Las epidemias, como las guerras, son momentos en los que las normas y las costumbres dejan de tomarse en consideración y las poblaciones son invadidas por el pánico y el temor. Lima fue azotada por dos grandes epidemias de fiebre amarilla, una enfermedad infecciosa, endémica en América tropical. Se caracteriza por la degeneración adiposa del hígado y congestión de las membranas mucosas del estómago e intestinos. Es debida al Leptospira icterodes transmitido al hombre por la picadura del mosquito Stegomya fasciata. Después de una incubación de 2 a 15 días, la enfermedad comienza por escalofríos, frío, cefalgia frontal y, sobre todo, por dolor en la región lumbar y vómitos. La fiebre se eleva rápidamente, hay estreñimiento, los vómitos se suceden con frecuencia y, hacia el cuarto día, las materias vomitadas son de color rojo y negro (“vómito negro”), debido ala presencia de sangre. La piel es ictérica, la orina escasa, albuminosa y puede haber hemorragias intestinales. El enfermo es presa del delirio furioso o se halla en estado de coma.
LA PRIMERA EPIDEMIA: 1852, 1853 y 1854.- A finales de 1851, los periódicos limeños informaban del “flagelo amarillo” en Nueva Orleáns, Panamá y Guayaquil. Como medida preventiva, las autoridades del Callao pusieron en cuarentena dos naves procedentes de tales regiones y que tuvieron tripulantes muertos a causa de la temida enfermedad. Aparentemente la cautela no fue suficiente. A finales de diciembre llegó a Lima, procedente de Panamá, el ciudadano José María Vásquez, quien se alojó en el Hotel Victoria, cayendo súbitamente enfermo de fiebre amarilla en enero de 1852; fue llevado al hospital de San Andrés donde falleció. Durante 1952, la incursión de la enfermedad fue benigna y, al finalizar el año, todo había vuelto ala normalidad. En enero de 1853, la trama parecía repetirse con la aparición de casos aislados, básicamente tripulantes de embarcaciones procedentes de regiones infectadas de Centro América que poco después de arribados fallecían de fiebre amarilla.
Pero esta vez el impacto aumentó. Una de las primeras reacciones oficiales fue solicitar la el establecimiento de lazaretos (edificaciones para aislar a las personas presuntamente contagiosas); específicamente, se recomendaba establecer uno en la isla de San Lorenzo. También se establecía que las embarcaciones procedentes de zonas infectadas tenían la obligación de anclar a sotavento del puerto a fin de evitar que las otras embarcaciones o la población vecina corriesen riesgo de contagiarse a través del aire. Pero todas estas medidas para impedir la entrada de fiebre amarilla al recinto urbano fracasaron en 1854.
Fue la primera epidemia de fiebre amarilla que estalló en Lima en el siglo XIX. Según refiere el doctor Hermilio Valdizán en su Diccionario de la medicina peruana, el número de enfermos fue muy elevado pero relativamente pequeño el de la mortandad. En total, hubo 810 víctimas (367 hombres, 201 mujeres y 110 niños). Se inició en las Antillas y marchó, progresivamente, de Norte a Sur. Apareció en el Callao con el arribo de barcos de la “Línea del Pacífico” procedentes de Panamá; finalmente, la epidemia llegó hasta Tacna.
Los primeros casos fueron tratados en el hospital de San Andrés. Se advirtió a la población que se debían tomar medidas para no infestar toda la ciudad de la enfermedad. Se insistió en fundar un hospital fuera de la ciudad. Aquí, las recomendaciones aparecidas en el diario El Comercio (lunes 16 de enero de 1854): Los casos de fiebre amarilla que ha habido en el Hospital San Andrés de esta capital han sido desgraciados, han muerto cuatro individuos; sólo uno de ha salvado, que llegó al hospital en la primera invasión del mal. Nos parece que si continúan curando los pacientes de esa enfermedad en un hospital que tiene seiscientos enfermos es el modo de formar un foco de infección que pronto hará desarrollar la fiebre en toda la ciudad de un modo doloroso. Los más de estos desgraciados han venido del Callao, donde también ha habido varios casos. Nada es más fácil que establecer un hospital en Bellavista, aunque sea una ramada y remitir allí todo el que apareciera con síntomas de esa terrible enfermedad. Esta medida y la de poner en práctica todos los principios de higiene que han producido tan buen resultado a todas partes, harían que las fiebres otoñales que en este año veremos adelantarse, no produzcan la fiebre que con tanta razón es temible.
Como vemos, se habla de la necesidad de abrir un hospital en Bellavista, pues el de San Andrés, al estar dentro de las murallas de la ciudad, exponía a todos sus pobladores a tan grave mal. La Junta Suprema de sanidad tuvo que reunirse y dio el siguiente informe, que revela el poco conocimiento de las autoridades frente a una enfermedad tan peligrosa:
1. No debe haber mayor alarma: los enfermos solo son extranjeros y del interior, no de la población
2. No se expandirá el mal porque los casos son esporádicos y el clima se opone al desarrollo del mal
3. Se tiene como precaución la formación de un Lazareto, destinado el Hospital del Refugio para ello.
La Junta, además, dio las siguientes “recomendaciones”:
a. Mayor aseo en cocinerías, mantequerías, paradas, caballerizas, curtidurías, camales, conventos, etc.
b. Ningún cadáver del cementerio sea movido por 5 años
c. Se examine la “buena calidad de los víveres” u “sobre las reses tocadas o enfermas por la más ligera causa, se extraigan del consumo público”
d. En los depósitos de víveres en al plaza del mercado haya mayor limpieza y ventilación; se prohíbe cocinar o prender todo tipo de fuego.
e. Se mantengan limpias –desatoradas y desobstruidas- las acequias de la ciudad
Como vemos, las condiciones de salubridad eran muy deficientes pero también lo eran las medidas presentadas. No se tenía la más mínima sospecha de que iba a desencadenarse una epidemia de fiebre amarilla en Lima; por otro lado, hubo muy poca colaboración de los vecinos. Todos estos días fueron muy agitados con el fin de evitar la expansión de la enfermedad. La Junta puso mucho énfasis en al necesidad de mantener limpias lasa cequias interiores y exteriores. Se trataba de cambiar los hábitos y costumbres de los limeños en relación a las medidas de higiene y limpieza. Se reiteró que el mal se propagaba con mayor rapidez cuando había descuido de las indicaciones higiénicas.
A pesar de todas las recomendaciones, la epidemia se produjo. ¿Qué pasó?:
1. No fue suficiente establecer medidas si no se contaba con la garantía de poderlas ejecutar y hacerlas cumplir
2. La población no actuó rápidamente para poder evitar la propagación
3. No se tenía conciencia de la magnitud de la epidemia.
Durante esta epidemia, el único “lazareto” que se habilitó fue la “Huaca” (situado junto al portal de Maravillas, en el extremo oriental de la ciudad) que hasta entonces había funcionado como un tambo perteneciente a Martín de Osambela. Esto ocurrió el 22 de enero de 1854. El también llamado lazareto “Maravilas” estaba entre el convento de Santo Domingo y el río Rímac.
Estragos de la fiebre amarilla según cuadros del siglo XIX