Según algunos testimonios, por el lugar donde se levantó el Monasterio de Santa Clara (1606), hubo una ermita llamada Nuestra Señora de la Peña de Francia. Según el padre Bernabé Cobo, el monasterio dispuso de una extensión de más de una cuadra y media, por lo que hubo suficiente espacio para crear la plazuela. La iglesia de santa Clara, de otro lado, hubo de varias constantemente de su ubicación por las necesidades del tránsito y el tamaño de la plazuela. Actualmente, podemos reconocer el gran valor de este espacio, tanto por su carácter, muy limeño, como por la peculiaridad de las calles que desembocan en aquí. La iglesia y monasterio de Santa Clara (fundados por el arzobispo Toribio de Mogrovejo) está frente a la plazuela, sobre una elevación de terreno. El área de la plazuela abarca 50 por 55 metros por los que pasan 5 vías.
En la plazuela también encontramos, ya muy deteriorado, el antiguo edificio conocido como el “Molino de Santa Clara”. ¿Quién lo construyó? Resulta que en 1845 llegó al Perú el inmigrante italiano Luis Josué Rainuzzo (nacido en Santa Margarita, en la Liguria) quien, a diferencia de muchos de los inmigrantes de la época, trajo una fortuna que la invirtió y formó una empresa con su hermano Elías. Asimismo, como era muy amigo del arte, adornó su casa con 17 magníficas esculturas de mármol que representaban, en la parte baja, a Miguel Cervantes, Alejandro Volta, Andrea Doria, Rafael Sanzio, Dante Alighieri, Miguel Ángel, Maquiavelo, Víctor Alfieri y Galileo Galiei; en la parte superior estaban Víctor Manuel, Marco Polo y Diógenes; las otras cinco eran alegorías mitológicas. Sin embargo, cuando don Luis murió, las estatuas fueron bajadas y vendidas a Juan Levaggi quien, a su vez, las revendió a distintas personas de Lima. Hoy, a la entrada del Museo de Arte Italiano, podemos ver cuatro de ellas.
Según los recuerdos de Pedro Benvenuto Murrieta, la vida de la plazuela de santa Clara es en todo momento del día animada; desde temprano las carretas del molino la llenan de ruidos especiales. Los carreteros gustan de restallar fuertemente sus chicotes, mientras a grandes gritos, salpicados de juramentos, azuzan a sus bestias. Un poco más tarde llegan las recuas de burros serranos cargados con cajoncitos en los que traen huevos, pasan lentamente, cuidados por dos o tres indios calzados con “ojotas” o “shucuyes”, que abrigados con multicolores ponchos listados y tupidos “shullos”, que van “chaccchando” coca, camino de los tambos del Lechugal y San Ildefonso… Desde las diez de la mañana a las cinco de la tarde los vecinos de santa Clara presencian un fúnebre e ininterrumpido desfile. Todos los entierros de Lima tienen forzosamente que tomar este camino… Las carrozas de primera clase, tiradas con cuatro mulas con caparazones de paño negro, cochero vestido de gala y paje sentados en altísimo asiento, las más modestas de segunda y tercera, las comunes de cuarta y quinta y de la sexta que conduce los muertos de hospitales y pobres de solemnidad, suben lentamente hasta llegar frente a la estatua de don Miguel de Cervantes… Al paso de los cortejos, la gente se descubre respetuosa y las viejas se santiguan, unciosas, rezando un padre nuestro por el alma del finado. Después del regreso del último coche, a las seis de la tarde, la plazuela entra en una calma relativa hasta las siete de al noche en que empiezan a llegar a sus esquinas los pianitos ambulantes. El chiquillo ayudante abre el banquillo de tijera junto ala vereda, el cargador se coloca el piano encima y la manizuela diestramente manejada entra en funciones… Uno a uno los pianitos dejan el campo. Han venido a llamarlos para que alegren una reunión. Un estribillo perenne acompaña hasta casi el alba el sueño de la plazuela, es el ha, ha, ha monótono de los sudorosos amasadores de la panadería, situada en al esquina de las “Carrozas”, con el que acompañan su nocturna faena.
Mañana, plazuela del Cercado.