Norka Rouskaya
La madrugada de domingo 4 de noviembre de 1917, el Cementerio General de Lima vivió un hecho inédito y escandaloso. El sábado, a las 8 de la noche, dos jóvenes, Alejandro Ureta y César Falcón, se habían presentado en la casa del señor Pedro García Irigoyen, inspector del camposanto, para solicitarle permiso a fin de que la bailarina rusa pudiera visitar, en la noche, el cementerio. Al principio, el señor inspector se negó pero los jóvenes alegaron que la señorita ya partía a su país y que quería conocer, de todas maneras, el Cementerio para llevarse algunas impresiones nocturnas de la ciudad. García Irigoyen terminó aceptando y llamó al administrador del Presbítero Maestro, el señor Valega, para que brinde las facilidades.
Lo cierto es que poco después de la 1 de la madrugada llegaron dos automóviles, descendieron los visitantes, entraron al camposanto y recorrieron algunas de sus calles. Al llegar a la avenida principal, el violinista Cáceres desenfundó su violín, se encendieron las velas y Norka Rouskaya, despojándose de sus vestiduras (quedó en malla y cubierta con una túnica gris) empezó a danzar bajo la luz tenue entre las tumbas, al son de la danza fúnebre de Chopin. Mientras el grupo de jóvenes, entre los cuales se encontraba José Carlos Mariátegui, estaba estupefacto del espectáculo, el administrador –escandalizado- impidió que continuara la bailarina pues el permiso era solo para una visita. Pero ni modo: la noticia se había esparcido por la ciudad. Llegó el Prefecto; más tarde los involucrados prestaron declaraciones pero había un vacío legal para cualquier acto de este tipo. Solo circuló el rumor que el Arzobispado había resuelto proceder a la reconciliación del cementerio pues había sido “profanado”.
La bailarina en la piscina de la hacienda Chiclín