«Algunas veces me pregunto si es mejor borrar todos los malos recuerdos – porque precisamente hoy, a pesar del tiempo transcurrido, aún me siguen haciendo daño -. Luego me aterra pensar que quizás al borrarlos, también se me vayan de la vida las buenas cosas… y finalmente no me quede nada. Ni aprendizajes, ni cariños, ni resentimientos, ni alegrías, ni dolor, ni nada de nada. En fin…»
En noviembre del 2009, hace más de tres años, escribí lo siguiente: Leer más
La otra vez se me apareció de nuevo un petirrojo. Siempre se me aparecen los rouges de la nada, exactamente cuando estoy caminando. Nada es exacto con ellos. Nada es preciso, sino que sólo es. Es la existencia plena. C’est tout! Leer más
Es difícil no “caer en la fe” si es que hablamos del aporte – cultural, social, político, etc – de Gutierrez, precisamente porque su vocación es la de teólogo, sacerdote, pastor y catedrático universitario. Evitar “caer en el tema de la fe” cuando hablamos de Gutierrez sería algo tan contraproducente como evitar hablar del “quehacer filosófico y político” de Sartre, o de la “esencia cinematográfica” de Truffaut cuando nos referimos a su aporte a la sociedad y cómo enriquecieron la cultura con su obra. Me parece que cuando intentemos entender las otras dimensiones de estos intelectuales, éstas siempre estarán inmersas en su vocación y en su opción fundamental porque este es el tejido infinito con el cual hicieron su obra. A través de este “legein” juntaron las manos dispersas de lo sensible, en su aporte.
Intentaré ir un poco más allá y haré el esfuerzo por vislumbrar los motivos de tu cuestionamiento. ¿Será quizás alguna gran disconformidad con que un premio de carácter social -referido a la cultura- sea concedido tomando “criterios cristianos” antes que referidos a “la cultura” propiamente dicha? ¿Será que el desasosiego es porque no vislumbramos que llegaremos a ser una sociedad laica, sin intervención de ningún “vicio de carácter religioso”? De ser esa la situación, creo que también me cuestionaría lo mismo. Sin embargo, esta desazón no tendría por qué desmerecer el aporte a la sociedad del intelectual – sea este creyente o no, de mi misma sintonía política o no, o del mismo compromiso intelectual que el mío -, precisamente porque es esta diversidad la que aporta al diálogo en sociedad. Leer más
Mi muy apreciada Señorita,
Me pregunto dónde comenzará a leer esta primera carta. ¿En su escritorio junto a su biblioteca llena de papeles en estado eterno de entropía bibliófila? ¿En su reino lleno de sábanas y peluches de burritos, gatitos, ositos y muñequitas Peloncitas? ¿En el cómodo sillón de su sala, que en ciertas ocasiones suele convertirse en esa gran nave – escondite secreto para mirar films de todos los tiempos? ¿En ese rinconcito de cielo al que usted recurre cuando quiere llenarse de esperanzas? ¿En el aposento de lo intangible y trascendente, quizás? Perdone mi atrevimiento mi humana señorita, no quise sonrojarla…
Usted comenzará a leer estas sinceras lineas que este extraño – pero no peligroso – caballero le envía con el auténtico deseo de hacerla mi amiga por correspondencia.
No se asombre por favor, tampoco se asuste de encontrar esta misiva en el buzón del condominio en el que vive. Por un momento piense en que ahora las personas ya no suelen escribirse cartas a mano. Ese es un antiguo hábito olvidado, un gesto de cariño anacrónico, una práctica que se ha vuelto obsoleta gracias al Twitter – al que usted es acérrima (soy su “follower” mi apreciada señorita) -, al Facebook – no tengo el placer de ser su “amigo en el Facebook”, porque por más que la busco, no la encuentro; y la Señorita que tiene su mismo nombre vive en Quebec. Le escribí, pero me indicó que ella no es usted, sino su prima, la más querida. No quise insistir más y me consolé diciendo que si no podía contactarla por el Facebook, era por alguna razón buena -. Leer más
Luego de escuchar su último lamento, la epifanía brillante y dolorosa se me presentó como daga filuda.
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