El presidente Leguía en las celebraciones del Centenario
Como sabemos, Lima experimentó una de sus mayores transformaciones durante los once años que gobernó Augusto B. Leguía. Entre 1919 y 1930, fueron alcaldes de la ciudad Manuel Yrigoyen Diez Canseco (1919-20), Ricardo Espinoza (1920), Pedro Pablo Mujica Carassa (1920-21), Pedro Rada y Gamio (1922-25), Andrés Dasso Hoke (1926-29) y Luis Albizuri (1930). De todos ellos, los más significativos, además por su estrecho vínculo con el Presidente, fueron Pedro Rada y Gamio y Andrés Dasso. Sin embargo, como coincide la mayoría de historiadores, el verdadero alcalde de la ciudad fue el mismo Leguía. Podríamos decir, sin ninguna exageración, que Leguía estuvo por encima de los alcaldes y que él, con un grupo de empresarios, fue el que diseñó la transformación de la ciudad.
En estos años, al margen de los “regalos” que recibió Lima por las celebraciones del Centenario, el gobierno y el capital privado invirtieron buena parte de tiempo y dinero en modernizar la antigua ciudad de los virreyes. Se inauguró la Plaza San Martín y el monumento al Libertador argentino en 1921; en la misma Plaza, por iniciativa privada, se construyeron el Hotel Bolívar y el Teatro Colón. Se abrieron nuevas avenidas como Leguía (hoy Arequipa), Progreso (hoy Venezuela), La Unión (hoy Argentina), Nicolás de Piérola, Costanera y Brasil; se construyeron algunos edificios públicos como el Ministerio de Fomento, el Palacio Arzobispal y otros se reconstruyeron como el Palacio de Gobierno luego del incendio de 1921; también se iniciaron las obras del edificio del Congreso y el Palacio de Justicia. Se fundaron nuevos barrios o distritos como La Victoria, Santa Beatriz, San Isidro, Magdalena del Mar y San Miguel. Se construyó la Atarjea para brindar de agua potable a Lima y se hicieron obras de alcantarillado.
Para el Centenario de 1921, Lima fue, como soñaba Leguía, la gran capital latinoamericana. Las colonias de extranjeros residentes en el Perú no se quedaron atrás y embellecieron la capital con valiosos obsequios: los alemanes regalaron la Torre del Reloj del Parque Universitario; los italianos el Museo de Arte Italiano; los ingleses el antiguo estadio de madera; los franceses una estatua a la Libertad; los españoles un Arco Morisco; los chinos una gran Fuente de Mármol; los belgas el monumento al Trabajo; los japoneses el monumento a Manco Cápac en el barrio de La Victoria; los norteamericanos un monumento a George Washington; y los mexicanos la efigie del Cura Hidalgo. Luego, para el Centenario de 1924, se inauguraron los monumentos al almirante Du Petit Thouars y al general Sucre; también el Museo Arqueológico, el Hospital Arzobispo Loayza, las salas Bolívar y San Martín en el Museo Bolivariano (hoy Nacional de Antropología e Historia), el Palacio Arzobispal y el Panteón de los Próceres. Y como si esto fuera poco, en un acto verdaderamente insólito, se plantó el “árbol del Centenario”.
Para el arquitecto Juan Günther, durante el “Oncenio”, se inició en Lima y en su área de influencia inmediata, tres procesos urbanos que darían paso a la transformación radical de su tejido urbano tradicional hacia la ciudad actual:
1. Un cambio, brusco para la época, del índice de crecimiento demográfico
2. Una evolución del concepto de vida urbana por parte de sus habitantes (siguiendo el molde norteamericano, con el uso del automóvil y la mudanza de las familias de la elite fuera del centro histórico).
3. El inicio de la destrucción sistemática de los edificios tradicionales del centro histórico para ser reemplazados por oficinas de edificios de varios pisos.
Finalmente, esta época representó el último intento del estado peruano de modernizar su capital tratando de convertirla en una ciudad todavía armónica. En otras palabras: el gobierno de Leguía es la rótula entre la Lima de antaño, de la que nos hablan sus cronistas, muy “románticos algunos, y la Lima de hoy.
Inauguración de la plaza San Martín