La independencia le dio al Perú una absoluta libertad de organizarse políticamente, pero con escasos cambios económicos y sociales. Por ello, la participación política se ciñó a un pequeño grupo de la población, es decir, a la elite blanca que años antes había tenido una actuación poco clara frente a la independencia y que su sentimiento de identidad nacional no era muy arraigado.
Los mismos legisladores aumentaron de 21 a 25 años la edad mínima de los votantes y limitaron ese derecho a los alfabetizados exigiendo, además, un cierto nivel de ingresos para ser elegido congresista o presidente. Era una república con muy pocos ciudadanos . La población, de 1,2 millones en 1828, estaba muy fragmentada por cuestiones de raza o clase. El sentimiento regional o local era quizá más fuerte que el nacional.
En efecto, al interior del país surgieron tendencias regionalistas e incluso separatistas como en los departamentos de Arequipa y Cuzco. Allí la presencia del estado era muy débil luego del desmantelamiento de la administración virreinal. Surge así la presencia del gamonal, es decir, el terrateniente que sumó a la propiedad de la tierra el poder político en su localidad o región.
No había un marco institucional sólido y la falta de una clase dirigente hizo que los intereses de grupo, las lealtades regionales o personales fueran la clave de la vida política. Por ello, el poder cayó en manos de los jefes militares vencedores de Ayacucho: los caudillos . Ellos representaron intereses regionales de gamonales y comerciantes a los que dispensaban cargos públicos y tierras. Eran el vértice de una enmarañada pirámide de patrones y clientes.
De esta forma, el caudillismo se convirtió en una empresa cuyo objetivo era la conquista del poder político, es decir, el estado era el botín a repartirse. Quizá el único proyecto importante surgido del caudillismo fue la idea de volver a unir Perú y Bolivia en 1836. Pero el mismo caudillismo, los intereses regionalistas y la intervención chilena hicieron fracasar la célebre Confederación Perú-boliviana.
Pero de todos estos caudillos faltó un dirigente excepcional, alguien capaz de imponer la autoridad de un gobierno central y subordinar las regiones a Lima para evitar la anarquía. Entre 1821 y 1845, es decir, en veinticuatro años, se sucedieron 53 gobiernos, se reunieron 10 congresos y se promulgaron 6 constituciones. Hubo años, como en 1838, que gobernaron 7 presidentes casi simultáneamente.
Vemos entonces que la autoridad de estos caudillos no fue resultado de un consenso ni tampoco pudo imponerse de forma estable. Cuando conquistaban el poder, concentraban su atención en satisfacer las exigencias de su clientela política: se trataba de gobiernos de minorías para minorías. No pudieron integrar a la sociedad retrasando la posibilidad de convertir al país en un estado-nación .
Moneda de 8 reales (1825)