Hasta la década de 1980, los cementerios Presbítero Maestro y el Ángel estaban destinados a la clase media y mediana burguesía de Lima. En la actualidad, los muertos de las familias más solventes de Lima ya no se entierran en estos camposantos sino en algunos más caros y “distinguidos” como el Cementerio de La Planicie, los Jardines de la Paz, Campo Fe o el Parque del Recuerdo; o en el Cementerio Británico que es un repositorio para miembros de familias extranjeras prominentes. A este nivel se encuentra el Cementerio de La Planicie, con una construcción arquitectónica diametralmente opuesta a los cementerios generales de Lima, pues se trata de un edificio construido exprofeso, con nichos lujosos, repleto de mármoles y decorado con distinción. Por su lado, los otros cementerios están construidos en forma de jardines, siguiendo el modelo norteamericano.
Todos estos cementerios son los “formales”, construidos por distintas beneficencias o por empresas privadas, pero con todas las autorizaciones y licencias que se requieren para construir este tipo de repositorios de los muertos. Son los del mundo oficial, los que corresponden a los barrios de clase media y alta, del mundo que no está ligado a la informalidad, a la barriada, al pueblo joven. Son del mundo visible, es decir, de la superficie legal de Lima y del país.
Paralelamente, en los últimos 40 años, debido al crecimiento “informal” de Lima producto de la migración, han surgido más de 30 cementerios clandestinos tanto en los conos Norte, Sur y Este de la ciudad. Todos estos camposantos no tienen delimitación precisa, tampoco cerco alguno; son simples extensiones de desierto en el perímetro de las barriadas, donde en forma desordenada y caótica, entre grandes piedras, arena y basura, se han depositado los cadáveres de origen popular en pequeños túmulos, excavados en el propio arenal o entre las rocas circundantes y cubiertos apenas de un montón de tierra y arena coronados con una cruz de madera, con la inscripción del nombre del cadáver. Los mejor construidos tienen una frágil estructura de ladrillo con cemento, pero la mayoría son simples túmulos levantados en forma desordenada, en superficies variables de 2, 3 ó 4 hectáreas que cubre el cementerio clandestino.
Algunos ya han sido oficialmente reconocidos por las municipalidades de la jurisdicción, pero la mayoría son creación espontánea del pueblo marginal. El enterramiento en estos lugares no es gratuito: los deudos del muerto pagan alguna suma a la municipalidad o a la autoridad del pueblo joven. Sin embargo, estos costos son abismalmente menores que los que corresponden a un enterramiento en los cementerios oficiales.
Finalmente, muchas personas van a los cementerios aprovechando el silencio, el aislamiento o el descuido de las autoridades para robar tumbas. Otras, para protagonizar hechos sexuales, conductas eróticas o situaciones reñidas con la moral pública. En este último caso podemos citar el “escándalo” que se desató en Lima (en 1917) cuando un grupo de jóvenes intelectuales, entre los que estaba José Carlos Mariátegui, llevaron a la bailarina rusa Norka Rouskayya al cementerio Presbítero Maestro a bailar una danza macabra. El acto fue considerado un terrible sacrilegio.