En el hotel King David de Jerusalén se emite en un canal interno de televisión un reportaje sobre la visita de Anuar el Sadat a Jerusalén. Los rostros de los israelíes que aparecen en la película denotan incredulidad y satisfacción a partes iguales. Allí se alojó Sadat en noviembre de 1977 antes de pronunciar un histórico discurso ante la Kneset. Hace hoy justo 30 años, Jimmy Carter, Sadat y Menahem Begin firmaban en la Casa Blanca el acuerdo de paz que acarreó dramáticas consecuencias para Sadat: pagó con su vida. Después de cuatro guerras entre ambos países, Israel conseguía un objetivo perseguido durante años: desactivar la amenaza militar del país musulmán más poblado y que lideraba la comunidad de naciones árabes.
Tuvo que ejercer enorme presión política el presidente Carter para que Begin accediera a devolver hasta el último centímetro del ocupado Sinaí. Y un precio aún mayor pagó Sadat: dos años después, en octubre de 1981, terroristas islamistas abrasaron a balazos el palco en el que Sadat presidía un desfile militar. Egipto, que acoge en El Cairo la sede de la Liga Árabe, fue marginado de la organización y considerado un apestado. La década de los 70 eran los tiempos del Frente del Rechazo: no a la paz con Israel.
Tres décadas después el vuelco es radical. Desde 2002, la Liga Árabe -más capitaneada ahora por Arabia Saudí que por Egipto? propuso el reconocimiento del Estado sionista y el establecimiento de relaciones plenas a cambio de la retirada israelí a las fronteras previas a la guerra de los seis días. Es ahora Israel, quien desde 1967 se lanzó a un frenesí colonizador de los territorios palestinos, quien rechaza esa opción. Y tras la guerra de Gaza desatada este invierno, sus vínculos con los pocos países musulmanes con los que mantenía relaciones diplomáticas se han quebrado. No con Egipto.
El Cairo sigue un papel fundamental, y considerado el acuerdo de paz, negociado en Camp David, una cuestión estratégica. Pero no está para celebraciones. Eso perjudicaría su estatus entre los Estados árabes. El régimen de Hosni Mubarak arremete estos días contra el Gobierno israelí por su negativa a pactar una tregua con Hamás en Gaza y por su rechazo a acceder al intercambio del soldado Gilad Shalit por un millar de prisioneros palestinos, asuntos en los que El Cairo media sin descanso. Y lamenta también la deriva del electorado israelí hacia la extrema derecha. “Si es cierta vuestra ambición por conseguir la paz, debéis obligar a vuestros líderes a poner fin a sus iniciativas despreciables contra Egipto. No hay espacio para la celebración. En este aniversario no hay lugar para el optimismo, y los hechos sobre el terreno no animan a ninguna celebración”, asegura el editorial del diario Al Ahram. En las calles egipcias, la aversión hacia Israel es la de siempre.
Siempre fue una paz gélida. Sólo algunos miles de israelíes viajan en vacaciones al Sinaí, una tierra que adoran. Sin embargo, las relaciones comerciales entre ambos países son escuálidas. Y los turistas egipcios y sus profesionales rechazan viajar a Israel. Los Gobiernos israelíes se quejan, no sin un punto de hipocresía. Como se preguntaba el analista israelí Zvi Bar’el: “Sería interesante especular cómo respondería Israel si un millón de egipcios visitaran las playas de Tel Aviv… y que sucedería si cientos de miles de trabajadores buscaran empleo en Israel o si un hombre de negocios comprara una empresa estratégica israelí… Sí, queremos una paz cálida con Egipto, pero en la distancia. ¿Turistas de Escandinavia? Sí. ¿Compradores de viviendas franceses? Seguro. Pero no egipcios. Parece que ambos países disfrutan con esta paz fría”.
Adaptado de El País de España (26/03/09)
El presidente egipcio Anuar al Sadat, el presidente norteamricano James Carter y el primer ministro israelí Menajem Begin en Camp David (1979)