Mario Vargas Llosa y La guerra del fin del mundo

Comparto con ustedes mi texto que acaba de ser publicado en “Las guerras de este mundo. Sociedad, poder y ficción en la obra de Mario Vargas LLosa” (Lima: Planeta, 2008):

VARGAS LLOSA Y LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

Juan Luis Orrego Penagos
Pontificia Universidad Católica del Perú

Hablar de La guerra del fin del mundo es sumergirnos en uno de los momentos más simbólicos de la historia del Brasil: el tránsito de la Monarquía a la República. Un país que se debatía en dos grandes causas: el abolicionismo y el republicanismo. En efecto, una de las tareas de la República fue emancipar a los esclavos en una sociedad donde Río de Janeiro, por ejemplo, tenía más esclavos que la Roma imperial. Convertir a esa masa humana, sin empleo ni instrucción, en ciudadanos era el objetivo central. En otras palabras, se trataba de transformar una sociedad y un sistema económico jerárquicos, basado en la esclavitud, en un estado-nación moderno definido por el territorio, con una constitución escrita y con ciudadanos iguales ante la ley y conscientes de sus derechos y responsabilidades.

El centro de la novela es un hecho histórico: Canudos era una hacienda abandonada al norte del Estado de Bahía donde, en 1893, se establecieron Antonio Vicente Mendes Maciel, más conocido como Antonio Conselheiro, y sus seguidores. En el corazón del sertao (tierras del interior) surgió una ciudad con una población que osciló entre los 20 mil y 30 mil habitantes. Estos derrotaron a varias expediciones militares enviadas para aplastarlos, a pesar de la desigualdad de fuerzas. En octubre de 1897, finalmente, tras una lucha de varios meses, Canudos fue destruida. Sus defensores, unos 5 mil en la fase apocalíptica de la guerra, murieron en combate o fueron capturados y ejecutados luego.

La “Guerra de Canudos”, sin embargo, no fue un movimiento aislado. Pertenece al fascinante escenario del mesianismo brasileño que, entre 1800 y 1936, originó unos 7 movimientos debidamente registrados. Entre ellos podríamos mencionar:

1. El de Silvestre José dos Santos, llamado el Profeta, que estalló en Pernambuco en 1817, en una localidad llamada Rodeador con el propósito de fundar la Ciudad del Paraíso Terrenal. Según el Profeta, allí se produciría el advenimiento del Rey Dom Sebastiao con su ejército. En este lugar dominó a sus seguidores usando códigos y simbolismos católicos hasta 1820, año en que fueron masacrados por el Gobernador del Estado.

2. El segundo mesianismo apareció en vísperas de 1836, también en Pernambuco. Su líder fue otro “peregrino” quien predicaba que Dom Sebastiao estaba a punto de desembarcar y traer una gran riqueza a sus seguidores. De esta manera se creó una comunidad con sus propias leyes; la más polémica de ellas fue la que autorizaba a los hombres tener varias esposas. Las bodas, además, era celebradas por un sacerdote quien decía que el “peregrino”, Joao Ferreira, tenía derecho de pasar la primera noche con la desposada. El 14 de mayo de 1838, Ferreira empezó a realizar sacrificios humanos para “romper el encantamiento” y decapitó a su propio padre, derramando su sangre sobre unas rocas encantadas. Al día siguiente varios miembros de la secta habían muerto y las rocas estaban bañadas con la sangre de 13 niños.

3. El tercer movimiento, y el más grande y complejo de todos, fue el de Canudos. Como las biografías de los anteriores líderes, Conselheiro revela el perfil típico del renunciante. Sus dos matrimonios fueron desafortunados y su segunda esposa lo abandonó por un policía. Conselheiro vagó por el interior de Bahía reparando muros de cementerios e iglesias vestido con túnica, con la típica cabellera y una larga barba. Se creó todo un mito en torno a su vida.

4. Finalmente tenemos el movimiento de Contestado al sur del país, en una zona fronteriza disputada por los estados de Paraná y Santa Catarina. Se inició en 1911 bajo el liderazgo de José María quien murió en los primeros choques y fue proclamado santo por los rebeldes. A diferencia de Canudos, el movimiento no se limitó a un centro concreto, sino que se desplazó por diferentes puntos debido a la presión de las fuerzas militares. La rebelión fue sofocada en 1915, cuando los rebeldes fueron atacados y destruidos por 6 mil soldados del ejército y la policía, ayudados por mil civiles que se unieron a la represión.

Estos movimientos, especialmente los de Canudos y Contestado eran intentos a la vez populistas, heroicos, trágicos y, por qué no decirlo, absurdos de crear una forma alternativa, y fueron lo suficientemente peligrosos como para que tuvieran que ser aplastados brutalmente por las fuerzas militares. Sin embargo, esto no quiere decir que fueron totalmente opuestos a la estructura de poder de los coroneles. Recordemos que Antonio Conselheiro, antes de establecerse en Canudos, había sido miembro practicante del catolicismo, viviendo una vida ascética y nómada. Convocaba gente para construir y reconstruir iglesias. También construyó muros en torno a los cementerios y mostró interés por las pequeñas iglesias parroquiales del interior. También tenemos evidencias que, en esta fase de su vida era visto con buenos ojos por los coroneles, para los cuales sus disciplinadas huestes construyeron carreteras y pequeñas presas. Incluso el propio pueblo de Canudos no era muy diferente al tipo de asentamiento del interior. En él había un cierto grado de diferenciación económica y social, un nivel considerable de comercio con la las zonas circundantes y vínculos religiosos con las parroquias vecinas. En las coyunturas electorales, por último, Canudos era una fuente de votos e influencias.

Lo mesiánico de estos movimientos, tal como lo señala el antropólogo brasileño Roberto Da Matta, es que estuvieron formados y sostenidos por un liderazgo carismático y por la fidelidad de las masas. Se sitúan en la religiosidad popular y recrean cultos de origen africano y espiritistas, así como en estilos rústicos del cristianismo. Todos, prácticamente, tienen algunos elementos comunes:

1. Líder carismático y absoluto, como “madre”, “padre” o “santo” que es el responsable de su “familia” de seguidores que viven en una comunidad basada en normas especiales en contraste a las leyes universales de la vida social y, por lo tanto, opuestas a la vida nacional.
2. La “familia” cree que el líder está en contacto directo con fuerzas sobrenaturales debido a una experiencia extraordinaria.
3. La “familia” acepta que las normas establecidas por el líder serán seguidas por todos.
4. La “familia” cree que el líder posee facultades sobrenaturales (curar enfermedades o predecir el futuro) y tiene una comprensión infalible sobre la vida y la muerte. Esto lo hace capaz de guiar a sus seguidores, establecer un culto o formular planteamientos políticos.
5. Al rechazar las normas oficiales requieren establecer un espacio especial (templo, casa, ciudad) que sirve de escenario para los rituales de la secta.

Todos estos movimientos mesiánicos estallaron antes o después del advenimiento de la República. Pero la República, podríamos decir, fue un movimiento mesiánico creado por un golpe militar cuyo objetivo fue la unificación política del Brasil; su líder mesiánico era Augusto Comte y su lema rezaba: orden y progreso. Se trataba e transformar una sociedad y un sistema económico jerárquicos, basado en la esclavitud, en un estado-nación moderno definido por el territorio, con una constitución escrita y con ciudadanos iguales ante la ley y conscientes de sus derechos y responsabilidades.

No podemos sorprendernos, entonces, de que algunos sectores populares reaccionaran violentamente. En 1889, por ejemplo, el estado y la iglesia decidieron ejercer un control más severo sobre sus instituciones y personal; para ello fue necesario hacer observar normas escritas por oposición a la autoridad personal. De otro lado, en 1874, se impuso el servicio militar obligatorio que fue visto como una invasión autoritaria del hogar y un síntoma de que la meta de los republicanos era la destrucción de las costumbres tradicionales. Más adelante, en 1891, se institucionalizó el matrimonio civil; muchos interpretaron que esa ley abolía las antiguas preferencias tradicionales, como la unión de parientes cercanos; también se pensó que era subversiva porque no reconocía la validez del matrimonio religioso si no estaba acompañado del civil. En suma, se establecían leyes escritas y una serie de formalidades que eran administradas por anónimos funcionarios estatales y no por sacerdotes o los patrones como era lo tradicional. El mismo Conselheiro reaccionó contra esta última ley.

Por último, la construcción acelerada de ferrocarriles permitió la penetración de nuevas formas de comercio y estilos de vida al interior del país. Se terminaron de unificar los sistemas de pesos y medidas y los negocios e intercambios directos; también los nuevos precios y otros mecanismos de medida que permitieron calificar la pobreza y la riqueza. Todo esto, sin considerar, el establecimiento de nuevos impuestos para la joven República.

La “desgracia”, entonces, consistió en que ya no se podía vivir en una comunidad de personas compuesta de parientes, padrinos, amigos cercanos y enemigos bien reconocidos. Ahora la gente se enfrentaba a un nuevo sistema compuesto por extraños y una población flotante de personas, incluidos los inmigrantes, desvinculadas de la política local a los que solo le interesaban los negocios. En síntesis, el crecimiento de lo impersonal quebró la antigua moral familiar. Los republicanos tenían la ilusión que bastaba con emitir decretos para transformar un país tan vasto y complejo como el Brasil. No debemos sorprendernos, pues, que miles de personas, sobre todo del interior, no pudieron hacer frente a estos cambios y se cobijaron en alguien que renunciara a todo.

Los rebeldes de Canudos fueron acusados inicialmente de “monárquicos”. Luego vino a sumarse otro elemento: el rostro desconocido del enemigo. La opinión pública no entendía quién era, qué pretendía, qué lo motivaba, por qué resistía, en nombre de qué luchaba, qué lo hacía apegarse con tanta furia a ese desierto de piedra y cactos tan alejado de cualquier camino. Con seguridad no eran brasileños: eran bandidos, fanáticos, herejes, perversos, animalescos, traicioneros, reaccionarios… Había que aplastarlos al grito de ¡Viva la República! ¡La República es inmortal!

Sin embargo, el final de la guerra y la manera cómo ese final fue conseguido causaron un trauma indeleble en el sector ilustrado de los brasileños. Las noticias fueron llegando: como el poblado no se rendía, fue ocupado lentamente en sangrientas batallas y la “solución final” fue lograda por el uso de una forma primitiva de napalm. Sistemáticamente se arrojó kerosene encima de los ranchos, después de lo cual se tiraban bombas de dinamita cuya explosión causaba grandes incendios. Periodistas y soldados vieron a sus habitantes incinerados, vieron cuerpos en llamas, vieron mujeres con sus hijos en brazos arrojándose al fuego.

Todo el mundo se escandalizó: ahora los canudenses eran “brasileños” y “hermanos”. Muertos se volvieron compatriotas. Rui Barbosa, una gloria republicana, que antes se había referido a ellos como “horda de mentecatos y galeotes”, los llama ahora “mis clientes” y declara que va a pedir el habeas corpus para ellos, para los muertos, claro. Hay un proceso generalizado de mea culpa, es decir, una perturbación causada, en mucho, por el famoso libro de Euclides da Cunha, Os sertoes que relató así el final del conflicto: Canudos no se rindió. Ejemplo único en toda la historia, resistió hasta el agotamiento completo …. cayó el día cinco (de octubre), al atardecer, cuando cayeron sus últimos defensores, porque murieron todos. Eran sólo cuatro: un viejo, dos hombres adulto y un niño, delante de los cuales rugían rabiosamente 5 mil soldados.

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Mario Vargas Llosa no escogió la Historia como quehacer académico, sin embargo, a lo largo de su trayectoria intelectual siempre ha estado vinculado a ella como método de investigación para entregarnos grandes novelas. Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta o La fiesta del chivo son algunos ejemplos de un, a veces, colosal trabajo de reconstrucción histórica; incluso en sus memorias, El pez en el agua, o en sus ensayos periodísticos de la serie Piedra de toque, podemos notar lo que llamamos “ejercicio historiográfico”.

Esta inclinación por la Historia, creo, se consolidó por su relación, allá entre 1954 y 1955, con Raúl Porras Barrenechea, cuando tuvo que leer y fichar en la casa del célebre erudito las crónicas de los siglos XVI y XVII. Allí descubriría, como anota en El pez en el agua: “la aparición de una literatura escrita en Hispanoamérica, y fijan ya, con su muy particular mezcla de fantasía y realismo, de desalada imaginación y truculencia verista, así como por su abundancia, pintoresquismo, aliento épico prurito descriptivo, ciertas características de la futura literatura de América Latina”.

Por ello, me parece pertinente referirme al trabajo de reconstrucción histórica que dio como resultado La guerra del fin del mundo, acaso la novela más total de Vargas Llosa. Me centro en aquella novela porque el trabajo historiográfico fue también “total”, es decir, reunir y consultar un inmenso material documental, entrevistar a decenas de personas vinculadas por alguna razón con el hecho histórico y, finalmente, la visita al lugar de los acontecimientos.

Escribir la novela le tomó cuatro años. Inicialmente se enfrentó a un vértigo de información pues consultó, prácticamente, todo lo que se había escrito sobre la “Guerra de Canudos”. El vértigo se inició al leer en portugués Os Sertoes de Euclides da Cunha, un manual de latinoamericanismo como confiesa el mismo Vargas Llosa. Si bien es cierto esa lectura fue para elaborar un abortado proyecto cinematográfico de Ruy Guerra la historia de Canudos atrapó a nuestro novelista. Siguió reuniendo material y, gracias a la ayuda desinteresada de mucha gente, tomó forma el proyecto literario. Una de esas personas fue Alfredo Machado, presidente de la editorial brasileña Record, quien le fotocopió centenares de páginas de artículos y libros sobre Canudos; asimismo Nélida Piñón y el historiador José Calazans, quizá el hombre que más sabía sobre Canudos. En Bahía trabajó en el Archivo Histórico y en la Biblioteca del Congreso de Washington reunió material que no encontró en el propio Brasil como la colección completa de O Jacobino, un periódico muy influyente durante los años del levantamientos.

El viaje al sertao lo emprendió gracias a la ayuda de Jorge Amado. Él le presentó al antropólogo Renato Ferraz, quien había sido director del Museo de Bahía y vivía, por ese entonces, en Esplanada una pequeña ciudad enclavada en el Sertao. Gracias a él conoció al milímetro la zona, anduvo por casi una treintena de poblados y pudo entrevistarse con decenas de personas. Finalmente llegaron a Canudos, que está al fondo de una laguna. Fue al monte donde estuvo la iglesia de los rebeldes y vio su cruz, plantada allí todavía, llena con los impactos de bala. Ese viaje fue dos años después de haber iniciado el proyecto de la novela. Él mismo confiesa: Fue el momento culminante del viaje. Hasta allí, el trabajo, para mí, había sido muy angustioso, pero desde ese momento hasta que terminé la novela, que fue dos años más tarde, me parece, trabajé con un entusiasmo enorme, dedicando a esto diez, doce horas al día. De esa forma vio la luz no un libro de historia ni una novela apegada a la historia sino, como lo reconoce el autor, una mentira con conocimiento de causa.

Como historiador, creo, que el mérito de Vargas Llosa fue regalarnos, a través de la literatura, lo que los historiadores siempre hemos soñado realizar: una historia total; un proyecto casi imposible, tal como lo intentó alguna vez Ferdinand Braudel en su libro El meditarráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Esa es, quizá, la sana envidia que tenemos los historiadores hacia los novelistas.


Antonio Conselheiro

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