Se trata de un informe de diez páginas que lleva por título ‘Proyecto Niños’. El documento, firmado en el invierno de 1963 por Lawrence E. Rogers, desvela cómo el Gobierno de Estados Unidos interrogó a los casi 2.400 españoles que regresaron de la URSS en plena guerra fría.
Esta historia tiene su origen en 1937, cuando el Gobierno de la Segunda República en España decide evacuar a muchos niños españoles con destino a Bélgica, Francia, Inglaterra y la URSS. Unos 5.000, la mayoría de entre 9 y 14 años, llegaron a Rusia. Allí les dieron alimento, formación y educación en los nuevos valores soviéticos. En 1956, tras la muerte de Stalin y la entrada de España en la ONU, el régimen de Franco aceptó la repatriación voluntaria de todos aquellos que lo solicitaran, ya que el 65 por ciento continuaban teniendo la nacionalidad española. Así, entre ese año y 1960 regresaron a España 1.692 de aquellos niños ya adultos, acompañados de 87 consortes rusos y 667 hijos nacidos de estos matrimonios. Uno de ellos fue Luis Lavín, que llegó a bordo del buque Crimea al puerto de Castellón.
Lavín tenía relevancia para los servicios secretos americanos. Había sido piloto del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los pocos extranjeros que conocía parte de la tecnología de los Mig 15, que tanto habían hecho sufrir a los aviones estadounidenses durante la guerra de Corea. También trabajó en una fábrica de aviones en Saratov, ciudad que permaneció cerrada a los extranjeros hasta 1991. Sobre su regreso a España, Lavín rememora: “Nos llevaron a Zaragoza, sin maletas. Comenzamos a pasar interrogatorios con la policía española. Aquellos primeros años fueron duros. Un policía venía a verme todos los días desde la base aérea de Zaragoza e incluso me llevó de visita”.
De Madrid, recuerda a los agentes de la CIA: “Me interrogaba un polaco americano que hablaba bien el ruso y un chico que era hijo de un americano y una rusa. Me preguntaban cosas de aviones y de la producción de la fábrica. Querían que les hiciese planos del lugar de trabajo. Yo les engordaba y cambiaba las cifras y les contaba cosas poco importantes, porque en Rusia ya me habían dicho lo que podía contar”. Luis Lavín, que ya tiene 84 años, aprovechó sus viajes a las bases aéreas de Zaragoza y de Torrejón para memorizar las instalaciones.
En 1959 Lavín volvió a la URSS, con los planos en su memoria, aunque se dedicó a construir piezas de tractor. Tras la muerte de Franco regresó a España, donde vive con su esposa ucraniana. Este antiguo piloto explica: “La policía no me dejó en paz. Incluso los americanos me ofrecieron trabajo en la base aérea de Zaragoza, pero no quise aceptar porque yo me sentía extraño en este país. Todavía pienso en ruso”.
Más frío que en Rusia.- Ernesto Vega de la Iglesia regresó a España en la cuarta expedición, en diciembre de 1956, con su esposa y un niño de corta edad. En Rusia había trabajado 13 años en la fábrica número 45 de aviación de Moscú. “En invierno nos llevaron a un balneario en Castellón donde hacía más frío que en la URSS. Allí nos interrogaron españoles y su obsesión era identificarnos: familias, hijos, conocidos. Todos preguntaban si éramos del Partido Comunista”, relata.
Vega de la Iglesia recuerda su paso por el local de la calle Orense: “Allí había un americano hablando en español. Fui tres veces, y siempre me pedían que dibujase un plano de la fábrica de Rusia desde el aire, pero yo les decía que no sabía dibujar y que si querían planos que fuesen ellos a saltar la tapia. Me amenazaban y me asustaban, pero no ejercían demasiada presión. Me dejaron pronto en paz y con los años acabé trabajando de mecánico en el Parque Móvil y de taxista, así que imagino que tampoco tendría información muy importante”.
En febrero de 1959 los agentes de la CIA en España se habían duplicado. Dice el informe que “el número de interrogatorios llevados a cabo por mes creció de 25 en noviembre de 1958 a 60 a mediados de 1959, y a 90 a mediados de 1960; y el número de informes elaborados por mes se incrementó de 30 en noviembre de 1958 a cerca de 70 en la primavera de 1959 y más de cien a comienzos de 1960”. El documento reconoce que había que “intentar evitar que los repatriados supieran el grado de involucración del gobierno norteamericano en el programa” y también “mantener un razonable grado de oscuridad entre los residentes de los locales vecinos sobre la existencia de la verdadera naturaleza del centro”.
Juanita Unzueta y su marido, Manuel Ruiz de Haro, también sufrieron estos interrogatorios. Cuenta Juanita: “Desde Éibar a Madrid nos pagaban el viaje y la pensión y además nos daban 120 pesetas por día… Cuando llegábamos, los americanos nos enseñaban mapas de Rusia y nos preguntaban dónde había cohetes, porque mi marido había trabajado de tornero en una fábrica. Una vez vino la policía y se llevaron todos los libros que había en ruso, hasta las novelas de Dostoievski”. Juanita, conocida como “la niña española que bailó una jota vasca para Stalin”, recuerda “tener que pedir permiso para ir a Bilbao y las amenazas constantes de volver a la URSS. La tercera vez que nos llamaron para volver a Madrid ni respondimos”.
La mecánica de los interrogatorios de la CIA era siempre la misma: diez días antes se avisaba a las personas. Tenían que presentarse en el local de Madrid, aunque no todas lo hacían. El responsable del programa de la CIA se queja de que esta circunstancia “significaba la pérdida de una media de tres días de cada interrogador y del tiempo empleado por la oficina de selección”.
Información de misiles.- En las conclusiones, el documento arroja resultados contundentes: “Sobre los misiles teledirigidos, el Proyecto Niños proporcionó una información de gran importancia. Se obtuvieron datos sobre las etapas de desarrollo de la industria de cohetes espaciales soviéticos, lo que permitió conocer la velocidad de progreso en la creación de misiles y en su producción (…). Esto permitió conocer con ocho años de antelación el programa soviético de misiles. La información del Proyecto Niños tuvo un inmediato y significativo efecto sobre las estimaciones de la Inteligencia y proporcionó pistas sustanciales para una mejor expansión de nuestro conocimiento en este campo”.
También “dieron información de apoyo sobre los sistemas nucleares soviéticos, la primera información sobre una planta atómica asociada y llevó hasta nueva información sobre minas de uranio y almacenes nucleares”. Los interrogadores tuvieron más éxito sobre aviación militar. El informe detalla que “se obtuvo información sobre los detalles de construcción y producción de los aviones de caza soviéticos, detalles de las instalaciones donde se fabricaban, así como los tipos y cantidad de aviones que se producían y sacó a la luz el apoyo de la industria de la aviación al programa de misiles soviéticos”. Lawrence E. Rogers concluye que los datos obtenidos “en el campo de la inteligencia fueron muy útiles durante muchos años. Constituyó una reserva de información que probablemente no podría haber sido obtenida de ninguna otra manera, incluso teniendo en cuenta el coste en dinero y mano de obra. Sólo la información obtenida sobre misiles teledirigidos proporcionó un valor que justificaba el coste del proyecto entero” (Interviú, 15/06/09).