Una fotografía aérea de 1930 muestra el valle del Rímac y sus campos de cultivo (fuente: George R. Johnson, Peru From The Air)
Como vimos ayer, la historia de Lima no comienza con su fundación española en 1535. El valle del Rímac formaba de una red de señoríos costeños y un complejo agrícola muy productivo que, en el siglo XVI, pertenecía a los Taullichusco. Cuando Pizarro buscaba lugar apropiado para fundar la capital de su Gobernación, las condiciones se presentaron propicias en el valle del Rímac. Entre otros requerimientos, necesitaba mucha leña que entonces se hallaba en abundancia en sus contornos, gracias a la gran cantidad de guarangos. Antes de la llegada de los españoles, ya los indios utilizaban la madera de algarrobos y guarangos en al construcción de sus casas, tumbas y santuarios; los techos, por ejemplo, eran sostenidos por este tipo de madera. El verdor del valle de Lima también se debía a los árboles frutales. Hay numerosas referencias que las frutas no solo se comían frescas, sino también se deshidrataban. Los españoles encontraron árboles de lúcuma, pacae o guayabo. A este paisaje, los españoles fueron añadiendo, paulatinamente, sus árboles, sus frutos y sus flores. Las casas y sobre todo los conventos se llenaron de jardines y huertos. Quizá esto fue lo que inició la leyenda de Lima como “ciudad jardín”.
A partir del siglo XVI, el paisaje del valle se iría transformando y acogería a diversas reducciones o pueblos indígenas rurales y a muchas haciendas regadas por los canales o “acequias” que salían del Rímac, como:
1. El llamado “río” Magdalena, cuya toma se encontraba detrás de la actual ubicación del Palacio de Gobierno, que regaba la zona nor oeste del valle.
2. El llamado “río” Huatica, derivado del Rímac la altura del espolón nor este del Cerro San Cristóbal.
3. El llamado “río” Surco, el más caudaloso de los tres canales y que se originaba frente a la antigua población de Lati, el actual Vitarte. Después de un largo recorrido, regaba todo el antiguo Surco, desde Limatambo, hasta las estribaciones de los cerros de Lurín, o sea el área correspondiente a los actuales distritos de Miraflores, Barranco y Chorrillos.
Hasta el siglo XIX, cuando aún estaban las murallas, en los “extramuros” de Lima había una infinidad de propiedades rurales entre haciendas, fundos, chacras, establos y huertas. Sin exagerar, unas 800 que, a “grosso modo”, representaban unas 8 mil hectáreas. Esa era la verdadera “despensa” de Lima. Como sabemos, ya en el siglo XX, todas aquellas propiedades fueron desapareciendo, absorbidas por el cemento, símbolo de la “modernidad”, y Lima empezó a depender del abastecimiento de otras “despensas” como la sierra central.