Escena popular en Lima del XIX (Johann Moritz Rugendas)
Hasta el siglo XIX, más que “ciudad jardín”, Lima era, en realidad, la “ciudad de los gallinazos”, pues estaba inundada de estas poco agraciadas aves carroñeras. En los campanarios de las iglesias, en los techos de las casonas, en las orillas del Rímac y hasta en las mismas calles, “conviviendo” con los transeúntes, uno podía toparse con estos pajarracos ya casi “domesticados” por su convivencia con los limeños.
Como Lima no tenía un adecuado sistema de drenaje o desagüe, y su servicio de “baja policía” era muy deficiente, en las calles y acequias se acumulaba toda clase de desperdicio. No exageramos en decir que Lima parecía un “muladar”. Las toneladas de basura que producían los limeños eran el manjar de los gallinazos. Sin contar los muladares que existían en al ribera del Rímac, en 1858, según Manuel A. Fuentes, había en al ciudad 196 acequias que eran el “comedero” de estas aves negras con cabeza desnuda y arrugada que se dieron el “lujo” de, incluso, dar nombre a una calle: la Calle de los gallinazos, hoy tercera cuadra del jirón Junín. Ya nos imaginamos el número de gallinazos que merodeó por ese lugar para que los vecinos relacionaran aquella calle con estos pajarracos. También existió la Calle de Gallinacitos, actual tercera cuadra de Lino Cornejo (paralela a la tercera cuadra del jirón Pachitea). Aquí se encontraba el antiguo Noviciado de la Compañía de Jesús; en su campanario, solían instalarse muchas de estas aves para “observar” mejor la ciudad y su comida.
¿Qué podemos decir del gallinazo limeño? El más común en nuestra ciudad es el “gallinazo de cabeza negra”. Se trata de un pájaro grande (65 centímetros, aproximadamente), todo negro y con la cabeza desnuda y arrugada, que previene que las plumas se contaminen por comer carroña. Sus patas son color gris claro y están adaptadas a caminar en el suelo aunque no son muy elegantes caminando y dan saltos torpes. Sus picos curvos y fuertes están adaptados a desgarrar carne a la vez que la sostienen con una de sus patas. Estos bichos, de aspecto poco agraciado, están adaptados a comer mucho y muy rápido cuando hay comida disponible, pues pueden pasar varios días sin probar bocado. Están la mayor parte del día planeando, buscando las corrientes ascendentes de aire caliente. Detectan su comida principalmente por su vista (a diferencia del “gallinazo de cabeza roja”, que la detecta por olfato). Su envergadura (que puede llegar a más de 2 metros cuando extiende sus alas) los hace muy visibles a grandes distancias. Vive en grupos ayudándose mutuamente: si llegan a encontrar abundante comida vuelan a buscar a otros de su especie para comunicarles la “buena nueva”, sobre todo cuando había un animal muerto por algún rincón.
Existió en el Perú desde tiempos antiguos. Cuando los españoles llegaron al templo de Pachacámac (1533) vieron en la plaza principal a centenares de “buitres de cabeza negra”; el cronista Pedro Pizarro cuenta que, por orden de los sacerdotes, sus servidores arrojaban muchos pescados (anchovetas y sardinas) para que los gallinazos nunca se alejen del santuario. La historiadora María Rostworowski, por su lado, explica que estas aves carroñeras eran necesarias para que se devoren los cadáveres de los animales y humanos sacrificados en honor al “dios de los terremotos”.
De otro lado, cuentan varios testimonios que ciertos pajarracos estaban tan ambientados a la vida urbana que, a veces, podía verse a uno de ellos siguiendo a alguien por las calles. Esto podía asustar a algunos, pues podía estar pensando que lo perseguía como “bocado”. En realidad, algunos gallinazos podían “encariñarse” con las personas. En realidad, los gallinazos mantenían limpia la ciudad; eran un servicio eficaz de “baja policía”; como su trabajo era “gratis”, estaba prohibido darles muerte.
Tan vinculados estuvieron a Lima que muchos escritores se han ocupado de ellos. Garcilazo de la Vega, Juan de Arona, Abraham Valdelomar, Sebastián Salazar Bondy (quien escribió El señor gallinazo vuelve a Lima, que relata la historia de un ave que regresa a Lima y junto a un niño recorren toda la ciudad) o Julio Ramón Ribeyro (Los gallinazos sin plumas, cuento que recrea la miseria de la condición humana). Asimismo, el ingenio de los limeños relacionó el nombre de gallinazo para apodar a ciertas personas. Pancho Fierro, por ejemplo, retrató a un personaje muy popular en la Lima decimonónica y a quien se le conocía con el apelativo de “Pichón de gallinazo”. De otro lado, hasta hoy existe un conocido aforismo que dice: “Gallinazo no canta en puna” o “Gallinazo en puna no vuela”. Esto alude a que, a pesar de encontrarse en todo el continente americano (en México los llaman zopilotes), el gallinazo no habita en zonas altas; también hace referencia al “mal de altura” que ataca al costeño cuando sube a la Sierra.
Más allá de los gallinazos.- Si bien es cierto que el gallinazo fue, durante siglos, el animal más representativo de Lima, no todo se reduce a esta ave. La fauna autóctona de Lima y la costa central comprende especies marítimas y continental; esta última con especies terrestres y fluviales. Como sabemos, la fauna marina es muy rica y de mucha importancia para la economía de la población. La variedad de peces, por ejemplo, incluye la corvina, el lenguado, el bonito, el atún, el pejerrey o la anchoveta, entre muchas otras; además, cetáceos como los delfines. Respecto a los crustáceos, se encuentran adheridos a las peñas o enterrados en la arena. Estos no solo enriquecen la dieta de los limeños sino también la de las aves guaneras, focas y lobos marinos.
Respecto a la fauna continental, los reyes son las aves. Desde los humildes picaflores, gorriones y jilgueros, hasta los sofisticados gavilán acanelado, lechuza campanaria o la mosqueta silbadora. Entre los mamíferos, tenemos a los zorros y las mucas, y, en las Lomas de Lachay, las vizcachas y venados. Esto sin mencionar a los abundantes insectos y algunos reptiles como víboras, culebras de agua y lagartijas. Por último, en algunos ríos de las partes altas de Lima todavía es posible encontrar lisas y bagres.
LAS AVES.- Pero sigamos con las aves. Si bien el pasatiempo de observar aves aun no es muy común en nuestra ciudad –a pesar de que Perú es el país con la segunda mayor diversidad de aves en el mundo- en algunos parques de Lima, como el Olivar de San Isidro, se pueden observar fácilmente más de 15 especies de aves. Las más comunes son las palomas: la Tórtola Orejuda, la Cuculí (con su distintivo canto mañanero que le da su nombre) y la Tortolita con su pico amarillo.
A pesar de que las palomas y tórtolas, por ser más grandes, son las más notorias, no son las únicas que existen en los parques y jardines de Lima, sino también cotorras y periquitos, garrapateros, lechuzas, vencejos (parecidos a las golondrinas), colibríes, tiranos, atrapamoscas, golondrinas, cucaracheros, calandrias, semilleros, gorriones, picogruesos, saltadores, jilgueros y tordos. Entre los más coloridos está el Turtupilín, con su pecho rojo encendido y siempre haciéndose notar al posarse en los lugares más visibles. Otros de colores son el Botón de Oro color amarillo encendido y la Tángara Azuleja de color celeste. Ahora bien, en el Parque Castilla o en los parques de San Borja y Surco, si buscamos con paciencia, en los árboles veremos a la despeinada y nerviosa Mosqueta Silbadora. Asimismo, en los muros y tejados, pero no por eso menos divertidos de observar, son los Gorriones Americanos y los Gorriones Europeos. Todas estas aves cumplen su rol en el ecosistema de ciudad. Dotadas con diferentes picos y patas, formas y colores, para alimentarse de insectos, granos, polen, semillas, frutos, entre otros nutrientes, que permiten un equilibrio en las poblaciones incluso de estas mismas fuentes.
Paloma.- Amada por algunos, odiada por otros, en los parques y áreas públicas de la ciudad se presenta muchas veces como problema la sobrepoblación de estas aves, que malogran el ornato y que son fuente de transmisión de enfermedades zoonóticas. En la mayoría de parques y jardines de Lima se pueden ver 4 tipos de palomas: paloma doméstica (Columba livia), tórtola melódica o cuculí (Zenaida meloda), tórtola orejuda o rabiblanca (Zenaida auriculata) y tortolita peruana (Columbina cruziana).
La paloma doméstica es la más grande y presenta mucha variedad de colores y suele volar en plazas y parques en grandes bandadas (ponen entre dos y tres veces cada año y cada puesta incluye 2 huevos, que son incubados por 17 a 19 días, lo cual nos da un promedio de 4 a 6 huevos por ave por año). En realidad, está repartida por todo el planeta. Es un ave relativamente grande y tiene distintos colores que incluyen el gris, el marrón y el blanco. Come arroz, maíz, granos y casi todo lo que encuentra a su paso, menos carne. En cuanto se dan cuenta de que hay comida se congrega un buen grupo. Es una de las pocas especies que pueden succionar agua lo que les permite tomar agua sin levantar la cabeza; tienen un gran consumo de agua y toman hasta el 15% de su peso todos los días, por lo que se les ve frecuentemente cerca de fuentes, charcos o acequias.
Por su lado, la tórtola melódica o cuculí, es gris con el borde de los ojos de color azul y el borde de las alas de color blanco; se le conoce por su canto que le da el nombre; la tórtola orejuda es toda gris con puntos negros y pico negro; y la tortolita peruana tiene pico de base naranja y punta negra, con una franja guinda debajo del hombro. Estas tres tórtolas pueden tener entre 1 a 3 huevos por puesta, los que son incubados entre 14 y 16 días.
Las gaviotas.- Si se les ve, están de paso. Hace unos años, cuando todavía abundaban pampas libres en Surco o San Borja podían verse grandes bandadas de estas aves. Está la “gaviota elegante”, de cuerpo esbelto, color blanco y con alas un poco más oscuras que el resto del cuerpo. Sus patas son negras y el pico anaranjado. Se le distingue en vuelo fácilmente por la cola ahorquillada. Se reproduce en el Hemisferio Norte y viene a nuestra costa solo en verano. Por su lado, la “gaviota gris” es totalmente de color gris, aunque los bordes de las alas y la cola son blanquecinos; las patas y pico son negros. Por lo general, se la ve en grupos en las orillas de las playas; come pequeños crustáceos, y alguna vez come sobras de comida dejada por los veraneantes. Finalmente, tenemos a la “gaviota serrana”; su dorsal es gris, el vientre blanco; el pico y las patas son negros. Si bien su hábitat natural son los lagos andinos, durante el invierno suele bajar hacia la costa.
Huerequeque.- Llamado también “chorlo cabezón”, puede medir hasta 40centímetros de altura. Su gran cabeza es desproporcionada a su tamaño; es de color gris ceniza, cejas blancas hasta la nuca y, en la parte posterior de la corona, una línea negra, que le da la apariencia de una ceja. Sus patas largas, de color amarillento, hace que corra de forma parecida a los avestruces. Sus ojos son grandes y amarillos, que indican sus hábitos preferentemente nocturnos. Tiene pico es corto y agudo, de color negro. De noche se reúnen en grupos y gritan fuertemente cuando vuelan o son alterados por algún motivo. De día están en los humedales (Ventanilla, por ejemplo) o en algunos lugares de Surco, cerca de los cerros.
Pelícano.- El año pasado apareció en los periódicos una truculenta noticia. En la costa norte, concretamente en las playas de Santiago de Cao, a los pelícanos se los apreciaba no precisamente por su vuelo, sino por su carne, y eran presa de cazadores que, con extrema crueldad, a cada animal que atrapan, les quitan el pecho (alrededor de un kilo de carne) y luego el resto se lo deja secar hasta que pueda ser usado como señuelo. Si esto ocurría en el norte del país, aquí, en la Costa Verde de Lima, un reportaje reveló que gente muy pobre también utilizaba la carne de esta ave marina como alimento. Sin embargo, hasta relativamente poco tiempo, el pelícano era una ve muy “familiar” para los limeños. No solo se le veía en manadas en los mueles pesqueros de Chorrillos o de Ancón sino en los mercados, hasta en los bien “metidos” de la ciudad, como los de Surquillo, Magdalena o Breña; allí se alimentaban de todos los restos de pescado que les daban los vendedores.
También llamado alcatraz, el pelícano es un ave marina grande que tiene un gran pico con una “bolsa” (llamada bolsa gular); se caracteriza por su vuelo de aleteos lentos. Es de color marrón oscuro con motas gris claros, frente blanca y cuello blanco en el invierno y parcialmente negro en el verano. Los pelícanos jóvenes tienen el vientre blanco. Se alimenta de peces que captura mientras nada o zambulléndose tras de ellos. Muestra preferencia por las anchovetas y las lisas. En primavera y verano se reúne en colonias numerosas para anidar y reproducirse. Suele ver volar en grupos de 3 a 10 individuos, alineados en la típica “v” y en vuelo rasante sobre el mar.
Piquero.- El piquero de la costa peruana tiene alas color marrón oscuro con jaspes blancos. Su cola es marrón con las plumas centrales blancas. Su tamaño es de 75 centímetros, aproximadamente, y su cabeza, cuello, pecho y partes inferiores son color blanco. Su pico es gris oscuro y largo; y las patas son cortas y de color negro azulado; los jóvenes son color marrón cenizo. Se alimenta de peces en general aunque prefiere las anchovetas. Pesca lanzándose en picada de donde viene su nombre común. Es gregario y anida en grandes colonias en costas rocosas de islotes o zonas planas.
Lagartijas.- ¿Quién no ha visto alguna vez en algún campo o arenal cerca de Lima a estos pequeños reptiles? Pequeñas, de cuerpo alargado y patas ágiles son estupendas trepadoras o escaladoras de rocas. Muy rápidas, con la capacidad de “soltarse” la cola cuando son capturadas, para luego correr, sin ningún problema, ya que la cola les vuelve a crecer. Entre algunas especies, tenemos a la “Lagartija de las Huacas” una familia endémica que está desapareciendo. Su caso es muy peculiar, y ha ido desapareciendo sistemáticamente por la urbanización de Lima. Esta lagartija se fue retrayendo al único espacio que las nuevas zonas urbanas han respetado: las huacas. El problema es que han formado colonias tan reducidas que el material genético se está agotando y pronto degenerarán hasta desaparecer.
Los gatos del parque Kennedy de Miraflores.- Casi medio centenar de gatos viven libres caminando por el parque, la iglesia, los cafés y demás del parque de Miraflores. No se sabe muy bien cómo llegaron. Al parecer los primeros eran de las casas cercanas que salían a jugar y pasear por el parque; con el tiempo, hubo gente que empezó a abandonar gatos y el número aumentó. Hoy se pueden ver gatas paseando sus crías enseñándoles a cazar palomas (que hay de sobra). Viven de las palomas del parque y de la comida que la gente les da; algunos les llevan alimentos balanceados o comida casera e, incluso, ayuda veterinaria. Durante el día, los gatos caminan por el parque, juegan, saltan, cazan, duermen y ronronean; en las noches, algunos se quedan a pedir comida a la gente que transita por ahí. Pasan la noche en la iglesia y utilizan la iluminación como “cama” para calentarse durante la oscuridad.
Hay una página en Facebook titulada “Los gatos del Parke Kennedy” que dio lugar a una noticia publicada en RPP en octubre de 2010: No son “Los Felinos Cósmicos” ni pertenecen a la pandilla del célebre “Don Gato”. No son amigos del afamado Garfield y tampoco son conocidos por tener bolsas mágicas como las del añejo “Gato Félix”, sin embargo, estos “lindos gatitos” (como le decía Piolín a Silvestre de los Looney Tunes) han robado más de un suspiro a los limeños e incluso ya se han hecho conocidos en Internet. Los gatos del parque Kennedy, tradicional centro de esparcimiento del distrito limeño de Miraflores, tienen más de seis mil seguidores en la página que un usuario ha creado en la red social Facebook. “Este es un espacio para los amantes de los gatitos que viven en el Parque Kennedy, para todos los que les dan comida y de beber. También no pierden oportunidad de hacerles mimos cuando los ven, porque esos felinos te roban el corazón por lo maravillosos que son”, escribió el creador de la página. Miraflores, distrito y balneario limeño que es conocido por sus zonas comerciales, tradicionales, turísticas y por acoger una agitada vida nocturna gracias a los locales que rodean precisamente al parque Kennedy, tiene ahora una razón más de atracción: La gran cantidad de felinos que conviven con los visitantes de la zona. La página cuenta incluso con más de 160 fotografías tomadas por los usuarios. Toda una especie de culto para estos animales que de forma curiosa le dieron aún más calidez a una de las más populares zonas miraflorinas.
Los murciélagos.- La fantasía popular ha hecho que estos pequeños animales tengan una fama terrible debido, en parte, a su pariente, el vampiro, que tampoco tiene nada de demoniaco. Estos “ratones con alas” se alimentan de insectos o frutas y néctares. De esta manera, cumplen un papel muy importante en la fecundación de las plantas, en la dispersión de semillas y en el control de insectos dañinos. Nunca muerden a los humanos, como algunos creen, tampoco tienen comillos. A veces, al salir volando espantados suelen toparse con las personas y, sin querer, las arañan con el dedo que tienen en el extremo del ala, armado con una uña la que les ayuda a colgarse de las rocas y árboles. Se guía en su vuelo por un sistema de emisión de ondas ultrasónicas y detectando la posición de los objetos por el eco recibido. ¿Hay en Lima? Por las noches, cerca de árboles floreciendo, los veremos volar. La gente piensa que son golondrinas o mariposas nocturnas; sin embargo, su vuelo aparentemente errático, y sus alas membranosas y semitransparentes al traslucir la luz los delatan. Ojo que están por todos lados.
Los monos y el organillero.- Hasta hace unas décadas, los organilleros formaban parte del paisaje urbano de Lima; plazas, parques y algunas calles eran ocupados por estos personajes que, con su mono (generalmente el “machín”), divertían y “adivinaban” la suerte de grandes y chicos. Durante muchos años, para nuestros padres y abuelos el monito de la caja de música era un personaje muy familiar. Hoy ya casi han desaparecido. La familia de los monos “machín” está repartida en toda la selva de Sudamérica. Por el color del pelo que tienen en el pecho, los hay blancos, negros y pardos.
Los Pantanos de Villa.- Si hasta el siglo XIX fue refugio de bandoleros y cimarrones o lugar para la caza de patos hasta bien entrado el siglo XX, lo cierto es que los Pantanos de Villa (ubicado al sur de la hacienda colonial del mismo nombre, hoy Chorrillos), a partir de la década de 1960 se vieron afectados por la utilización de sus suelos en la agricultura, el pastoreo, la extracción de junco y totora y, sobre todo, la urbanización; asimismo, en los últimos 30 años, se ha incrementado la cantidad de materiales sólidos, generalmente desmonte, que sirve como relleno o con el fin de deshacerse de la basura. Sin embargo, a pesar de estas amenazas, aún sigue siendo una de las reservas naturales más importantes que los limeños aún podemos disfrutar. Además, en 1989, se declaró a los Pantanos de Villa como “Zona Reservada” para la conservación de flora y fauna silvestre; luego, en 1997 fue reconocido como un humedal de gran importancia nacional e internacional por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
La fauna silvestre de este ecosistema limeño está representada por unas 210 especies de aves, en su mayoría migratorias (70%), que vienen del hemisferio norte, otras de la región alto andina del país y unas pocas del sur. Asimismo, hay unas 10 especies de peces y algunos reptiles y roedores. Entre las aves “residentes”, las más importantes son los polluelos de agua, los patos zambullidores, gallinazos, huerequeques y pelícanos; entre las “migratorias”, tenemos gaviotas de franklin, águilas pescadoras, garzas blancas, halcón peregrino, cigüenelas y parihuanas, entre otras. Hay también murciélagos, lagartijas, culebras, sapos, ranas y un sinfín de insectos; entre los peces, tenemos lizas, tilapias y mojarras, entre otros.