Era difícil que el menú estuviese a la altura. El Titanic era el buque más grande, rápido y seguro, según se vanagloriaba la publicidad. Un mastodonte mecánico de lujo superior que iba a transportar en su viaje inaugural, el 10 de abril de 1912, a una selección de la gran industria, la banca y el comercio de Europa y Estados Unidos. Así que el menú de primera clase se lo encargaron al gurú de los fogones Auguste Escoffier (1846- 1935), gran renovador de la cocina francesa y alumno aventajado de Antonin Carême, creador de la “alta cocina”. Su cometido sería elaborar los platos que tenían que deslumbrar a paladares habituados a lo exquisito.
Cada menú estaría preparado con sumo cuidado. El de la noche del 14 de abril, por ejemplo, era un despliegue impresionante. Desde la ostra con velou-té de cava y salsa holandesa, al salmón al vapor con salsa muselina y pepino, o desde el filet mignon Lili (con patatas, alcachofas y foie) a la pierna de cordero con salsa a la menta. Diez platos elaborados con productos que hoy quizá no sorprendan, pero que entonces eran prohibitivos para la gran mayoría del pasaje, que se alojaba fuera de la primera clase.
Aquel esplendor culinario ha resucitado ahora en el restaurante La Rotonda, en el hotel Westin Palace de Madrid, que ha confeccionado un menú degustación de 10 platos idéntico al que se sirvió en el restaurante “a la carta” de primera clase la fatídica noche del 14 de abril de 1912. “Nuestro equipo de cocina ha recabado información sobre las recetas de la época, incluidas las de Escoffier, para que la preparación sea lo más fiel”, indicó Pilar Mantara, directora del departamento de gastronomía del Palace, durante la presentación del menú, que se servirá del 1 al 19 de abril por 50 euros.
“Probar un pichón, un salmón o unas vieiras hoy no es nada del otro mundo, pero entonces sí”. Se incluyen dos platos a elegir entre filet mignon Lilli y pollo salteado a la lionesa o entrepierna de cordero con salsa a la menta, pato canetón a la salsa de manzana o solomillo de ternera con patatas chateau. Todo servido en vajilla de Limoges y cubertería de plata.
Se trata de una oferta gastronómica organizada en paralelo a la muestra Titanic. Objetos reales, historias reales (calle de Goya, 5), que recoge 230 piezas rescatadas del fondo oceánico por la compañía RMS Titanic Incorporated. “Lo más importante del naufragio fue la historia de los pasajeros, y nada lo cuenta mejor que sus pertenencias”, señaló Cheryl Muré, directora de educación de la compañía, en la inauguración, el pasado noviembre.
Quizá así uno pueda hacerse una idea de lo que paladearon el millonario promotor inmobiliario John Jacob Astor IV, el industrial Benjamin Guggenheim o los jóvenes y riquísimos madrileños Víctor Peñasco y Castellana y María Josefa Pérez de Soto y Vallejo (que fue la única de este grupo que sobrevivió).
Poco después de degustar tamaños manjares, sin embargo, un enorme trozo de hielo dañó el casco del “insumergible” Titanic. En menos de tres horas, el gran prodigio del lujo y la mecánica (que dejaría más de 1.500 víctimas) descansaba a 3.800 metros de profundidad, en el fondo del Atlántico.
Adaptado de El País de España (19/03/09)
Fotografía del último menú del Titanic que se sirve en un hotel de Madrid a propósito de la muestra “Titanic. Objetos reales, historias reales” que se viene desarrollando en la capital española
Salón comedor de primera clase del Titanic
Posible iceberg que estrelló con el Titanic (esta fotografía fue tomada 5 días después del hundimiento por el marino Stephan Roherek)