Prisioneros en Mauthausen reciben a las tropas que liberaron el campo en 1945. En la torre, una pancarta de los españoles.
Los sabuesos de Joachim Schöck, el policía de Stuttgart que dirige la búsqueda del criminal nazi más perseguido en Alemania, han regresado de El Cairo con las manos vacías. Las autoridades egipcias no les han permitido interrogar a los testigos que durante 30 años convivieron con Tarek Husein Farid, un hombre alto y atlético que bajo ese nombre ocultó su verdadera identidad: Aribert Ferdinand Heim, Doctor Muerte, médico en los campos de exterminio de Mauthausen, donde hubo 8.000 españoles presos, Buchenwald y Sachsenhausen.
La última pista sobre el criminal nazi, acusado de matar en su consulta a más de 300 prisioneros a los que sometía a sus retorcidos experimentos, conduce hasta el hotel Kasr el Medina en El Cairo, propiedad de la familia Doma. Hasta allí han viajado los policías de la unidad de fugitivos que dirige el agente Schöck en el curso de una comisión rogatoria de un juzgado alemán que intenta determinar si Heim murió en 1992 en una habitación de este establecimiento en los brazos de su hijo Rüdiger, de 53 años, el familiar que ha revelado el misterio de una de las personas más odiadas y buscadas del planeta.
El 23 de julio el agente Schöck se entrevistó con Rüdiger Heim, residente en Baden Baden (Alemania), y le comunicó el resultado de su viaje a El Cairo. “Han vuelto sin nada. La policía egipcia no les ha permitido interrogar a los empleados del hotel donde residió mi padre, ni al doctor que le atendió en su enfermedad o al oficial que certificó su muerte. Tampoco han podido leer las declaraciones tomadas por la propia policía de ese país a estos testigos”, dice el hijo de Heim en una conversación telefónica con EL PAÍS.
Rüdiger Heim asegura que la policía egipcia ha comunicado a la delegación policial alemana en El Cairo que no han logrado acreditar que el Doctor Muerte se hubiera convertido al islam y que tampoco han encontrado un documento oficial que demuestre su permiso de residencia en ese país. “Han vuelto sólo con la promesa de que en el futuro les facilitarán las declaraciones por escrito de los testigos. Yo no puedo hacer más. He dicho la verdad, he contado cómo, donde y cuando murió mi padre. ¿Por qué Egipto pone tantas pegas para verificar mi versión? Parece que les incomoda la verdad”, se queja el hijo del médico austriaco.
Y él mismo ofrece una respuesta: “Quieren ganar tiempo porque es una mala publicidad para el país haber sido el protector, durante casi 30 años, del último criminal nazi que asesinó a miles de judíos. No dan facilidades porque ya es una cuestión política”.
Rüdiger Heim, que se dedica a rehabilitar edificios, asegura que su padre huyó de Alemania en 1962, un año después de que se emitiera una orden de detención, recorrió Francia y España en coche y cruzó el Estrecho hasta Marruecos. Desde allí entró en Egipto donde residió hasta su fallecimiento. El criminal nazi residió en el hotel de la familia Dona en El Cairo y trabajó como médico para la policía egipcia, lo que explicaría las reticencias que las autoridades de ese país han puesto a la delegación policial alemana.
Según el relato de su hijo se convirtió al islam en la famosa mezquita de Al Azhar y se hizo llamar Tarek Husein Farid. Hay una carta de identidad egipcia a nombre de Tarek con la fotografía del miembro de las SS, su fecha de nacimiento, 28 de junio de 1914, y el número correcto del pasaporte alemán, documento que apareció en una vieja maleta en el hotel de los Doma y que periodistas de The New York Times entregaron a los investigadores del policía alemán Joachim Schöck. “Ahora, la policía egipcia ha dicho a sus colegas alemanes que no encuentran en sus archivos el certificado oficial de ese permiso de residencia”, explica el hijo del nazi.
Rüdiger relata las circunstancias del fallecimiento de su padre. “Tarek Husein existió. Yo estuve con él en 1986, 1990 y 1992, en aquel cuarto viejo del hotel de los Doma. Murió el 10 de agosto de 1992, el mismo día que terminaban las Olimpiadas. Estaba muy enfermo, padecía un cáncer de recto, y se durmió frente al televisor. Hay múltiples testigos: el médico que le asistió, las dos personas que lavaron su cuerpo, el oficial del barrio que certificó su muerte, los médicos de guardia del hospital universitario de El Cairo adonde llevé su cuerpo para donarlo a la ciencia. Esa fue su última voluntad”.
La existencia de estos y otros testigos está acreditada por testimonios independientes, ya nadie discute que el Carnicero de Mauthausen se refugió en El Cairo, pero nada se sabe de su cadáver, una prueba decisiva para certificar mediante análisis de ADN la muerte del hombre que decoraba su despacho con los cráneos de sus víctimas.
Rüdiger asegura que la última vez que vio a su padre fue en una cámara frigorífica de aquel hospital universitario, pero que al regresar a El Cairo tres años después se enteró de que su padre había sido enterrado en un cementerio de anónimos. Y lo explica así: “Su cadáver no se pudo utilizar para la ciencia porque la ley islámica lo prohíbe y un juez decidió su entierro. No sé donde está, pregunté a varias personas, pero nadie me lo aclaró. Ahora la policía alemana cree que es casi imposible encontrarlo. Un juez debería autorizar que se hurgara en los cementerios de pobres y en esos países musulmanes esa tarea no es nada fácil. Los agentes alemanes me han confesado que tienen pocas esperanzas”.
Un tribunal en Berlín, creado por los aliados al terminar la II Guerra Mundial y facultado para expropiar a viejos nazis, retiene 777.000 euros embargados en 1988 en Alemania al criminal nazi. Su fortuna proviene de la venta de un edificio propiedad del ginecólogo. La familia de Heim, su esposa e hijos, se enteraron de la existencia de esta cuenta en marzo de 1997 cuando, según su relato, les telefoneó Alexander Dettling, el policía de Stuttgart que dirigía entonces la búsqueda.
Durante años Rüdiger negó conocer el paradero de su padre. La última vez que lo hizo fue a este periódico en diciembre durante una investigación sobre la fortuna de su padre. Nunca ha explicado el por qué de su cambio de actitud, un giro que le llevó a escribir en marzo a un tribunal de Berlín para comunicarles el óbito de Aribert en Egipto. “Les expliqué las circunstancias de su muerte y me han respondido que se liberará su dinero cuando la policía certifique el fallecimiento. No tenemos interés económico y si alguna vez nos lo entregan lo donaremos a las víctimas”, promete su hijo.
El misterio del doctor acusado de inyectar veneno en el corazón de sus víctimas sigue vivo. Su esposa, una amable anciana que descuelga el teléfono en su casa de Baden Baden, lo conoció en 1948 y un año después se casaron. Los dos trabajaron como ginecólogos hasta su fuga. Se divorciaron cinco años después, en 1967, y desde hace décadas ella mantiene una nueva relación sentimental (El País, 02/08/09).