Nuevamente, como en otras ocasiones, la furia revolucionaria vino de Arequipa. La mañana del 22 de agosto de 1930, la guarnición de la ciudad Blanca se sublevó a órdenes del comandante Luis M. Sánchez Cerro. La idea del movimiento era formar un gobierno provisional para desmantelar el edificio leguiísta y convocar a elecciones libres. Pocos pensaron en ese momento que aquel comandante pronto sacaría ventaja de la situación convirtiéndose en otro caudillo más de la azarosa vida política nacional.
Sanchez Cerro se presentaba como el hombre cuerdo y valiente capaz de rehabilitar a un país sumido en el hartazgo y la desesperación. Ese mismo día se autotituló Comandante en Jefe del Ejército del Sur y Jefe del Gobierno. Cabe destacar que la justificación doctrinaria del pronunciamiento fue redactada por el ilustre jurista José Luis Bustamante y Rivero, futuro presidente del Perú entre 1945 y 1948 Pero de todos modos, si el levantamiento de Sánchez Cerro no hubiera tenido éxito ya se preparaban otras conspiraciones. Una estaba organizándose en Lima para setiembre; asimismo, se anunciaba una expedición armada de un grupo de deportados por Leguía. Todo parece indicar que el “tirano” no pasaba del año 30.
El comandante Luis M. Sánchez Cerro
Leguía quiso negociar con Sánchez Cerro. El rechazo fue enérgico e inmediato. El domingo 24 reunió a su Gabinete anunciándole su intención de no resistir y reunir al Congreso para dimitir. Esa misma tarde asistió al hipódromo de Santa Beatriz donde sus caballos triunfaron en dos carreras. Recibió aplausos y saludó con sombrero en alto. Cuando regresó a Palacio hubo gritos y disparos en el camino. En la madrugada del 25 se presentó en Palacio un grupo numeroso de militares para exigirle su renuncia. El diálogo por momentos se tornó airado y violento. Leguía no tuvo más remedio de entregar el mando a una Junta Militar presidida por el general Manuel María Ponce.
Esa misma madrugada Leguía abandonó para siempre la Casa de Gobierno. Salió por una puerta lateral de Palacio camino al Callao para embarcarse a bordo del crucero “Almirante Grau” rumbo a Panamá. Pocos fueron los que estuvieron a su lado en aquellos momentos de derrota. Casi todos sus antiguos “amigos”, aquellos que se enriquecieron con la Patria Nueva y proclamaron “El Siglo de Leguía”, se escondieron o, peor aún, se pasaron a la oposición. Uno de los que permaneció a su lado fue su edecán, el oficial de Marina Teodosio Cabada.
Pero la Junta de Ponce no tenía popularidad. El 25 Sánchez Cerro llegó a Lima por avión y fue recibido apoteósicamente. Era el hombre de la revolución, el típico militar macho que había derrocado al “tirano”. Su juventud, su origen plebeyo y su rostro moreno acentuaban su hazaña. La Junta de Ponce no tenía ningún apoyo, ni siquiera al interior del Ejército. La llegada de Sánchez Cerro precipitó su caída. Dos días más tarde, el 27, otra Junta Militar se formó. Su Presidente fue Sánchez Cerro.
Por orden expresa de Sánchez Cerro, Leguía fue desembarcado del “Grau”. Estaba muy enfermo. Tenía inflamación a la próstata, retención de orina y fiebre muy alta. Mientras tanto, la excitación pública continuaba con gran intensidad. La furia contra Leguía era incontenible así como el apoyo a los rebeldes de Arequipa. La casa del ex-presidente fue criminalmente saqueada y sus enseres destruidos o quemados. Un estudiante y varios trabajadores resultaron muertos en el enfrentamiento con la policía. Otros connotados allegados al leguiísmo también vieron saqueadas sus residencias.
A pesar de su quebrantada salud, Leguía fue confinado en la isla de San Lorenzo. Su destino había quedado sellado: no recuperaría jamás su libertad. Por esos días Sánchez Cerro declaró: Leguía permanecerá en prisión tanto como dure mi gobierno, y si fuera necesario habría una segunda revolución para que regrese a la prisión que él merece. Pasaron dos semanas cuando otra orden emanada de Palacio dispuso su internamiento en la Penitenciería Central de Lima (más conocida como el Panóptico), en compañía de su hijo Juan.
Sobre la celda que ocupó Leguía se tejieron muchas leyendas. Dicen algunos que era sucia, húmeda, pestilente, sin servicios higiénicos y que su única ventana había sido tapiada. Dicen también que el anciano y enfermo Leguía no podía conciliar el sueño por la noche a causa de los gritos e insultos de sus centinelas; o que no recibió atención médica a pesar de sus padecimientos y que, cuando la tuvo, fue ante la presencia de sus carceleros. Otros dicen que nada de esto es verdad. Lo cierto es que Leguía sufrió como muchos otros presos, pero mayormente por su edad y la enfermedad que padecía. En este sentido es censurable la actitud de Sánchez Cerro que rayó con el resentimiento.
Así moría poco a poco el fundador de la Patria Nueva. El único personaje en el Perú que recibió más elogios que San Martín, Bolívar y Castilla juntos. El otrora “Júpiter Presidente” y “Gigante del Pacífico” era tratado como el peor de los reos. Fue en esa oscura celda donde redactó sus supuestas memorias tituladas Yo tirano, yo ladrón. Como anota Basadre, el país debió tener un poco de piedad con Leguía. Al fin y al cabo lo había dejado gobernar durante quince años, primero cuatro y luego once. ¿De quién era la culpa? Muchos habían hecho de él un exponente de sus propios errores. Leguía no era mejor que muchos, sólo había estado en el sitio más visible.
Los últimos y dramáticos meses de la vida de Leguía son narrados por Basadre de la siguiente manera: el 16 de noviembre de 1931 llegó a ser trasladado a la Clínica Naval de Bellavista para que se le hiciera una operación quirúrgica. El 18 de noviembre una bomba de dinamita fue arrojada villanamente al interior de este hospital y cayó a pocos metros del cuarto ocupado por el enfermo, después de que había sido anunciada su mejoría. Murió, sin embargo, en el hospital naval el 6 de febrero de 1932 a los 69 años. Sólo pesaba entonces 67 libras. Se ha dicho que llegó a hacer a su confesor el encargo de expresar que no guardaba rencor a nadie, que perdonaba a quienes procuraron hacerle mal, que deseaba la felicidad y la prosperidad del Perú al que había amado mucho y que su último pensamiento era para sus hijas y sus hijos.
Leguía subió al poder rico y parece que murió pobre. Entre sus bienes sólo tenía algunas pólizas de seguros, medallas y varios objetos que le habían sido obsequiados por gobiernos extranjeros. Si muchos se enriquecieron durante su gobierno, él no lo hizo. De todos los presidentes que ha tenido el Perú es el único que murió encarcelado y en las condiciones más patéticas.
Augusto B. Leguía es uno de los personajes más interesantes y controvertidos de la historia nacional. Personaje de innegable desempeño, sin Leguía sería muy distinta la Historia del Perú. Sin embargo, debe ser estudiado serenamente, mencionando su perfil humano y los hechos que protagonizó. A Leguía se le debe mirar con realismo, sin rencor, sin apasionamiento, reconociendo sus indudables méritos, sus graves defectos y lamentando su triste final. No en vano, Haya de la Torre diría que Leguía “fue el mejor presidente del Perú del siglo XX”, a pesar de que en su juventud había sido desterrado por el mismo Leguía.
Fue el mejor presidente que tuve el Perú en los primeros 50 años del siglo XX. Lo que le tumbó fue la desastrosa crisis internacional esa misma que llevo a Hitler al poder, y que trajo abajo a la mayoría de las democracias occidentales. Tu análisis, soslaya esa coyuntura histórica y también las enormes obras dejadas por ese buen hijo de Lambayeque. Sanchez Cerro ese si fue un gran delincuente, y como todo serrano bruto.
Freddy, necesito una copía del libro de Leguía, mi promoción lleva su nombre.
Sin duda Leguía fue el mejor Presidente del Siglo XX, sus excesos y errores, han sido compensados largamente por sus logros, que sería bueno que en se agregará en su obra. Lo felicito por su artículo, solo quisiera que se aclarará el tema de su muerte, donde muchos señalan que muere por el estallido de la vejiga como consecuencia de la obstrucción prostática y el inhumano y cobarde trato recibido en prisión, donde se impide su atención.
He leído la historia del Presidente Leguía desde que era muy niño. Siempre me pregunté por qué estuvo tanto tiempo en el poder y cómo había conseguido tal hazaña. Lo cierto es que el Perú fue otro: existió un antes de Leguía y después de Leguía. Sus detractores le dieron "muerte civil" pero considero que hasta el momento la historia ha sido muy injusta con el que considero, muy al margen de todos los errores que pudo tener, el mejor presidente del siglo XX. Su delito fue ser muy personalista. Creyó que él y solo él podría salvar al Perú. No dejó a nadie que le siguiera sus pasos. Debe ser reivindicado.
Concuerdo con la importancia sea para bien o para mal del "oncenio". Habria que mencionar tanto el telón de fondo (Crisis internacional), como el escenario nacional y sus actores donde los civiistas y un periódico muy conocido y hasta hoy hegemonico conspiraron contra Leguia y se ensañaron con él, ese mismo periodico que preferia a los chilenos antes que a Pierola, el mismo que apoyo sin tapujos al dictador fascista Benavides y tantas otras iniquidades contra e Perú.
Si logró definir 4 de las fronteras Perú y la del Ecuador casi por terminar,es lo mejor del Perú después de Grau.es admirable y es necesario que nuestro país le de el que se merece.