Hasta los años sesenta, el transporte público en Lima estaba relativamente normado y cubría las necesidades de los usuarios. Si bien es cierto se cometió un error al eliminar el servicio del tranvía en Lima por considerarlo obsoleto (en lugar de modernizarlo ya que es un medio de transporte que no produce ruido ni contaminación al funcionar con energía eléctrica), los buses, los colectivos (automóviles grandes de seis pasajeros) y los taxis garantizaban la movilidad de los limeños.
Sin embargo, como sabemos, a partir de los años setenta el crecimiento espacial y demográfico de Lima (una ciudad “horizontal”, debido a la proliferación de barriadas y pueblos jóvenes) hizo colapsar el antiguo sistema de transporte. La “solución” entonces fue la aparición de las empresas de microbuses que alargaron y complicaron las rutas dando inicio al caos vehicular al formarse una verdadera telaraña de rutas de transporte, muchas de ellas diseñadas sin ningún criterio técnico. El problema es que esto se desató ante la falta de reacción de las autoridades y, en muchas ocasiones, debido a la pugna de competencias entre los municipios, la Policía y el Ministerio de Transportes. De esta forma, las calles y avenidas se empezaron congestionar, especialmente en las “horas punta”, es decir, momentos de ingreso y salida de la más creciente burocracia pública y privada, o del ingreso o salida de los estudiantes escolares y universitarios. Las pistas, por su lado, empezaron a deteriorarse por falta de mantenimiento y exceso de uso.
El tiempo no hizo sino empeorar el problema. El chofer de microbús fue el ejemplo cotidiano de la prepotencia. Aparte de transgredir sistemáticamente las normas de tránsito, se caracterizó por maltratar a los usuarios haciéndolos viajar en condiciones lamentables; la misma crítica la recibieron los “cobradores”. Sin embargo, el público también colaboró con el caos al querer “tomar” el microbús en cualquier lugar y obligar a los choferes a dejarlos donde ellos querían; ni choferes ni usuarios, entonces, respetaron el uso de los “paraderos” y las normas de tránsito en general. El problema se agudizó en los noventa con la liberalización del transporte público y la importación de vehículos usados. Ahora proliferaron las famosas “combis” que han llevado a límites espectaculares el caos y la prepotencia. No debemos olvidar que a las miles de “combis” se sumó la proliferación de taxis (“solución” de miles de desempleados) y de moto-taxis, que por su fragilidad representan un serio peligro para la vida de los usuarios. Está claro que la mayoría estos choferes actúan al amparo de la informalidad.
Lo cierto es que hasta hoy nadie se ha tomado muy en serio el problema del transporte público. Todos se quejan y dicen que hay que remediarlo, y aún se discute qué autoridades tienen o deben tener la competencia de hacerlo. Son pocas las compañías de transporte que actúan en la legalidad y el Estado no ofrece ningún servicio de movilización masiva pues su antigua compañía de transporte urbano, Enatru-Perú, colapsó por mala administración y tuvo que ser liquidada. También fracasó el proyecto del Tren Eléctrico para Lima (ahora reinaugurado pero aún inoperativo) y la idea de instalar “trolebuses” en el centro histórico fue un sueño.
Resumen.- Hoy vemos en nuestra ciudad el caos generalizado en el tránsito debido, especialmente, a un deficiente sistema de trasporte público. Las micros, las “combis”, los taxis y las mototaxis son el símbolo de esta realidad casi traumática para los limeños. Los problemas de tráfico, en realidad, aparecieron en Lima a finales de la década de 1940 cuando se inició la migración, fenómeno inédito en la historia de nuestra capital. El aumento de la población y el número creciente de vehículos, sumado a la escasez de avenidas anchas o intercambios viales, fueron destruyendo, poco a poco, su patrimonio monumental así como la desaparición del verde entorno de cultivos. De otro lado, la absurda supresión del sistema de tranvías, en 1965, sin reemplazarlo por un metro o líneas de trolebuses, acentuó el caos ante el casi nulo interés de las autoridades por enfrentar el problema. Se hace impostergable, pues, una reglamentación para el trasporte público en nuestra ciudad, como la conclusión del Tren Eléctrico, la ampliación del Metropolitano (articulándolo con el Tren Eléctrico) y un sistema de metro subterráneo.