En 1847, el gobierno del presidente Ramón Castilla organizó un baile por Fiestas Patrias en Palacio de Gobierno. Para ello, se publicó la lista de invitados al gran evento. Pero hubo de publicarse dos listas más para aquellos que “se dejaron de considerar por equivocación” (entre ellos, José Antonio de Lavalle y Marcela Iriarte de Olavegoya). El mismo día de la fiesta, el 28 de julio, salieron publicadas quejas por no haber sido invitadas hijas o viudas de héroes de la independencia. Al parecer, en las listas, efectivamente se estaban dejando de lado a los parientes de antiguos héroes, al menos los que, al parecer, ya no tenían influencia en los altos círculos de poder.
En todo caso, la lista (un total de 847 los invitados) parece que estuvo confeccionada con nuevos criterios, por ejemplo los “allegados” al nuevo presidentes, es decir, gente nueva en el ámbito político. Manuela Subirat de La Fuente se quejaba de que antes que ella había personas “encimadas” a las que no se les reconocía precedencia. Descendientes de la elite colonial, como los Pardo, comerciantes y ricos hacendados, como Manuel Ferreyros o Domingo Elías, aparecían a la mitad de la lista. Otros, como los De la Puente, no figuraban siquiera.
Lo cierto es que la publicación de las listas conllevó discusiones sociales. Interesante expresión de ese periodo de transición, cuando empiezan a perfilarse en la política nacional nueva gente, los “advenedizos”, tanto a nivel político (los incondicionales de Castilla, en su mayoría militares) como económico (los nuevos ricos del guano). Dato importante es que para controlar el ingreso de las personas al baile, quedó prohibida la presencia de tapadas, signo de los nuevos tiempos.
El cronista de El Comercio describió así el accidentado ingreso a la fiesta: “Después de haber sido por largo rato el objeto de muchos y variados juegos con nuestros pobres cuerpecitos formó la turba-mulata curiosa, que agolpaba se hallaba a la puerta de la entrada; de los crueles pisotones, empujones, pesadas sátiras, inacabables y groseros pellizcos, que por todas partes y con profusión sobre nosotros llovían; logramos por fin llegar al lugar”.
Sin duda, una imagen casi “carnavalesca” la del ingreso al baile. Ya en la fiesta, después de que encontró en ella a “todo lo bello y notable” de la sociedad limeña, el cronista hace la siguiente descripción del baile: “En los valses y poleas hubieron tan recios balances, que muchas parejas, como era de esperar, tuvieron su fin estrellándose contra los sofaes, haciendo esto poco honor a los expertos marinos [extranjeros] que las dirijian”.
Probablemente, los valses bailados al estilo extranjero, por robustos marinos, y no en la versión local, haya sido la causa de esos desencuentros (cansancio). Aunque el cronista echara la culpa a los músicos, argumentando que habían ingerido mucho alcohol. Por último, el cronista no mencionó que se hubiera ejecutado algún baile popular peruano.