Parque de la Muralla
La construcción y el recorrido de la Muralla.- El momento llegó en la década de 1680, cuando el Duque de la Palata decidió fortificar la ciudad de Lima (y también Trujillo). En esta ocasión, lo que desencadenó la decisión fue el miedo que generó el ingreso al Pacífico del corsario flamenco Eduardo Davis, quien se unió a otros filibusteros y saqueó Sechura, Chérrepe, Saña, Casma, Santa, Huaura y Pisco. También influyó la toma de Portobelo (Panamá) y la caída de Veracruz (México) en 1683 por parte del filibustero Lorencillo. Por otro lado, sabemos que España, durante los tres siglos que duró el Virreinato, estuvo en guerra con varios países europeos, como Inglaterra, Holanda o Francia. Cualquiera de sus escuadras podría atacar al Perú, un territorio famoso por sus minas y tesoros.
El cronista Josephe de Mugaburu en su Diario de Lima escribió: “Empezaron a cercar y amurallar esta ciudad con adobes por Monserrat, viernes 30 de junio, día del Apóstol San Pablo, del año 1684”. Los que diseñaron la Muralla quisieron tender un cerco completo alrededor de Lima, sin dejar ningún sector de la ciudad desguarnecido y abierto. Así, establecieron dos recorridos distintos según las características topográficas de los terrenos donde se asentó la Muralla. Con ellos, se completó el encerramiento integral de la capital del Virreinato y de sus huertas cercanas dentro de la muralla. Cuando se terminó la monumental obra, llenó de orgullo a sus constructores y recibió hasta elogios literarios, como los de Pedro Peralta y Barnuevo en su Lima inexpugnable o Discurso Hercotectónico sobre la defensa de Lima.
Según el padre Antonio San Cristóbal (Descubrimientos en la Muralla de Lima, 2003), la Muralla consistía en un muro grueso y alto de trayectoria rectilínea o ligeramente encurvada, al que se anteponían hacia el exterior, al que se anteponían hacia el exterior unos baluartes formados por dos lados cortos, perpendiculares al muro de base, unidos hacia fuera por otros dos lados más largos formando un ángulo puntiagudo. Esa es la imagen de la Muralla que podemos observar en los planos antiguos de Lima, especialmente en el de Pedro Nolasco, dibujado en 1686. Para esta construcción se requería un terreno llano y continuo, y, además, lo suficientemente ancho.
Esto cambiaba en el trayecto del cauce del río Rímac, en el sector comprendido entre el actual Jirón Ayacucho y la parte baja del convento de Santo Domingo. Aquí la Muralla tuvo que asumir otra disposición porque el terreno era distinto; además, ya existían viviendas situadas entre el convento de San Francisco y el barranco del río. Estas casas ribereñas, con sus huertas traseras, no dejaban espacio libre inmediatamente cercano a la barranca del río. Para resolver esa dificultad, los diseñadores decidieron excavar el declive inclinado de la ribera del Rímac formando la plataforma intermedia entre los tajamares del cruce del río y la plataforma alta de la ciudad y, después de ello, levantaron el muro de la Muralla adosado al corte vertical del terreno así formado.
En resumen, según el padre San Cristóbal, hubo dos clases de Muralla:
a. La Muralla exenta.- Comprendía todo el amplio sector de la Muralla alzada sobre un amplio terreno horizontal, en el que se distrubuían cómodamente el ancho y alto muro de cerco con sus baluartes poligonales antepuestos en la cara externa.
b. La Muralla adosada.- Se extendía por el sector urbano colindante al río y comprendía entre los jirones Ayacucho y Rufino Torrico, con el Puente de Piedra incluido en el trayecto. Este corto trayecto de la Muralla, por motivos topográficos, tuvo que ser modificado, tanto en su muro protector como en los baluartes.
Dice José Barbagelata (Cuarteles y barrios de Lima en 1821) que la ubicación de las murallas que la ubicación de las murallas coincidía aproximadamente, en la Lima de hoy, con los siguientes lugares: Jirón Comandante Espinar, Avenida de Circunvalación, Avenida Grau hasta el ángulo suroeste de la Penitenciería , el cruce del Jirón Chota entre la avenida Bolivia y el Jirón Ilo y el tramo de la avenida Alfonso Ugarte desde el Instituto del Cáncer hasta Monserrat; añade: “Como aún quedaban muchos terrenos rústicos dentro del ámbito de los muros, en la condición de huertas, muladares y solares a medio construir, era largo el periodo que se necesitaba para llenar toda la superficie urbana. En efecto, hubieron de transcurrir dos siglos para que la ciudad sintiera las primeras necesidades de su falta de espacio edificable”.
A grandes rasgos, la muralla estuvo ubicada en el trazo de las actuales avenidas Alfonso Ugarte, Paseo Colón, Grau y la margen izquierda del río Rímac. Por su disposición, describían una especie de triángulo con el lado más abierto hacia el río Rímac. Tenían un perímetro de unos 11,5 kilómetros (14 mil varas castellanas) y la altura máxima del muro alcanzaba 5 metros sobre el nivel del terreno; contaba, además, con 34 baluartes.
Finalmente, 10 puertas o portales permitían el ingreso a determinadas zonas de la ciudad:
1. Monserrate
2. Callao
3. San Jacinto
4. Juan Simón
5. Guadalupe
6. Santa Catalina
7. Cocharcas
8. Barbones
9. Maravillas
10. Martinete
Puerta de Maravillas en la década de 1860
¿Se justificó tremendo esfuerzo? Varios historiadores han subrayado lo inútiles que fueron las murallas en caso de defensa. Incluso, se podría decir lo que alguna vez sentenció el historiador limeño José Antonio de Lavalle en 1859: cualquier construcción de defensa en Lima era innecesaria, ya que “bastaba en caso de apremio, evacuar a las poblaciones a lugares situados al interior, para que el eventual invasor tuviera que contentarse con reducir a cenizas el caserío, o se retirara en el caso de que la resistencia fuera de consideración”. Esta fue una estrategia de defensa muy simple pero efectiva desde antes de la construcción de la muralla.
Además, los limeños de entonces siempre tuvieron la idea de que los asuntos que preocupaban a España, como la guerra y los piratas, estaban muy lejos de su ciudad como para alertarse. Pensaban que cualquier enemigo de España que quisiera atacar Lima debía cruzar el Atlántico, sortear el peligroso Cabo de Hornos y doblar al Pacífico; luego, encontrar un lugar adecuado donde dejar el barco (o los barcos) y, finalmente, tratar de cruzar un largo desierto sin caballos. El riesgo al fracaso era muy alto; por ello, la Naturaleza era la que permitía disfrutar de una relativa paz en la ciudad. En último caso –pensaban- solo con fortificar el Callao bastaba.
Asimismo, Lima no era un lugar tan expuesto como La Habana, San Juan de Puerto Rico o Cartagena de Indias, que por sus ubicaciones en relación al mar sí estaban con mayor riesgo de un ataque. La Muralla limeña, según Guillermo Lohmann, sus prolongadas líneas horizontales, su endeble estructura (adobe y cimentación muy somera), el escaso armamento que acogían, y hasta su trazado inocente -sin elementos auxiliares de protección o ayuda– son el mejor testimonio de la tranquilidad que se encerraba dentro de estos cinturones defensivos.