Tomamos la información del excelente trabajo del historiador Marcos Cueto (El regreso de las epidemias salud y sociedad en el Perú del siglo XX. Lima: IEP, 1997) para reseñar el miedo que embargó a nuestra ciudad a principios del siglo XX cuando una epidemia de “peste negra” causó estragos en la población de aquellos años.
Puerto del Callao, 1 de mayo de 1903.- Cuando la señora Figueroa vestía el cuerpo de su hijo Pedro para el entierro, palpó una extraña hinchazón en el cuello del cadáver. Nadie le dio importancia al descubrimiento hasta días después cuando 10 de los 60 trabajadores del Molino donde trabajaba Pedro Figueroa enfermaron gravemente de un mal desconocido que les secaba la lengua, les hinchaba los ojos, los bañaba en fiebre y les producía bubones del tamaño del huevo de una paloma en el cuello, la ingle y las axilas. Quizás algunos pensaron que había una relación entre su sufrimiento, la muerte de Pedro y el hedor de las decenas de ratas muertas en el Molino.
El regreso de las epidemias.- Esa fue la primera noticia de la llegada de la terrible peste bubónica. Se trataba de una enfermedad transmitida por la picadura de las pulgas de las ratas infectadas con el parásito yersinia pestis. Entre 1903 y 1905 la peste se extendió hasta Lima y los principales puertos del país.
El origen de esta peste fue atribuido a la embarcación “Serapis” proveniente de Bangok, el foco de la pandemia de peste negra que se extendió por el mundo desde 1894. La peste acodó en el Callao a fines de diciembre de 1902 con más de 10 mil sacos de arroz para el Molino Milne provenientes del sudeste asiático; entre esos sacos también viajaban cientos de ratas infectadas. El crecimiento del número de viajes, pasajeros, mercancías y de ratas entre los puertos peruanos, puso en contacto a poblaciones sanas con enfermas.
No habíamos aprendido mucho.- A principios del siglo XX, Lima y otras ciudades de la costa estaban idealmente ambientadas para cobijar ratas, pericotes y otros roedores. Estos podían difundirse rápidamente por el hacinamiento de la población, la tugurización de las viviendas, la precariedad de las construcciones, la acumulación de basuras y la persistencia de conductas antihigiénicas.
Estas costumbres incluían el miccionar y defecar en la vía pública y el arrojar cualquier desperdicio confiando en el apetito de gallinazos, perros, burros y otros animales que deambulaban por la calle. Una solución parcial a este problema fue el traslado de basuras en carretas a los muladares. Hacia 1903, los limeños producían diariamente 60 toneladas de basura que eran llevadas a los muladares ubicados en las márgenes del río Rímac. Cerdos (y gallinazos) se alimentaban de estos desperdicios, y cerca del muladar de Monserrat había un matadero.
A la ausencia de un sistema eficiente de baja policía se sumaba la pésima condición del sistema de desagües. A pesar de los esfuerzos del siglo XIX por construir tuberías de desagüe subterráneas, la mayoría de las calles de Lima tenía acequias abiertas. Por su lado, las viviendas tenían silos poco profundos y eran magníficos criaderos de ratas. La mayoría de las casas tenían paredes huecas, cavidades amplias entre el entablado y las habitaciones y el suelo, adobes en la planta baja y telares de quincha en la planta alta, es decir, condiciones propicias para el refugio de las ratas. Ni siquiera las mejores casas de Lima eran de concreto (lo que hubiera frenado el ingreso de ratas).
La tugurización era alarmante. Los cuartos amplios y techos altos de las viejas casonas estaban separados con maderas para formar varios pisos de pequeñas habitaciones. El objetivo de estas subdivisiones era obtener el mayor número de inquilinos en las llamadas “casas de vecindad”. También se produjo otra forma de hacinamiento: los callejones. En ellos se aglomeraban las familias, la suciedad y las ratas. Por ello, no es extraño encontrar el siguiente testimonio en El Comercio: Enormes ratas casi domesticadas viven allí en amable intimidad con los chicos del vecindario.
Finalmente, a estas condiciones que facilitaban la multiplicación de roedores, se sumó el crecimiento del comercio internacional a comienzos del siglo XX que acentuó el contacto de los puertos peruanos con embarcaciones que provenían de regiones donde la peste era endémica.
El pánico y la campaña en Lima.- A fines de 1903, toda muerte súbita era atribuida a la peste; a pesar de que era desconocida en el país, muchos la relacionaron con las historias apocalípticas de la peste en al Europa medieval. Según una editorial de El Comercio (septiembre 14, 1903): no se trata simplemente de salvar vidas sino de salvar nuestros intereses económicos y fiscales.
Un gran obstáculo para combatir la peste fue la inexistencia de un aparato sanitario eficiente. La Municipalidad, que estaba encargada de la higiene urbana y de la baja policía en calles, mercados, mataderos y edificios, y la Sociedad de Beneficencia, que controlaba hospitales y hospicios, fueron rebasadas. Este vacío fue cubierto por 3 instituciones nuevas: el Instituto Municipal de Higiene, la Dirección de Salubridad Pública y la Junta Directiva de la Campaña contra la Peste Bubónica de la Provincia de Lima. De estas, fue la Junta la que alcanzó mayor notoriedad durante la epidemia.
Su presidente y tesorero fue el destacado médico italiano Juan B. Agnoli. Formado en la Facultad de Medicina de Bologna, llegó a Lima en 1887 y se convirtió en uno de los médicos más importantes del Hospital Italiano. Gracias a su talento, dedicación, formación europea y lazos con la elite limeña (se casó con una dama de la alta sociedad), Agnoli pudo alcanzar en pocos años lo que muchos profesionales siempre esperan: admiración por parte de sus colegas y numerosa clientela. Ese prestigio le permitió imponer con rigor medidas severas. Estaba convencido que se podía controlar la enfermedad en corto tiempo si se le daban los fondos suficientes y poderes ejecutivos.
La Junta y Agnoli emplearon a 100 peones encargados de:
1. La visita a los domicilios
2. La caza de roedores
3. El traslado de de los enfermos al Lazareto
4. Entierro de los muertos
Agnoli también dirigía albañiles encargados de tapar las bocas de las madrigueras de las ratas, echar alquitrán a los zócalos, destruir los tabiques y cielos rasos por donde podían entrar los roedores y eventualmente destruir las edificaciones. También bajo su autoridad había una policía de salubridad encargada de vencer la resistencia de la población.
El procedimiento que habitualmente se seguía cuando era detectado un caso de peste consistía en llevar al enfermo al Lazareto, aislar a los parientes y fumigar con azufre la vivienda. En casos extremos se destruía (quemaba) la casa del enfermo. El traslado al Lazareto se hacía en carros de zinc; las camillas en las que eran trasportados los enfermos eran incineradas y los que fallecían eran enterrados rápidamente en lugares apartados del cementerio.
Durante la campaña, Agnoli estableció estrictas medidas como:
1. La prohibición que en las casas se ferien aves domésticas, perros, cuyes, conejos y gatos, por el temor que estos difundiesen la enfermedad
2. La clausura temporal de colegios, templos, circos y lugares donde existiera aglomeración de personas.
3. Para ganar la colaboración de la población, ser estableció premios. La Municipalidad compró en 5 soles cada rata muerta y pagaba una cantidad parecida por la denuncia de un enfermo de peste. La medida no duró mucho porque se denunciaron pocos casos y porque indujo a personas de pocos recursos y menos escrúpulos a organizar criaderos de ratas para venderlos a la Junta.
muy ilustrativo sobre le epidemia que azoto la costa peruana la peste bubonica es una enfermedad que ataca sitios de poca salubridad