El Panteón de los Próceres (iglesia San Antonio Abad)


(panoramio.com)

Lo que hoy es el Panteón de los Próceres, en el Parque Universitario, fue la iglesia San Antonio Abad, fundada por Antonio Correa, y que perteneció al Noviciado jesuítico del mismo nombre y que se ubicaba donde hoy está la Casona de San Marcos. Cuando se expulsó a los jesuitas (1767), se la bautizó con el nombre de San Carlos, en homenaje al monarca Carlos III, y fue el templo del antiguo Convictorio Carolino. La construcción que ha llegado a nosotros data de esa época, y es contemporánea a la iglesia de los Huérfanos (ambas, obra de Cristóbal de Vargas). Se llamó así hasta que, durante el Oncenio de Leguía, se decidió darle otro uso. Así, se “desacralizó” el templo para convertirlo en un “altar de la patria”, en el “Panteón de los Próceres”. Según los arquitectos de la época, era, por su tamaño, forma, riqueza de líneas, obras talladas y por su situación contigua a la Universidad de San Marcos, la más apropiada para convertirse en el monumento que guardara las cenizas de los próceres de la Patria. Las obras de remodelación y adaptación para su nueva función, con motivo del Centenario de la batalla de Ayacucho (1924), fueron realizadas por el arquitecto Claudio Sahut, quien escogió el color de todas sus partes, los vitraux grabados en los dos extremos del crucero, las pinturas de José Sabogal, las decoraciones de azulejos polícromos, los bajo-relieves en bronce, el Cristo de Bistolfi, los bustos de San Martín y Bolívar de Tadolini y el tono de pintura que transformó el antiguo y casi desapercibido templo en una joya artística. Sabogal fue autor de los dibujos y pinturas de las pechinas de la cúpula, embellecida en su parte alta con decoraciones que representan las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.

Todos los trabajos de piedra artificial y su colocación, así como el de las escaleras, el piso de mármol de estas y el interior de la bóveda los ejecutó el arquitecto Martín Eloy. Carlos Wehril fabricó los mosaicos, azulejos y el viteaux que decoran el techo de la cripta y las dos ventanas del crucero; estos mosaicos muestran en el techo de la cripta los nombres de las jornadas de Pichincha, Zepita, Junín y Ayacucho. Daniel Casafranca, alumno de Bellas Artes, fue autor de los bajorrelieves que decoran los costados de la escalera que conduce a la cripta. Uno de los grandes representa la raza india dominada y el otro el instante de la libertad, que ostenta guerreros triunfantes. El tiempo que se empleó en todo el trabajo demandó cuatro meses y su costo fue de 25 mil libras peruanas.

Fueron los restos mortales de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, los que primero se llevaron al nuevo Panteón (diciembre de 1924). Rodríguez estaba enterrado en la iglesia del pueblo de Amotape (Piura) y fueron trasladados y enterrados aquí en solemne ceremonia presidida por el presidente Leguía. Hoy ya no están, pues fueron repatriados a Caracas en la década de 1950 a pedido del entonces dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez (el dictador peruano de entonces, Manuel A. Odría, accedió a la solicitud).

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