Están entre Oropesa y Andahuaylillas. Se trata de una ciudad pre-incaica, del Segundo Horizonte Cultural Andino, y que perteneció a la Cultura Wari. La urbe estaba rodeada por una gran muralla de piedra cuyos restos aún se ven, construida de modo muy peculiar: piedras cortadas, piedras quebradas y todas apoyadas entre sí, en aparente desorden. De este modo, se forman muros de un metro y más de espesor y de seis a diez metros de alto.
Por lo que fue una calle penetramos la muralla, orillamos ruinosos edificios y nos encontramos en la Gran Plaza. Hoy es un lugar despejado, cubierto de hierba, que deja ver al poniente la laguna de Urpicancha y los cananles de Lucre, hacia el levante, en cambio, se descubre, por encima de la ciudad, el cerro de Balconyoc. Desde lo alto de este cerro se vería a la urbe en su totalidad y a sus habitantes, empequeñecidos como insectos. Esto explicaría el nombre de Piquillacta, la Aldea de los Piojos.
Ascendiendo por las terrazas de piedra, ganando la altura por escalinatas bien dispuestas, se llega a un punto elevado y apreciamos la abandonada población. Hay muchas calles y casas. Estan muy deterioradas, con pocas puertas y ventanas menos hornacinas y ningún techo, aunque todo hace ver que los tales fueron de ichu, a dos aguas. Las moradas son de un piso, pero unas pocas debieron tener dos y tres. Los depósitos de grano se encuentran hacia el norte y son torreones circulares, hoy de pequeña altura debido a su destrucción.
Las piedras de los edificios, incluyendo las de aquel que por sus hornacinas se presume templo, son toscas, cortadas por percusión, pero acomodadas aparentemente en forma caprichosa. Los cactus se han apoderado de la parte alta de los muros y asoman sobre las calles llenas de vegetación con flores blancas y amarillas.
La ciudad tiene más de un kilometro por lado y eso es lo que medía su gruesa muralla protectora. Cuando cae el sol en Pikillacta sus ruinas se tiñen de color naranja y el cielo se va tornando violáceo, el viento agita la hierba, las aves recogen a sus nidos. El silencio se hace total y Pikillacta se muestra legendaria más que histórica. No en vano tiene milenio y más de antigüedad. Desde aquí es que se logra la mejor vista del Cusco. Presenciar la caída del sol y asistir al crepúsculo vespertino desde aquí es algo que nadie se ha atrevido a cantar ni en prosa ni en verso.
Ruinas de la ciudadela de Pikillacta, cultura Wari (Cuzco)