ENTREVISTA A SIMÓN DE BULGARIA. Fue rey cuando el país era una monarquía y primer ministro cuando era una república. Vivió exiliado en España durante cinco décadas y regresó aclamado por los búlgaros. Hoy, perdida la esperanza de volver a ceñir corona, vive en Sofía, donde su partido, el Movimiento Nacional Simeón II, concurre a las elecciones legislativas del próximo domingo.
Simeón de Sajonia-Coburgo, en el exterior del palacio de Vrana, en Sofía, la capital búlgara. Expropiado por las autoridades comunistas, le fue devuelto en 1998.
Simeón de Sajonia-Coburgo y Ghota (Sofía, Bulgaria, 1937) pasará a la Historia como el último monarca que tuvieron los búlgaros. Subió al trono en 1943, con tan sólo 6 años, y, tres años después, comenzó un largo exilio que se extendió más allá de la caída del régimen comunista en su país. Aquí, en España, permaneció durante 50 años, hasta que, en 2001, el partido político que auspició, el Movimiento Nacional Simeón II, obtuvo el respaldo de la mayoría de su pueblo en las urnas y él terminó jurando la constitución republicana como primer ministro. Ocupó el cargo hasta 2005, un comportamiento inédito para el representante de una dinastía como la suya. Hoy, el ex rey cree haber cumplido con lo que anhelaba para los búlgaros, al impulsar el ingreso de su país en la Unión Europea. Desea retirarse a descansar, consciente de que la reinstauración monárquica es un imposible y de que el empeño en volver al pasado carece de sentido.
La tarde en que llegamos al complejo de Vrana, en las afueras de Sofía, amenaza tormenta. Después de varios días de calor, los nubarrones espesan la atmósfera y entristecen el bosque que protege de los curiosos la casa con fachada revestida de madera oscura y trazas orientales donde reside Simeón, situada en un extremo del palacete.
Aparece impecablemente vestido, muy elegante, ofreciéndonos un refrigerio para reponer fuerzas. Es un anfitrión admirable, como corresponde a su esmerada educación, afable y cordial con los visitantes. Parece que le entusiasma la llegada de unos españoles porque representa la ocasión de desplegar su buen humor afinado en nuestro país. A pesar de su edad (el pasado 16 de junio cumplió 72 años), se mueve con sorprendente agilidad y encaja con agrado, y hasta con un punto de coquetería, el comentario que le hacemos sobre ese particular.
ENTRE BRUMAS. Comienzan a caer las primeras gotas de lluvia y nos tenemos que apresurar a fotografiarlo en el exterior. Simeón soporta la inclemencia del tiempo con calma y hasta con alguna sonrisa mientras capturamos su imagen entre las brumas de un bosque casi mágico. Nos explica que fue obra de su abuelo, el rey Fernando I, quien dispuso que se plantaran en Vrana casi 300 variedades de árboles y plantas, que tienen ya una antigüedad de más de un siglo.
Las edificaciones, por el contrario, provocan sensaciones contradictorias; durante la dominación comunista, Vrana fue un plató de cine y una parte del palacio quedó casi en ruinas. Seguramente, cuando fue residencia de los reyes, se escucharon allí, en veladas inolvidables dentro de salones amueblados al estilo art déco, la música de los maestros barrocos centroeuropeos y de los compositores rusos del XIX. Pero de aquel esplendor de antaño, del que no pudo disfrutar Simeón de Bulgaria porque vivió una etapa convulsa, apenas quedan huellas. Ahora, únicamente su presencia impide que el final de una época, y una manera de ser, se precipiten definitivamente en el más absoluto olvido.
P.¿Qué recuerdos afloraron cuando regresó aquí, a Vrana, después de tantos años de alejamiento forzoso del que fue su hogar?
R. ¡Imagínese! Al ver este lugar vacío, allá por el año 2000, en la que fue mi primera noche tras un larguísimo exilio, pensé en la gente que ya no estaba… En lo que significó marcharse en 1946, cuando era un niño, y volver siendo una persona muy mayor. Evoqué los momentos difíciles, porque, para mí, esta casa está relacionada más con los problemas que con los momentos de alegría. Aquí recuerdo la muerte de mi padre, los bombardeos… Las épocas más felices los relaciono con la casa que tenemos en la montaña, donde iba de vacaciones.
P. Fueron los británicos quienes bombardearon Vrana, ¿verdad?
R. Eso es, durante la Segunda Guerra Mundial.
P. Alguien de la familia bautizó el cráter que dejó uno de los proyectiles con el nombre de «Lago Churchill».
R. Fue mi tío, el regente, el príncipe Kyril, quien tuvo esa ocurrencia. La verdad es que era un agujero con un diámetro de 11 metros que se llenó de agua.
P. ¿Considera que la sociedad búlgara, con la llegada de la democracia, ha sido generosa al restituirle las propiedades que confiscaron los comunistas a la familia real?
R. Fue una decisión del año 1998, que tiene su precedente en 1992, cuando se acuerda hacer lo mismo con cualquier ciudadano búlgaro. Yo no pedí nada nunca y, a pesar de que me sugerían que lo hiciera, siempre consideré todo perdido. Fue una iniciativa del fiscal general, que trasladó la cuestión al Gobierno, y éste la remitió a la Corte Constitucional. En la máxima instancia legislativa, los 12 magistrados, sin excepción, se manifestaron a favor de la devolución de los bienes privados a la familia, es decir, de las propiedades que no tenían nada que ver con la corona. Y había bienes recuperables y otros que ya no lo eran, por ejemplo, porque se habían construido inmuebles sobre los terrenos. Luego, mi hermana y yo donamos las 98 hectáreas del Parque de Vrana al Ayuntamiento de Sofía en agradecimiento por poder volver a nuestra tierra.
P. Cuando, en 1996, regresó a Bulgaria por primera vez, justo 50 años después que se iniciara su exilio, y comprobó el fervor con el que fue recibido por sus compatriotas, ¿pensó que era factible la restauración de la monarquía?
R. Le diré que soy terriblemente pragmático y terriblemente realista y, a pesar de ver enardecida a la gente, pensé en lo arriesgado que era utilizar emociones de manera no racional. Consideré que si la gente estaba contenta con la república, después de soportar un régimen totalitario comunista, por qué proponer la restauración monárquica.
P. Lo dice, ahora, desde la distancia y con lo que ha conocido más tarde tras su incursión en el terreno político.
R. No, no, es cierto. Miré a mi alrededor. Y ni en Italia ni en Grecia ni en Serbia ni en Albania ni en Rumanía había monarquía… Entonces, por qué, de repente, iba a ser válido aquí, ¿porque había un recuerdo y me tenían simpatía? Lo que sí supuso un desafío grande para mí fue el triunfo aplastante que conseguimos en las elecciones del año 2001…
P. Y, entonces, ¿no se lo replanteó con un respaldo de la mayoría contrastado en las urnas?
R. No, a lo hecho, pecho, a pesar de que yo no había sido educado para ser primer ministro. No podía defraudar a la gente que había depositado en mí sus esperanzas. Y decidí, desde la república, servir a los búlgaros, algo, que en principio, era difícil de entender. No aprovecharse del poder es algo tan poco común, por desgracia. Pero yo quería servir a la patria, no a un sistema de gobierno.
P. Cuatro años después perdió la mayoría, aunque su formación de centro-liberal, como usted la califica, se incorpora al gobierno de coalición actual. ¿Pecó de ingenuo cuando prometió que mejoraría el nivel de vida de los búlgaros en 800 días?
R. Es el plazo que se establece en el mundo de la empresa y los negocios, del que yo procedía. No es nada más. Si la Administración me hubiera seguido, habría sido posible cumplirlo. Y con 1.000 días lo logramos, más o menos.
P. ¿Va a continuar en la política partidista?
R. Mire, ya tengo edad de retirarme, eso me gustaría, pero mi partido concurre a las elecciones parlamentarias del 5 de julio, y soy el líder de esa formación.
P. Mientras no abdique formalmente, muchos le seguirán considerando el rey de los búlgaros.
R. ¡A mi edad! Bueno, sí. Creo que ya nadie lo discute, incluso los enemigos se refieren a mí como el rey porque, en el fondo, es parte de nuestra historia. Pero otra cosa sería que hubiera un cambio de sistema dentro de la Unión Europea. Eso es ciencia ficción.
P. ¿Kardam, su hijo mayor, príncipe de Tírnovo, sigue siendo el heredero?
R. Sí, pobre…
P. Por cierto, ¿cómo se encuentra del accidente de tráfico que sufrió el año pasado en las cercanías de Madrid?
R. Muy mal, créame que estando tan lejos y… En fin, son pruebas que le pone la vida a uno… Un largo silencio interrumpe la conversación. Simeón de Bulgaria controla a la perfección lo que dice y desea decir. De súbito, se hace casi de noche en Vrana mientras cae un aguacero. Simeón se ha emocionado al recordar a su hijo Kardam, hasta el punto de recostar la cabeza sobre la pared. Tarda varios segundos en recuperarse y evitamos continuar con el asunto que tanto parece afectarle. Nos encontramos en un rincón de una sala presidida por los retratos de sus padres: Boris III y la reina Juana de Saboya.
P. ¿Por qué sigue en Bulgaria y no regresa a España, donde vive la mayoría de su familia y tiene tantas amistades?
R. He nacido aquí, y en búlgaro decimos que «la sangre no se hace agua». Además, estoy contento de haber ayudado a que este país se encuentre donde está ahora. Mientras no podía venir a Bulgaria, estuve muy agradecido por poder tener un hogar en España, pero hay razones históricas que no te dan opción de elegir. Mi madre me educó para, con el título que llevo, actuar en mi vida y en mi comportamiento como tal. Y aquí estoy, intentando hacerlo.
P. ¿Cómo se fraguó su amistad con el, entonces, Príncipe Juan Carlos, reforzada a lo largo de los años?
R. Por ser parientes, tener la misma edad y vivir en España…
P. ¿Parientes?
R. Si coge un cuadro genealógico, verá que todas las familias reales somos parientes. Él es Borbón, yo soy Borbón; él tiene Borbón-Sicilia, yo también; él tiene Orleáns, yo tengo Orleáns… Y somos de la misma edad, teníamos conexiones. También, luego, nuestros hijos se han hecho amigos y han sido hasta padrinos de mis nietos, algo que me conmueve.
P. ¿Sirvió de enlace entre Don Juan y Juan Carlos cuando la relación entre ellos se complicó al aceptar el príncipe la sucesión decretada por Franco?
R. Sí… Hubo que hacer algo especial, sí. Pero no me meto en los asuntos de los demás si no me llaman.
P. ¿Pero intervino para mejorar la relación entre el padre y el hijo?
R. Sí, entre familiares y amigos se hacen este tipo de cosas…, igual que con hice con Marruecos.
P. Hablando de Marruecos, ¿dijo en una ocasión que el rey Hassan II era «como un padre, un hermano, consejero y benefactor»?
R. Efectivamente. Y era una persona de una cultura política e intelectual poco frecuente. Dentro del mundo árabe-musulmán fue importantísimo. Yo tuve la suerte de representar durante 22 años los intereses de Hassan II y de la familia real marroquí en la ONA [Omnium Nord Africain], un potente conglomerado financiero-industrial, algo que me halagaba y que me permitió aprender bastante. Había allí una participación francesa considerable y solamente un 13% estaba en manos de la familia real. La gente mal informada creía que el grupo le pertenecía en su totalidad.
P. ¿Intervino, tal vez, cuando se produjo la Marcha Verde que complicaba el inicio de la Transición para su amigo, el Príncipe Juan Carlos?
R. No. Recuerdo que cené la noche anterior con él, antes de que partiera hacia El Aiún a visitar a las tropas españolas que se encontraban en el Sáhara. Yo era amigos de los dos, claro, neutral en cierto modo, y sólo así, desde esa situación, se podía intervenir, y uno lo hace con la voluntad de ayudar y suavizar.
P. ¿Y lo hizo en esa ocasión, en ese momento tan delicado?
R. No, no…
P. ¿En qué otros conflictos entre Marruecos y España ha tenido que actuar?
R. Mire, tengo mucha edad y muchos amigos en muchos sitios y creo haber hecho cosas muy útiles, pero eso sólo verá la luz si algún día tengo tiempo para dedicarme a escribir…
P. ¿Se va a llevar a la tumba los secretos que despejarían asuntos de vital importancia?
R. Bueno, escribiré unas memorias o…, mejor, dejaré tiempo al tiempo. Hay que esperar a que algunos no estén para decir algo.
P. Además de a Gregorio Peces-Barba y Miguel Boyer, antiguos compañeros suyos de clase en el Liceo Francés, ¿a qué otros líderes políticos reunió en su casa de Madrid para que conociesen a Don Juan Carlos durante la dictadura franquista?
R. A varios, lo que pasa es que mi memoria ya no funciona. El rey era una persona a quien interesaba conocer a mucha gente, no es que se hicieran cosas de carácter subversivo como ahora muchos intentan decir con leyendas de que se hacían conspiraciones.
P. Como era un hombre de negocios de éxito y tenía esa amistad tan fuerte con Don Juan Carlos, ¿fue asesor suyo en alguna de sus inversiones de carácter privado?
R. No. Como le dije, no me gusta meterme en los asuntos personales, como puede ser el dinero de alguien, y creo que el asesorar en ese sentido es para especialistas y técnicos.
P. ¿Qué pasó con la acusación de corrupción que recayó sobre su persona tras la detención de su primo, Víctor Manuel de Saboya, por pertenecer a una organización criminal?
R. ¡Eso es de un nivel…! Me hizo un daño espantoso. Los enemigos se ensañaron conmigo, a pesar de que el lenguaje que utilizaba al teléfono este primo mío con otro interlocutor, demostraba que creía que yo era una especie de majadero, porque no daba pie a ciertos asuntos. Así que, en el fondo, por un lado era positivo. Pero me hizo un daño horrible y, en mi opinión, fue totalmente inmerecido. El fiscal no debió divulgar mi nombre por ese simple hecho y, como era lógico, la acusación se ha archivado. Resulta asombroso que alguien pueda pensar que yo he obrado de esa manera cuando he sido educado de forma muy diferente. Y, además, se ofreció la información, también en España, sin que nadie se molestase en comprobar nada, ¡es inaudito!
P. ¿Tuvo dificultades con su entorno para casarse con Margarita Gómez-Acebo al constituir un matrimonio de índole morganático?
R. No existe esa limitación en nuestra constitución, ni en la casa Coburgo. En cambio, por lo que sí hubo dificultades fue por ser un matrimonio mixto en lo religioso, algo que se resolvió con tres audiencias que mantuvimos con Juan XXIII. Pero los tiempos, por suerte, evolucionan. Tenemos dos hijos ortodoxos y tres católicos.
P. ¿Y qué le parece que hoy se produzcan en las monarquías europeas tantos matrimonios morganáticos?
R. Es normal, porque hasta la época de mis padres las bodas se hacían por razones de Estado; la manera de comunicarse, la manera de vivir era, en cierto modo, muy cerrada y condicionada a los protocolos y jerarquías. A partir de mi generación, todo ha sido diferente: empezamos a vivir fuera de las torres de marfil y hoy sería anormal otra cosa. Miremos la sociedad actual, no se puede vivir fuera del tiempo, el reloj no se puede parar. Hoy los príncipes van a las universidades, se relacionan con personas de todo tipo y, de repente, ¿van a ser como una casta aparte, van a tener que vivir sin mezclarse? Sería completamente absurdo.
P. ¿No perderán sentido las monarquías con esa evolución?
R. Nunca perderán sentido si son aceptadas por sus pueblos o electores, y si están orgullosos de tenerlas porque les ofrecen un buen servicio. Para eso está la democracia.
P. ¿Cree que la sociedad búlgara ha acabado comprendiendo su comportamiento?
R. Creo que lo comprenderán. Históricamente se comprenderá, estoy seguro. Este año se conmemoraron los 100 años de la independencia completa de Bulgaria. Recuerdo que la primera vez que oí al presidente de la república nombrar a mi abuelo se me saltaron las lágrimas. Y pensé que harían falta otros 100 años para que se reconocieran plenamente las cosas. Hay que darle tiempo al tiempo, pero creo que todo llega y, al final, lo que se ha hecho bien encuentra sitio. La Historia sigue su curso y mis hijos seguirán siendo príncipes de Bulgaria.
Por BALTASAR MAGRO. Fotografía de BEGOÑA RIVAS (El Mundo de España)
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