Archivo por meses: junio 2010

Terremotos en Lima: 1966


La Casona de San Marcos afectada por el sismo de 1966

El 17 de octubre de ese año, a las 4 y44 minutos de la tarde, un sismo de de 7,2 grados en la escala de Richter sacudió Lima y duró 45 interminables segundos. Muchos inmuebles se desplomaron y hubo más de 100 muertos. Luego del terremoto de 1940, fue uno de los más destructores ocurridos en Lima. Según los cálculos, los daños materiales ascendieron a mil millones de soles de la época. Un testigo declaró: “estaba en el sótano de la Ciudad Universitaria, finalizando mi clase, cuando mis alumnos y yo sentimos un temblor, al cual no dimos importancia, pero como éste arreciaba en intensidad, nos protegimos bajo el pórtico de la salida. Llegó un momento en que era difícil mantenerse en pie; luego, en un instante el edificio crujía y se tambaleaba tan peligrosamente que creí se iba a desplomar. Había rotura de vidrios por doquier y el ruido era enorme. Felizmente las trepidaciones disminuyeron en intensidad hasta desvanecerse. Habían pasado más o menos cuarenta segundos y pudimos salir del sótano del edificio…”. Este sismo, con el tiempo se convertiría en el primero de una serie de tres que se sucedieron con un intervalo promedio de cuatro años hasta el del 3 de octubre de 1974. No hubo muchas pérdidas en vidas humanas; nada que ver con el que se produjo en mayo de 1970 y, el menos intenso de los tres. Sigue leyendo

Terremotos en Lima: 1940


Efectos del terremoto de 1940 en el balneario de Chorrillos

Otro cruel terremoto ocurrió el 24 de mayo de 1940 (de 8,2 grados Richter) a las 11 y 35 minutos de la mañana; causó 179 muertos y 3, 500 heridos. Era un día muy tranquilo y la población se encontraba haciendo sus labores cotidianas. Los daños materiales fueron cuantiosos; las construcciones más afectadas fueron las de material de quincha y adobe. En el centro histórico, el balance fue que el 40% de las casas se destruyeron y el otro 40% quedó con serios deterioros. Como su epicentro estuvo cerca del Callao, provocó un pequeño tsunami. El mar se retiró unos 150 metros frente a las playas de Lima y retornó gradualmente a su nivel con olas de hasta 3 metros de altura, que lograron sobrepasar algunos muros de defensa localizados en la Punta y el Callao, llegando a anegar completamente los muelles. Asimismo, desde San Miguel y Magdalena hasta Chorrillos, el acantilado se precipitó sobre la playa, dando la impresión de una gran catarata de tierra, generando grandes nubes de polvo. El malecón de Chorrillos, por ejemplo, se cayó como un huaico.

Síntesis.- 5 mil casas destruidas en el Callao, 179 muertos y 3,500 heridos en lima. 80% de viviendas colapsadas en Chorrillos, el malecón se agredió y hundió en tramos. Las construcciones antiguas de Lima sufrieron grandes daños. Averías en las construcciones de concreto en el Callao (Compañía Nacional de Cerveza) y la edificación de la Universidad Agraria de La Molina. Algunos hundimientos en la zona portuaria con daños a los muelles y la vía férrea. Interrupciones en la Carretera Panamericana Norte por desliz de arena en el sector de Pasamayo. Tsunami con retiro de mar a 150 metros y retorno con olas de 3 metros de altura que anegó todos los muelles.


Así informaba el diario El Comercio el 25 de mayo de 1940
(foto tomada del blog “Lima la Única”)

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Terremotos en Lima: 1746


Lima en su esplendor barroco a finales del siglo XVII; esta fue la ciudad que prácticamente desapareció tras el terrible sismo de 1746

La noche del viernes 28 de octubre de aquel año, durante 3 minutos, la naturaleza volvió a ensañarse con Lima; ahora, la devastación fue casi total. Al día siguiente, el cuadro era de terror: los inmuebles derrumbados y los cadáveres demostraban las proporciones del cataclismo. De los 12,200 inmuebles apenas quedaron en pie unas 20 viviendas, aunque bien maltratadas. Los desaparecidos eran 6 mil (el 10% de la población). Y estas cifras no cuentan el callao que, prácticamente, se lo tragó el mar por un tsunami.

Aquí el análisis del historiador Guillermo Lohmann Villena: “Como en 1687, desde la catedral hasta el último edificio rindieron torres y bóvedas, perdiéndose definitivamente retablos, cuadros y altares, incluyéndose el palacio virreinal. El arco del puente se vino a tierra con la estatua ecuestre de Felipe V y las murallas quedaron hendidas en muchos baluartes. En el hospital de Santa Ana se desplomó la techumbre y 70 infelices que no pudieron abandonar sus lechos perecieron bajo los cascotes. Ante la amenaza de una epidemia, se recogieron los muertos para darles sepultura en largas zanjas que se abrieron en las plazas. El precio de los artículos de primera necesidad llegó a cuadruplicarse, y los usureros se hacían con alhajas de oro, plata y piedras preciosas a precios tan irrisorios, que sus dueños apenas podían comer un mes con el valor de las que vendidas en otra coyuntura menos angustiosa, les hubiera permitido subsistir un año”.

La tragedia también se ahondó porque se presentaron inusuales vientos fuertes y aguaceros que azotaron a una población que se encontraba a la intemperie. Así, 2 mil personas murieron a por afecciones bronquiales, disentería y enfermedades gastrointestinales. Por esto fuera poco, en los campos aledaños, enjambres de sabandijas destruyeron los sembríos. Por otro lado, la noticia del cataclismo corrió por el mundo, pues las descripciones que se levantaron en Lima fueron reimpresas en México y en Madrid; asimismo, fueron traducidas al inglés en Inglaterra y en sus colonias americanas, al italiano y al portugués.

¿Y las autoridades limeñas? Todos los testimonios coinciden en reconocer los esfuerzos que tuvo que hacer el virrey de entonces, el Conde de Superunda, para levantar la ciudad. Aquí algunas de sus medidas:

a. Obligó a los vecinos a desalojar el casco urbano, con el fin de prevenir nuevas víctimas por la caída de edificios y difusión de epidemias
b. Ordenó que se reconstruyeran, lo más rápido posible, las panaderías y los molinos de trigo; que se habilitasen las fuentes, servicios de agua y desagües; y que de las comarcas cercanas se envíen ganado, víveres y materiales de construcción, regulando el precio de los mismos y de los jornales.
c. Hubo durísimas sanciones para los saqueadores y a los desmanes de los esclavos o del resto de la plebe.

En respuesta a su titánica labor, la Corona premió al virrey con el condado de Superunda, que viene de super unda y significa “sobre las olas”.

Para iniciar la reconstrucción de la ciudad, se presentaron varios problemas:

1. Hubo la idea de trasladar la ciudad a otro espacio y trazarse un nuevo plan urbano, contemplando la idea de construir calles más anchas para disminuir la desgracia en caso de futuros sismos; también se planteó la idea de redondear las esquinas, como en Palermo después del terremoto de 1692.
2. La nueva ciudad sería levantada en la zona que se extendía desde las faldas del cerro San Bartolomé hasta la hacienda El Pino. Sin embargo, el Cabildo opinó que la idea era hermosa pero impracticable.
3. Ante esta imposibilidad, los ingenieros recomendaron que se derribasen de inmediato las plantas superiores aún erguidas y que la altura de las paredes sobre la vía pública no superasen los 4 metros, salvo las de los conventos; los muros bajos, en previsión de los ladrones, podían fabricarse de adobe o ladrillo, y de quincha para los superiores; las fachadas debían ser de tijera, sin miradores, balcones o cualquier saliente, para que las viviendas sean “refugio y no sepulcro” de sus ocupantes.
4. Finalmente, las torres de los templos debían rebajarse hasta una altura máxima de 8 metros y medio, con los cuerpos superiores de madera.

Huelga decir que las mejores joyas arquitectónicas de Lima se desintegraron; asimismo, tanto los edificios reconstruidos como los nuevos perdieron la elegancia y boato que mostraban los desaparecidos. En el futuro, como lección del siniestro, se empleo a gran escala el adobe, la quincha y los materiales ligeros, en reemplazo de la piedra, el ladrillo y los “materiales nobles”. De las obras monumentales anteriores al sismo, ¿qué quedó? El puente de piedra sobre el Rímac, los portales de la época del Conde de la Moncloa (1693), la iglesia de la Compañía de Jesús y algunas casonas solariegas, como las de las familias Aliaga, Goyeneche, marqueses de Valleumbroso (Casa Pilatos) y marqueses de Torre Tagle. En síntesis, la ciudad se recuperó, aunque más simple y sobria que la de antes; quizá, una de las nuevas casonas que rompió esa austeridad fue la quinta de presa y su delicado estilo rococó. Tiempo después, durante los años del gobierno del virrey Amat, hubo un nuevo impulso por recuperar la urbe, con la construcción de la nueva plaza de toros y la alameda que conducía a ella (1766), el Paseo de Aguas y su plaza delantera (1770-76), la construcción de la iglesia de las Nazarenas y la restauración de la torre de Santo Domingo.

En esa época, la explicación sobre los orígenes de los desastres naturales eran más bien religiosos que de corte científico. Según un trabajo de la historiadora Scarlet O’Phelan, se llegó a plantear que el terremoto de 1746 se había producido por cuatro grandes ofensas en que habían caído los limeños:

1. Las injusticias que cometían contra los pobres
2. Las prácticas ilícitas de la codicia y la usura
3. El torpísimo pecado de la lujuria
4. La vanidad de las mujeres con sus escandalosos vestidos

En efecto, la iglesia sugirió que la moda francesa femenina de pronunciados escotes, mangas cada vez más cortas y faldas a la altura del tobillo, habían provocado la ira divina, materializada en el movimiento telúrico. La insinuante moda francesa había sido adoptada por las clases altas, pero también por los sectores populares.

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Terremotos en Lima: 1687


Un Auto de Fe en la Lima del siglo XVII

El 20 de octubre de 1687, a las 4 y a las 6 de la madrugada, los limeños salieron despavoridos de sus casas por la violenta sacudida de este terremoto. Prácticamente se arruinaron los 5 mil inmuebles de las 163 manzanas que componían el “damero” de Pizarro. Lo poco que quedó en pie también se mandó derribar, por el peligro a que se desplome. Hubo más de 400 muertos y solo del convento de Santo Domingo se extrajeron 42 cadáveres. Como la mayoría de los 65 templos de la ciudad quedaron muy dañados, los oficios tuvieron que celebrarse, por precaución, en espacios abiertos. Los testimonios cuentan que la casa de gobierno se hundió y el virrey, el Duque de la Palata, así como los demás funcionarios, tuvieron que “mudarse” a chozas cubiertas con esteras y hasta con hojas de plátano; también dice que los religiosos se retiraron a zonas descampadas y que las monjas se acomodaron en corrales y huertos. Los demás limeños se cobijaron en barracas o debajo de los árboles. Las calles de la ciudad quedaron tan atestadas de escombros que ni los caballos podían cruzarlas. Pero la tragedia no quedó allí: sobrevinieron las epidemias (tabardillo y fiebres palúdicas) que, en los meses siguientes, cobraron la vida de 3 mil personas.

El padre Alvarez de Toledo dijo: “el primer movimiento sacudió y desarticuló los edificios y torres de la ciudad, y el segundo más prolongado en duración, las acabó de arruinar ocasionando cerca de cien muertos; las campanas por si solas se tocaban y el estruendo era grande”. El Virrey, por su lado, escribió “la tierra que pisaba hacía olas como el mar y no me podía tener en pie y arrodillado para morir, tampoco me podía mantener en el suelo”; sobre lo acontecido en el Callao, el Virrey informó: “en el puerto del Callao, no ha quedado casa ni edificio en pie, habiendo allí perecido mucha gente, por que al temblor le siguió otro enemigo de igual fuerza, pues retirándose el mar de manera que se vio gran parte del puerto seco, volvió con mayor ímpetu y furia contra la tierra que la inundó toda y de los que pudieron escapar de la horribilidad y temblor del terremoto se anegaron muchos en el mismo camino que escogieron para salvar vidas”.

Pero este cruel terremoto trajo también la consolidación de unas de las devociones populares más arraigadas en nuestra ciudad, la del Señor de los Milagros, cuya imagen sale en procesión los meses de octubre de cada año. Cuenta la tradición que, en el barrio de Pachacamilla, desde mediados del siglo XVII, una cofradía de negros rendía culto a una pintura al fresco en una pared, que representaba la figura del Cristo crucificado. También se cuenta que se había tratado de borrar la efigie y fue entonces cuando ocurrió el milagro: el encargado de hacerlo, al pretender subir por una escalera, quedó sin movimiento y, un soldado, que lo tomó por pusilánime, al intentar la misma operación, cayó al suelo, al tiempo que una tempestad (fenómeno insólito en Lima) se abatía sobre la ciudad. De esta manera comenzó a ser venerado el señor de las maravillas o el señor de los Milagros. Con motivo del terremoto de 1687, un devoto sacó la copia de la imagen y convocó a sus vecinos a venerarla. Poco después se inició la costumbre de pasearla en procesión; luego se construyó la iglesia y, por último, se instaló allí una comunidad de monjas nazarenas.
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