Por Pedro L. San Miguel
(Universidad de Puerto Rico)
En las discursivas nacionales, nombrarse contribuye a establecer los contornos físicos, culturales y étnicos de la nación. La República Dominicana ejemplifica cómo la búsqueda de un nombre forma parte de los intentos por contener a aquellos agentes que, supuestamente, la amenazan. Dichas tribulaciones se remontan a la época colonial, cuando en la Isla Española existieron una colonia hispánica y otra francesa. Bautizada así por Colón, la Isla fue conocida en Europa como Hispaniola debido a la influencia de las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería, donde su nombre aparece latinizado. Pero ese apelativo fue menos común que Santo Domingo, nombre de su capital. Con el florecimiento económico de la posesión francesa, se relegó el nombre que le confirió Colón a la Isla y se le llamó Saint Domingue / Santo Domingo, si bien Isla Española o Hispaniola no desaparecieron.
Tal situación predominó hasta la revolución de esclavos en Saint Domingue (1791) y la fundación de la República de Haití (1804). Hasta ese momento, Saint Domingue fue una colonia arquetípica debido a su economía de plantación. Pero Haití encarnó la “guerra de razas” y la derrota del colonialismo blanco por los negros. Entonces, España cedió a Francia su parte de la Isla. Posteriormente, Santo Domingo regresó a la soberanía española gracias a un movimiento criollo que inició el periodo de la “España boba” (1809-1821). En esos años surgieron los primeros ensayos independentistas. Hubo dominicanos que apoyaban la separación de España y la unificación con Haití; otros preferían unirse a la Gran Colombia. Finalmente, en diciembre de 1821 se proclamó el Estado Independiente de Haití Español, que sería parte de la Gran Colombia. Pero a principios de 1822 se inició la Dominación Haitiana (1822-1844). Entonces se acentuaron las discrepancias que sustentarían los imaginarios nacionales en la futura República Dominicana.
Previo a la Revolución, no fue un problema acuciante cómo denominar a esa parte de la Isla que, desde la perspectiva dominicana, no era Haití. Haití es un vocablo taíno, usado por los indígenas para denominar a la Isla; hacia 1598 todavía se usaba para referirse a ella. Luego de la creación de la República Dominicana y de que se exacerbaran las relaciones con Haití, ese nombre fue disputado; incluso se negó que los indígenas la llamaran así. Pero en el siglo XVIII los dominicanos también llamaban Haití a la Isla y usaban “Criollos de Hayti” como patronímico. Es decir, entonces Haití no denotaba un veredicto moral. A principios del siglo XIX era común que la Isla fuera llamada Haití, incluso luego de la fundación de la República de ese nombre.
Una comunidad política autónoma.- En el primer cuarto del siglo XIX, varias tendencias abogaron por una comunidad política autónoma; cada una propuso un nombre para la entidad que quería fundar. Unos favorecían la integración con la República de Haití; otros se oponían a ella. Tal fue el caso de quienes proclamaron el Estado Independiente de Haití Español, unida a la Gran Colombia. Pero ese flamante Estado duró un soplo: poco después se inició la Dominación Haitiana. Al proclamarse la independencia en contra de Haití, el 27 de febrero de 1844, adquirió vigencia el término República Dominicana. El mismo ha prevalecido desde entonces; solo entre 1861-1865, cuando el país fue anexado a España, se le volvió a llamar Santo Domingo. En 1865, se restableció la soberanía nacional y el nombre de República Dominicana.
Pero ahí no terminaron las tribulaciones por el nombre. De hecho, se reforzó una discursiva que concebía a Haití y a la República Dominicana como entidades culturales diametralmente opuestas. Alejarse simbólicamente de Haití conllevó una reconstrucción del pasado, de manera que se desvanecieran aquellos aspectos de la historia que podían implicar alguna cercanía con ese país. Por eso se debatió el nombre de la Isla antes la Conquista. Según la opinión más aceptada hasta el siglo XIX, los taínos llamaban Haití a la Isla. Así era aceptaba por los dominicanos hasta inicios de esa centuria. Pero esto cambió entre 1821 y 1844.
Objetivo: alejarse de Haití.- A partir de ese momento, alejarse de Haití -al menos simbólicamente- se convirtió en un objetivo central. Se negó, pues, que los antiguos habitantes de la Isla la llamasen Haití. Surgieron dos propuestas alternativas: que la llamasen Bohío (que significaría “tierra muy poblada”), o Quisqueya (alegadamente, “madre de todas las tierras”). Entre estos apelativos, el segundo terminó ganando el favor de los dominicanos. Pese a ello, el término Quisqueya carece de un sólido sustento histórico que permita aceptarlo como el nombre que le daban sus habitantes originales a la Isla Española. Según el intelectual dominicano César Nicolás Penson (1855-1901), este fue un nombre espurio que se originó en la deformación de Guisay, Quinsay o Quisay, fabulosas ciudades del Oriente que buscaba Colón en sus viajes. Dice Penson: “[…] de donde corrompiendo el vocablo, alguien dijo ‘Quisquela’, según la prosodia antigua […] De ahí tomaron el nombre los historiadores de Indias, que han repetido los demás sin la debida crítica”. Penson concluye, penosa, mas rigurosamente: “Aunque nos duela [a los dominicanos], la isla no se llamó siempre más que Haití; pues Quisqueya jamás existió”.
Todo esto ilustra la obsesión por buscar un nombre que, hasta en los más remotos tiempos, separen a la República Dominicana y a Haití. Se trata de una disputa por el origen que implica asignarle significados particulares a la geografía de la Isla, convertida en el locus de un enfrentamiento de proporciones épicas y trágicas, y, por ende, en un espacio mítico. A esta querella por el espacio se adjunta una reyerta por el pasado, concebido como los tiempos del origen. Es ésta una de las formas en que, por negación, se ha construido una identidad nacional en oposición a Haití, a un “Otro” más que cercano literalmente adyacente, pero ante el cual se han intentado trazar férreas barreras simbólicas que lo proyectan como un ente remoto y lejano (El País, España).