Hacia la década de 1520, Francisco Pizarro y sus socios, Diego de Almagro y Hernando de Luque, planearon expediciones al sur de Panamá. Luego de dos viajes, detectaron el Tahuantinsuyo y lo reconocieron como un territorio con una gran población, bien organizado y con evidentes signos de riqueza. En 1529 Pizarro viajó a España y firmó con la Corona la Capitulación de Toledo, en la que formalizó las condiciones de la conquista y quedó como Gobernador, Adelantado y Capitán General de “Nueva Castilla”, como se le llamó al territorio que luego sería el Perú.
En el tercer y definitivo viaje, Pizarro partió sin Almagro, quien se ofuscó por haber quedado relegado de los mayores títulos en la Capitulación de Toledo; amenazó, incluso, en retirarse de la empresa. Luque logró disuadirlo. Como sabemos, Pizarro, con poco más de un centenar de soldados españoles, en su mayoría extremeños, ocupó Cajamarca y capturó al inca Atahualpa (noviembre de 1532). Allí se repartió el producto del primer saqueo de los tesoros, básicamente en oro. Fue en ese momento que llegó recién Almagro desde Panamá con su gente: no solo el mérito de la “conquista” se lo había llevado Pizarro sino también el botín de Cajamarca. Almagro quedaba ahora sí como el “segundón”, el postergado del gran evento histórico. Allí se profundizaron aún más los problemas entre “pizarristas” y “almagristas”. A pesar de estas divisiones, Pizarro pudo avanzar hasta el Cuzco, donde se repartió el segundo gran botín. En este sí fueron incluidos Almagro y su gente.
Fue en este punto donde Almagro, aprovechando la riqueza ganada, planeó invadir y conquistar Chile, donde creyó encontrar otro “Tahuantinsuyo”, otro “Cuzco” y otras riquezas pero ya sin la presencia de Pizarro. Para tal efecto, pidió permiso a la Corona y, de esta manera, le dieron el título de Adelantado de “Nueva Toledo”, como se le conoció Chile en esa época. Corría el año 1535. Lo cierto es que la expedición resultó un fracaso, pues no se encontró ningún “Tahuantinsuyo”, ningún “Cuzco” sino un grupo de indios muy belicosos, los indomables araucanos; Almagro, además, perdió casi todo su patrimonio y murieron muchos de sus hombres. El regreso fue penoso.
Ya en el Perú, con el fracaso y la rabia a cuestas, Almagro anunció que el Cuzco era suyo, que caía dentro de su gobernación, Nueva Toledo. Pizarro y su gente protestaron. Almagro tomó el Cuzco e hizo prisionero a Hernando Pizarro, hermano del conquistador del Perú y gobernador de la ciudad. Empezaba así la guerra civil entre “pizarristas” y “almagristas”. Mucho se ha mencionado que las pretensiones de Almagro sobre el Cuzco derivaban de los confusos límites entre las gobernaciones de Nueva Castilla (Pizarro) y Nueva Toledo (Almagro). En realidad, la disputa no era por la ciudad, sino por toda la zona paralela a la antigua Capital de los Incas.
Recordemos que un hecho paralelo a la Conquista fue el reparto de la población nativa entre los españoles “encomenderos”. Cada encomienda tenía un número de indios y su titular disponía de su trabajo (servicio personal) y cobraba un tributo de ellos; a cambio los indios recibían “protección” y evangelización. A más indios, una encomienda era más “rica”, pues el encomendero podía disponer de más tributo y más fuerza de trabajo. De esta manera, los encomenderos se fueron convirtiendo primera elite del Perú colonial. Empezaron a gozar de un gran poder económico y político, y controlaron instituciones claves los cabildos. ¿Dónde estaban las encomiendas más ricas? Se encontraban en la sierra sur, en la zona de iba desde el Cuzco hasta la actual Bolivia, donde quedó concentrada la mayor cantidad de la población andina.
La batalla de Las Salinas y el hijo mestizo de Almagro.- El primer capítulo trágico de la guerra civil ocurrió con la derrota de Almagro, en manos de Hernando Pizarro, en la batalla de Las Salinas, en las afueras del Cuzco. Almagro fue hecho prisionero y, el 8 de julio, de 1538, Hernando mandó que ajusticiaran al “Adelantado de Chile” en su celda: el verdugo le dio el garrote. Luego, su cuerpo fue sacado al centro de la plaza del Cuzco; apareció de nuevo el verdugo, quien degolló al cadáver. La cabeza cercenada se colgó en la picota. Finalmente, Almagro fue enterrado en la iglesia de La Merced, donde los frailes mercedarios le dieron sepultura de limosna en una cripta de la nave del Evangelio.
Luego de la muerte de Almagro, Pizarro intentó suavizar sus diferencias con los “almagristas”. Al menos, los que se encontraban en Lima, no quisieron aceptar la voluntad de entendimiento y cerraron filas en torno a Diego de Almagro, “El Mozo”, hijo mestizo del malogrado ex compañero del Gobernador del Perú. Pero “el Mozo” era aún muy joven, por lo que Juan de Rada era el que lideraba a este puñado de radicales “almagristas”, que no superaban la docena y que estaban ávidos de venganza. Cuentas las crónicas que pasaban hambre y solo tenían una capa para salir a la calle, por lo que se la turnaban. En sus tertulias destilaban un odio incontenible y decidieron matar al Marqués Gobernador, por lo que empezaron a juntar armas para cumplir su propósito.
Para colmo, Pizarro, en castigo, les confiscó una chacra de maíz en Collique que les dejó el escribano Domingo de la Presa y se la dio a su medio hermano Francisco Martín de Alcántara. Esto encendió aún más el odio de los conjurados, quienes continuaron con sus amenazas de muerte y siguieron reuniendo armamentos. Se alegraron un poco cuando se enteraron que la Corona había dispuesto el envío de un juez para ventilar la culpa de los Pizarro por la muerte de Almagro; luego empezaron a sospechar que el Juez ya venía sobornado. Incluso hubo una entrevista que buscó Pizarro con Juan de Rada que no arrojó ningún resultado. Se cuenta que el marqués “perdonó” a Rada y le obsequió naranjas cortadas con su propia mano, pero los “almagristas” no reconocieron el dulzor de la fruta y solo repararon en lo ácido y amargo.
El asesinato (domingo 26 de junio de 1541).- Por esos días, los agüeros eran malos, como que la luna llena y grande pareció lanzar cuajarones de sangre. Lo cierto es que los informes anunciaban que ese domingo los vencidos, “los de Chile”, como los llamaban, matarían al Marqués.
Enterado de la amenaza, esa mañana, Pizarro no salió a la misa dominical de la Catedral y la oyó en su casa. Los “almagristas” fueron a la Catedral, no encontraron al Marqués Gobernador y decidieron salir a la calle, cruzar la plaza, entrar a la casa gubernamental y matar a Pizarro. Advertido el Conquistador del Perú del riesgo que corría, dejó el comedor (se encontraba almorzando) y a sus amigos que allí estaban, y pasó a armarse a su dormitorio. Cuando regresó al comedor, sus invitados ya habían huido y solo quedaban su medio hermano, Francisco Martín de Alcántara, Gómez de Luna y dos pajes, Tordoya y Vargas. Mientras tanto, los conjurados, al mando de Juan de Rada, subían las escaleras gritando: Viva el Rey, muera el tirano.
La siguiente escena nos la relata el historiador José Antonio del Busto: “Los asesinos, a cuyo frente venía Juan de rada, subieron la escalera y hallaron en su puerta abierta a Francisco de Chaves, quien tenía la orden de mantenerla cerrada. Suprimiendo todo diálogo, lo mataron de una estocada y penetraron al comedor. El viejo Marqués, que por terminar de abrocharse las coracinas había tornado a su dormitorio, salió al encuentro de los intrusos con la espada desenvainada, reuniéndose con sus cuatro leales compañeros y dirigiéndose de modo particular a su hermano para decirle: ¡A ellos, hermano, que nosotros nos bastamos para estos traidores! Los doce almagristas se limitaron a mantenerse en guardia, gritándole con ira y odio: ¡Traidor!”
Prosigue Del Busto: “La lucha se entabló sin ninguna ventaja para los de Chile. Al tiempo que luchaba, Pizarro enrostraba a sus atacantes. Había tomado el primer puesto en la pelea y tanto era su brío que no había adversario que se atreviera a propasar la puerta. En eso cayó Francisco Martín con una estocada en el pecho, también los dos pajes y Gómez de luna. Solo se puso entonces a defender el umbral, desesperando a sus contrincantes que, acobardados, pedían lanzas para matarlo de lejos. No se retrajo por ello el Marqués, antes bien, pretendiendo desanimar a sus enemigos, siguió combatiendo con más intensidad que antes. Tan animoso se mostró, que Juan de Rada entendió que así no lo vencerían nunca y, recurriendo a un ardid traicionero, tomó a uno de los suyos apellidado Narváez y lo empujó hacia Pizarro; el Marqués lo recibió con su espada, pero el peso del cuerpo lo hizo retroceder, aprovechando entonces los almagristas para penetrar el umbral a la carrera y rodearlo. Pizarro continuó la lucha, ya no atacaba, se defendía. El anillo de asesinos giró con frenesí de odio, lego se cerró con intención de muerte. Cuando el anillo se abrió, el Marqués estaba lleno de heridas, una de ellas en el cuello. Pizarro, caído sobre el brazo derecho, tenía el codo lastimado; sus ropas estaban manchadas de sangre, ésta le manaba a borbotones, pero sin mostrar flaqueza ni falta de ánimo, trató de levantarse para seguir luchando. Sin embargo, las fuerzas no le ayudaron y, todavía consciente, se desplomó sobre el piso ensangrentado. Sintiendo las ansias de la muerte, se llevó la mano diestra a la garganta y., mojando sus dedos en la sangre, hizo la cruz con ellos; luego balbuceó el nombre de Cristo e inclinó la cabeza para darle un beso a la cruz. .. Entonces uno de los asesinos le dio una estocada en el cuello, otro quiso ultimarlo y, tomando una alcarraza, se la quebró en el rostro. El Marqués se desplomó pesadamente y quedó quieto en el suelo. Así, mientras los asesinos salían gritando: ¡Viva el Rey, muerto el tirano!, y los rezagados bajaban fatigados la escalera comentando ¡cómo era valiente hombre el marqués!, arriba –con el rostro hundido en su sangre guerrera- yacía el Conquistador del Perú”.
El informe radiológico del cadáver de Pizarro.- En un minucioso artículo de la doctora Ladis Delpino de Soto, profesora de la Universidad Cayetano Heredia y publicado en la Revista Peruana de Radiología (vol. 3, nº 9) se encuentran los resultados de las investigaciones revelan que la muerte del Marqués no sólo se debió a una estocada, ya que el cuerpo y la cabeza presentan las huellas dejadas por 16 heridas punzo cortantes y penetrantes que debieron ser producidas por cada uno de los atacantes, evidenciándose el ensañamiento con que actuaron los asesinos. Igualmente se encontraron en los huesos lesiones antiguas cicatrizadas que revelan aspectos inéditos de su agitada y azarosa existencia.
Se radiografió el esqueleto casi completo de un adulto cuya edad estaría en los alrededores de los 60 a 70 años, faltando la última vértebra cervical, las dos clavículas, todos los huesos de ambos carpos, algunos metatarsianos y todas las falanges de ambas manos, así como también los huesos tarsianos, exceptuando los calcáneos, algunos metatarsianos y casi todas las falanges de ambos pies. También se hallan incompletas las costillas. Se descubrieron inclusiones de densidad en la cavidad craneana, relacionables al plomo de la caja, absorbido por el hueso en sus zonas de mayor contacto con las paredes del plomo.
La cabeza mostraba trazo fisurario en la base, a nivel del ala mayor del esfenoides izquierdo y en el borde derecho de la apófisis basilar del occipital, con pérdida de sustancia ósea en el esfenoides y en el vértice del peñasco del mismo lado. Pérdida de la continuidad del arco orbitario superior izquierdo hacia su porción interna. Ausencia parcial del arco cigomático derecho. En segunda y tercera cervicales amputación de las apófisis transversas derechas y de la espinosa de C3. En la quinta cervical fisura que compromete su cuerpo y ausencia de la pared anterior del conducto vertebral derecho. Aspecto cuneiforme de los cuerpos de octava y undécima dorsales de probable antigua causa traumática. Manifestaciones espondiloartrósicas vertebrales. Pérdida de sustancia ósea del húmero derecho hacia su porción epífiso-metafisiaria inferior en su borde externo (región epicondilea). Formación exostósica en tibia izquierda. Anquílosis de dos falanges distales del pie. En general, la estructura esquelética muestra compactas delgadas y trabeculación de la esponjosa gruesa y laxa.
Las conclusiones, por la rudeza del esqueleto, conformación pelviana y características estructurales óseas, con compactas delgadas y esponjosa trabecular gruesa, así como por los osteofitos de los cuerpos vertebrales se demuestra un individuo del sexo masculino, de edad madura, por encima de los 60 años.
1. Por la amplitud y profundidad de las superficies articulares de los huesos largos se demuestra que correspondió a un sujeto de gran actividad física.
2. La longitud de sus miembros corresponden a una talla en los alrededores de 1.70 metros.
3. No se ha demostrado patología invalidante que hubiera impedido al sujeto enfrentarse a una lucha cuerpo a cuerpo.
4. Se han estudiado las lesiones punzo-cortantes del esqueleto descubiertas en el estudio ectoscópico demostrándose radiológicamente sólo 8 de las 14 descritas, relacionando a las superficialidad de las restantes su falta de objetividad radiológica.
5. Las lesiones en columna cervical y base de cráneo pudieron ir acompañadas de alteraciones de partes blandas vecinas encefálicas y vasculares de necesidad mortal.
6. El aspecto cuneiforme de dos vértebras dorsales se relacionarían a antiguas fracturas por aplastamiento. (caída desde cierta altura, del caballo por ejemplo).
7. Se ha demostrado la presencia de una formación exostósica de la tibia izquierda, relacionable a tumoración benigna del hueso (osteoma) o a respuesta del hueso a injuria traumática o infecciosa.
8. La anquilosis de dos falanges distales de un dedo del pie correspondería a secuelas de antigua causa inflamatoria o traumática.
9. De las imágenes de densidad metálica de la cavidad craneana, hemos demostrado que corresponden a infiltración de tejido óseo por el plomo de la caja sobre la que permanecieron apoyadas las zonas más prominentes de la bóveda craneana a través de muchos años.
10. El estudio comparativo del esqueleto de don Francisco Pizarro y del adulto joven hallado en la misma caja puso en evidencia de sutil información que el método radiológico es capaz de suministrar. Dos ejemplos demuestran esta observación: Teniendo transpuesto en la clasificación de los esqueletos es esternón y el cubito izquierdo pudimos rectificar la falla reconociendo las características estructurales de uno y otro sujeto.
El accidentado velatorio.- Cuentan los testimonios que, una hora después, una mujer llamada la Cermeña y Lorenzo Hernández de Trujillo, acomodaron el cadáver en su cama. Sin embargo, varios “almagristas” irrumpieron en la habitación con el fin de llevarlo hasta Almagro “el Mozo” y ponerlo en la picota; para ello, arrastraron el cuerpo por las escaleras. El ruego de algunos personajes influyentes impidió tal exhibición en la plaza. Pronto, Juan de Barbarán –antiguo y fiel soldado del Marqués Gobernador- subió el cuerpo por la escalera y lo devolvió ala cama: le puso el hábito de santiago, le cruzó los hombros un grueso tahalí de cuero y le puso en el pecho un bracamarte. Luego le calzó una espuela de acicate; la otra se la puso el conquistador Martín Pizarro, deudo y soldado del Marqués. Dicen que doña María de Lezcano, la mujer de Barbarán, se encargó de organizar el entierro. Toda aquella tarde del domingo, el cadáver fue velado en secreto y, por la noche, aprovechando la oscuridad, descolgado en una manta, fue llevado ala huerta para enterrar.
El entierro y la tumba.- Junto ala Catedral, en el muro de la nave del Evangelio y en un lugar que luego se llamó el Patio de los Naranjos, estaba ya abierta la fosa. Martín Pizarro, Barbarán y Baltasar de Torreglosa llevaron hasta ella a los negros e indios que portaban el cadáver del marqués. Se le depositó en el fondo del hoyo, siempre con el Bracamonte entre las manos, y se echaron unas paladas de cal; finalmente, se decidió terminar de cubrir la sepultura con tierra del mismo suelo.
La crisis de los encomenderos se inició cuando la Corona planeó limitar sus privilegios a través de las Leyes Nuevas (1542). En ellas se prohibía el servicio personal y la condición hereditaria de las encomiendas. La rebelión no tardó en estallar. Ya antes se había desatado la violencia cuando las huestes pizarristas y almagristas se disputaron la posesión del Cuzco. Los partidarios de Almagro asesinaron a Pizarro en 1541 luego de que los hermanos Pizarro vencieron y ejecutaron a Diego de Almagro en la primera guerra civil. La rebelión de los encomenderos se desató con la llegada del primer virrey, Blasco Núñez Vela, en 1544. El caudillo fue Gonzalo Pizarro quien en la batalla de Iñaquito logró ejecutar al propio virrey. Ante el caos, la Corona envió al clérigo Pedro de La Gasca a pacificar el Perú. Gonzalo Pizarro se negó a capitular y fue vencido en Jaquijahuana (1548). Derrotados los encomenderos La Gasca, como presidente de la Audiencia de Lima, pudo dar comienzo a la organización del Virreinato.
La historia de los restos de Pizarro en la Catedral de Lima.- Respecto a este tema, reproduzco el artículo que apareció en El Comercio (18/1/2006):
Durante casi un siglo la catedral albergó los restos de una momia apócrifa como si fueran los restos de Francisco Pizarro. En 1977 unos obreros descubrieron una misteriosa caja de plomo que cambió la historia. Los huesos estaban en perfectas condiciones. La conclusión: estábamos ante un impostor. Parecía evidente, pero la única forma de despejar las críticas era abrir la urna donde yacía el supuesto Pizarro.
El alboroto empezó el viernes 17 de junio de 1977. Ese día un grupo de obreros removía los mausoleos en la cripta bajo el altar mayor de la Catedral de Lima. Al retirar los ladrillos de una pared del nicho principal encontraron un par de cajas que contenían huesos humanos. Nada inesperado. Por la tarde sacaron el desmonte y cerraron el acceso. Al día siguiente, al retirar más ladrillos, descubrieron un ataúd forrado de terciopelo negro con aplicaciones de pasamanería dorada. Había más. En el nivel inferior encontraron una segunda caja de madera que tenía dentro una caja de plomo. Dentro de este último recipiente había un cráneo. En la superficie de la tapa tenía una inscripción en letras antiguas que decía: Aquí está la cabeza del Señor/Marqués Don Francisco Pizarro/que descubrió y ganó estos reinos del Piru/ y puso en la Real Corona de Castilla. El hallazgo fue mantenido en reserva durante un día más, hasta la llegada de expertos del INC: era abrumador.
Cuando los especialistas llegaron, el lunes siguiente, vieron un tesoro: en la primera caja había varios esqueletos, entre los que se distinguía el de dos niños, una mujer anciana, un hombre adulto y el esqueleto sin cabeza de otro anciano. Había un pedazo de espada que debía ser del viejo soldado. En el segundo recipiente, donde estaba la caja de plomo, también había restos humanos, aunque ninguno tan determinante como el cráneo. Cuando lo unieron con el cuerpo decapitado de la otra caja, calzó perfectamente. Tenían heridas que se proyectaban de un hueso a otro en el lugar preciso de las que debió sufrir el cuerpo de Pizarro.
El antropólogo Hugo Ludeña recibió el encargo de determinar la verdad. Tuvo que hacer frente a reacciones encontradas. El historiador Luis E. Valcárcel se pronunció a favor de su tesis. “Yo siempre consideré que esa exhibición era una farsa”, llegó a decir sobre la urna que hasta ese momento se exhibía en la catedral. Pero otros estudiosos, como el antropólogo cusqueño Arturo del Pozo, desestimaron la veracidad del descubrimiento por supuestos problemas de procedimiento al manipular los restos encontrados. Del Pozo disparó cartas furibundas a los diarios y dio una conferencia en la sede de la Logia Masónica. El interés del público se incrementó a medida que la polémica calentaba. La prensa lo llamó ‘el cráneo de la discordia’.
PRIMERAS PRUEBAS: Ludeña se encargó de coordinar estudios sobre los restos encontrados. Dos primeros informes, realizados por el prestigioso médico y antropólogo Pedro Weiss, determinaron que las heridas correspondían a las que se sabía recibió Pizarro. El propio Ludeña viajó a Japón para realizar estudios de talla, edad e índice de robustez, para compararlos con las descripciones históricas del personaje. Dos radiólogos peruanos presentaron informes y radiografías concluyentes, que fueron confirmadas por otro estudioso de la Universidad Complutense de Madrid. Parecía suficiente evidencia, pero las críticas continuaban. La única manera de despejarlas era abrir la urna donde yacía el supuesto conquistador.
Tomó siete años conseguir el permiso. En 1984 dos investigadores llegaron desde Estados Unidos para desentrañar el caso: Robert Benfer, catedrático de Antropología de la Universidad de Missouri, y William R. Maples, un antropólogo forense famoso por resolver extraños crímenes. Este hombre es el mismo que años después estudiaría los restos del zar Nicolás II.
Maples escribió un libro titulado “Los muertos también hablan”. Allí, entre varios casos, describió el de los restos de Pizarro: “Había nada menos que cuatro estocadas en el cuello. En una de ellas, un arma de doble filo había entrado al cuello por la parte derecha, cortando la primera vértebra cervical. La dirección de la estocada era clara: le había atravesado la arteria vertebral derecha. Aquella era una herida mortal. La segunda estocada, también desde la derecha, era igualmente devastadora: la hoja había golpeado con tremenda fuerza, cortando trozos de vértebras. La tercera estocada en el cuello casi partió por la mitad la médula espinal”.
Las muescas de heridas en los huesos le indicaban el tipo de ataque: “El húmero derecho presentaba un corte limpio y oblicuo, hecho con un arma afilada. Probablemente se usó una espada pesada”, dice en cierto momento. “Un estoque o una daga llegó hasta el cerebro a través del cuello, alcanzando la base derecha del cráneo; el agresor retorció el arma varias veces y la volvió a clavar”, precisa más adelante. La muerte se reveló en esos huesos con más espanto que en las crónicas.
Había entre once y catorce cortes en los huesos y una fractura en la mano. Todas en la parte derecha de la víctima. “Ese es el lado que un espada diestro presentaría a sus adversarios”, explica Maples en su libro. Su lectura de forense le permitió concluir que eran los restos de Francisco Pizarro. Entonces, junto a su compañero y al equipo de especialistas peruanos –entre los que estaba Ludeña– Maples se encaminó a estudiar la momia apócrifa. El equipo de especialistas fue conducido a la biblioteca de la catedral. “En medio de este esplendor, sobre una mesa, yacía la vieja y correosa momia; su piel estaba grasienta y tenía un solo globo ocular en una de las cuencas de su descarnado rostro. Le habían separado la cabeza del cuerpo en 1891 y la habían vuelto a unir con alambres”.
EL IMPOSTOR: La momia del supuesto conquistador fue medida y fotografiada. A la vista de los estudiosos, esos restos correspondían a un hombre que pudo ser todo menos un soldado de la época. Debió medir cerca de 1,65 m, era más bien frágil de contextura, la piel no mostraba ninguna herida parecida a las que debió tener alguien que murió con tanta brutalidad. “No encontramos el menor rastro de fracturas sin soldar, astillas, arañazos o marcas de incisiones. Los huesos estaban casi en perfectas condiciones; cualquier traumatismo habría sido fácilmente visible”, señala Maples en su libro. “La conclusión era ineludible: nos encontrábamos ante un impostor”.
Hugo Ludeña, que actualmente se desempeña como catedrático de Antropología en la Universidad Villarreal, dice más: “Esa confusión fue producto de un fraude científico”. En 1891, a vísperas de los cuatrocientos años del descubrimiento de América, el alcalde de Lima y su concejo quisieron hacer un homenaje al conquistador. Se designó una comisión que extraería los restos de la cripta ubicada bajo el altar mayor de la catedral. Un grupo de historiadores se encargó de elaborar una secuencia histórica de los restos disponibles. Un equipo médico hizo un estudio científico.
“Los médicos que examinaron la momia optaron por ser complacientes con la comisión y dejaron constancia de que la momia presentaba las marcas de los derrames sanguíneos producidos por heridas en la cabeza, el cuello y extremidades superiores coincidentes con las heridas que recibió Pizarro según los cronistas”, señala Ludeña en un artículo sobre el tema que está pendiente de publicación. El supuesto estudio de 1891 ubicó heridas cortantes o punzantes en el cuello, brazo izquierdo y derecho. Las heridas que no aparecen fueron explicadas por la putrefacción de los tejidos dañados.
Pero el punto más grave del informe es la explicación al estado de momificación del cadáver, pese a que la información histórica señala que el cuerpo de Pizarro estaba en los huesos. Se habló de un supuesto hongo recién descubierto que resultaba propicio. “Nada más falso –escribe Ludeña–, porque de acuerdo con las noticias de la época ningún hongo de esas características se había descubierto y hasta ahora no se conoce de un descubrimiento semejante”.
Los resultados del estudio aparecieron en varias publicaciones del Perú y el extranjero. Un mes después del examen, los restos fueron colocados en un sarcófago de mármol blanco. Al costado se colocó un tubo lacrado con copias del informe de 36 carillas. A pesar de las dudas y frecuentes suspicacias de historiadores y estudiosos, la momia permaneció por casi un siglo a la vista de turistas y limeños. En enero de 1985, ocho años después del descubrimiento de la caja, los restos del verdadero Pizarro fueron depositados en la urna que les correspondía.
La momia apócrifa fue enviada de nuevo a la cripta. El propio William R. Maples recuerda en su libro el destino de esos restos. “La momia impostora, la última vez que la vi, yacía innoblemente sobre una tabla de contrachapado sostenida por dos caballetes en la cripta de la catedral, destinada a ser enterrada en las entrañas del templo”. Se supone que fue un monje, tal vez un funcionario público. La ciencia lo puso en su lugar. El largo brazo de la ciencia, cabría decir.
Algunos datos adicionales:
1. Si Pizarro nació el 16 marzo de 1476 ó 1478 y fue asesinado el 26 de junio de 1541, su muerte se produjo cuando tenía 65 ó 67 años. En términos actuales, era ya casi un anciano y, para su época, cuando la expectativa de vida en los varones (el promedio de vida) apenas excedía los 40 años, era un hombre muy mayor.
2. Diego de Almagro “el Mozo” había nacido en Panamá en 1522, era mestizo y su madre fue una india panameña, Ana Martínez. Luego de la muerte de Pizarro, los “almagristas” lo nombraron Gobernador del Perú; tenía apenas 19 años. Para algunos, es el gobernante más joven que ha tenido nuestro país.
3. Otros también opinan que el asesinato de Pizarro y el nombramiento de Almagro “el Mozo” como gobernador del Perú es el primer “golpe de estado” de nuestra historia.
4. La suerte de Almagro “el Mozo” luego del asesinato de Pizarro no fue muy halagüeña. Cuando el juez Vaca de Castro, enviado por la Corona para esclarecer la violencia desatada en el Perú, muchos de sus antiguos partidarios se pasaron al bando del Juez y Comisario Regio para salvar su pellejo y no perder sus encomiendas. Con unos pocos leales, se enfrentó a Vaca de Castro en la batalla de Chupas (16 de septiembre de 1542), cerca de Huamanga, donde fue derrotado. Lo llevaron al Cuzco, donde fue ajusticiado y enterrado junto a su padre en la iglesia de La Merced.