Magdalena Vieja (1)

La historia de lo que hoy conocemos como Pueblo Libre se remonta al 14 de agosto de 1557 cuando se creó el pueblo para la doctrina de Santa María Magdalena. En esa misma fecha, se empezó a edificar el templo en torno al cual empezó a crecer esta doctrina o pueblo de indios, bajo la tutela de la orden de los franciscanos. Los terrenos, según la Confirmación Real del Sitio, de la Casa, Monasterio y Huerta de la Magdalena fueron donados por el cacique Gonzalo Taulichusco, hijo de Taulichusco el Viejo (último cacique de Lima). El documento fue suscrito en presencia del Cacique, del virrey Andrés Hurtado de Mendoza y del padre Joan de Aguilera.

El título o nombre de “Pueblo Libre” fue otorgado al pueblo de la Magdalena por el marqués de Torre Tagle, asesor del libertador José de San Martín. Sin embargo a los lugareños, hasta el día de hoy, les gusta referirse a este lugar como la “Magdalena Vieja”: Ese nombre tiene más tradición, viene de antes, dice el historiador José Agustín de la Puente, quien también vive en este distrito desde siempre. Fue recién en el gobierno de Manuel Prado, por la Ley 9162 del 5 de septiembre de 1940, cuando el nombre de Pueblo Libre fue oficializado. La “Magdalena Vieja” queda entonces en el recuerdo, en las memorias de los antiguos pobladores que hablan de la tradición de sus antiguos habitantes hasta hoy.

LOS TIEMPOS PREHISPÁNICOS.- Lo interesante de Pueblo Libre es que su historia no se remonta a partir de su creación española: tiene profundas raíces andinas que se remonta a la cultura Lima cuyo desarrollo se dio entre los años 200 –600 d.C. Durante este periodo, sus pobladores construyeron un gran centro administrativo (urbano-religioso) como el de Maranga (o Malanca), una de cuyos sectores sería lo que hoy conocemos como Huaca San Marcos. Hacia el año 1100, el curacazgo de Maranga habría sido el gran eje de lo que hoy conocemos como Pueblo Libre, parte de lo que actualmente es el Cercado de Lima y San Miguel.

Se trataba de una bulliciosa “ciudad” formada por decenas de pirámides construidas en adobe, depósitos de alimentos, plazas, recintos amurallados, acequias y zonas de residencias. Entre estos ambientes se habrían desplazado los pobladores del lugar, ocupados en las diarias faenas agrícolas, tal vez realizando la limpieza de una acequia o realizando el trueque de algún producto necesario. Josefina Ramos de Cox calculó que las poblaciones de Maringa y Magdalena pudieron llegar a 10 mil familias. ¿Qué cultivaban estos pobladores? La arqueología lo ha demostrado: lúcumo, pacae, guayabo, algodón, habas, pallares, frijoles (hasta 3 especies), calabazas y ají.

Los incas llegaron a este valle hacia mediados del siglo XV. Fueron las tropas de Túpac Yupanqui las que incorporaron Maranga al Tawantinsuyu. Para un mejor control y administración de la zona edificaron el centro administrativo de “Mateo Salado” (nombre actual), ubicado en la avenida Mariano Cornejo, cerca de la Plaza de la Bandera; asimismo, ampliaron, como ciudadela, los que hoy es la huaca “Tres Palos”, en la actual avenida Riva-Agüero. Los vestigios del “camino inca” (hoy en el campus de la PUC) es otra prueba de la importancia de la zona para los señores del Cuzco. Hay testimonios de una “visita” del inca Huayna Cápac en 1508. El historiador y vecino del distrito, José A. de la Puente Candamo nos cuenta: recuerdo con exactitud en “los años treinta”, las “huacas” que pertenecían al paisaje familiar, al pie de los potreros y de los callejones rurales. La conservación, el cuidado, el respeto que merecen, no era frecuente en esa época. Se jugaba, se subía a caballo, y algunos con ufanía hablaban de sus indebidas hazañas de “huaqueros”. La huaca de “San Miguel” era una de las mayores y más importantes para nuestros ojos infantiles; y no olvido una, llamada “San Isidro”, más pequeña pero muy alta, ubicada frente al actual Seminario de Santo Toribio. Y tengo memoria nítida de los adobes pequeñitos de la “Huaca Aramburu” y de los muros de “Mateo Salado”. Las “huacas” despertaban una original mezcla de curiosidad y respeto. En algún caso, tal vez, sólo curiosidad.

LOS TIEMPOS VIRREINALES.- Cuando se fundó Lima (Ciudad de los Reyes), los indios naturales fueron desplazados a Chuntay, lugar que posteriormente fue transformado en la iglesia y plaza de San Sebastián. Sin embargo, al poco tiempo, y debido al crecimiento urbano de la nueva capital, faltó espacio para las casas y huertas de los vecinos españoles y, el Marqués de Cañete, tercer virrey del Perú, decidió crear una reducción (pueblo) de indios llamada Santa María Magdalena. Así nació el pueblo de la Magdalena el 14 de agosto de 1557 bajo el patronazgo de Don Gonzalo, cacique principal del valle de Lima. El cacique donó la Iglesia, convento y hospital a los franciscanos. Por ello, desde el siglo XVI, este pueblo funcionó como doctrina de indios, es decir, un espacio donde los curas adoctrinaban a los indios para enseñarles la nueva fe. Desde 1672, el lugar fue conocido como “Magdalena Vieja”.

La Magdalena era un pueblo muy organizado. Quizá por ello su parroquia incluía también al pueblo de Miraflores y todas las huertas, chacras y haciendas de sus alrededores, las que eran regadas por los ríos Huatica, Magdalena, Maranga y Legua. Cada uno de estos ríos eran canales artificiales y brazos del río Rímac. El pueblo de Magdalena fue un cacicazgo importante cuyos jefes fueron llamados Cacique Principal y Gobernador del pueblo de la Magdalena y eran herederos del famoso Don Gonzalo. En 1647 era Cacique don Pedro Illintan y Gobernador, don Francisco Jacobo de la Cruz; en 1689 y aún en 1705, era Cacique Principal y Gobernador, don Pedro Santillán. Asimismo, había un municipio con sus respectivos alcaldes. En 1661 eran alcaldes Juan de Carvajal y Salvador Fernández y en 1705 era alcalde ordinario Marcelo Ate; Pedro Santiago Rodríguez era alcalde en 1759. Cabe destacar, que las huacas de Maranga, de origen prehispánico, continuaron habitadas en los tiempos virreinales. Incluso contaban con su propio alcalde; por ejemplo, en 1797, Alfonso Rojas era el alcalde de estas huacas.

Distante a media legua de La Ciudad de los Reyes, su población se hallaba rodeada de extensos olivares, huertas de variadas frutas, viñedos, tranquilidad y buen clima. Sus modestas casas de indios y sus chacras le daban al lugar un aspecto tan sosegado que el cronista Vásquez de Espinoza escribía en el siglo XVII que es un pedazo de paraíso por el buen sitio, verdor y alegre cielo que tiene. Así prosperó la vida de esta reducción o pueblo de indios. Por sus características, se convirtió en lugar de descanso: Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, acudía a Magdalena con el propósito de descanso en horas de conflicto con autoridades virreinales. En el tiempo del virrey Conde de Nieva, Diego López de Zúñiga y Velásquez, Magdalena es un ambiente oportuno para el reposo y la distracción.

El historiador José A. de la Puente la califica como la población cercana a Lima más interesante debido a su antigüedad y a su fuerza agrícola. Añade que era el lugar escogido por los virreyes, primero, y luego por los libertadores para el descanso. Su buen clima y su bajo nivel de humedad fueron apreciados desde entonces. Hasta allí iba la gente que no podía viajar a Jauja para tratar sus males respiratorios. Sus plantaciones destilaban un aroma tan agradable que salir a pasear, ya sea caminando o a caballo, resultaba un placer para el descanso y la “purificación” del cuerpo.

CHACRAS Y HACIENDAS DEL VALLE DE LA MAGDALENA EN 1813:

1. Arámbulo
2. Ascona
3. Borda
4. Buenamuerte, La
5. Cueva
6. Concha
7. Desamparados, Los
8. Maranga
9. Matalechuzas
10. Mirones
11. Orbea
12. Oyague
13. Palomino
14. Pando
15. Ríos
16. San Cayetano

Puntuación: 4.54 / Votos: 13

Comentarios

  1. Percy Manríquez Monforte escribió:

    Juan Luís, gracias por haberse tomado el trabajo de compartir tanta información sobre la riqueza histórica de Magdalena Vieja. Qué placer el leer lo interesante y compleja que es la historia del lugar en el que crecí, Pueblo Libre. La historia de las huacas me parece impresionante, todo un descubrimiento. Aunque a decir verdad me avergüenza un poco, sospecho que como a muchos, el haber jugado en ellas haciendo alarde de la juvenil falta de respeto a lo desconocido. Sin embargo, parece ser que, como sospechábamos de niños, no había nada casual en ellas y su escala monumental sólo podía ser reflejo de sofisticadas civilizaciones.
    Muchas gracias.

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