Antonio López de Santa Anna (1)

El célebre caudillo mexicano (1794-1876) nació en Jalapa, Veracruz. Era un criollo de “clase media” que inició su vida como soldado del ejército realista. No tenía, entonces, buenos antecedentes para convertirse en un caudillo republicano, según John Lynch. De otro lado, no tenía la herencia aristocrática ni la base económica de Rosas o la trayectoria patriótica y la convicción republicana de Páez. Su gran problema era cómo superar a sus competidores por el poder. No dudó, entonces, en aplicar la violencia, el personalismo y el maltrato a lo poco de institucional que tenía el país para satisfacer sus apetitos. Por todo ello, el liberal José María Luis Mora lo calificó como el Atila de la civilización mexicana.

Desde los inicios de su vida pública, Santa Anna se dio cuenta de que necesitaba una base personal y material para sus fines. Adquirió haciendas y sus dos matrimonios contribuyeron a multiplicar su patrimonio, casi todo ubicado en el estado de Veracruz, su cuartel general. Sus haciendas eran más que casas y propiedades. Eran, en realidad, su retiro político, sus fortalezas y el foco de atención del país. En ellas se escondía de sus enemigos y, desde ellas, se recuperaba y de nuevo arremetía para alcanzar el poder. Su personalidad, de otro lado, cautivaba o enardecía a la población. Lloraba en público, le gustaban las mujeres, las ferias, los juegos de azar y era aficionado a la gallística; cuando ocupaba la presidencia, dejaba Ciudad de México por días para asistir a las peleas de gallos. Jugaba al populismo. Sus aventuras políticas y esa afición por disfrutar de los escenarios de la cultura popular mexicana nutrían su curriculum vitae de caudillo.


Actual sede del gobierno del estado de Veracruz en Jalapa (foto: Juan Luis Orrego)

El caudillo de Jalapa llegó al poder en 1833. Esta vez su vicepresidente, Valentín Gómez Farías, era un liberal. Fiel a su estilo, Santa Anna dejó el ejercicio del poder a su vicepresidente y se refugió en Veracruz esperando la reacción del país. Farías, muy influenciado por Mora, emprendió una amplia reforma liberal que incluía la abolición de una serie de privilegios del clero y la reducción del tamaño del ejército. No pasó mucho tiempo antes de que los oficiales le pidieran a Santa Anna que interviniera. Abandonó Veracruz, tomó directamente el poder, suspendió las reformas y expulsó del poder a Farías. Más adelante, un Congreso decidió implantar una república centralista y, en 1835, aprobó una constitución según la cual los estados serían sustituidos por departamentos y sus gobernadores serían designados por el presidente de la República. Pero una serie de acontecimientos, imprevistos e inoportunos, dieron un giro a su gestión. El más importante, quizá, fue la negativa de Texas en aceptar el centralismo y se levantó en armas. Luego de una rocambolesca campaña militar en la que Santa Anna fuera derrotado y tomado prisionero, se aceptó la independencia de Texas y reconoció a Río Grande como frontera entre ambos países. Pero la derrota en el Norte se vio atemperada por un acontecimiento circunstancial: la invasión francesa a Veracruz con el objeto de lograr una compensación por los daños sufridos por un francés (1838). Santa Anna avanzó sobre Veracruz y su victoria lo convirtió en héroe nacional.

Sin embargo, la agitación política no cesaba. Eran años de frenética pugna entre conservadores y liberales, centralistas y federalistas, católicos y anticlericales y Santa Anna, desde su refugio de Veracruz, se las arregló para sostener en el poder al moderado Anastasio Bustamante. Pero el nuevo títere del caudillo pronto perdió apoyo, tanto de los centristas como de los federalistas. Ni siquiera satisfizo a Santa Anna quien desconfiaba de su propia constitución, la de 1836, que establecía un curioso “poder conservador supremo” en calidad de freno del poder del presidente. Además, el poder centralizado no se mostraba más capaz que el federal para mantener la unidad de México. Prueba de ello fue la declaración de la independencia de Yucatán. Había que recuperarla. De otro lado, el centralismo era incluso más caro que el liberalismo: los impuestos habían aumentado. Las condiciones estaban para que Santa Anna hiciera un nuevo golpe de estado. Esta vez, el camaleónico caudillo, tras una breve alianza con liberales, federales y anticlericales (1841), volvió con los centralistas y conservadores para lograr el apoyo de la Iglesia (1842). Gobernó por decreto y estableció impuestos al margen del Congreso. La extorsión fiscal liquidó su imagen y en 1844 fue depuesto, encarcelado y exiliado.


Hacienda “El Lencero” en Jalapa (Veracruz), adquirida por Santa Anna en 1842 (foto: Juan Luis Orrego)

Juan Luis Orrego en El “Lencero” (Jalapa, Veracruz)

Puntuación: 1.57 / Votos: 7

Comentarios

  1. perla escribió:

    muy bien argumentado y muy buena informacion

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *