Un día como hoy, en Pisco, en 1897, nació uno de los historiadoras más influyentes del Perú en el siglo XX, Raúl Porras Barrenechea. A propósito de esta fecha, ensayamos unas breves ideas sobre su figura y obra.
Raúl Porras Barrenechea se formó intelectualmente en una época crucial de nuestra vida republicana: la crisis del civilismo (la República Aristocrática) y el inicio de la Patria Nueva de Augusto B. Leguía. Fue una época muy rica, efervescente, en la vida política, social, económica e intelectual del país, así como en la del resto de América Latina. Como alumno de San Marcos, estuvo muy influenciado por el movimiento universitario que demandaba un mayor compromiso de la Universidad con los problemas nacionales. Fue una época, además, marcada por la presión del movimiento obrero en sus reivindicaciones laborales y los pedidos de la naciente clase media por conseguir mayor participación en los manejos del Estado. En fin, es una coyuntura en la que universitarios, obreros y grupos medios reclaman un Estado más democrático y redistributivo. Por último, se trata de una coyuntura en la que se consolida la economía de exportación, hay un proceso de expansión urbana en la costa y el país intenta resolver sus problemas limítrofes pendientes.
Ese fue el ambiente que rodeó a la llamada Generación de la Reforma Universitaria (1919) o del Centenario, al conmemorarse en 1921 y 1924 los primeros 100 años de nuestra independencia del Imperio español. A ella pertenecieron, además de Porras, intelectuales de la talla de Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía, César Vallejo o Luis E. Valcárcel, entre otros; en el campo político, se suman a ella Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Como vemos, buena parte de la trayectoria política e intelectual del país en el siglo XX se debió a este grupo de jóvenes, quienes escribieron sus obras fundamentales en la década de 1920. El problema del indio, la existencia de la nación peruana o, simplemente, qué es el Perú fueron sus planteamientos básicos. No olvidemos, por último, que este grupo de intelectuales también se nutrió de las ideas de la generación anterior, la del Novecientos, especialmente de José de la Riva-Agüero y Osma, Francisco García-Calderón y Víctor Andrés Belaunde.
Realmente hubo, por esos años, una vocación totalizadora; es decir, una preocupación por entender al Perú desde todos sus aspectos. Ello explica, en gran medida, la trayectoria intelectual de Porras quien fue más allá del oficio de historiador, y que puede ser resumida como la de formar o levantar conciencias. La verdad, hasta ahora nos sorprende su gran capacidad de trabajo que se desdoblaba en la cátedra universitaria, la investigación académica y la participación política. No cabe duda que su verdadera vocación fue el Perú. Influido por Riva-Agüero y Belaunde, defendió el carácter mestizo de la nación peruana. No fue ni hispanista ni indigenista. Sus libros y artículos demuestran su preocupación por comprender la influencia hispánica (sus estudios sobre la Pizarro, la Conquista, los cronistas, las instituciones virreinales) y andina (sus aproximaciones al Tawantinsuyo o su ensayo sobre el cronista indio Felipe Guamán Poma y Ayala). Porras, además, se preocupa por descubrir el origen del nombre del Perú y su vocación por el mestizaje queda demostrada por su brillante aproximación a la vida y la obra del Inca Garcilaso de la Vega, nuestro primer historiador.
Su innegable preocupación por el Perú se extiende a la profunda investigación que hizo sobre la historia de nuestros límites fronterizos. Para esa titánica empresa, enmarcada en los asuntos pendientes con los países vecinos, Porras tuvo que hurgar documentos que se remontaban a los años de la Conquista española. Los derechos territoriales del Perú, especialmente el tema de las provincias cautivas de Tacna y Arica, es algo que lo desveló y lo llevó no sólo a la investigación sino a la vida diplomática. Trabajó en el Ministerio de Relaciones Exteriores, integró varias misiones al exterior y, en plena madurez intelectual, a fines de los años cincuenta, fue nombrado Canciller de la República por el presidente Manuel Prado. Su nombramiento coincidió con una coyuntura internacional muy crítica: el triunfo de la Revolución Cubana y los intentos de los Estados Unidos por condenar el hecho y decretar el bloqueo a Cuba. Como historiador, como gran conocedor del pensamiento de los precursores y libertadores (manejaba al dedillo el pensamiento de Viscardo, de Bolívar, de Miranda, de Sánchez Carrión), no podía claudicar de las ideas de integración y solidaridad continental. Por ello, cuando representaba al Perú en una reunión de cancilleres convocada por la OEA, en la que Estados Unidos presionó para que todos los países del Hemisferio condenaran a Cuba, él, luego de un brillante discurso, votó en contra. Su voto consecuente, lamentablemente, no fue compartido por el presidente Prado quien, en una actitud que lindó con el maltrato, lo destituyó del cargo. Para muchos que lo conocieron, este episodio amargo le precipitó la muerte en setiembre de 1960.
Pero yendo a asuntos más gratificantes, Porras es recordado por sus brillantes clases. Su elocuencia, sus gestos, su gran erudición (recitaba en las aulas páginas enteras de los cronistas, por ejemplo) todavía son recordados por aquellos que lo escucharon en las aulas de San Marcos o la Universidad Católica. No quedaba ni un espacio vacío cuando se anunciaban las clases del maestro Porras. Al menos en el campo de las Humanidades, no hubo otro profesor universitario como él. Jorge Basadre recuerda que sabía Porras dar una amenidad muy propia a sus clases, sus conferencias y sus conversaciones. Logró en su aula escolar y universitaria algo muy raro en una época contestataria: que los alumnos lo aplaudieran entusiastamente y que las llenaran aunque solía escoger, como profesor, a veces, horas inverosímiles. Son muchos los que recuerdan, desafiando los años, sus conferencias admirables entre otras las que dedicó a Pancho Fierro y a la ciudad de Lima (donde acuñó la frase “Del puente a la Alameda”). Su aptitud para la frase rapidísima, ingeniosa, chispeante y certera, o sea para lo que cabe llamar la espontánea gracia vituperativa, infaliblemente causada gran impresión en su auditorio, cualquiera que él fuese.
Su elocuencia también se trasladó al Parlamento en los años que le tocó representar al departamento de Lima en el senado de la República. Sus intervenciones eran piezas maestras de retórica y sabiduría. Con un castellano impecable (fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua), se desenvolvía en todos los temas que le tocaba defender u opinar. No por casualidad, hoy uno de los hemiciclos del Congreso lleva su nombre.
Esa misma brillantez se nota en cada página que escribió. Porras exhibió una de las prosas más impecables del siglo XX peruano. Además, a la pulcritud del idioma le añadió la solidez en el manejo de las fuentes y sus agudos comentarios. Cada dato y cada opinión eran respaldados por un vasto aparato bibliográfico y documental. Cuentan que, como erudito, extremaba su escrupulosidad y era capaz de de pasarse días enteros hasta encontrar la certeza de la exactitud en un dato. Como comenta Mario Vargas Llosa, escribió siempre como si el país al que pertenecía fuera el más culto e informado del mundo, exigiéndose un rigor y perfección extremos, como correspondería al historiador cuyas investigaciones van a ser sometidas al examen de los eruditos más solventes. Basadre, por su lado, anota lo siguiente: Muchas de sus páginas son de antología. Su prosa se revistió en determinados pasajes de atavíos clásicos; pero, en innumerables ocasiones, irrumpe de pronto en ella, con puntería certeza de cazador, el ingenio criollo para generar el adjetivo preciso, el detalle esclarecedor, la anécdota amena y también para volverse, cuando quería, demoledor e implacable.
Pero quizá ese excesivo celo por la rigurosidad le impidió concretar, como muchos opinan, la gran obra para la que él estaba sindicado: una síntesis de la historia del Perú. Hasta 1960, Porras era, en el Perú, el historiador más capacitado para escribir la historia del Perú “total”, desde los primeros habitantes que poblaron el territorio peruano hasta nuestra trayectoria republicana.
Por último, Porras es también recordado por haber formado un nutrido grupo de discípulos. Sus clases en la Universidad se trasladaban a su casa de la calle Colina, en Miraflores, donde acudían sus alumnos más destacados y una pléyade de intelectuales, tanto nacionales como extranjeros, para investigar en su biblioteca y a conversar o discutir, con tasas de chocolate caliente incluidas, temas académicos o de interés nacional. Por allí desfilaron alumnos como Pablo Macera, Mario Vargas Llosa, Carlos Araníbar, Waldemar Espinoza, Hugo Neyra, Luis Jaime Cisneros, Raúl Rivera Serna o Féliz Álvarez Brun, e intelectuales consagrados como Víctor Andrés Belaunde o el poeta José Gálvez. Dice Vargas Llosa que en esas tertulias se aprendía más que en las aulas de San Marcos: no sólo era entretenido pasarse esas tres horas consultando las crónicas; además, con motivo de una averiguación cualquiera, había la posibilidad de escuchar una disquisición de Porras sobre personajes y episodios de la Conquista.
Por todo lo expuesto, el lector puede estar seguro de tener ahora en sus manos dos de los textos más emblemáticos preparado por el maestro Porras, “Pequeña Antología de Lima” y “El nombre del Perú”, en los que quedan demostradas las calidades académicas de un conocedor sin par, en este caso, de la historia de Lima y del origen mestizo del nombre del Perú.
BREVES DATOS BIOGRÁFICOS.- Raúl Porras Barrenechea, quien fue historiador, catedrático universitario, político y diplomático, nació el 23 de marzo de 1897 en Pisco en el seno de una familia de “clase media” de la época. Sus padres fueron Guillermo Porras Osores y Juana Barrenechea y Raygada. Cuando era muy niño, su familia se traslada a Lima donde realiza sus estudios escolares y universitarios. Pasó por las aulas de los colegios San José de Cluny en Lima (1900-1905) y La Recoleta (1906-1911). En 1912, ingresa a la Universidad de San Marcos en la que se gradúa de Bachiller y Doctor en Letras (1928).
Su trayectoria como docente se inició como profesor de Historia en los colegios Anglo Peruano (1923-34) y Antonio Raimondi (1932-34); luego, en San Marcos, lleva la cátedra de Historia de la Conquista y la Colonia (1931). Asimismo, es director del Colegio Universitario (1931), profesor del curso Fuentes Históricas Peruanas en la Universidad Católica (1933-58), Director del Instituto de Historia de la Facultad de Letras en San Marcos, organizador del I Congreso Internacional de Peruanistas, y miembro del Instituto de Historia del Perú y de la Academia Peruana de la Lengua.
Su trayectoria política se inicia muy joven siendo uno de los animadores de la Reforma Universitaria (1919) y como miembro del Congreso Nacional de Estudiantes (Cusco, 1920) en el que presentó propuestas innovadoras para la organización de la Federación de Estudiantes. De otro lado, su vida diplomática se inicia cuando es incorporado al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores como secretario del ministro Melitón Porras (1919); también trabajó en el Archivo de Limites (1920) y la Biblioteca de Torre Tagle (1922). Luego, asumió la jefatura del Archivo de Limites (1926) y redacta la Exposición presentada a la Comisión Especial de Limites sobre las fronteras norte y sur del territorio de Tacna y de Arica (1926-27). Cabe destacar que, como intelectual, fue uno de los miembros más destacados de la llamada Generación de 1920 o Generación del Centenario, quizá la más ilustre del Perú del siglo XX, junto a personajes de la talla de Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez y Jorge Guillermo Leguía.
En 1935, viaja a España en calidad de Ministro Consejero e integra la delegación acreditada ante la Liga de las Naciones como Ministro Plenipotenciario (1936-1938). Asimismo, asistió a las conferencias peruano-ecuatoriano, en Washington, para negociar el diferendo limítrofe (1938). Residió varios años en Europa dedicado a investigar en los archivos españoles (1940).
Se reencontró con la política activa en 1956 cuando fue electo senador por Lima y ejerció la presidencia de su Cámara. Debido a su talla intelectual, el presidente Manuel Prado lo nombra Ministro de relaciones Exteriores, cargo que ejerció de 1968 a 1960. En dicho cargo, en una reunión de cancilleres en la OEA, cuando los miembros de este organismo votaron la exclusión de Cuba de la Comunidad Americana, Porras votó en contra de esa medida. En represalia, el presidente Prado, siempre alineado a los intereses norteamericanos, lo separa de su cargo. Esta amarga experiencia lo lleva a la muerte, en Lima, el 27 de setiembre de 1960.
El maestro Porras fue autor de casi un centenar de obras fundamentales para la historia de nuestro país. Entre ellas, destacan Alegato del Perú en la cuestión de limites de Tacna y Arica (1925), Historia de los limites del Perú (1926-1930), El Congreso de Panamá, 1926 (1930), Cuadernos de Historia del Perú (1936), Pizarro, el fundador (1940), Pequeña antología de Lima (1961), Mito, Tradición e Historia del Perú (1951), Cronistas olvidados sobre el incario (1941).
A MODO DE CONCLUSIÓN.- Raúl Porras Barrenechea fue, sin lugar a dudas, una de las figuras cumbres de la intelectualidad peruana del siglo XX. Quienes lo conocieron, reconocen en él no sólo al gran erudito sino al agudo crítico del pasado peruano. En sus libros podemos apreciar no sólo su rigor científico sino una prosa impecable. En sus clases, hacía gala de una erudición que no conocía límites así como de una elocuencia que encandilaba al auditorio. Durante los años cuarenta y cincuenta, con toda seguridad, era el que más conocía nuestro pasado, desde los tiempos prehispánicos hasta la dura experiencia republicana. Por ello, muchos esperaron de él el gran libro que sintetizara las tres grandes etapas de nuestra historia. Lamentablemente, no lo hizo, quizás, por las múltiples responsabilidades que le toco asumir, tanto en la universidad como en la vida diplomática y la arena política. Sin embargo, a pesar de no habernos dejado esa gran síntesis, nos legó un conjunto de estudios monográficos que nos abren surcos imprescindibles para conocer temas tan variados como la vida de Pizarro, las crónicas y los cronistas, las instituciones del virreinato, los ideólogos de la Emancipación, la historia diplomática o la literatura virreinal y republicana. Su compromiso académico, además, queda consolidado al ver cuántos intelectuales de primera importancia en nuestro país se consideran discípulos del maestro Porras. Por último, no podemos olvidar su más profundo americanismo, de solidaridad continental, cuando le tocó ejercer, al final de su vida, el cargo de ministro de Relaciones Exteriores.
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