Rosa Campuzano, la “Protectora”

La noche del sábado 28 de julio de 1821, el Cabildo de Lima organizó una fiesta en honor a San Martín y a la proclamación de la Independencia. La recepción fue en los salones del Ayuntamiento. El General paseaba por los diversos ambientes cuando quedó muy impresionado por la belleza de una dama de rostro claro y fina de cuerpo, ojos azules, boca pequeña y manos delicadas, vestida elegantemente de terciopelo bordó y con generoso escote.

Preguntó a su asistente limeño de quién se trataba, y éste le respondió: es Rosa Campusano, una mujer que ha colaborado inteligentemente con el bando patriota. El General se acercó a la hermosa dama, la saludó con mucho interés y le hizo saber que conocía sus méritos a favor del movimiento separatista. Si lo hubiera conocido antes a usted, señor general –hizo un gesto intencionado-, mis afanes hubieran sido aún mayores. El flechazo ya se había producido. Intercambiaron algunas palabras y don José quedó atrapado con la personalidad de la muchacha.

Al día siguiente, domingo 29 de julio, San Martín devolvió la atención con otro baile, ahora en los salones del Palacio de los Virreyes. El futuro Protector del Perú se alegró sobremanera al distinguir, entre las figuras juveniles, a la bella Rosa Campusano, con un vestido de organdí blanco y peinado alto, a la griega, sobre quien se había quedado pensando desde el baile de la noche anterior. Se aproximó a ella y, luego de saludarla galantemente, la invitó a bailar una contradanza. Rosa le obsequió una sonrisa radiante y le tendió sus brazos con mucha gracia. Aunque los ojos del público estaban sin duda sobre ellos, danzaron y charlaron abstraídos, como si se hubieran conocido desde mucho tiempo antes. Ella era joven, había leído algunas noveles de Rousseau y su conversación era muy atrayente, de modo que cambiaron ideas sobre el teatro y literatura.

¿Pero quién era Rosa Campuzano? Había nacido en Guayaquil (13 de abril de 1796) y era hija natural de un funcionario rico e importante, productor de cacao (Francisco Herrera Campuzano), quien la había concebido con una mulata (Felipa Cornejo) y la reconoció por testamento, antes de morir. Había venido a Lima en 1817, a los 21 años y se había instalado en la elegante calle de San Marcelo, donde su tertulia era frecuentada por gente prominente. Amante de un general realista, Rosa había aprovechado esa relación íntima para pasar información militar a los patriotas. Más de una vez, vestida de “tapada”, había cruzado las calles de Lima llevando proclamas subversivas para ser pegadas de noche en las paredes. En una casa grande que había alquilado para tal efecto, había ocultado a varios oficiales desertores, y luego los ayudó a pasar hasta el campamento patriota de Huaura. Una correspondencia clandestina que se interceptó la mencionaba, y por ella fue detenida por unos días, hasta que la influencia de sobornos y amigos poderosos lograron liberarla. Aquí, en Lima, conoció a Manuela Sáenz y surgió entre ellas una gran amistad, y fueron cómplices en las tareas conspiradoras.

Todos los testimonios de la época coinciden en que el Protector perdió la cabeza por la Campuzano. Dicen que era mujer sensual, de ojos celestes, que arrebató de pasión al General, y por largos meses lo convirtió en un militar que adoró la pompa y desechó la austeridad. Las crónicas evocan a un San Martín vistiendo un suntuoso uniforme recamado con palmas de oro, que transitaba las calles de la aristocrática Lima en una carroza de gala tirada por seis caballos. Lo acompañaba, claro, esta guayaquileña de ojos de ensueño, que le prodigaba cariños delante de todo el mundo. San Martín se afincó con ella en la quinta de La Magdalena (hoy Pueblo Libre); no ocultó su relación con Rosa, llamada “la Protectora” en irónica alusión al Protector del Perú. En La Magdalena, San Martín solía atender el despacho diario, que uno de sus ministros le llevaba desde Lima. Dicen que Rosa, que era soltera, lo acompañaba con frecuencia y, los sábados a la noche, partían en lujosa carroza rumbo a las fiestas de la Capital, ella con vestido y zapatos de seda y él con su nuevo uniforme de general, con abundantes hilos de oro. Cuando el Protector incluyó a la Campusano las 112 mujeres condecoradas con la Orden del Sol, la sociedad tradicional limeña lo consideró una afrenta. El día que San Martín abandonó el Perú, apenas pudieron despedirse.

Las mujeres en la vida de San Martín fueron varias. Pero, evidentemente, han sido dos las que él ha amó, en mayor o menor medida: María de los Remedios de Escalada (su esposa) y Rosa Campuzano. La “Protectora” testamentó en 1843 y declaró estar casada con Ernesto Gaber, quien la había abandonado, marchándose a Europa; y tener un hijo llamado Alejandro. El escritor Ricardo Palma fue compañero de colegio de Alejandro y recuerda que, en una oportunidad, un compañero de liceo llamó a Alejandro ‘Protector’ y éste le contestó con un puñetazo. Rosa murió en 1851, a los 55 años. Fue sepultada en la iglesia de San Juan Bautista de Lima.


Vitrales del “Salón de las Libertadoras” (Universidad Andina Simón Bolívar, Quito), obra del artista cuencano Patricio León. En orden: Manuel Sáenz, María Parado de Bellido, Luisa Cáceres de Arismendi, Rosa Campusano, Manuela Cañizares, Juana Azurbuy de Padilla, Policarpa Salvatierra y Fernanda Barriga.

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Comentarios

  1. Ana escribió:

    La información debería ser más completa, repiten constantemente que ella es de Guayaquil pero no mencionan que ella nació en Guayaquil cuando este pertencia al Virreinato del Perú. Quiere decir que es PERUANA como también lo fue su único hijo.

  2. Matilde Grosso escribió:

    El sobrenombre de "La Protectora" es un invento de Ricardo Palma. No la llamaban así sus contemporáneos.Este escritor quiso darle algo de interés a la opaca vida sentimental de San Martín, por oposición a la muy activa de Simón Bolivar, a cuya amante, Manuela Sáenz, llamaban "La Libertadora".
    Por otra parte, el hijo de Rosa, llamado Alejandro, nació en 1835, según testamento de la propia Rosa, ¿como podría creerse que fuera hijo de San Martín, si él se fué del Perú en 1822?

  3. samuel escalante escribió:

    Realmente interesante esta vida, como sus deslices, fueron al finmal para trabajar por la causa noble de la libertad, aunque hoy como ayer hayan quienes condenan y critican como si acaso no tuvieran tantos "pecados" y muchas veces sin hacer nada útil por los demás, ella no aunque con defectos tuvo la grandeza de trabajar y luchar por la causa grande la libertad.!Arriba Rosita¡gloria a su eterna memoria.

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