Cuando Francisco Pizarro fundó la Ciudad de los Reyes, el 18 de enero de 1535, tuvo derecho a un solar; sin embargo, terminó con toda una “cuadra”, es decir, con cuatro solares, que corresponden a la manzana que hoy ocupa el Palacio de Gobierno, junto a la ribera del Rímac. ¿Por qué? La razón es que Pizarro, además de fundador y vecino de Lima, ostentaba los títulos de “Gobernador”, “Adelantado” y “Alguacil Mayor”, en virtud de la Capitulación de Toledo, contrato que firmó con la Corona y le dio permiso para conquistar el País de los Incas. Pero Pizarro también fundó otras ciudades, como Piura, Cuzco, Jauja y Trujillo. En cada una de ellas, como le correspondía, tuvo un solar para construir su vivienda.
La fundación de Trujillo y el solar de Pizarro.- Según los documentos coloniales, Trujillo se fundó dos veces. La primera por Diego de Almagro o Martín de Estete, que no está claro quién lo hizo, aunque sí en 1534, y la segunda y definitiva, por Francisco Pizarro, el 5 de marzo de 1535. Donde hoy está la Prefectura, en la Plaza de Armas, correspondió a Pizarro su solar en calidad de fundador de la nueva villa. ¿Por qué se fundó Trujillo? No solo el recuerdo a la tierra que le viera nacer en Extremadura, llevó a Pizarro a fundar esta ciudad. Había que resolver el problema de no existir entre Piura (en el extremo norte) y Jauja y Lima otro centro administrativo. Por otro lado, al igual que Lima, el emplazamiento era excelente, en el delta de un valle, en una llanura con de suave inclinación, con abundante agua y tierras feraces y suficientes para cultivos de panllevar y crianza de ganado, con las que se favorecieron los primeros vecinos.
Fisonomía de la ciudad.- El plano inicial de la villa tuvo como centro la Plaza Mayor, alrededor de la cual se organizaron las manzanas en forma de damero. Cada una de estas manzanas –a diferencia de Lima- fue dividida en tres solares longitudinales. Diez años después de su fundación, Trujillo contaba ya con 300 casas y una población de mil habitantes. Las sucesivas edificaciones se hicieron en solares repartidos gratuitamente por el Cabildo, a petición de los nuevos pobladores.
Desde su fundación, hasta el terremoto de 1619, la arquitectura trujillana fue de carácter defensivo y de estilo gótico isabelino; las casas de los primeros vecinos se construyeron de piedra, con muros altos y almenados, en forma de torre; las ventanas exteriores eran pequeñas y la fachada tenía una gran portada con escudo en la parte superior. La extensión de los solares, como anota el antropólogo Juan Castañeda, permitió viviendas con muchos espacios, que incluían patios, huertos, jardines y caballerizas en la parte posterior. Pero el sismo del 14 de febrero de 1619 dejó a Trujillo completamente destruida, con muy pocos inmuebles en pie. La lenta reconstrucción de la ciudad se hizo bajo los cánones del nuevo estilo manierista. Nuevamente se erigieron grandes casonas, algunas de ellas con capilla propia, que presentaban pinturas murales tanto en su interior como en el exterior. Ya en la segunda mitad del XVII se fue consolidando el barroco mestizo y, en el XVIII, llegaría el rococó.
La muralla.- Fue construida para defender la ciudad de posibles ataques de corsarios, pues en 1686 Eduardo Davis había incursionado en Guayaquil, Paita, Saña y Pisco. La obra fue dirigida por el italiano José Formento, quien la concluyó en 1688. Dicen que costó 84 mil pesos, era de adobe y su trazo casi oblongo; no tuvo ni almenas y torretas. Medía 4 metros de alto por 3 de ancho. Su camino de ronda unía 15 baluartes y corría sobre seis puertas de acceso a la urbe. Estas puertas se llamaron Mansiche, Miraflores, Moche, Huamán, Postigo del Deán y La Sierra.
Pero, en realidad, la muralla terminó cumpliendo un papel decorativo: sus muros no eran suficientemente altos; además, no tenía fosos y terraplenes para hacer una efectiva defensa. De la vieja muralla solo queda un tramo de 100 metros, que se puede encontrar saliendo por el barrio de Santa Teresa; está revestido con yeso y pintado de blanco. Pese a que hoy solo contamos con este tramo, basta con recorrer la avenida España, pues ella, al circunvalar la población antigua, sigue recorriendo delante de lo que fue la muralla de Trujillo.
Trujillo, importancia económica y política.- El cronista Martín de Murúa llegó a Trujillo a principios del siglo XVII y describe así la ciudad: Hay en Trujillo encomenderos y vecinos muy ricos en rentas y en haciendas y creías de ganados mayor y menor, y, sobre todo, famosos ingenios de azúcar, de los que se sacan grandes rentas, y es cierto que, si el puerto de esta ciudad que está a dos leguas de ella, llamado Huanchaco, fuera seguro y fácil para embarcarse y salir a tierra, fuera Trujillo una de las más prósperas y opulentas ciudades del Reino.
En efecto, ciudad eslabón, creada para atenuar la aridez del desierto, Trujillo se convirtió en ciudad de paso, entre San Miguel de Piura y Lima, y fue centro de exportación e importación de la costa norte del Virreinato de diversas mercancías. Por Huanchaco exportó azúcar, cereales, cerdos y cueros; por Chérrepe (puerto de Saña), harinas, tabaco y cordobanes; y por Santa, miel de caña y chancaca. Incluso, Trujillo monopolizó el tráfico mercantil con Panamá; también mantuvo comercio marítimo con Huaura y el Callao, así como con Paita, Guayaquil y Puerto Viejo. También fue un centro redistribuidor a Cajamarca, Chachapoyas y las cabeceras andinas del callejón de Huaylas.
A partir de 1784, Trujillo de convirtió en la capital de la Intendencia del mismo nombre. Esta fue su condición cuando, al conocerse la llegada de la Expedición Libertadora del general San Martín, bajo el liderazgo del intendente José Bernardo de Tagle (el marqués de Torre Tagle), proclamó su independencia el 29 de diciembre de 1820. Fue la primera ciudad del Perú en hacerlo, como lo prueba el Monumento ala Libertad, ubicado en su Plaza de Armas.
La sociedad trujillana.- Todos los testimonios dan cuenta del carácter señorial y cortesano de Trujillo. Su elite estuvo formada por los encomenderos y sus familias y por los funcionarios de la Corona. Era una ciudad de corregidores, miembros del Cabildo y del clero, los oficiales de milicia y real hacienda, los hidalgos peninsulares y criollos y los indios nobles. Fue Trujillo ciudad de títulos nobiliarios. Aquí vivieron los marqueses de Herrera y Vallehermoso, que también fueron condes de Valdemar de Bracamonte; también los marqueses de Bellavista y los condes de Premio Real, Olmos, San Javier y Casa Laredo. Giraron alrededor de ellos familias identificadas con la ciudad como los Risco, Los Correal y Aranda, los Lizarzaburu, los Cáceda, los Cacho, los Ganoza, los Luna Victoria, los Martínez de Pinillos, los Zurita, los Puente y los Barúa. Las casonas, entonces, nos muestran la vida señorial de estas familias que duró hasta bien entrado el siglo XX.
LAS CALLES ANTIGUAS.- La muralla cercó lo que hoy se conoce por Trujillo antiguo, el aledaño a la Plaza de Armas. Sus calles tienen sabor añejo, pintoresco. Allí están las del Apuro, de la Aduana Vieja, del Cabildo, de las Cajas de Agua, de la Escuela, del Palacio, del Cuartel, de las Ventanas, del Coliseo, del la Huerta de Aranda, de los Bracamontes, de los Callejones y otras. Todas tienen tradición y encanto de barrio. Caminarlas al anochecer, ver encenderse las luces de sus plazuelas, perfilarse los campanarios, apreciar la salida de la luna y asistir al brillar de las estrellas es algo que el viajero no puede perderse. Este encanto se duplica si, caminando lentamente, nos aproximamos a la vieja Caja de Sagua. Allí no solo apreciaremos el conjunto de la tradicional Plazuela del Recreo, sino que veremos al fondo, remodelada, una de las portadas de la muralla.