Tal como lo entendemos hoy, el transporte público hizo su aparición en Lima durante el siglo XVII con las “carrozas de punto”, un sistema de postas (o “paraderos”) para el intercambio de caballos o vehículos en los viajes largos al interior de la cuadrícula de la ciudad o para trasladarse a “Abajo el Puente”, el Rímac. Luego, aparecieron las casas de balancines, como la de la calle Beytia (cuadra 3 del Jirón Azángaro), de propiedad del mulato Félix Sarriá, o la de la calle Plateros de San Agustín de García. Estos compartían sus viviendas con carroceros, auxiliares, herreros, costureros, carpinteros, pintores, alabarderos y demás personal dedicado a la operación y conservación de los coches y al cuidado de los animales de tiro.
La calesa era el coche de cuatro ruedas. Tenía mayor distinción y costo que un balancín (de dos ruedas) y solo lo poseían aristócratas o gente de dinero. Eran halados por cuatro mulas, a diferencia del coche del Virrey, que era tirado por seis caballos. Cabe resaltar que tanto las calesas como los balancines y coches llevaban a los costados faroles de aceite o de velas, que iluminaban modestamente las noches limeñas, acostumbradas al traqueteo de sus ruedas golpeteando el pésimo empedrado de la ciudad.
Los balancines eran alquilados para fiestas y para salir fuera de la ciudad, como los paseos por las pampas de Amancaes. Las autoridades del Cabildo no ejercían control alguno de este negocio, quedando la eficiencia del servicio a la buena voluntad del transportista y a la exigencia del cliente. Los usuarios no eran pocos, ya que abundaban las fiestas, los matrimonios, los bautizos, la coronación de un rey, la entrada del nuevo Virrey, las corridas de toros, la canonización de un santo o la celebración de alguna victoria militar. De otro lado, parecen exageradas algunas versione de cronistas y viajeros del siglo XVII que calcularon entre 4 y 5 mil el número de coches y calesas que circulaban por la entonces diminuta Lima.
Un documento de 1801, cuando gobernaba el virrey Avilés, revela que en Lima había 629 calesas, 144 balancines públicos y 170 carretas, sin citar el número de coches. Otra noticia la tenemos en 1815, durante el gobierno del virrey Abascal, cuando, con el fin de implantar nuevos arbitrios, se calculó de la siguiente manera el número de “vehículos” en la Lima colonial: 230 coches particulares, 1500 calesas y 150 balancines públicos; es decir, casi 1900, sin contar las carretas. En contraste, el mismo documento cita que en Arequipa había 83 coches, 115 en el Cuzco, 49 en Huamanga y 150 en “otros sitios”.