Iglesia de San Agustín a finales del siglo XIX
Esta orden, creada en el siglo XIII, siguiendo los lineamientos de los escritos de Agustín de Hipona (354-430), se estableció en el Perú en 1551. Su “General” era el padre Jerónimo Seripando, quien autorizó la partida, desde España, de una veintena de frailes para evangelizar a los indios; el “superior” era Andrés de Salazar. Salieron de Salamanca, se embarcaron en Cádiz con rumbo a Panamá (donde se quedaron cuatro meses) y llegaron a Lima el 1 de junio de 1551: Luego que surgieron del puerto del Callao y se supo de su llegada en Lima, se conmovió el puerto y la ciudad. Apenas saltaron en tierra, iban tropas y tropel de bandadas de gente, y a los que les preguntaban dónde iba, les respondían que a ver a los santos agustinos que venían de España; de rodillas les besaban las manos y fue tan grande la veneración viéndoles la vida y experimentando sus virtudes, que por algunos años se hincaba de rodillas la gente ordinaria, y los indios cuando ellos pasaban, y estaban descaperuzados y bajas las cabezas hasta que hubiesen pasado, cuenta el cronista Antonio de la Calancha.
Los agustinos tomaron como primera residencia las casas ubicadas en la manzana de San Marcelo y luego (1573) la que actualmente se encuentra entre las calles San Agustín, Lártiga, Plazuela del Teatro y Calonge, a un par de cuadras de la Plaza de Armas. Dominicos y mercedarios protestaron por la cercanía, pues se desobedecía la disposición que fijaba en más de 200 cañas la distancia entre las puertas de los conventos de las órdenes; sin embargo, al final, los frailes de San Agustín se quedaron en esta manzana que ocupan hasta hoy.
En 1589, el convento de los agustinos ya contaba con 110 religiosos, 40 de ellos estudiantes de gramática, arte y teología. El convento y la iglesia estaban en construcción; en 1593, llegó a Lima la sagrada imagen del Cristo de Burgos, muy venerada hasta hoy. Por su lado, el padre Salazar envió, en una primera etapa, a sus frailes (que llevaban una vida ascética y rigurosa) por diversas poblaciones indígenas: Huamachuco, Huarochirí, Barranca, Manchay, Chilca, Mala, Cañete y Conchucos. Luego vendrían los conventos de Trujillo, Conchucos, Cuzco, Chuquisaca, Potosí, la Paz, Cochabamba. Arequipa, Huánuco, Guadalupe, Saña, Tarija, Huamachuco, Paria, Cotabambas, Cañete, Ica, Nazca y Chile.
Con el advenimiento de la República, la Orden ingresó en una prolongada crisis que se reflejó en una escasez de sacerdotes. A fines del XIX, la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas (gobernada por padres agustinos españoles) envió un grupo de frailes, al mando del padre Ignacio Monasterio, para reimpulsarla. El arribo se produjo en 1894 y se funda la Provincia de Nuestra Señora de Gracia bajo la tutela de la Provincia de Filipinas. Hasta 1903, en el convento de Lima había funcionado la Escuela de Primaria “Santo Tomás de Villanueva”, que fue reemplazada por el nuevo colegio San Agustín. De otro lado, en 1907 los agustinos aceptan la parroquia de Santo Toribio de Chosica y, en 1911, abren el Colegio Santa Rosa de Chosica para Primaria, Secundaria y sección de Internado. En 1958, en el antiguo convento, se abren las “Galerías de San Agustín” para tiendas y oficinas de renta y, en 1967, se habilita la playa de estacionamiento vehicular y el “Portal de San Agustín”, también para alquiler. En 1984, se inauguró la Iglesia del Convento, tratando de rescatar su antiguo estilo colonial. Desde 2005, la Provincia de Nuestra Señora de Gracia recupera su autonomía de la Provincia de Agustina de España. Actualmente, los agustinos tienen en Lima las siguientes parroquias: Nuestra Señora del Consuelo (Prolongación Primavera 1620, Monterrico); Nuestra Señora de Gracia (Calle 23 Nº 180, Córpac, San Borja); y Toribio de Mogrovejo (Avenida Trujillo 590, Chosica).
EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRACIA (Complejo de San Agustín):
Iglesia de San Agustín.- El 19 de julio de 1574 se colocó la primera piedra de la actual iglesia de San Agustín. En sus inicios, era pequeña y de aspecto rústico; en 1608, el carpintero Juan Mateos de Rivas añade a la construcción un salón techado de 60 pies de largo. Sin embargo, el terremoto del 19 de octubre de 1609 afectó mucho al naciente edificio, por lo que se convocó a una junta de alarifes, presidida por el prior y arquitecto fray Gerónimo de Villegas, para trazar un plan de recuperación del conjunto. De esta forma, se inició la construcción de una nueva iglesia y del actual convento que, hasta el terremoto de 1687, sería enriquecido con las siguientes obras:
a. El pintor italiano Angelino Medoro compuso para el refectorio el lienzo de la Virgen de la Concepción, de tamaño natural y rodeada de ángeles (1618).
b. El escultor sevillano Martín Alonso de Mesa Villavicencio hizo el retablo de Santo Tomás de Villanueva para la capilla de enterramiento de la familia Bilbao.
c. El escultor Pedro de Mesa culminó los retablos que dejó comenzados su difunto padre (1626).
d. El escultor Juan García Salguero hizo la sillería del coro alto (1627).
e. El pintor Antonio Dovela pintó y doró la bóveda de la capilla de Santa Lucía (1630).
f. El arquitecto y teniente Joseph de La Sida Solís, maestro mayor de la Catedral de Lima, construyó la torre esquinera (1636-1637).
g. El ceramista Juan del Corral hizo los azulejos para la capilla de la cofradía de indios de San Miguel (1642).
h. El alarife Luis Fernández Lozano hizo la nueva Sacristía y el entallador Diego de Medina le hizo el techo, así como su artesonado y cajonería (1643).
Todo este esfuerzo se vio seriamente afectado por el terremoto del 20 de octubre de 1687. Los frailes agustinos tuvieron que reconstruirlo totalmente. Por ello, en 1701 se inició la transformación del templo a una planta renacentista de tres naves comunicadas entre sí y con un amplio crucero. Luego, en 1710, se inició la construcción de su bella portada principal, cuyos gastos los cubrió un patronato dirigido por Bartolomé Noriega. De esta forma, el maestro cantero Ignacio de Amorín cortó y transportó las piedras de esta obra que se inauguró en 1712; lamentablemente, no se conoce el nombre del alarife que diseñó la famosa portada-retablo que, según el padre Antonio San Cristóbal, es “una fachada híbrida de estilo renacentista-barroco, sin mengua de su grandiosidad”. Para el arquitecto Juan Günther, “En el primero de estos cuerpos se ve el basamento con tracerías sobre el que se hallan cuatro columnas salomónicas, dos a cada lado de la puerta, cuyos fustes tienen una profusa decoración de hojas y flores. En los intercolumnios hay hornacinas con estatuas de santos. El segundo cuerpo que es tan exuberante como el primero se compone también de cuatro columnas, en cuyo centro se abre una gran hornacina que contiene una imagen en bulto de San Agustín pisando los bustos de dos herejes. El tercer cuerpo, que se separa del anterior por un cornizamiento ornamentado por cuatro cabezas de monstruos, en vez de las columnas tiene cuatro cariátides. El último cuerpo es el que contiene el vano de luz en forma ovalada que a comienzos de este siglo había sido convertido en una gran ventana circular y que afortunadamente hoy a recuperado su forma original”.
Durante esta etapa ocurrieron dos hechos peculiares:
a. La noche del 26 de octubre de 1743 ocurrió un episodio que conmocionó la ciudad y que es narrado por Ricardo Palma. El platero Lucas de Valladolid robó la Custodia de la iglesia de San Agustín para enterrarla en un lugar cercano a la Alameda de Acho y huir a Huancavelica. En dicha ciudad fue capturado y enviado a Lima. El 8 de diciembre fue ahorcado públicamente; previamente se le habían cortado las manos.
b. El tallado de la famosa estatua de “La Muerte”, realizada en madera por el escultor mestizo Baltazar Gavilán; los frailes agustinos la sacaban en procesión durante los días de Semana Santa.
Lamentablemente, otra vez la cruel naturaleza atentó contra el templo con el 28 de octubre de 1746. Hubo que hacer otra reconstrucción en la que nació la iglesia que hoy conocemos. Luego, en la guerra civil de 1895, una bala de cañón dirigida por las tropas de Cáceres contra las huestes pierolistas dañó gravemente la única torre que le quedaba a la iglesia de San Agustín (la otra fue derribada por el terremoto de 1746). Esto sirvió de pretexto para que los frailes agustinos emprendieran una de las más lamentables reformas que sufrió iglesia alguna en Lima. Así, en 1902 se decidió reconstruirla. Se derribó todo el techo de la iglesia y se retiró el zócalo de azulejos. Del antiguo templo no quedó nada, porque hasta la pared del altar desapareció. Se alteró el interior y el exterior del edificio, se demolió la magnífica torre, se eliminó la cúpula y el crucero, se desmontó el techo, se destruyó la escalera imperial del claustro principal, en fin, se quitó todo lo bueno y se dejó la apariencia pobre y lamentable que hoy luce su interior.
Portada lateral de San Agustín.- Pocos limeños advierten que al costado de esta iglesia, altura de la cuarta cuadra del jirón Camaná (calle Lártiga) hay una portada de dos cuerpos, estilo renacentista, con dos columnas jónicas, que siempre está cerrada y, hoy, protegida por una sencilla reja de fierro color verde. Según algunas informaciones, sería la portada más antigua que queda en Lima, trazada y labrada por el alarife Francisco de Morales en 1596. Antiguamente, solo durante la Semana Santa, dicho portón se abría para facilitar la salida de los fieles que iban a visitar las el templo o a escuchar el Sermón de las Tres Horas. Asimismo, algunos antiguos limeños recuerdan que, hasta bien entrado el siglo XX, no era raro ver muy temprano por las mañanas, una o más personas orando con el rostro contra el portón. ¿Cuál era el motivo? Pues había la creencia de que rezando un Padre Nuestro y algunas Aves Marías, con la cara hacia el portón, se podía formular una petición a san Agustín. Luego, había que esperar que pasara una pareja, ya sea un hombre con una mujer, dos hombres o dos mujeres. Si al pasar la pareja, en el curso de la conversación pronunciaban “sí”, significaba que san Agustín accedería a la petición; por el contrario, si la pareja pronunciaba un “no”, la solicitud sería denegada. Finalmente, como vemos en la imagen, la portada, construida con ladrillo sobre bases de piedra labrada, todavía conserva algo de la policromía que la adornaba originalmente.
San Agustín en la República.- Inmediatamente después de la Independencia, se produjo la demolición de un sector del convento agustino Nuestra Señora de la Gracia para dar paso a la Plazuela del Teatro (1822-1847). En efecto, se produce la lenta demolición de un sector del convento de San Agustín para cederlo a otros fines. Se trata de la “desacralización” de un espacio para hacer una plaza y facilitar el estacionamiento de coches y carrozas frente al Teatro de la Comedia (luego Teatro Principal y, hoy, Teatro Segura) sin obstaculizar el tránsito. Durante el gobierno del Protectorado, Torre Tagle y Bernardo de Monteagudo obligan a los agustinos a “donar” parte de su complejo. Las obras de demolición se inician en 1823 pero avanzaron lentamente hasta que, entre 1845 y 1847, durante el gobierno de Castilla, se construyen el edificio y los pórticos. Según el arquitecto Héctor Velarde, fue la primera obra de urbanismo en la Lima republicana.
Más adelante, luego de la guerra civil entre Cáceres y Piérola, en que quedó seriamente dañada la única torre que quedaba en pie, el 12 de octubre de 1902, se clausuró el templo por estar en estado ruinoso y el culto se trasladó a la capilla del convento mientras se terminaban las obras de reconstrucción del claustro principal, ya que se había demolido la escalera imperial del convento. A partir de ese momento, los agustinos inician una de las reconstrucciones más polémicas realizadas en un complejo religioso en los tiempos republicanos. En 1903, aprobaron el presupuesto para derribar todo el techo de la iglesia, para lo cual se picó todo el revoque de la iglesia hasta dejarlo en ladrillo y así ver el verdadero estado del templo; en este proceso, también retiraron el zócalo de azulejos. Del antiguo templo no quedó nada, pues se demolió todo por encontrarse que estaban sobre cimientos falsos; también se retiró el piso de ladrillo y se colocó uno nuevo. Finalmente, se colocó un altar provisional de madera.
En síntesis, las consecuencias de la reforma fueron las peores, pues se alteró el interior y exterior del edificio; se le cambió la escala con la apertura del rosetón (ventana circular calada) sobre la calle central (Jirón Ica); se afectó la portada de ingreso al convento, se demolió la magnífica y sólida torre, que le daba prestancia a la esquina del Jirón Camaná con la plazuela de San Agustín); se eliminó la cúpula y el crucero; y se desmontó el techo para para subirle la altura con otro nuevo y anodino. Afortunadamente, el proyecto no se concluyó, pues estaba prevista una gran torre central al eje del frontis, lo cual hubiera puesto en peligro la portada barroca, y dos ridículas torres a los lados. De todo este despropósito, solo quedó el muro perimetral de la iglesia y los cuatro pilares del crucero y, claro, la portada-retablo.
Escribió José de la Riva-Agüero sobre estas obras: “Los de la generación presente hemos visto derribar la maciza y majestuosa torre de S. Agustín, con sus torneados balaustres y agujas piramidales, a manera de obeliscos, pintadas en granate obscuro, hermana por solidez y el aspecto, de las cuadradas y recias torres de S. Francisco. No solamente echaron abajo los vulgares arquitectos el solemne campanario, con el pretexto consabido de hallarse ruinoso, después de la revolución del 95, cuando con buena voluntad y destreza era muy hacedero consolidarlo o recosntruirlo parcialmente, reproduciendo el mismo estilo, sino que demolieron con desdén y saña sistemática la pintoresca y anchurosa iglesia para substituirla por la horrible elefantiasis pseudo románica actual, sin respetar más que la churrigueresca portada, la cortesana y torneada sacristía (con la estofa y el esmalte dorado de sus imágenes bárbaramente recubierto de negro), y el espléndido artesonado de la antesacristía, que muestra en sus combadas formas y contexturas de quilla marítima, evidente herencia mudéjar. Pero fuera de estas tres joyas, ¡cuántas curiosidades atesoraba la rancia iglesia de S. Agustín, y han desaparecido sin remisión” (Añoranzas. Lima, 1932)
“San Agustín fue uno de los conventos más lujosos y ricos de Lima y no deja aún de demostrarlo. La primera piedra de su construcción fue puesta por el Arzobispo Loayza en 1592. Ahí está, entre otros ejemplos, la sillería del coro de la iglesia, primorosamente tallada, con sus columnillas clásicas, su famosa ante-sacristía, única en Lima por el magnífico techo mudéjar de tres planos que la cubre, con todas las galas suntuosas y decorativas de la tradición árabe, y la mueblería de esa sacristía, del más crispado y fino barroco del siglo XVIII. Entre la sacristía y el prepaartorio es de notar el lavatorio; composición notable con ángeles y conchas de alabastro a manera de fuentes, ejecutado en 1693. El claustro del Convento lo forman esbeltas arquerías de dos pisos en que las pilastras presentan en sus esquinas una menuda serioe de resaltes que corren dando vuelta por los arcos, creando un delicado efecto de suavidad y elegancia. En l apalnta baja, sobre la parte más alta de los corredores, se desarrolla un friso de óleos sobre la vida de San agustín, pintados por el notable maestro cuzqueño Basilio pacheco 1744-46” (Héctor Velarde, 1990).
Plazuela de San Agustín.- El lugar que ocupa esta plazoleta fue el solar de Francisco Velásquez de Talavera, alcalde de Lima en 1553 y 1566. Su residencia fue heredada por su hija, Inés de Sosa, quien se casó con Francisco de Cárdenas y Mendoza, también alcalde de Lima en 1595. Luego, en 1612, en este espacio se construyó un “corral de comedias”, propiedad de Alonso de Ávila y su esposa, María del Castillo. Según Juan Bromley, es posible que delante de este teatro se dejara un espacio libre para el público, lo que habría originado la plazoleta. Cabe añadir que para esa época, ya los agustinos habían construido tu templo y su convento en la manzana de al lado. ¿Qué hubo antes en esta plazuela? Antiguas fotografías demuestran que en su perímetro existía una casona con un espectacular mirador de corte gótico. Luego, en ese mismo lugar, se construyó, en 1955, el edificio de oficinas de la compañía “Peruano-Suiza”, donde funcionó, hasta inicios de la década de 1970, la sede de la embajada suiza. El inmueble fue diseñado por el arquitecto suizo Teodoro Cron, quien le prestó mucha importancia al peatón, a quien le dio un pasaje debajo del edificio, que permite ver la hermosa fachada barroca de la iglesia de San Agustín; actualmente, es el local principal del SAT, Servicio de Administración Tributaria. Asimismo, en esta plazoleta estuvo el monumento a Eduardo de Habich, fundador de la Escuela de ingeniero, por lo que se le llamó “Plazuela Polonia” (el monumento se trasladó luego a Jesús María). También estuvo aquí un obelisco en honor de Jaime Bausate y Mesa, fundador de la Gazeta de Lima, primer periódico del Perú y de América del Sur (luego se ubicó el monolito en el Campo de Marte). Actualmente, podemos admirar, al centro, una estela en homenaje al poeta César Vallejo, inaugurada en 1961. Esta obra del escultor vasco Jorge Oteiza es, quizá, la escultura más valiosa que hoy adorna Lima por la fama de su autor. Fue el primer monumento abstracto levantado en nuestra ciudad, en un lugar de tradición barroca, que significa la ruptura con la figuración y la exaltación romántica del personaje. Sin embargo, a pesar de todos estos cambios, la plazuela perduró con su viejo nombre de San Agustín.
OTROS OBRAS VINCULADAS A LOS AGUSTINOS EN EL VIRREINATO:
El Colegio de San Ildefonso.- Fue fundado en 1612 y fue el primero que tuvo iglesia toda de bóveda en Lima, tal vez obra de fray Jerónimo de Villegas. El padre Bernabé Cobo describe la iglesia, y dice que era pequeña, aunque fuerte y toda de bóveda. El pequeño convento tenía dos claustros. El primero de bóveda, con arcos dorados, uno de los más vistosos de Lima; el segundo, con el refectorio.
Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación.- Fue el primero de Lima y se fundó (en la calle Concha) el 25 de marzo de 1558 por Leonor de Portocarrero y su hija, Mensía de Sosa, viuda del conquistador Francisco Hernández Girón, y auspiciado por el padre agustino Andrés de Santa María; gozó con la protección del virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Inicialmente tuvo el nombre de Nuestra Señora de los Remedios. Fruto de las donaciones y del prestigio de sus recluidas, la comunidad de monjas pudo comprar la huerta de la Encarnación al capellán de ellas, Diego Sánchez. Así, el 21 de junio de 1562 pudo inaugurarse el monasterio con gran ceremonia. Lima vibró con este acontecimiento. El virrey Conde de Nieva, el arzobispo Jerónimo de Loayza y miles de limeños, en fastuosa procesión, celebraron el inicio del monasterio. A lo largo de la Lima virreinal fue el convento más poblado. En 1631, por ejemplo, contaba con 233 profesas de velo negro, 37 de velo blanco, 18 novicias, 45 donadas, 34 seglares hijas de nobles y más de 400 mestizas, mulatas, negras y esclavas al servicio de las monjas. Este convento también es considerado el Alma Mater de todos los conventos de clausura que se fundaron en la capital del Virreinato. Prueba de ello es que de él salieron monjas para la fundación del Monasterio de la Concepción (18 de Agosto de 1573); para reedificar y renovar el de monjas Bernardas (21 de febrero de 1579) y para fundar el Monasterio de Santa Clara (10 de septiembre de 1605).
El problema es que el local del monasterio vivió presionado por el crecimiento de la ciudad, por lo que su área original fue disminuyendo. En 1858 perdieron la mitad del terreno para dar lugar a una estación del tren a Chorrillos en lo que es hoy la Plaza San Martín. Luego, en 1910, le fueron expropiados 3.325 metros cuadrados para prolongar la avenida Nicolás de Piérola. Finalmente, el terremoto de 1940, al que le siguió un devastador incendio, destruyó de tal forma el convento y la iglesia que obligó a las religiosas a vender todo y trasladarse a su nuevo emplazamiento en la cuadra 17 de la avenida Brasil donde, desde el 6 de marzo de 1943, pasó a vivir la comunidad. El nuevo local fue diseñado por el arquitecto Alfonso G. Anderson, los padrinos de la obra fueron el presidente de la república Manuel Prado y Ugarteche y su esposa Enriqueta Garland, y fue bendecido por el monseñor Pedro Pascual Farfán, obispo de Lima.
La Molina.- El actual distrito de La Molina fue creado el 6 de febrero de 1962. Sin embargo, la historia de sus terrenos, ahora urbanizados, se remonta a varios siglos, desde los tiempos prehispánicos, cuando fue morada de diversos cacicazgos y paso del famoso “camino del inca”, del cual quedan aún sus vestigios. Luego de la Conquista, sus grandes extensiones de terreno fueron dedicadas al cultivo de hortalizas, caña de azúcar y algodón. Como sabemos, cuenta la tradición que el nombre de “La Molina” se debería a los numerosos molinos de caña o trapiches que existían sobre lo que hoy conocemos como “La Molina Vieja”. Luego, con el avance urbanístico de los tiempos republicanos, estos molinos irían desapareciendo, quedando tan sólo su nombre de recuerdo. Recordemos también que la tradición dice que, desde los tiempos coloniales hasta los primeros años de la República, los esclavos que eran llevados a la hacienda de La Molina eran sometidos a duras tareas; supuestamente recibían despiadados castigos que dieron origen al conocido pan-alivio A la Molina que en su estribillo dice: “A la Molina no voy más porque echan azote sin cesar”. Sin embargo, es más probable que el nombre del distrito se deba a una de estas dos historias respecto a sus diversos propietarios. Al rico comerciante español Melchor Malo de Molina y Alarcón, quien a principios del siglo XVII (1618) adquirió estas tierras para formar la hacienda, que luego pasaron a manos del Monastaerio de Nuestra Señora de la Encarnación. A doña Juan de Molina, esposa del capitán Nicolás Flores, quien al enviudar quedó como propietaria de esta hacienda a principios del siglo XVIII (1701). Desde ese momento, la propiedad sería llamada hacienda o fundo de “la Molina” (esta sería la versión más confiable).
El Agustino.- El nombre de este popular distrito, creado en 1960, se debe a su famoso cerro rocoso, tomado por los padres agustinos, durante la época colonial, para aprovecharlo como cantera, y emprender el lucrativo negocio de fabricación de bloques de ladrillos de cal. De allí el surgimiento de la “calera del agustino” y de la “chacra del agustino”, en alusión esta última a los cultivos que realizaban los curas de la orden de San Agustín en los alrededores del cerro.
Colegios.- Entre los colegios que administra la Orden en Lima tenemos, en primer lugar al tradicional Colegio San Agustín (Avenida Javier Prado-Este 980, San Isidro). Fundado el 15 de marzo de 1903, bajo la dirección del padre Ignacio Monasterio, su primer local estuvo ubicado en el convento de San Agustín, también llamado “Nuestra Señora de la Gracia”, en el jirón Ica del Centro de Lima. Funcionó, hasta 1920, como un internado. Sin embargo, con los años se convirtió en un colegio exclusivo, dirigido a los hijos varones de la clase alta limeña. El 16 de febrero de 1955, luego de 52 años funcionando en el centro Histórico, el plantel se mudó a su nuevo local de la avenida Javier Prado, en el cruce con Paseo de la República, en San Isidro. El 21 de diciembre de 1958, se inauguró y se bendijo la capilla del colegio, llamada Nuestra Señora de la Consolación; también se inauguró el pabellón de la Sección Infantil. Al año siguiente, se inauguró la Biblioteca y, 10 años después, en 1969 el gran Coliseo con capacidad para 3 mil espectadores (en 1963 se abrió la piscina). En 1978, cuando celebró sus Bodas de Diamante, fue inscrito en el Registro de Honor del Ministerio de Educación. En 1993 se dio el gran cambio cuando se dio inicio a la educación mixta o “coeducativa”; en 2004 salió la “Primera Promoción Coeducativa”. En 2003 se construyó el “Pabellón Centenario” en homenaje a los 100 años de fundación del colegio. Luego, citamos al Colegio Santa Rosa de Chosica (Avenida Trujillo 590, Chosica), fundado por los padres agustinos el 25 de febrero de 1911 e inspirado en homenaje a Santa Rosa de Lima. Empezó como internado de varones; en 1979 pasó a ser externado de varones para convertirse, en 1992, en colegio mixto. Este año cumplió su Centenario. Finalmente, tenemos al Colegio Parroquial Nuestra Señora del Consuelo (Prolongación Primavera 1620, Monterrico). Se fundó el 15 de marzo de 1999 en un espacio anexo a la parroquia Nuestra Señora del Consuelo, bajo iniciativa del padre Miguel Diez Medina, quien, como párroco, dispuso la creación de una escuelita. Hoy el colegio cuenta con casi 2 mil alumnos y está dirigido por el padre Eugenio Alonso Román.
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