EL FRACASO DE LA BÚSQUEDA DEL CADÁVER DE GARCÍA LORCA EN LA FOSA DE ALFACAR ABRE EL CAJÓN DE LAS TEORÍAS SOBRE CÓMO Y DÓNDE MURIÓ: PODRÍA YACER A POCOS METROS O EN EL VALLE DE LOS CAÍDOS
Manuel Castilla, Manolillo El Comunista, era camarero. Antes de eso, había hecho unos trabajos de enterrador. Y habría pasado totalmente desapercibido para la historia si no hubiera llevado tres veces a dos hombres al lugar al que deseaban ir por encima de cualquier otra cosa: la fosa de Federico García Lorca. Al primero, en 1956. Se llamaba Agustín Penón y había viajado desde EE UU a Alfacar para averiguar todo cuanto pudiera sobre la muerte del poeta. Al segundo, Ian Gibson, en 1966 y en 1976. Penón quiso pagarle y Manuel Castilla se negó. “No me pidió dinero”, explicó el jueves Gibson, ante la inminencia del desengaño. Un equipo de arqueólogos ha buscado en ese lugar durante 47 días a Federico García Lorca y no lo ha encontrado. Ni rastro del poeta, ni huellas de un enterramiento. O Manolo El Comunista mintió o se equivocó. Tres veces.
Es la duda que ahora atormenta a un investigador que ha construido 45 años de trabajo sobre aquel paseo con el camarero que decía haber enterrado a Lorca. Él cree que no le mintió: “No ganaba nada”, explica. También le creyó Agustín Penón porque después de escuchar durante dos años de investigación todo tipo de teorías sobre las circunstancias y el lugar de la muerte del poeta -incluida la del hombre que fue a detenerlo a casa de los Rosales, Ramón Ruiz Alonso- se quedó con el testimonio de Manuel Castilla por encima de cualquier otro. La fuente no podía ser más directa, era el hombre que había enterrado los cuerpos.
Pero Lorca no está allí. Puede yacer a escasísimos metros del lugar donde lo han estado buscando durante mes y medio o puede estar muy lejos, en Madrid, enterrado junto al verdugo en el Valle de los Caídos. La exhumación sin éxito en Alfacar ha resucitado todas las teorías sobre la muerte del poeta. Son muchas y llevan 73 años alimentando un mito. Y ahora, ¿dónde estás, Federico?
Quizás la alternativa más sólida al lugar que hasta ahora parecía más seguro (donde se construyó el parque Federico García Lorca, el que señaló Manolo El Comunista) es la que dice que fue enterrado en un paraje llamado El Caracolar. Incluso tiene categoría jurídica, aunque sólo sea porque el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón la tuvo sobre su mesa cuando decidió abrir una causa contra el franquismo y ordenar la apertura de fosas de la Guerra Civil, entre ellas la de Lorca. Está a sólo 430 metros del lugar donde los arqueólogos han estado buscando el pasado mes y medio.
“Yo estoy convencido de que está ahí. Ya sabía que no iban a encontrar nada en Alfacar”, cuenta, ufano, Francisco González Arroyo, historiador y ex presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada, la que ha impulsado la apertura de la fosa. “Me baso en mi propia investigación y en los testimonios recogidos por Agustín Penón y Eduardo Molina Fajardo (falangista autor del libro Los últimos días de Federico García Lorca). El que indica este lugar es un testigo de los fusilamientos, que vivía en Las Colonias (la casa habilitada como prisión donde Lorca pasó sus últimas horas de vida)”.
“Se llamaba Valentín Huete. Vivía en Las Colonias con su mujer, Carmen, y veía el trajín de víctimas entrando y saliendo para ser fusilados. Cuando entraba un pez gordo, es decir, un catedrático por ejemplo, se enteraba y aquel día sí que era alguien muy gordo. Yo le había preguntado varias veces dónde estaba Federico y él siempre me decía: ‘niño, yo de esas cosas no puedo hablar’, hasta que un día, de tanto insistir me dijo: ‘en aquellos olivillos que hay delante de El Caracolar”, relata González Arroyo.
Casi todas las teorías alternativas señalan lugares muy próximos al sitio donde han estado buscando, como El Caracolar o el barranco de Víznar, donde hay enterrados cerca de 3.000 fusilados.
A El Caracolar también se dirigió Eduardo Molina Fajardo, falangista, periodista y director de diario Patria, cuyo primer número salió el 29 de agosto de 1936, apenas diez días después del asesinato de Lorca. Molina Fajardo defendió hasta su muerte que los falangistas no habían tenido nada que ver en la muerte de Federico Gacía Lorca.
El investigador Miguel Caballero cree, sin embargo, que en el desenlace final de la detención de Lorca tuvo mucho que ver que aquel día sustituía al gobermador civil de Granada, José Valdés Guzmán, camisa vieja de Falange, el teniente coronel Velasco. “Le tenía ganas por el Romance de la Guardia Civil“, añade.
Caballero es autor junto a Pilar Góngora de otro libro con una nueva tesis sobre la muerte del poeta con el ambicioso título de La verdad sobre el asesinato de García Lorca. Historia de una familia“, que inspiró el documental Lorca, el mar deja de moverse, de Emilio Ruiz Barrachina. Según esta investigación, el caso de Lorca no fue diferente al de otros tantos al principio del conflicto, cuando el levantamiento militar fue utilizado como un método para zanjar viejas rencillas por lindes de tierras con denuncias falsas y fatales.
“Yo estaba investigando cómo el padre de Lorca había construido su patrimonio en los protocolos notariales, para lo que necesitamos un poder notarial de la famila Lorca y cuatro años de trabajo. Iba a ser una tesis pero se convirtió en algo más. Hasta el punto de que descubrimos que el asesinato de Lorca se debió a las rencillas familiares que tenían por temas económicos”, revela.
Para elaborar esta teoría de la conspiración familiar en el asesinato del poeta, el investigador se remontó al siglo XVIII. Los Lorca, los Roldán y los Alba eran familias de labradores con aspiraciones, querían ser propietarios de los terrenos. Con la decadencia de la aristocracia pudieron comprarlos, pero tuvieron que unirse para pagarlos y para ello establecían matrimonios de conveniencia entre ellos para ampliar el patrimonio. Se convirtieron en una sola familia, en un clan. Pero en los años 20 y 30, llega el momento de dividirse las tierras y empiezan las rencillas”, relata.
Además, estaba la división ideológica. El padre de Federico Gacía Lorca era un terrateniente, pero liberal. Y los Roldán y los Alba, conservadores. “Cuando el padre de Federico se presentó a las elecciones por el Partido Liberal para ser concejal en el Ayuntamiento de Granada, los Roldán entraron pistola en mano en el colegio electoral, echaron a todo el mundo fuera y llenaron las urnas de papeletas. Tuvieron que anular las elecciones, claro. Además, Horacio Roldán y Federico iban juntos a la Universidad a estudiar Derecho. Horacio estudiaba mucho, pero Federico era el niño bonito de Fernando de los Ríos y la envidia que le tenía era atroz”.
Un cúmulo de agravios y rencillas entre estas familias condujo al asesinato de Lorca, según esta versión. “La gota que colmó el vaso fue La casa de Bernarda Alba -que Lorca terminó de escribir poco antes de su muerte-. Esa venganza literaria de Lorca fue el desencadenante directo de la detención de Federico”, añade Caballero.
Y aquí entra Juan Luis Trescastro, el hombre que se jactó en un bar de Granada de haber matado al poeta: “Acabamos de quitar de en medio a García Lorca y le hemos dado el tiro de gracia en el culo, por maricón”. Trescastro estaba casado con una prima del padre de Lorca y era el padrino de la hija mayor de Ramón Ruiz Alonso, que manejaba las temibles Escuadras negras y acude a detener a Lorca a casa de los Rosales. El asesinato de Lorca se debió a rencillas familiares”, concluye Caballero.
La excavación en Alfacar sí parece haber descartado, sin embargo, que la familia Lorca hubiera enviado a alguien a recoger el cuerpo del poeta porque los expertos no han hallado indicios de que allí hubiera habido enteerramientos.
Caballero piensa que Lorca podría haber sido trasladado al Valle de los Caídos. “No se puede descartar. En Granada se abrieron fosas para trasladar cuerpos al Valle de los Caídos y la de Lorca pudo ser una de ellas”. No es el único que piensa en esta hipótesis, ni tampoco en lamentar la imposibilidad, de momento, de comprobarlo.
Todo parece posible. Ahora más que nunca. “Me pregunto si existe alguna manera eficaz de llegar al fondo de este asesinato. No. Creo que no la hay. El secreto de esta muerte se irá a la tumba con los pocos que lo conocen”, escribió Penón. Ha pasado más de medio siglo desde entonces (tomado de El País, 20/XII/09).