En 1572, en la plaza de armas del Cuzco, el último de los incas de Vilcabamba, Túpac Amau I, fue decapitado por órdenes del virrey Francisco de Toledo. Cuentan los testimonios que el verdugo –un indio cañari– fue el encargado de cumplir con la orden. Dicen que el Inca puso su cabeza en el degolladero y el cañari le aferró el cabello con la mano izquierda, levantó el arma con la derecha y la dejó caer para cercenar el cuello. Separada la cabeza del tronco, la levantó triunfante para que fuera vista por la multitud. En ese momento, rompieron a doblar todas las campanas del Cuzco y la cabeza quedó clavada en la picota. La multitud indígena quedó quieta, petrificada. El cuerpo del Inca fue llevado a casa de doña María Cusi Huarcay, esposa del decapitado monarca y la enterró luego en la capilla mayor de la Catedral de la antigua capital de los incas. Sucedió entonces que, con los días, los indios iban a venerar la cabeza del Inca. Alarmadas las autoridades, en secreto, se ordenó retirar la cabeza para enterrarla, posiblemente, junto al cuerpo. Como la multitud india no vio nunca la unión del cráneo con el cuerpo, muchos imaginaron que había sido llevada a Lima.
Ese sería el origen del mito de Inkarri y no, como algunos piensan, la muerte de Atahualpa en la plaza del Cajamarca. ¿En qué consiste el mito? El término “inkarri” es una contracción de “Inka Rey” y se trataría de un dios del mundo andino posterior a la conquista, influido por el mesianismo y milenarismo cristianos, y con cualidades de suprema deidad, es decir, creador de todos lo que existe y fundador del Cuzco. Inkarri fue apresado, martirizado y muerto por los españoles, quienes “dispersaron” sus miembros por los cuatro lados que conformaron el Tahuantinsuyo y su cabeza fue enterrada en el Cuzco.
Sin embargo –según la creencia popular en los Andes- esta cabeza está viva y el cuerpo se está regenerando bajo tierra. Cuando se reconstituya el cuerpo de Inkarri, la divinidad volverá, derrotará a los españoles y restaurará en Tawantinsuyo y todo el orden del mundo quebrado por la invasión europea del siglo XVI. Cabe destacar que hay varias versiones del mito y, en algunas de ellas, se habla que cuando regrese Inkarri será el fin del mundo y el juicio final; en este tipo de versiones se nota la clara influencia del discurso cristiano. Es muy probable que el mito naciera en los tiempos de la ejecución de Túpac Amaru I y que se fue extendiendo por los Andes hasta el siglo XVIII, coyuntura del resurgimiento de la cultura inca y de las rebeliones indígenas, especialmente cuando estalló el gran movimiento de Túpac Amaru II. En este sentido, el martirio y ejecución de José Gabriel Condorcanqui en 1781, también en la plaza del Cuzco, reforzaría el mito de Inkarri. Pero con la sentencia de Areche y el advenimiento de la República, el mito fue ignorado por historiadores y otros especialistas. Recién, en 1955, fue recogido de la tradición oral en la región de Paucartambo (Cuzco) por una expedición etnológica dirigida por Óscar Núñez del Prado e integrada, entre otros, por Josafat Roel Pineda y Efraín Morote Best. Luego, el escritor y antropólogo José María Arguedas rescató otra versión del mito en Puquio (Ayacucho). A inicios de la década de 1870, diversos estudiosos ya habían descubierto hasta 15 relatos del mito de Inkarri, con ligeras variaciones, incluso en pueblos de la amazonía peruana.