra Señora del Consuelo (Prolongación Primavera 1620, Monterrico). Se fundó el 15 de marzo de 1999 en un espacio anexo a la parroquia Nuestra Señora del Consuelo, bajo iniciativa del padre Miguel Diez Medina, quien, como párroco, dispuso la creación de una escuelita. Hoy el colegio cuenta con casi 2 mil alumnos y está dirigido por el padre Eugenio Alonso Román.
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Notas sobre los mercedarios en Lima

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Grabado del siglo XIX: Iglesia de la Merced en el jirón de la Unión y la calle de Jesús Nazareno

No fueron tan numerosos como los franciscanos, dominicos o jesuitas pero los frailes de la Orden de La Merced también contribuyeron con la evangelización de los indios. Estuvieron desde la Conquista. En 1534 los tenemos en el Cuzco y acompañaron a Diego de Almagro a su fracasada expedición a Chile. Como no era una orden “mendicante”, pudo disponer de bienes inmuebles; así se hicieron de tierras y estancias.

Uno de sus más tenaces misioneros fue fray Diego de Porres, antiguo soldado convertido en evangelizador. Abrazó el sacerdocio en 1538 y trabajó en doctrinas de la sierra sur y de la actual Bolivia (llegó hasta Santa Cruz de la Sierra). Este misionero creó un interesante método que consistía en la enseñanza del catecismo usando los quipus, que suponía la colaboración cercana de los curacas y los indios cultivados. Esta modalidad de enseñanza fue sugerida en su Instrucción para sacerdotes doctrineros y fue extendida por los frailes mercedarios para propagar el catolicismo entre los indios. Otro mercedario destacado fue Martín de Murúa quien, por su afán evangelizador, se concentró en el estudio de la historia incaica. De origen vasco, Murúa aprendió el quechua y el aymara; asimismo, caminó por gran parte del Virreinato. De esta manera, dejó, en 1616, una crónica manuscrita en la que describía la vida cotidiana y los lazos de parentesco de la elite cuzqueña. Su texto, de gran valor para los historiadores, recibió el título de Origen y descendencia de los incas.

Los mercedarios en Lima.- Los mercedarios aseguran ser los frailes más antiguos de Lima, pues hay una tradición que cuenta que estuvieron en el valle del Rímac antes de la fundación de la ciudad. Dicha leyenda dice que tuvieron una ermita en el lugar donde hoy está la portería de su convento. Cierta o no la tradición, lo que sí sabemos es que estuvieron desde la fundación de Lima y que Pizarro les dio cuatro solares para fundar su convento. También se dice que el primero en hacer una misa en Lima fue un mercedario, fray Miguel de Orenes, fundador y primer comendador del Convento de mercedarios de Lima, que estuvo bajo la advocación de San Miguel Arcángel.

El convento de San Miguel.- La iglesia se construyó toda en el siglo XVI. La obra se inició en 1542; tuvo una nave, cubierta de madera, y capillas laterales comunicadas entre sí. El altar fue financiado por doña María Escobar, a fin de que fuera enterrada allí, según un contrato de 1542. El 1598, se le adosó una torre, contratada por el Comendador fray Diego de Angulo con Alonso de Morales, uno de los principales alarifes de la ciudad por aquellos años.

Del convento tenemos pocas referencias del XVI y principios del XVII. La fuente más autorizada es la del padre jesuita Bernabé Cobo, quien describió la Lima de ese tiempo: “en el convento no han acabado todavía el edificio, si bien de treinta añosa esta parte han labrado el claustro principal, que es uno de los más capaces y bien edificados de la Ciudad, con fuente de piedra en medio y cercadote corredores doblados, con los pilares altos de linda piedra traída de Panamá”. No hay más datos de la iglesia ni el claustro del siglo XVI y no podemos afirmar si lo que dice Cobo es absolutamente cierto pues todo se reedificó en el siglo XVII.

Los mercedarios inauguraron su iglesia en 1630, y fue obra de Pedro Galeano. Los frailes, con los años, siguieron embelleciendo su templo hasta que llegó el terremoto de 1687 que lo destruyó todo. Bajo las ruinas, lo mercedarios celebraron el culto en una capilla y se cobijaron en celdas de madera y caña. Para la reconstrucción llamaron a tres alarifes comisionados por el Cabildo, Diego Maroto; Manuel de Escobar y Pedro de Asensio. Ellos fueron los responsables de que surgiera, tras los escombros una de las más importantes expresiones del barroco hispano en la Ciudad de los Reyes.

Se respetó la planta original y se levantó la nueva iglesia con adobe y madera con excepción de la fachada principal, toda de ladrillo y piedra, que hoy todavía podemos apreciar. La portada-retablo que labrada entre 1697 y 1704 y es una clara evolución del estilo que se inició con la portada de San Francisco; además, inauguró en Lima, en las fachadas, el uso de las columnas salomónicas. Según Jorge Bernales Ballesteros: “Tres calles dividen los dos cuerpos de la portada dispuesta en dos planos distintos por columnas salomónicas pareadas. De acuerdo a la tradición limeña, un basamento corrido se quiebra en saliente bajo las columnas de ambos cuerpos, lo que unido al medio punto abocinado en forma de venera del vano de ingreso, imprime movimiento ascendente a la cornisa que en vez de romperse en forma de frontón abierto al gusto limeño, se quiebra formando un encuadramiento escalonado que no tiene precedentes no formó escuela en el arte de Lima. El segundo cuerpo tiene también cornisa quebrad, sobre hornacina de venera trilobular; sobre este eje un óculo avenerado –hoy cegado- llega hasta el ático de balaustres; un frontón curvo y abierto flanquea el escudo de al orden en liso paramento sobre el óculo central, que además interrumpe la balaustrada que une las dos torres. Las dos calles laterales, en distinto plano, están flanqueadas por pilastras con imbricaciones, como las que se encuentran en los retablos sevillanos del primer cuarto del XVII, decoración que también aparece en las pilastras de la hornacina central; los capiteles de estos soportes están formados por ménsulas invertidas y cubiertas por menuda ornamentación; elementos que también provienen del barroco hispalense de fines de dicha centuria, pues se encuentran en obras del círculo de Leonardo de Figueroa, como por ejemplo, el claustro de San Acasio de Sevilla. Es una portada compacta, de movimiento ascendente y gran riqueza por la profusión de relieves, molduras e imágenes que hacen de ella un colorido retablo en piedra y ladrillo trasladado a la calle”. Cabe destacar que la portada lateral de la iglesia, llamada por los limeños “Los Guitarreros” es posterior, 1765-1768, un ejemplo del barroco final en nuestra ciudad.

Según el arquitecto Juan Günther, “antes de la proclamación de la Independencia el infatigable introductor en Lima del neoclasicismo, el presbítero Matías Maestro, reconstruye totalmente el altar mayor que en 1810 será dorado por el pintor Félix Batlle. En 1807 el escultor José Vato labra una estatua de San Bernardo. En 1810 el platero José Palomino hace seis candeleros grandes de plata y el 30 de agosto de 1814 el dorador Andrés Bartolomé de Mendoza dora, graba y encarna las imágenes de la Virgen y San Juan del retablo de Jesús Nazareno… En 1860 el arquitecto Guillermo D’Coudry hace una refacción integral del templo de La Merced especialmente en lo tocante a la torre, las cúpulas y bóvedas entre el altar mayor y el coro. Pero a fines del siglo pasado la fachada de la iglesia de La Merced, incluyendo su magnífica portada, va a ser cubierta con una gruesa capa de yeso para darle un aspecto de arquitectura afrancesada que el templo jamás tuvo. Este maquillaje fue levantado afortunadamente en 1940 por el arquitecto Emilio Harth-Terré‚ para restituirle el aspecto original que le dio el notable alarife mercedario Cristóbal Caballero trecientos años antes”.

El padre Urraca.- Nació en España (Sigüenza, 1583), estudió con los jesuitas pero se incorporó a la orden mercedaria y llegó a Lima, donde se hizo sacerdote. Sus hagiógrafos cuentan que sufría constantes tentaciones del demonio que lograba vencer con rezos y cilicios. Por ejemplo, se ataba fuertemente una cadena a la cintura; estaba tan ceñida a su cuerpo que la piel empezó a crecer sobre ella. En cierta ocasión –prosiguen sus hagiógrafos- el diablo, furiosos por los rezos de Urraca, lo persiguió por el claustro para golpearlo pero, milagrosamente, se abrió una pared para que se refugiara en la iglesia contigua. Dicen que tenía también el “don” de la profecía y que era un constante divulgador del culto de la Santísima Trinidad. La cruz con la que predicaba es hoy objeto de veneración pública. Murió en 1657. Revisando los libros de de Luigi Aquatias (Vida del P. Fr. Pedro Urraca. Roma, 1976) y de Rafael Sánchez-Concha (Santos y santidad en el Perú virreinal. Lima, 2003), no aparece nada sobre la supuesta aparición del diablo y la apertura de la pared. Ojo que el primer libro es un texto que intenta documentar la “santidad” de Urraca. Al parecer, se trata de una leyenda popular. Solo en el librito Vida del V. P. Fr. Pedro Urraca de la Santísima Trinidad. Religioso de la Orden de la Maerced, escrito por un religioso de la misma orden (Lima, s/f), es decir un texto casi anónimo, se lee en la página 36 lo siguiente: “Muchas veces robaba algunos ratos de su corto sueño para salir al claustro a orar o hacer alguna peniencia extraordinaria. Se cuenta que en una de esas ocasiones, después de orar al pie de la cruz, cargó con ella y, perseguido por el demonio, se abrió la pared de una manera milagrosa y el P. Urraca pasó tranquilamente por la hendidura cargando la cruz”.

La Virgen de La Merced, patrona de las Fuerzas Armadas.- En 1730, la virgen de La Merced es declarada “Patrona de los Campos de Lima” y se organiza por primera vez su procesión. Luego, el 24 de setiembre 1823, es declarada “Patrona de los Campos de Lima y sus alrededores y de los Ejércitos de la República del Perú”, en una ceremonia presidida por el presidente de entonces, José Bernardo Torre Tagle, “en reconocimiento a la especial protección del Ser Supremo por mediación de la Santísima Virgen de las Mercedes en los acontecimientos felices para las armas de la Patria”. Por ello, como Patrona de las Armas del Perú, bajo su “advocación”, se ganó la batalla de Ayacucho en 1824. Desde ese año, tendrá la categoría de Castrense y reconocimiento del nuevo Ejército de la Patria. El 23 de septiembre de 1969, el presidente Juan Velasco Alvarado oficializó el título honorífico de Gran Mariscala del Perú y Patrona de las Fuerzas Armadas. Hoy vemos, en el altar de la Basílica de Lima, donde se ubica la imagen de la Virgen, las insignias de las instituciones militares y su bastón de Mariscala.

Colegio Nuestra Señora de La Merced.- Este centro de estudios tiene como antecedente el Colegio San Pedro Nolasco, fundado en 1646 por los mercedarios. Los frailes consiguieron la licencia para fundar un Colegio de Estudios y, en 1658, lo construyeron con una pequeña iglesia bajo la advocación de San Pedro Nolasco. La iglesia, lamentablemente ha sido mutilada y quedó muy deslucida, en comparación a las descripciones que tenemos de ella. Fue autorizada para ser usada por los mercedarios por Real Decreto de 1665 y por Real Cédula del mismo año. Pero en 1917, los mercedarios fundaron el actual Colegio de la Merced como parte de su misión evangelizadora. Tuvo como sede el Claustro de los Doctores del Convento de la Merced (jirón Carabaya 534), bajo la dirección del R.P. Emilio Peñaflor. Las actividades se iniciaron en junio de 1917, aunque la Resolución Ministerial que registraba su funcionamiento oficial, se expidió el 20 de agosto del mismo año. A partir de abril de 1972 entró en funcionamiento el nuevo local ubicado en el antiguo Fundo La Julita, ubicado en el Distrito de Ate.

LAS HACIENDAS DE LOS MERCEDARIOS EN LIMA.- Durante los años del Virreinato, los mercedarios recibieron las tierras de San Miguel de Surquillo, ocupadas por los indios yaucas, quienes inicialmente estuvieron encomendados a Antonio Solar. Los mercedarios convirtieron estos territorios, bañados por el río Surco, en pueblo-doctrina y luego en viceparroquia que dependió, primero, de Surco, y, luego, de Magdalena. De estas tierras saldrían los futuros Surquillo, Miraflores y la Calera de La Merced.

Surquillo fue, pues, un “barrio” o doctrina de indios, similar pero en pequeñas dimensiones, al pueblo y doctrina de Santiago de Surco. De allí que las autoridades le empezaran a llamar al nuevo pueblo “Surquillo” (testimonios cuentan que sus primeros habitante fueron los indios “yaucas”, desarraigados o traídos de Surco). Con los años, se convirtió en un pueblo algo marginal, habitado por gente pobre, entre el camino de Lima a San Miguel de Miraflores. Así transcurrió la vida de “Surco chico” o “Surquillo”, donde luego también se formó la hacienda que llevó el mismo nombre, propiedad de los mercedarios. Ya en tiempos republicanos, en la segunda mitad del XIX, la hacienda aparece como propiedad de Arturo Porta; sus tierras, de otro lado, cobrarían mayor vida cuando pasó cerca de allí el ferrocarril Lima-Chorrillos, construido por el presidente Castilla en 1857.

Con el tiempo, las tierras de San Miguel de Surquillo se dividieron entre Surquillo y Miraflores. El límite, al parecer, era la “guerta de Zurquillo”, ubicada en lo que es hoy el cruce de la avenida Alfredo Benavides y Paseo de la República. Los mercedarios, al parecer, se desprendieron de las tierras de Miraflores a inicios del siglo XVIII cuando, en una operación que no ha quedado clara, la propiedad pasó al Sargento Mayor don Manuel Fernández Dávila, vecino de Lima pero nacido en Toledo (España). Se sabe que este militar era benefactor no solo del Convento de La Merced sino de hospitales, monasterios y gente menesterosa. Es probable que por estas “operaciones” se viera beneficiado con las tierras de Miraflores. Lo cierto es que Fernández Dávila amplió el área cultivable de Miraflores y la orientó hacia los acantilados. De otro lado, los indios del lugar habían alcanzado una relativa autonomía porque compartían el agua con la familia Fernández Dávila. En lo sucesivo, los indios se irían desprendiendo poco a poco de sus chacras en favor de particulares, proceso que duraría entre finales del XVIII e inicios del XIX cuando aparecieron nuevos dueños en la zona. Fue así que llegaron el los comerciantes Francisco de Ocharán y Mollinedo y Francisco de Armendáriz y pita, y el alto burócrata Juan José Leuro y Carfanger; todos formaron sus chacras o fundos.

Eran sin duda, años difíciles en los que Miraflores ingresaba a los nuevos tiempos. Por ejemplo, a la altura de lo que es hoy el “Óvalo” se reunieron los representantes del virrey Pezuela y del libertador San Martín para discutir la posibilidad de la Independencia (Conversaciones de Miraflores). Luego de culminada la guerra con los realistas, durante la temprana República, Miraflores se fue convirtiendo en un pueblo con una iglesia “pequeña pero vistosa” y un vecindario compuesto, en 1839, por 18 blancos y/o mestizos y 121 indios que se dedicaban a la agricultura. Eran años tranquilos que no se alteraron con la construcción del ferrocarril de Lima a Chorrillos; lamentablemente, esa quietud se acabó cuando en 1881 sus escasos pobladores tuvieron que tomar el fusil para defenderse del ataque chileno. Luego del conflicto, llegan a Miraflores más propietarios como los italianos Domenico Porta y Francesco Priamo.

Respecto a Surquillo, la historia nacional también se hace presente en su jurisdicción con el Parque Reducto N°5 y sus 4 cañones apuntando hacia el sur. Desde allí, un batallón, al mando del coronel Narciso de la Colina, se enfrenta a las fuerzas chilenas en la batalla de Miraflores. Ubicado en la avenida Angamos, el parque, de acceso restringido, cuenta con más de 4 500 metros cuadrados y, durante la Guerra del Pacífico, estaba ubicado en la hacienda de José M. León. Otro sitio de interés es la Huaca La Merced, un santuario donde los antiguos pobladores de la cultura Ichma realizaban sus rituales. Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, la mayor parte de las tierras que hoy pertenecen a Surquillo fueron haciendas que pertenecieron a Tomás Marsano, quien, luego, construiría su fortuna de los bienes raíces: lotizar sus haciendas para vivienda. En estas tierras se cultivaba algodón, olivos, pan llevar (tomates, lechugas, coliflor, zanahoria, culantro) y viñedos para elaborar el vino de Surco y los piscos de la hacienda La Palma de Higuereta. Con los años, también aparecieron ladrilleras, establos, chancherías, avícolas, el comercio artesanal, laboratorios farmacéuticos y la primera fábrica de galletas “Fénix”.

Respecto a la Calera de la Merced, funcionó, entre otras cosas, como pedregal o cantera de calizas (de ahí su nombre), como lo fue en su momento la Calera del Agustino, la Calera de Monterrico o el fundo de San Juan de Lurigancho de los Aliaga. Era una de las actividades que le daban “caja” a las haciendas aledañas a Lima, especialmente a las cercanas a las últimas estribaciones andinas o lechos de riachuelos (como el río Surco): ricas en cal, canto rodado y argamasa para ladrilleras. La urbanización la Calera de La Merced, ubicada en Surquillo, fue construida entre 1977 y 1978 por el Fondo de Empleados del Banco de la Nación para las familias de sus trabajadores. En total se construyeron poco más de 900 casas de diferentes modelos, que eran asignadas según la jerarquía de los empleados y sus posibilidades de pago. La mayor parte de las calles de la Urbanización lleva el nombre de poetas y escritores peruanos. Actualmente, el parque público más grande y concurrido es el “Parque de Los Héroes” o también “Cenepa” (en el centro tiene un emblema en homenaje a los combatientes del Cenepa; también tiene una cancha de frontón, una de fulbito y una pista con rampas de cemento para patinar. Cabe anotar que el origen remoto de esta Urbanización se relaciona con una expropiación que el Banco de la Nación hizo, en 1970, a la familia Marsano de los terrenos de la Calera de la Merced (casi 450 mil metros cuadrados).

Francisco del Castillo Andraca y Tamayo (¿Piura 1714?-Lima 1770).- Fue un poeta y dramaturgo de la orden mercedaria, hijo del corregidor Luis del Castillo y de Jordana Tamayo y Sosa. A pesar de que fue muy corto de vista (dicen que perdió la vista a los 4 años de edad), desarrolló, precozmente, una inteligencia y memoria sorprendentes; cuentan que solo de oídas aprendió Latín y Humanidades. Quedó huérfano en 1730, y heredó de su padre una imprenta y algunos bienes; sus parientes –dice su biografía- lo trataron de convencer para que contraiga matrimonio, pero el joven Francisco se rehusó y decidió optar por la vida religiosa. La Orden de La Merced le dispensó de su ceguera y le aceptó como lego en 1734. De esta manera, El ciego de La Merced, como también le llamaron (para diferenciarlo de su homónimo, el jesuita), repetía disertaciones doctrinarias y poemas aprendidos solo de oídas; asimismo, comentaba, en forma de versos, los sucesos del día. También era llevado a tertulias en las que entonaba canciones sobre temas que le proponían y contestaba en verso las preguntas que le formulaban: incluso, dice que componía obras teatrales con los personajes que le describían, cuyas partes interpretaba inmediatamente con voz y gestos. Así, adquirió fama de repentista (persona que improvisa) sin que esto afectara la calidad de su cultura literaria. Murió en noviembre de 1770. Aunque Castillo alcanzó gran fama en su época y sus obras fueron preparadas para la imprenta, diversas circunstancias, entre ellas el juicio abierto a José Perfecto de Salas, su mecenas, hicieron que casi todas permanecieran inéditas, con lo que paulatinamente quedaron olvidadas. Ricardo Palma le dedicó la tradición “El ciego de la Merced”, en las que reproduce sus más ingeniosas improvisaciones. La primera compilación de su obra la realizó el padre jesuita e historiador Rubén Vargas Ugarte (Castillo. Lima, 1948); su obra completa la publicaría Carlos Milla Batres en dos tomos en una tesis doctoral en San Marcos (1976) y César A. Debarbieri: Fray Francisco del Castillo O.M., Obra completa (Lima, 1996).

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Notas sobre los dominicos en Lima


Iglesia de Santo Domingo de Lima según grabado del libro del padre Meléndez (1681)

Los primeros religiosos en pisar el Perú fueron los dominicos (la “Orden de los Predicadores”), quienes acompañaron a Francisco Pizarro en su tercer viaje (1531). El más importante de ellos, sin duda, fue fray Vicente de Valverde, protagonista de la captura del inca Atahualpa en la plaza de Cajamarca. Fue el primer obispo del Cuzco y, por extensión, del Perú. Luego, fueron llegando los frailes Juan de Olías, Alonso de Montenegro, Tomás de San Martín, Francisco Toscano, Domingo de Santo Tomás, Gaspar de Carbajal y otros. Tras los años iniciales de la Conquista, el número de frailes dominicos aumentó. En 1595 era de 338 y estaban distribuidos en sus conventos de Lima, Cuzco, Potosí, Chuquisaca, Tarija, Arequipa, Chimba, Parinacochas, Huamanga, Huancavelica, Castrovirreyna, Condesuyos, Huánuco, Trujillo, Chicama, panamá, Yauyos, Yungay, Chincha, Jauja, Huancayo y el Callao.

A partir de las guerras de independencia, y durante gran parte del siglo XIX, los dominicos sufrieron su peor crisis en el Perú. Muchos de sus frailes, de origen español, retornaron a la Península. Además, todos los canales de comunicación con los Superiores de Roma fueron cortados. Así, por Decreto Supremo del 23 de marzo de 1822, fue destituido el Provincial fray Jerónimo Cavero y, prácticamente, fue disuelta la Provincia. Otro decreto, del 28 de setiembre de 1826, suprimió los conventos de Santo Tomás, de la Recoleta y de Santa Rosa y todos los que no contaban con ocho frailes, por lo que la Provincia quedó reducida solo a tres conventos. Solo la visita ocasional de fray Vicente Nardini, en 1879, despertó en el dominico italiano el anhelo de restaurar la antigua Provincia peruana. Conseguidas las facultades de Visitador y Vicario General (1881), inició un arduo trabajo hasta que, el 4 de agosto de 1897, el Maestro de la Orden, fray Andrés Fruhwirth, en su decreto Peruvianis Regionibus, restituyó a la Provincia todos sus derechos como los tienen todas las Provincias de la Orden.

Los dominicos y la Universidad de San Marcos.- Como resultaba ser muy costoso para los españoles enviar a sus hijos (criollos) a la Universidad de Salamanca, se decidió obtener el permiso para tener una universidad en Lima: Si los criollos no pueden ir a Salamanca, venga Salamanca a Lima, fue la consigna. Para lograr la licencia viajaron a España, por 1550, el fraile dominico Tomás de san martín y el capitán Jerónimo de Aliaga. Como no encontraron al emperador Carlos V en la Península, decidieron darle el alcance en Alemania. Allí lograron que Carlos v, por real cédula del 12 de mayo de 1551, creara el estudio General de la Ciudad de los Reyes, o sea, la Universidad de Lima.

Al igual que en Salamanca, los estudios comenzaron bajo la dirección de los frailes dominicos. Las primeras clases se impartieron en el convento de Santo Domingo de Lima, en 1553, local donde había funcionado anteriormente el Colegio del Rosario, regentado también por los dominicos. El nuevo centro de altos estudios fue reconocido y confirmado por el papa Pío V en 1571, cuando fue electo su primer rector, el médico Gaspar de Meneses, quien inició sus funciones en 1572. Luego, en 1574, el local de la Universidad se trasladó a la parroquia de San Marcelo y, en 1577, a su local definitivo, en la Plaza de la Inquisición (hoy está el Congreso de la República), donde funcionó hasta los tiempos de la Independencia.

San Marcos otorgaba los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor. De toda América llegaban jóvenes interesados en graduarse de médicos, abogados o teólogos. Se estudiaba en latín, la lengua culta de entonces y oficial de la Iglesia. Cabe destacar que la única lengua ajena al español y al latín que se enseñó en San Marcos fue el quechua, aprendida por los clérigos que eran destinados a las parroquias (curatos) de la sierra o a los que se dirigían a las misiones de la selva. Por ello, aparecieron rápidamente los vocabularios o diccionarios en lenguas nativas.

El Convento de Nuestra señora del Rosario.– Así se llamó la casa de los dominicos en Lima. Se sabe, por noticias de su primer prior, fray Juan de Olías, que la Orden levantó un pequeño convento en los dos solares que les concediera Pizarro, lo que crecieron, en 1541, en dos más, gracias a una segunda donación del Conquistador del Perú; también tenían levantada allí una iglesia o capilla provisional. Con la llegada del segundo prior, fray Tomás de San Martín, se impulsaron las obras. El nuevo templo se dispuso hacia el Oriente y fue levantado con el material que salía de la calera y la ladrillera que explotaba la Orden en Limatambo. Ese es el origen de la iglesia que vemos hoy. El convento, por su lado se construyó durante los siglo XVI y XVII hasta que fue dañado por el terremoto de 1746, especialmente el claustro del noviciado. Respecto al claustro principal, lo más valioso son sus 30 mil azulejos, obra del maestro trianero Hernando de Valladares, a quien contrataron en Sevilla (1604). La reparación de la iglesia, luego del terremoto de 1746, estuvo a cargo del presbítero Matías Maestro, ayudado por fray Ignacio González de Bustamante. De acuerdo a las normas del neoclásico, se pusieron grandes columnas con capiteles jónicos en la portada y se destruyó el templo barroco. Se cubrió la bóveda con una tablazón estucada y oculta por pinturas que realizó el propio Matías Maestro. Estas desaparecieron en una restauración de 1898-1901 que dejaron al descubierto las bóvedas verdaderas. Las cubiertas laterales fueron reemplazadas por pequeñas cúpulas sobre nervaduras neogóticas y todos los retablos fueron retocados y estrenados en 1901, obra del italiano Francesco Sciale, muy criticados pues rompen la armonía del recinto.

Los dominicos y sus haciendas de Lima.- A los dominicos se les entregó parte de los indios del Santiago de Surco, es decir la parte más occidental y noroeste del valle de Surco. De allí surge la hacienda Santa Cruz, con límites aún imprecisos porque llegaban hasta el acantilado, donde desembocaba el río Huatica, hoy a la altura de Marbella. Luego, a esta propiedad se agregó la diminuta hacienda de La Chacarilla, ubicada donde hoy está parte del distrito hoy parte de San Isidro. Así nació la extensa propiedad Chacarilla de Santa Cruz o Santa Cruz y Chacarilla, regada por las aguas del río Huatica, que dieron, luego, origen al barrio de Santa Cruz, en Miraflores. En 1806, fue comprada en 1806 por José Antonio de Lavalle y Cortés, para su hijo Simón, al colegio Santo Tomás de Aquino a la Orden de los Predicadores. Su principal cultivo eran los cañaverales, con mano de obra esclava. Durante el siglo XIX, la hacienda pasó por diversos propietarios hasta que llegó a manos de Adriano Bielich, quien tuvo que entregar parte del terreno a la Empresa del Transporte Eléctrico de Lima y Chorrillos para la construcción del tranvía, en la actual Vía Expresa. Luego pasó a los hermanos Gutiérrez, y, en la década de 1920, como parte del distrito de Miraflores, se empezó a urbanizar en lo que son hoy las avenidas Dos de Mayo, Comandante Espinar y José Pardo para la “alta” mesocracia; la zona más “popular” quedó para lo que hoy son las avenidas Mendiburu y La Mar. Otra zona netamente residencial fue la que hoy corresponde a Dasso, Cavenecia, Pardo y Aliaga y la zona donde hoy está la Clínica Angloamericana y el Óvalo Gutiérrez.
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Capilla de la Tercera Orden Franciscana

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Esta “Sala de Ejercicios” está ubicada en la primera cuadra de la avenida Abancay y fue construida en 1738 por fray Luis de Santa María; su planta es rectangular de una sola nave con bóveda de medio cañón. Antes de que se abriera la avenida Abancay, formaba parte de todo el complejo arquitectónico de San Francisco; hoy ha quedado fragmentada, o mejor dicho “aislada”, al otro lado de la calle. Sufrió mucho con el terremoto de 1746, por lo que fue reconstruida por el Presbítero Matías Maestro (otros mencionan también la participación del padre Wilson) bajo los parámetros del neoclásico. Por ello, su fachada es sobria y simétrica, a la que sigue un notable atrio neoclásico. Luego del vestíbulo, compuesto por altas arquerías de medio punto, se ingresa a la capilla. Su altar mayor es de principios del XIX, que tiene dos columnas grandes de orden corintio que sostienen un arco de medio punto que corona el conjunto. Al centro, hay un retablo con ocho columnas pequeñas, también de estilo corintio, que rodean una escultura de San Francisco (esta es probablemente del siglo XVIII); corona este retablo una imagen del Cristo Crucificado. El coro alto, tallado en madera, también es neoclásico. Hay una serie de lienzos (Escenas de la Vida de Cristo) y una escultura del Arzobispo de la Reguera atribuidos a Matías Maestro.

Finalmente, tenemos el pequeño claustro, de un solo piso, de arquerías sobre columnas de madera muy sobrias; quizá lo que más impresiona de este bello rincón franciscano son los impresionantes azulejos sevillanos que rodean todo el conjunto; tienen ornamentación barroca (o rococó, que es el barroco tardío del XVIII) y destacan las figuras de la vida de San Francisco de Asís y rostros de indias. Cabe destacar que, esta zona, durante los primeros años de la Conquista, fue la Huerta de Pizarro. Este y otros detalles nos los da Héctor Velarde: Todo este conjunto arquitectónico hacía parte del Convento de San Francisco que fue seccionado para abrir la avenida Abancay. Esto se advierte por los restos del claustro de san Buenaventura cuyas arquerías fragmentadas se pueden observar frente a la Casa de Ejercicios. Es interesante notar que esa zona constituía, en los primeros tiempos de la Colonia, la Huerta de Pizarro, y que ésta fue sorpresivamente incorporada al Convento por los padres que cerraron y construyeron sus tapiales, según cuenta la tradición, en una sola noche.

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