El otro ‘Señor de los Milagros’


La imagen es tallada en madera y de color oscuro. La cruz tiene 1,70 metros de altura y 1.30 de ancho. De ella salen rayos de plata, obsequidos por los devotos, y la corona es de oro y piedras preciosas.

Una de mis mayores sorpresas de mi visita académica a Guadalajara de Buga fue enterarme de la devoción al “Señor de los Milagros” de esta ciudad. Cada año, miles de peregrinos de toda Colombia y de distintos lugares de América Latina llegan a Buga, colman sus capacidad hotelera un fin de semana cada mes que se celebran las misas de sanación y compran recuerdos de la sagrada imagen en las decenas de tiendas que hay en los alrededores de la Basílica levantada en honor a este otro “Señor de los Milagros”, quizá desconocido en nuestro país.

¿Pero cómo surgió este fenómeno religioso? Cuenta la tradición, narrada por el cura franciscano Francisco G. Rodríguez en 1819 que “Allá por el año 1580 Buga era un pequeño caserío, en el valle del Cauca, Colombia. El río de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Reunió 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito”.

Pero justo el día en que la lavandera iba a llevar su dinero al párroco para que le consiguiera la imagen, pasó por allí llorando un padre de familia a quien lo iban a encarcelar porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos. La mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e, impulsada por la caridad, se propuso dejar para más tarde el conseguir su crucifijo, y le dio al necesitado los 70 reales que tenía ahorrados. Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho. Unos días después, la mujer estaba lavando ropa en el río, cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de madera, que resultó para ella la joya más valiosa. El crucifijo hallado de esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La feliz lavandera, llena de gozo respecto a su posesión, se dirigió a su choza e improvisó allí un pequeño altar, sobre el que colocó el Cristo que le había llegado de manera tan misteriosa y lo guardó, con mucho cuidado, en una pequeña caja de madera.

Pero una noche –cuenta la tradición- la lavandera oyó golpes en el lugar donde guardaba la imagen y se llevó la gran sorpresa cuando se dio cuenta que el Cristo y la cajita habían crecido notablemente, pero pensó que sería ilusión de sus ojos, ya muy debilitados por la edad. Pero pocos días después advirtió que la imagen tenía ya ceca de un metro de estatura. Sorprendida por el “milagro”, avisó al pueblo y todos los vecinos comprobaron el hecho, y que esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de conseguir por aquellos alrededores, y que ella no tenía ni dinero ni amistades para conseguir semejante imagen, y que por lo tanto la existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente y que tenía que ser un milagro.

Pronto, la sagrada imagen se fue deformando porque los devotos le quitaban pedazos de madera para llevarlos como reliquia y “porque todos la tocaban con sus manos sudorosas, y se fue poniendo tan fea que ya a los muy amigos del arte, más que devoción les causaba repulsión”. Entonces, un visitador especial llegado de Popayán mandó que la dicha imagen fuera quemada y destruida por el fuego. Los devotos se estremecieron de sentimiento al conocer esta orden, pero era necesario obedecer. Pero lo maravilloso fue que la imagen al ser echada a las llamas empezó a sudar y a sudar tan copiosamente que los vecinos empapaban algodones con aquel sudor para llevarlos como reliquias y obtener curaciones. El magnífico hecho fue comprobado y atestiguado con la gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes, y se le fue lo que anteriormente tenía de desagradable.

La señora Luisa Sánchez que vivió en aquellos tiempos declaró con juramento: “El sudor duró dos días. Todos los vecinos de los alrededores venían con algodones a recoger sudor y llevarlo como reliquias, y yo también recogí allí de aquel sudor en algodones y todavía lo guardo. Y desde aquel milagro la gente le empezó a tener gran devoción a esta santa imagen y a considerarla como de hechura milagrosa y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a visitar la sagrada imagen. A muchos de ellos les hemos oído contar que se sanaron prodigiosamente de graves enfermedades. Otros narran que se libraron de gravísimos peligros al invocar al Señor de los Milagros”. Sigue diciendo la crónica de 1819. “Después de estos sucesos extraordinarios el ranchito de la anciana se convirtió en sitio de oraciones y peregrinaciones. A los anteriores milagros siguieron muchos más y fue tal la cantidad que la gente le dio a esta imagen el nombre con el cual se le conoce desde hace siglos: El Señor de los Milagros”.


Restos de la antigua “ermita”

Alegoría de la mítica lavandera y la imagen

Después de muerta la anciana lavandera, se pensó cuál era el mejor lugar para colocar el Cristo. Fue en los alrededores de la “aparición” del crucifijo donde se construyó el templo al Santo Cristo, que al principio era un edificio pequeño y se le llamaba la “ermita”. Apenas se fueron difundiendo las noticias de los maravillosos milagros que se conseguían gracias al Cristo de Buga se desató una corriente de peregrinaciones y devociones. En 1907 tuvo lugar la construcción y consagración de un nuevo templo construido con las donaciones de sus devotos agradecidos y se hizo la solemne traslación de la milagrosa imagen hacia su nuevo altar. En 1937 el Papa Pío XII por medio de su secretario el Cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) expidió un decreto por el cual decretaba que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía el título de Basílica.


Actual basílica del Señor de los Milagros de Buga

La basílica y la inmensa explanada donde se realizan las misas de sanación

CRONOLOGÍA DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS DE BUGA

1570/75 Aparece el Cristo en el río Guadalajara
1605 Arrojado al fuego, el Cristo “embellece”
1622 Primeras rogativas al Cristo Milagroso
1637 Construcción de la primera Ermita
1830 La Ermita se renueva y se construye la torre
1884 Los padres redentoristas adquieren la Ermita
1907 Se termina de construir el actual templo de estilo neoclásico
1937 El papa Pío XI eleva el templo a la categoría de Basílica Menor


Otra vista de la explanada de la Basílica

Puntuación: 4.38 / Votos: 8

Comentarios

  1. Liliana Infante Arata escribió:

    Hermosa historia del "otro Señor de los Milagros".
    Lo felicito Dr. Orrego, es Ud. un excelente historiador y profesor claro, dinámico y ameno.
    Atte,
    Liliana Infante Arata
    Curso UNEX: Historia del Perú Contemporáneo.

  2. José Andrés Montes Espinal escribió:

    Pueden haber muchas manifestaciones de Dios en cualquier parte, Él el único, Jesucrito es único. Se manifiesta a la gente según sus costumbres. Lo importante es que se manifiesta nuestro salvador, que está pendiente de nosotros y nosotros dbemos tener mucha fé en él.

  3. Liliana escribió:

    Muy linda Historia !!! Tu siempre tan didacta, Te Felicito !!

  4. Henry Reina escribió:

    Muy buena historia Dr. Juan Luis, siempre me gustan estas clases de historias q muvchas veces no las extienden en las escuelas, gracias !! Esta imagen es muy venerada en mi querida Colombia. Cuano pueda trate de conseguir la historia del Divino Nino que tambien es una imagen muy represenativa en toda America Latina.

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