El advenimiento de la República.- Con la retirada de los misioneros franciscanos y el desorden político de la República inicial, la población nativa tendió a dispersarse nuevamente y buscó volver a sus antiguas tradiciones intentando restaurar sus formas ancestrales de vida.
Pero este proceso natural se vio amenazado por un nuevo enemigo. Hubo una fuerte presión de la sociedad no nativa sobre los grupos indígenas con el interés de utilizar su mano de obra y aprovechar los recursos de sus territorios. Hasta la década de 1820, la presencia de los misioneros había contenido la penetración de comerciantes y de aventureros que buscaban beneficiarse económicamente de la zona y de sus habitantes originarios. Lamentablemente, las nuevas autoridades, con contadas excepciones, fueron cómplices de los nuevos atropellos. Muchos prefectos o alcaldes, por ejemplo, permitieron el reclutamiento de los indios para que sirvieran de peones a los comerciantes o de familias influyentes, incluso a las mismas autoridades. Las condiciones de trabajo rozaban, en muchos casos, con la esclavitud, pues no existía pago alguno por la labor efectuada.
Bajo esta “modalidad” republicana, nuevos productos empezaron a ser explotados como zarzaparrilla, algodón, pescado salado y cera. El costo humano fue muy alto porque los patrones locales, o nuevos gamonales, fueron los que controlaron el nuevo proceso económico en su fase extractiva y su comercialización regional. Además, esta nueva explotación se vio disfrazada por dispositivos legales que, con el supuesto fin de “civilizar” estos territorios, incentivaron la colonización y ocupación de las tierras amazónicas por parte de la sociedad republicana.
En 1832, por ejemplo, se dieron los primeros incentivos a los interesados en reconquistar Chanchamayo con la facilidad de obtener, en forma gratuita, el título de propiedad sobre extensiones de tierra que pudieran trabajar, hasta un límite de 40 mil metros cuadrados. La coartada para dar estas licencias es que las condiciones en que vivían los indios amazónicos eran un serio peligro para el “progreso” del país. En realidad, con la reapertura de las minas de Cerro de Pasco, la elite de Tarma vio la necesidad de recuperar la selva central para abastecer el mercado minero, básicamente a través de la producción de aguardiente de caña.
Paralelamente, los misioneros franciscanos intentaban regresar al convento de Ocopa. El diario El Comercio de Lima aseguraba, en 1936, que el presidente Orbegoso quiso restablecer el las misiones de la montaña y devolvió el convento a los franciscanos. Así se restauraba la vida en Ocopa, pero ahora con frailes italianos y españoles. También se reparó su edificio, muy afectado por el abandono desde la Independencia, y se reanudaron las incursiones hacia las perdidas reducciones de la selva.
Así, ya en 1847, cuando era prefecto de Junín el sabio Mariano Eduardo de Rivero, se llevó a cabo la “reconquista” de las montañas de Chanchamayo porque los nativos “ofrecían una resistencia feroz a los civilizados que pretendían adueñarse de sus tierras”. Esto sirvió de sustento, como apareció en el diario El Comercio de la época, para que se construyera un fuerte en San Ramón, dando nacimiento luego al pueblo del mismo nombre.
La fundación del fuerte San Ramón.- Los antecedentes de la fundación de San Ramón se remontan a 1808, cuando el entonces Intendente de Tarma, don José Urrutia y Las Casas, remitió al virrey de Lima, José Fernando de Abascal, un visionario, valioso y documentado informe en el que daba a conocer las grandes ventajas que resultaría la apertura de un camino a las montañas de Chanchamayo siguiendo la ruta de los que es hoy San Ramón y La Merced.
Según el antropólogo Stefano Varese, el intendente Urrutia fue uno de los personajes que mejor informa sobre la época floreciente que vivió la montaña de Chanchamayo, Perené, Cerro de la Sal, Huancabamba y Gran Pajonal. Su figura es sobresaliente: había sido Capitán General de los Reales Ejércitos, miembro del Supremo Consejo de Guerra, Gobernador y Capitán General del Principado de Cataluña.
Es cautivante el Informe de 1808 de Urrutia y su convicción con la que expone su tesis para defender las ventajas de la vía de Chanchamayo hacia el interior de nuestra selva, el estado en que quedó ese territorio al estallar la rebelión de Juan Santos Atahualpa y los destrozos que causó con su levantamiento. Su actuación brillante mereció elogios de un ilustrado de su tiempo, Hipólito Unánue.
Es contundente, específico e histórico su Informe al virrey Abascal sobre el desamparo de la región de Chanchamayo: “No es dudable que las montañas de Chanchamayo son un rico tesoro de las preciosidades de la naturaleza. Allí la madre naturaleza ha desplegado la fuerza de su inagotable fecundidad; parece que ha querido manifestar en ellas que no necesita del auxilio del débil brazo de los humanos para obtener su magnificencia y vigor; sus útiles y ventajosas producciones forman un teatro de considerables riquezas de los tres reinos: animal, vegetal y mineral que tan abundantemente los decoran y ennoblecen…Chanchamayo es el puerto principal de Los Andes, colocado por la Providencia en la mayor cercanía de esa metrópoli de Lima… Es indispensable la construcción de un fuerte”.
Los propósitos de Urrutia quedaron allí. Las guerras de independencia y los desórdenes de principios de la República hicieron que esta zona quedara, prácticamente, en el abandono hasta un histórico año: 1847. Gobernaba el Perú el mariscal Ramón Castilla quien, al sumir la presidencia en 1845, reinició la “reconquista” de la selva. El trágico recuerdo de al rebelión de Juan Santos Atahualpa, hizo que en esta oportunidad el intento de recuperación de estos territorios tuviera un carácter netamente militar.
La fundación del fuerte de San Ramón llevó a cabo en 1847, cuando era prefecto del departamento de Junín del antropólogo y naturalista Mariano Eduardo de Rivero y Ustáriz (Arequipa 1798-París 1857), autor de muchos estudios, especialmente, para fines de nuestro libro, Apuntes históricos y estadísticos sobre el departamento de Junín (1855). Rivero, en una carta dirigida a Castilla, interpretó la aspiración de los habitantes de Tarma de poseer terrenos en la fértil Chanchamayo e hizo presente al gobierno sobre la necesidad de recuperar el territorio y que, con su producción, iba a favorecer el comercio de todo el Departamento, dando bienestar a muchas familias. Para impulsar aún más su plan y demostrar la necesidad de emprender la reconquista de Chanchamayo, mandó publicar, también en 1847, el informe que el intendente José de Urrutia enviara años antes al virrey Abascal.
Lo cierto es que el gobierno de Castilla aceptó y salió una expedición a las montañas de Chanchamayo al mando del general Fermín del Castillo; el ingeniero Gregorio de la Rosa fue parte de ella. El objetivo era construir un fuerte militar en la confluencia de los ríos Chanchamayo y Tulumayo. Así, en septiembre de aquel año, los expedicionarios se habían apoderado del terreno y levantaron en el ángulo formado por la reunión de los dos ríos, el fuerte “San Ramón” que se llamó así en recuerdo del Presidente de La República, el mariscal Ramón Castilla. Su acta de erección se firmó el 7 de diciembre de 1847. El ingeniero De la Rosa no solo hizo el trazo de la nueva fortaleza sino que elaboró una carta o mapa de la montaña de Chanchamayo, trabajo que dedicó al general Castillo, jefe de la expedición. No cabe duda, entonces, que esta fundación serviría como “punta de lanza” para la incursión en la selva.
Cuentan que fue tanto el entusiasmo de los habitantes de Tarma por abrir esta puerta hacia el Oriente, que muchos vecinos de esta ciudad y de los pueblos aledaños cooperaron con los gastos que demandaba la apertura del camino, aparte de los víveres que entregaban para los operarios. Cabe destacar, de otro lado, que la labor de Mariano de Rivero, como prefecto de Junín, fue muy fecunda. No solo fundó el pueblo de San Ramón para abrir el camino de penetración a Chanchamayo sino que inauguró en su jurisdicción un monumento conmemorativo ala batalla de Junín (1846); fomentó el establecimiento de escuelas, como la Escuela Central de Minería de Huánuco; dispuso la creación de cementerios; y reveló la existencia de yacimientos de carbón de piedra.
Acta de fundación de San Ramón.- “En la confluencia del río Chanchamayo con el Tulumayo, a los siete días del mes de diciembre de mil ochocientos cuarenta y siete. El Señor General de Brigada Fermín del Castillo, jefe principal y director de la expedición sobre las montañas de Chanchamayo. Sargento mayor graduado D. Carlos Montes, los de igual clase D. Evaristo Simón Sornosa, D. Tadeo Humeres, D. Gregorio Relayza; el Suprefecto de la provincia, Teniente Coronel D. José Cárdenas, ingeniero de la misma empresa. Sargento Mayor D. Gregorio De La Rosa, quien hace de secretario en este acto; el Comandante de la columna expedicionaria, Teniente Coronel D. Pedro Cárdenas; los Tenientes D. Manuel Pérez Oblitas, D. José Sotomayor, D. Angel Martínez y D. Cayetano Escobedo y los Subtenientes D. Leandro Bonifaz, D. Dionisio Guzmán, D. José Valdivia, D. Manuel Sauri y D. Celedonio Del Castillo etc., constituido en este lugar y en conformidad con las instrucciones del Supremo Gobierno de La República, para formar un fuerte en la confluencia indicada, como punto de apoyo más a propósito para las operaciones ulteriores; después de haber, el Señor General, examinado detenidamente el terreno y sus avenidas y resultado ser este militar por su situación elevada y proximidad a la confluencia, procedió a comenzar la obra y con arreglo al petipié, formado anticipadamente por el ingeniero de la expedición, se midió una extensión de sesenta y seis varas, formando un cuadrado con un baluarte en cada uno de sus ángulos. Seguidamente se meditó sobre elegir los materiales de que debía componerse el fuerte y considerando que ninguno era de más facilidad la adquisición que la madera, así como económico para el erario emplearla, y que por otra parte esta fortaleza no debía resistir otras armas que las flechas, únicas que manejan y usan los bárbaros, se resolvió y dispuso que se hiciera de madera. Acto contínuo se trajeron varias piezas para iniciar la construcción del fuerte; y el Señor General Director en jefe de la expedición, colocó a nombre de la nación el primer palo, denominando la fortaleza San Ramón de Chanchamayo, por ser el nombre del Sr. Presidente de La República, quien ha dispensado decidida protección a la recuperación de esta bella parte de la montaña abandonada y olvidada por cerca de un siglo. A los baluartes se les tituló Rivero, Monzón, La Canal y Salaverry, apellidos, el primero del actual Prefecto del Departamento, que ha secundado con interés las miras filantrópicas del gobierno; el segundo del venerado y respetable párroco de la Doctrina de Acobamba, principal motor de esta empresa y quien no ha perdonado por su parte ningún género de sacrificios para llevarla a la cima; el tercero el del síndico procurador del Distrito de Tarma Coronel de La Guardia Nacional del que ha cooperado con celo infatigable; y el último el de Mayor de Plaza de este Departamento, Teniente Coronel D. Pablo Salaverry, por haber sido el que comandó la fuerza descubridora en compañía del Sargento Mayor del Batallón Cívico de Tarma, D. Juan Alvarez, cuyos méritos y servicios prestados en la empresa son dignos de encomio. Finalmente a las cuatro cortinas se les ha puesto los nombres de Tarma, Acobamba, Huasahuasi, Monobamba, por llamarse así los principales pueblos que con el más laudable entusiasmo han contribuido con su trabajo personal al ir descubriendo los caminos, sin que el hambre ni los peligros los arredrara, ni hiciera decaer sus ánimos; mereciendo grato recuerdo los pueblos de Palca, Tarma, Palcamayo y Vitoc. En este acto solemne todos los circunstantes poseídos del más exaltado y noble entusiasmo, viendo establecida la piedra angular de la gran obra que podrá un día darnos más directa comunicación con el viejo continente, por medio de la navegación de nuestros principales ríos tributarios, del mayor que conoce el mundo; y meditando con enajenamiento en la inmensidad de las ventajas que tal suceso produciría, manifestaron con agradecimiento el interés con que el Supremo Gobierno promueve y fomenta las Obras. Ofreciendo cada uno por su parte agotar todos los esfuerzos inimaginables hasta conseguir la realización completa de la preindicada expedición, con lo cual termina el acta y firmaron” (Fuente: Antonio Raimondi, El Perú, tomo III, p- 192 y ss.).
¿Cómo era el fuerte San Ramón en el siglo XIX? El fuerte contaba con un contingente militar y las nuevas colonias, hasta 1876, estuvieron bajo la conducción de oficiales del ejército. Como el gobierno y los hacendados tarmeños consideraron que entre los indios aún se conservaba la memoria de la rebelión de Juan Santos Atahualpa se decidió mantener la zona bajo vigilancia militar y se evitó la presencia de misioneros franciscanos.
De esta manera, se procedió a desalojar violentamente a los indios de la zona y sus casas y chacras fueron quemadas. Como anotan Fernando Santos y Frederica Barclay, “teniendo al fuerte de San Ramón como centro de operaciones, los colonos y fuerzas militares realizaron continuas incursiones armadas a los asentamientos indígenas para “tomarles algunos muchachos para su servicio”. Desde la orilla izquierda del Tulumayo los Asháninca se opusieron tenazmente a los avances colonos”.
Los testimonios del siglo XIX están cargados de enfrentamientos entre los nuevos colonos, respaldados por el ejército, y los indios durante los primeros 30 años de la “reconquista”, 1847-1877; además, estos conflictos no desaparecieron cuando las autoridades llamaron a los franciscanos para que colaborasen con la pacificación. Incluso el propio Padre Guardián del Convento de Ocopa ordenó que sus misioneros se retiraran pues ningún provecho espiritual se podía esperar ante semejante proceso de reconquista. Cabe destacar, por último, que hacia 1860 se encontraba como alférez, en San Ramón, el futuro “Héroe de la Breña”, Andrés A. Cáceres.
La primera “conquista” de Chanchamayo.- Fue el primer efecto de la fundación del nuevo Fuerte. Con el auxilio de los vecinos de Tarma, el prefecto Rivero logró, a partir de San Ramón, el dominio de la montaña de Chanchamayo. Para este objetivo, también contó con la participación de los misioneros franciscanos, ya restablecidos en Ocopa desde la década de 1840. A principios de septiembre de 1848, instigados por el Arzobispo de Lima, Francisco Javier de luna Pizarro, y del Prefecto de Junín, Mariano de Rivero, salieron de Ocopa los padres Fernando Pallarés y Antonio Gallizans por el camino Tarma-Palca-Chanchamayo y el 10 de septiembre llegaron a San Ramón.
El padre Dionisio Ortiz cita este acontecimiento a partir de la “Historia de las Misiones de Ocopa”, en la que se detallan los abusos de los colonizadores contra los indios y el sacrificio de los nuevos misioneros: “En este punto hallaron dos compañías de tropa cívica, las que cometían grandes desórdenes, arrojando balas a los indios que con frecuencia asomaban a la otra parte. No podían los padres misioneros ver con indiferencia semejante modo de conquistar infieles, y por esto procuraban impedir con la persuasión de un mal de tan fatales consecuencias. Algunos cristianos de los que por allí había, pasaron inconsiderablemente el Tulumayo con el intento de robar a los indios y tomarles algunos muchachos chunchos para su servicio; pero les sucedió muy mal, porque los indios llamados campas los flecharon hiriendo a algunos cristianos de la expedición. Para auxiliar a estos, pasó el Tulumayo, con una balsa, el Padre Gallisanz con algunos individuos de la pequeña guarnición de Tarma el 28 del citado mes. Mas, como por la extraordinaria corriente de aquel río no podían pasar la balsa sino tirada de un cable, este, aunque pudo sostenerla en la ida, quedó inutilizado para la vuelta; y así fue como debiendo regresar sin este auxilio tuvo la desgracia de naufragar el referido Padre, ahogándose a poca distancia de la reunión de los dos ríos, con otros dos cristianos que con él habían entrado en la balsa”.
Para reemplazar a los padres Gallisanz y Pallarés, fueron enviados el padre Vicente Calvo y fray Amadeo Bertona. De estos, el que más sobresalió fue el padre Calvo, quien llevó a cabo una serie de exploraciones del Pozuzo al Paleazu y de Huancabamba al Paleazu. Fue también muy amigo de Raimondi. El padre Izaguirre guarda estas palabras sobre su obra: “Fue el padre Calvo un héroe cortado por el molde franciscano, uno de los más valerosos e incansables exploradores de los tiempos modernos. Un nuevo genio de la selva cuyo anhelo era emplear la vida entera en beneficio de la religión y en bien de la nación peruana. Gastó su vida en la montaña viviendo en ella unos 25 años. Parece que el padre Calvo hubiese tenido el privilegio de despertar en el Perú el espíritu de empresa para dar principio a una era de exploraciones de valor científico y de utilidad incomparable para la geografía nacional”.
La visita del sabio Antonio Raimondi.- Entre los años 1851 y 1858, San Ramón tuvo el honor de recibir, en dos oportunidades, al ilustre italiano, naturalista e historiador, don Antonio Raimondi, quien acampó en el flamante Fuerte, Afortunadamente, nos dejó estampadas en sus escritos las impresiones que recogió en esas importantes expediciones en su afamada obra, El Perú.
Por ejemplo, aquí presentamos un fragmento del testimonio que hace de su viaje de Palca a San Ramón: “La formación geológica de Palca, pueblo situado en el camino de Tarma a Chanchamayo y Vitoc, es de roca esquistosa. Cerca de este pueblo se separa el camino que va a Marainioc y Vitoc, del que conduce al valle de Chanchamayo. Cerca de Palca se encuentra otra pascana llamada Matichacras que es una pequeña casa situada en una altura sobre el lado derecho del rio Chanchamayo. Siguiendo se llega a Chalhuapuquio que es la primera hacienda del valle. De esta se va al Fuerte de San Ramón; el camino es casi enteramente llano, y siempre en medio del monte. Al otro lado de este se hallan varias haciendas”.
Asimismo, no oculta su fascinación por San Ramón: “Estimulado por la curiosidad, me interné hasta lo más espeso del bosque, como huyendo de las huellas del hombre, para colocarme frente a frente a ese mundo maravilloso. Allí rodeado de elegantes arbustos y a la sombra de coposos árboles, que oscurecían la luz del sol, me parecía hallarme en el laboratorio de la vida vegetal y creía descubrir en medio de la espesura del follaje a la virgen naturaleza, bajo forma humana, afanada en modelar y producir las delicadas y hermosas plantas que tenía a mi alrededor. Largo tiempo quedé absorto contemplando ese enjambre de variados vegetales; me parecía no tener ojos suficientes para verlo todo y abrazar de un solo golpe a su admirable conjunto”.
El antropólogo Stefano Varese, al hacer un balance de la estancia de Raimondi en la selva, resalta que solo con su libreta de apuntes y una sustancial modestia, encontró en el misterio del bosque un estímulo para su curiosidad científica. La montaña y los nativos supieron reconocer en él un amigo. Para el viajero científico – prosigue Varese-si el nativo es malo es porque ha estado en contacto con la civilización y de ella ha recibido solamente agravios; con amor, con respeto al nativo se le conquista. Por ello, Raimondi vive con ellos y participa de su vida familiar, juega con los niños y se ríe a carcajadas con sus bromas y hasta se pinta la cara con ellos. Con este esfuerzo “intercultural”, obtuvo más para la ciencia y para él. Fue un convencido y arduo defensor de la conquista del valle de Chanchamayo.
En sus visitas a Chanchamayo, Raimondi pasó la noche varias veces en San Ramón y nos da el siguiente testimonio: “El Fuerte consistía en una empalizada de madera de la misma montaña y tiene la forma de un cuadrado, en cuyo interior hay otro con habitaciones. La habitación del comandante, que está situada al frente, es de tablas, las de los soldados son de palos como las de la empalizada. En las dos esquinas, que miran a los salvajes, se han construido como dos baluartes para los centinelas. En el ángulo izquierdo, entrando al Fuerte se ha situado el depósito de pólvora, que está revestido exteriormente de hojalata para protegerlo del incendio, que podrían ser causados cuando tiran flechas incendiarias. Los techos de todas las habitaciones son de hojas de homero (Phytelephas macrocarpa), admirablemente entre tejidas. Las habitaciones dejan en el medio un gran espacio que sirve de patio. Exteriormente, delante del Fuerte, se ha formado una gran plaza a la que se ha cubierto como el patio con una gruesa capa de arena fina transportada del río, con el objeto de evitar el barro y los charcos que se forman cuando vienen los aguaceros, que en este lugar son muy frecuentes, principalmente en la estación de lluvias que empieza en enero y dura hasta abril. Ordinariamente la guarnición del Fuerte está compuesta por cerca de 50 hombres, pero en esta época y por causa de los movimientos políticos que han envuelto La República, solamente hay 18 hombres, de los cuales, más de la mitad son civiles de Tarma. El comandante que sucedió a Noel, fue el señor Cárdenas; el mismo que fundó la hacienda Chalhuapuquio. Después, con el cambio de Gobierno, mandaron provisoriamente a don Manuel Cárdenas, que fue al que encontramos en nuestra visita y nos dio alojamiento en el Fuerte todo el tiempo que estuvimos. Chanchamayo tiene un clima generalmente sano y aunque hay bastante calor, se come con mucha apetencia. Hay también una plaga muy grande de insectos, principalmente hormigas y cucarachas, que todo lo devoran, de modo que no se puede guardar nada; y aunque se suspenden las cosas por medio de pequeñas sogas al techo de la casa, siempre llegan a ellas subiendo por las sogas. No hay otro método preventivo que aislar los objetos por medio del agua. También los mosquitos, abejas y avispas incomodan mucho con sus picaduras. Es todavía una fortuna que no abunden las culebras venenosas, ni los animales feroces. Sin embargo, no se puede dejar afuera del Fuerte carneros ni perros, por que se los devoran. Existen animales feroces, como jaguares y pumas, aunque son muy raros y contados los que se han visto hasta el día”.
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