Enviado por la revista Life, el escritor norteamericano regresó a España para levantar acta de la rivalidad taurina entre los diestros Dominguín y Ordóñez. Ocurrió hace 50 años y lo que don Ernesto encontró fue un país de pandereta que se reponía de la Guerra Civil. El novelista disfrutó de un frenesí gastronómico de ferias, mujeres y whisky. Con mil achaques, volvió a Idaho para suicidarse. Lo enterraron el día de San Fermín.
EN EL COSO. El escritor junto al torero Luis Miguel Dominguín, el 1 de agosto del 59 en la plaza de Bilbao.
Al regreso de su penúltimo viaje a España, Ernest Hemingway parecía mucho más viejo y más machacado que aquel atleta que, tan sólo un lustro antes, había ganado el Nobel. Era uno de esos héroes convencidos de que el juego de la vida sólo adquiere sentido cuando se juega la ficha más valiosa: la vida misma. Por eso se había enfrentado a los leones, a los elefantes, a los toros y a los tiros. Por eso se propuso vivir su vida explorando las muchas maneras de ser hombre. Una vida ancha, como la suya, tenía paradas en las mujeres, las guerras, el boxeo, el alcohol y la infamia. Por eso dice Elisabeth Badinter que la principal causa de su suicidio fue su característico «paroxismo destructor». La exuberancia de su temperamento contrastaba con la sobriedad de su estilo.
España fue para Hemingway una tierra de afinidad desde que, en 1921, en su primer reportaje como corresponsal en Europa para el Toronto Star, se ocupó de la pesca del atún en Vigo. España era el lugar de la aventura, una África al otro lado de los Pirineos. Gertrude Stein, la gran mecenas de los creadores bisoños, lo alentó a ver las corridas de toros que a ella misma le habían fascinado cuando conoció a Rafael Gómez, El Gallo, y a su hermano Joselito. El primer viaje a Pamplona lo hizo Hemingway con su primera mujer, Hadley Richardson, el 6 de julio de 1923. Embrujado por los sanfermines, volvería muchas veces. Fiesta (1926), su primer gran éxito, lo escribió después de asistir a los encierros de 1925.
Cuando estalló la guerra de España –animado por su tercera mujer, la corresponsal de guerra Martha Gellhorn–, corrigió a toda prisa las pruebas de imprenta de Tener y no tener y se alistó como corresponsal para la agencia NANA, que le publicaría 31 crónicas sobre la Guerra Civil. Años después, confesó que «fue la etapa más feliz de nuestras vidas. Éramos felices porque cuando la gente moría parecía que su muerte tenía importancia y justificación».
CORAJE ESPAÑOL. De hecho, en Por quién doblan las campanas registró el doloroso crepúsculo de los ideales masacrados. Pero Hemingway repudió el aquelarre de traición y podredumbre de ambos bandos. «No hay gente como los españoles cuando son buenos, pero cuando son malos, no hay gente peor», dice su álter ego Jordan, el narrador de Por quién doblan las campanas. Aún así, le gustaban los españoles porque su honor y coraje reflejaban la percepción que tenía de sí mismo como arquetipo del macho alfa.
Junto al periodista Herbert Matthews y el fotógrafo húngaro Robert Capa, atravesó la frontera francesa en noviembre de 1938. Tardaría 15 años en volver a España. Esos tres lustros los vivió convencido de que no vería nunca más el país en que había sido tan feliz.
Procedente de Biarritz, y acompañado de su última esposa, Mary Welsh, pasaron la frontera por Irún sin el menor contratiempo, para sorpresa del escritor: «Era extraño volver. Nunca esperé que se me permitiría entrar en el país que amaba más que cualquier otro después del mío».
Aquel verano de 1953, conoció al joven torero Antonio Ordóñez, de 21 años. Era el hijo de El Niño de la Palma, que le había hechizado en Pamplona en 1924 y al que retrató como el personaje de Pedro Romero en Fiesta. Además de esta novela, ya había escrito sobre España en Muerte en la tarde (1932), en el guión para el documental de Joris Ivens La tierra española (1937), en la obra de teatro La quinta columna (1938) y en Por quién doblan las campanas (1940). Para completar su retablo de pasión, violencia y pandereta aún le faltaba un libro póstumo, El verano peligroso. Para escribirlo volvió en 1959.
Don Ernesto, como le llamaban en España, ya era Premio Nobel de Literatura cuando, a bordo del Constitución, desembarcó el 1 de mayo de 1959 en Algeciras. Llegó para escribir una crónica periodística de 10.000 palabras, por encargo de la revista Life, sobre los mano a mano entre los toreros y cuñados Luis Miguel Domínguín y Antonio Ordóñez. Se instaló en La Cónsula, una vieja mansión decimonónica del norteamericano Bill Davis. Allí, además de trabajar en su crónica taurina, avanzó en su libro París era una fiesta.
RASTRO MALAGUEÑO. La finca de La Cónsula se sitúa a la entrada de la barriada de Churriana, en Málaga, y la llamaban así porque había pertenecido a Juan Roos, cónsul de Prusia. Actualmente es la sede de la Escuela de Hostelería de Málaga. Aquí no queda nada de Hemingway porque la casa estuvo vacía durante años y fue saqueada. Le gustaría saber que la habitación donde se hospedó es ahora un vestuario de alumnas. En el restaurante, hay una reproducción del atril en el que leía y escribía Ernesto, casi siempre de pie porque decía que «escribir y viajar, además de ensancharte las miras, te ensanchan el culo, así que prefiero escribir de pie».
Eran días de intenso calor y Mary Welsh compró unas toneladas de hielo, que llegaron en un camión y se volcaron en la piscina. Allí, el 21 de julio de 1959, celebraron el 60 cumpleaños del escritor. En el bar del hotel Miramar, le dijeron que la hija de su viejo amigo André Malraux, Florence, quería conocerlo. Acudió al vestíbulo y regresó con tres personas: Florence, Monique Lange, que trabajaba en Gallimard, la editorial francesa de Hemingway, y un joven escritor español, Juan Goytisolo, que era amante de Monique. En el viejo Ford de su amigo Davis, Hemingway viajó a Madrid y se hospedó en el Hotel Suecia, cerca de la calle Alcalá. En el hall conoció a la irlandesa Valerie Danby-Smith, que se convertiría en su secretaria y después en su nuera. Valerie quedó seducida por la estela de jarana e intensidad vital del escritor; él le ofreció un sueldo de 250 dólares al mes y ella se integró en su cuadrilla gamberra. Casada con Gigi, el hijo menor de Hemingway, tuvo tres hijos y cientos de disgustos por el trastorno de su marido que, sometido a una operación de cambio de sexo, murió en una cárcel de mujeres.
En la Feria de San Isidro, don Ernesto ocupaba asiento de barrera, le excitaba ser testigo del duelo en la tarde entre Ordóñez y Dominguín. El 14 de agosto, en Málaga fue la segunda cita; al día siguiente, en Bayona (Francia), los dos cuñados (Carmina, la esposa de Antonio, era hermana de Luis Miguel) cumplieron su tercer desafío. Dos días después, el reto fue en Ciudad Real; el quinto, y último, en Bilbao. Allí, el reportaje terminó para Hemingway por falta de contendientes. Uno de ellos, Dominguín, resultó herido de gravedad. «El asunto está resuelto», sentenció. La afición nativa no sólo le reprochó su glorificación de Ordóñez y su hostilidad contra Dominguín sino, sobre todo, sus puyas contra Manolete: «Un buen torero, pero con trucos baratos». El caso es que Hemingway nunca vio torear a Manolete.
EXHAUSTO. De regreso, en Aranda de Duero, el Ford color rosa conducido por su anfitrión, Bill Davis, sufrió un pinchazo, se estrelló y quedó destrozado. Sus ocupantes salieron indemnes; pero a Hemingway empezó a pesarle el viaje. Se sintió muy cansado por la sobredosis de kilómetros, de ferias, de bacalao al ajoarriero y whisky. Tenía tocado un riñón, por eso escribía de pie.
Volvió a casa con la cabeza como un saco de gatos, llena de emociones, de datos y resacas. Life le había pedido 10 000 palabras; pero a él le salieron 63.562 y dejó pasar la fecha de entrega. Finalmente, escribió 108.746 palabras que se publicarían 24 años después de su muerte con el título de El verano peligroso (Ed. Debolsillo).
A comienzos de agosto de 1960, volvió a España. ¿Para qué? Alegó que quería completar su texto; pero Life ya tenía en máquinas una versión en tres entregas. Esta vez, raro en él, viajó solo y en avión. A principios de octubre, su viejo amigo Aaron Hotchner lo encontró en muy mal estado de salud. Lo convenció para salir de la habitación en la que se había encerrado en el Hotel Suecia y Hemingway abandonó España. «No moriré aquí. España es un país para vivir, no para morir», dijo a manera de despedida.
En Ketchum (Idaho) tenía cita con la muerte. En la mañana del 2 de julio de 1961, se voló la tapa de los sesos con un fusil inglés de dos cañones. Quitarse de en medio había sido una tradición en su familia. Su abuelo, su hermano Jack y su propio padre lo habían hecho antes. Lo enterraron el 7 de julio, día de San Fermín (Por Gonzalo Ugidos, El Mundo).
OTRAS HUELLAS DEL ESCRITOR EN ESPAÑA
MADRID. Cementerio Civil de Madrid. En el entierro de Pío Baroja, el 31 de octubre de 1956, coincidió con Camilo José Cela. Cogieron varias flores de la tumba de don Pío para depositarlas en otra cercana, que se encontraba muy descuidada. Era la de Pablo Iglesias. Cementerio Civil. Avda de Daroca 90. La tumba de Pío Baroja se ubica en el cuartel 4 bajo, manzana 29, letra B.
Hotel Tryp Gran Vía. Durante la Guerra Civil, se alojaba en el Hotel Florida, en la Plaza del Callao. Sobre su solar se levanta ahora El Corte Inglés. Allí se enamoró de Martha Gellhom, corresponsal norteamericana que se convirtió en su tercera esposa. Enviaba las crónicas desde el edificio de Telefónica. Enfrente estaba el Hotel Gran Vía, en cuyo bar escribió muchos de sus artículos. Ahora, el citado bar lleva su nombre y el hotel ha instalado una exposición permanente de fotografías. Gran Vía, 25.
NAVARRA. Hotel La Perla. Llegó por primera vez a Pamplona el 6 de julio de 1923 y se dirigió a este hotel. Pero no tenía dinero para pagarlo y la propietaria lo mandó a una casa particular en la calle Eslava número 5, y allí se alojó, en la cuarta planta. Más tarde, cuando su situación económica se lo permitió, volvió a La Perla. Hoy su habitación, la 217, es la más solicitada. Plaza del Castillo, 1 (Pamplona).
Hotel Yoldi. En este hotel se conocieron Hemingway y Antonio Ordóñez, en julio de 1953. Actualmente, es el hotel más taurino de Pamplona. Av. San Ignacio 11 (Pamplona).
Hotel Burguete. De 1923 a 1931, se alojaba en este establecimiento, muy cercano a Roncesvalles. Descansaba y pescaba en el río Irati. La habitación que ocupaba, en su época, la número 8, es en la actualidad la 58. Su entonces propietaria, Marieta, inspiró uno de los personajes de Fiesta. Todavía se conserva el piano en el que tocaba Hem. Lo autografió, con fecha y rúbrica, el 25 de julio de 1923. San Nicolas Karrica, 71 (Burguete).