La República Aristocrática: población y expansión urbana

Mientras la oligarquía civilista intentaba consolidar su modelo liberal-exportador, los cambios demográficos y el crecimiento de las ciudades colaboraban en alterar el perfil del país. Si en 1876 la población total fue calculada en 2,7 millones de personas, en 1908 fue de 3, 5 millones y en 1920, fue de 4,8; esto equivalía a un crecimiento anual de 0,9%.

Hacia 1900 la población urbana era claramente minoritaria y las ciudades vivían en un entorno propio favorecido por la escasez de medios de comunicación. En ese escenario Lima intentaba modernizarse y sacudirse de sus aún fuertes rezagos virreinales. En 1896 los limeños eran 100 mil, en 1903 casi 140 mil, en 1908 poco más de 150 mil y en 1920 llegaron a 200 mil. Diez años después habrían aumentado a 100 mil limeños más para llegar, en 1940, a pasar el medio millón. En términos demográficos, la preponderancia de Lima era apabullante si tenemos en cuenta que en 1917 Arequipa tenía 30 mil habitantes, Trujillo 20 mil, Ica alrededor de 15 mil, Abancay apenas 5 mil y el Cuzco 25 mil. Por último, la expansión de Lima era indudable si añadimos, de otro lado, que a finales del siglo XVIII la capital ocupaba apenas 456 hectáreas; en 1908 se habían triplicado a 1,292 y en 1931, con las obras de urbanización emprendidas por el Oncenio, llegó a más de 2 mil hectáreas.

Durante estos años, se continuó con la tarea de modernizar Lima, empresa iniciada por el gobierno de José Balta hacia 1870. Se construyó la avenida La Colmena (hoy llamada Nicolás de Piérola), se empezó a trazar lo que luego sería la avenida Brasil y se construyó el Paseo Colón. En el Callao se levantó el monumento a Miguel Grau (1897). También llega el cinematógrafo (1896) y por las calles de Lima empiezan a circular los primeros automóviles. La vida urbana se fue tornando más acelerada. La aparición del automóvil creó una idea distinta del espacio. El transporte público adquirió una dimensión más bien avasallante. En 1906 se puso en servicio el primer tranvía eléctrico con siete rutas. Los 40 kilómetros de vía conectaron distintos barrios y Lima quebró por fin los límites de su trazo colonial.

Pero este acelerado crecimiento no estuvo acompañado de una mejora en la construcción de viviendas ni en los servicios urbanos. Las viviendas eran insuficientes e insalubres. Al lado de las mansiones de la oligarquía estaban los célebres callejones que fueron la expresión más viva del hacinamiento. En ellos se aglomeraban las familias y la suciedad. La mayoría de sus viviendas tenían silos poco profundos, paredes huecas, amplias cavidades entre el entablado de las habitaciones y el suelo, además de combinar muchas veces el adobe de la planta baja con la quincha en la planta superior.

Respecto a los servicios de salubridad estos dejaban mucho que desear. Es cierto que se renovaron algunos básicos como el agua, desagüe y alumbrado público eléctrico. Pero, por ejemplo, las 60 toneladas de basura que producían los limeños a inicios de siglo eran depositadas en los muladares ubicados en las márgenes del Rímac. Allí se alimentaban los cerdos que luego eran sacrificados en un matadero cercano. No había un adecuado servicio de baja policía. Además casi no habían alcantarillas cerradas, la mayoría de las acequias eran abiertas y recorrían las estrechas calles. La situación no variaba sino empeoraba en las demás ciudades, especialmente en algunos puertos como Mollendo y Paita. Todas esto favoreció, por ejemplo, la multiplicación de las ratas. Entre 1903 y 1904 Lima fue castigada por una gran epidemia de peste bubónica.

A pesar de estos problemas, Lima se consolidó como centro administrativo y financiero de una economía orientada a la exportación. Su crecimiento económico y su cada vez mejor comunicación con otras zonas del país, especialmente con la ampliación del Ferrocarril Central, atrajo un número cada vez mayor de provincianos. Muchos de ellos eran campesinos quienes llegaba empujados por un crecimiento demográfico en el mundo rural (entre 1876 y 1940, por ejemplo, la población de la sierra central se duplicó); llegaban a Lima con la esperanza de conseguir un empleo. Sin embargo, como hemos anotado antes, los servicios urbanos eran muy limitados como para cubrir la demanda no solo de los antiguos habitantes capitalinos sino, sobre todo, de los recién llegados. En 1903, por ejemplo, surgió la primera “barriada” en La Tablada de Lurín, a 21 kilómetros al sur de la capital. Esta constante migración rural aumentó el porcentaje de la población ciudadana que vivía en las afueras la ciudad que creció 37% en 1858, 58,5% en 1908 y 63,5% hacia 1920.


Un acalle limeña a inicios del siglo XX

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