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La prueba sin saber el por qué

Dedicado al amor que se fue…

Llegué de la mano de mi mamá al colegio. Nunca entendía qué hacía o hacia donde iba, yo simplemente la seguía a donde ella iba. Vas a hacer lo que te digan que debas hacer ¿si? Asentí sin preguntarme qué es lo que tendría que hacer. Habían varios niños ahí con sus papás o con sus mamás. Por ahí podía ver a mi amiguita Angie, ella también estaba en el nido donde yo estudiaba, seguía con su mismo peinado de dos colitas.

El color que más recuerdo era el verde esmaltado que aparecía en los marcos de las ventanas y de las puertas. Todo verde y crema, crema y verde. Horqque, dijo la señorita con su trajecito crema. Ya, ahora, haces lo que te digan que hagas, ¿entendiste? Asentí de nuevo.

Me hicieron sentarme en una mesita redonda, felizmente era de mi tamaño, aunque en esos tiempos no me preguntaba el por qué de las cosas chiquitas especialmente para los niños como nosotros, simplemente daba por sentado que debían haber sillitas y carpetas de nuestro tamaño… las sillas de los adultos eran muy incómodas, además una vez me caí de espaldas de una de ellas (el trasero me dolío hasta el año siguiente y lloré mucho).

Encima de la mesa habían varias hojas con dibujitos, crayolas de colores, lápices y unas tijeras punta roma. Ahora ya sé que eran tijeras punta roma, pero en aquellas épocas, simplemente asumía que todas las tijeras para usar eran de color naranja y chiquitas). Muy bien niños, ahora deben cortar la hoja siguiendo el camino que les indica la niña, sigan el camino. Miré la hoja y al dibujito que indicaba el zigzag. Zigzag, zigzag. Muy bien, ahora la siguiente tarea era cortar también, pero ya no era zigzag, sino medias circunferencias, como un gusanito. A ver, uy no, me pasé, me equivoqué. Quería llorar, pero no podía hacerlo delante de extrañas. ¿Por qué tenía que hacer lo que ellas me dijeran?

Me hicieron pararme y la señorita del trajecito crema me dijo, ahora, debes caminar siguiendo la línea que está en el piso. Caminé. Me sentí rara haciendo cosas que me decían, como observada, juzgada, evaluada. Luego, pusieron un ula-ula en el piso y me dijeron quédate afuera del círculo, me quedé quieta mirándola con miedo. Ahora entra al círculo. ¿Por qué debo hacer lo que me dicen?

Salí con pena, creo que todo lo he hecho mal y me puse a llorar delante de mi mamá. Todo lo he hecho mal, me he equivocado. Mis lagrimones se me salían todos salados. Pero no comencé a respirar rápidamente (esos llantos eran para ocasiones de mucho dolor, ocasiones especiales como cuando cierras el cajón de tu ropa y tu dedito se queda ahí atrapado, o cuando te caes corriendo y te haces yaya)… ¿por qué todo lo hice mal? ¿Por qué? Pero tranquila, no lo has hecho mal. Lo has hecho bien.

A mi costado también estaba Angie, llorando delante de su mamá, también diciéndole que lo había hecho mal. Sus mocos líquidos se le salían del llanto, ella fue más intensa que yo. Veía con recelo a los demás niñitos que salían del salón con la señorita del trajecito crema. Lo he hecho mal todo, debí haber cortado bien los circulitos. Y de nuevo los lagrimones se me volvían a salir. Mi mamá me dio un dulce y sonoro beso, lo has hecho bien.

Ahora, yo no sé si la respuesta me la dieron ese mismo día o si fue después. Pero mi mamá me dijo tan segura que lo había hecho bien y que había pasado la prueba que yo le creí. Bueno, a esa edad yo creía todo lo que ella me dijera. ¿Ves? te preocupabas tanto y pasaste. Y lo hiciste muy bien. Su sonrisa era maravillosa. Y todo mi temor, mi cólera y mi frustración se derritieron por completo. Ahora estaba feliz. ¡Lo había hecho muy bien! ¡Y había pasado la prueba! ¿Prueba de qué mami? ¿Para qué hice lo que hice mami? Para estudiar en el colegio hijita, para entrar a primaria.

Así fue como rendí mi examen de entrada para pasar al primer grado de primaria en el Centro Educativo Fiscalizado José Andrés Rázuri 31750, Amachay – La Oroya. Aprendí a leer con las palabras mamá, papá, luna, llano, deuda. Tiempo después, mi colegio desaparecería. Sus instalaciones se usaron luego para PROCAPAS Programa de Capacitación para Sobrestantes de Centromin Perú. No sé a quién pertenecerán ahora las intalaciones del que fue mi colegio en algún momento de mi infantil vida.

Ahora mi mamá me confiesa que tenía temor de que no rindiera bien mi examen. ¿Por qué mamá? ¿Por brutita? Cállate oye, me mira, riéndose. Tú eras un año menor, entraste con anticipación al primer grado. Ah, eso era entonces… Leer más »

Habemus Pichi

Mis historias pichilonas se remontan a mis años mozos de cuatro años cuando me orinaba en la cama… y la relación de amor apasionado con la orina continuó hasta los ocho años (con pichi en la cama inclusive). Era una situación muy difícil para mí y lo tengo que confesar: la pichi y yo nunca hemos tenido buenas relaciones.

Probaron de todo! Desde darme pan con mantequilla con sal escondida (para retener el agua); no tomar agua por lo menos una hora antes de dormirme; conversaciones largas sobre las implicancias de tener sábanas oliendo a pichi; terapias; hasta frotaciones con canchita y no sé que más hierbas (costumbres de mi abuelita… ve tu a saber si funcionaron o aún los recuerdos siguen divagando en mi subconciente).

Recuerdo que sufría mucho, pero mucho. Era la cruz que llevaba en hombros: pues sí, la gigantona, la grandota de ocho años aún se sigue orinando en la cama snif snif. De verdad que no entendía por qué mienchicas me pasaba eso… rayos, qué tal frustración.

Era tan extraño, recuerdo que estaba dormida, que de pronto soñaba que estaba en clases en el colegio y que luego quería ir al baño. Todo lo veía tan, pero tan vívido, y tan pero tan claro, y parecía pero tan, tan real… pedía permiso para salir del salón a la miss Paquita, me paraba del asiento, caminaba hacia el fondo del salón, abría la puerta, salía y corría por el pasillo de primaria que tanto miedo me daba, llegaba al baño de niñas y abría la puerta, me preparaba… todo estaba listo y de pronto, sentía algo tibio. La pavada! Otra vez me había orinado en la cama. Buaaaaaaaaa, pero por qué de nuevo? Pero si yo estaba en el baño, pero, pe pe pero, pero buaaaa, snif, snif :'(

De verdad que fue una etapa de mi vida muy difícil, sobretodo saber que no es algo común, que a tus demás compañeros del salón no les pasa eso. Que dejaron de orinarse cuando eran niños de nido y que vamos! Tu estás en tercero y te sigue pasando eso… Jamás acepté usar pañales, nunca! Eso sería una afrenta total a mi orgullo de infante. Pero sí recuerdo que lloraba, y lloraba mucho mi triste desventura y lo injusta de la vida conmigo.

Mi mamá sabiamente me decía que “todo pasa en esta vida” que los problemas que ahora tengo, con el tiempo se harán chiquitos y que en un futuro me reiré de ellos. Que es una etapa y que tuviera confianza en que saldría de esa situación.

Recuerdo que fue en un viaje de regreso de Lima a La Oroya donde leí un reportaje sobre niños que se orinan en la cama. Me motivó mucho saber que la decisión de dejar de orinarme estaba en mí misma. Que simplemente me tenía que relajar y dejar de ser tan neurótica, bueno neurotiquita… la cuestión es que con el tiempo todo pasó…

Dejé de orinarme en la cama, me despertaba en la madrugada de lo más normal. Adiós sábanas percudidas por lo amarillo de la pichi. Bienvenidos colchones nuevos!

La canción de Pochi y su Coco Band fue un himno para mí en esas épocas. Bailaba “Pa los coquitos” en toda fiesta infantil a la que yo fuera, porque desde pequeña ya era muy mona para esas cosas. Y me gustaba saber que no era la única que sufría porque se orinaba en la cama… y qué tal himno que era, lo bailaba con ganas y con ganas cantaba la canción 🙂

Hoy, a casi catorce (cough) años después, recuerdo con cariño y en cierta forma gracia esa época de mi vida. Mi mamá tenía razón, los problemas se vuelven chiquititos y todo pasa… todo, en esta vida, pasa. (excelente lema para Nescafé).

Mi relación sentimental con la pichi ha evolucionado hasta llegar a términos que por el momento prefiero dejar en secreto ya que involucra la reputación de medio salón de quinto de secundaria… solo sé que ahora, puedo agradecer que existen pañales Tena para la incontinencia (cough)…. no nunca tanto pues! Leer más »

In memoriam

El día que lo conocí no lo recuerdo exactamente, pero fue en el verano. Recuerdo sus dulces ojitos negros y la ternura profunda que me causó conocerlo. Quise cuidarlo con mucho amor y luego de pensar en muchos nombres de chicos escogí el nombre de Julián porque le caía a pelo, era como si él hubiera nacido para ese nombre y como si el nombre de Julián hubiera sido creado para él.
La cajita en la que vino era amarilla como él. Era precioso, hermoso, bello, no hay palabras para describir la ternura que sentía cuando lo veía y el amor que afloraba cuando lo acariciaba. Poco a poco sus plumitas de color amarillo fueron haciéndose blanquitas. Comenzó a crecer y yo crecía con Julián. Recuerdo que juntos veíamos Alf y nos reíamos mucho… prácticamente era mi mejor amigo y a la vez mi hijo porque yo lo cuidaba y amaba. Claro que la mamita Hilda me ayudaba a limpiar sus cosas en un inicio y después, so amenazas de cocinarlo tenía que hacerlo yo, pero lo hacía con el mayor de los gustos porque sus cosas eran de él, de mi Julián hermoso. Se sentaba en mi hombro a ver televisión a mi lado… y varías veces sentía un liquido medio tibio y claro, el muy vivo se orinaba en mi hombro, pero yo, cual amiga enamorada, sin problemas lo amaba más más y más. Era mi hijo, mi amigo, mi acompañante. En el colmo de la dependencia, cuando mis abuelitos se iban de paseo al campo y me llevaban con ellos, guardaba a Julián en su taper-cama y lo llevaba conmigo para que conozca el mundo exterior y a sus demás amigos.

Para jugar a que era hechicera lo miraba hasta hipnotizarlo claro que el único efecto que lograba sobre él era hacerlo dormir. Poco a poco fue creciendo y creciendo, ya casi no tenía plumitas amarillas sino blancas. El verano se iba terminando y yo tenía que regresar a La Oroya y al colegio. Una profunda inquietud me alarmaba, no, no era porque comenzaban las clases… sería imposible llevarme a Julián conmigo a un clima tan frío y tan rudo para un ser tan sublime y tierno como él. Su suerte estaba marcada, mi hijo, mi amigo, mi confidente se tendría que quedar en un corral junto con mi mamita Hilda. Después de llorar por dos días, sufrir y preguntarme por qué el destino nos separaba tan cruelmente, tuve que resignarme a dejar a Julián. La despedida fue dramática, llena de lágrimas y de recomendaciones.

Demás está decir que cuando me iban a despedir a la Terminal de Yerbateros estaba llorando y moqueando. Recé mucho para que mi Julián hermoso sobreviva a estos largos meses en mi ausencia.
Los meses pasaban y cuando me comunicaba con Lima, lo primero que preguntaba era por él. Pero como en todas las historias de amor y de ternura de los niños y con el precedente de injusticia aprendido en el cuento de Paco Yunque, el día fatal y macabro llegó y justo para mi cumpleaños. Mi mamita Hilda venía a visitarnos y trajo desde Lima un rico pollito para cocinarme. No me lo quise comer. Es de padres desnaturalizados comerse a su propio hijo, al amigo y al confidente. Lloré y lloré mucho porque me lo mataron para cocinarlo y porque no me pude despedir de él. Nunca existirá alguien que pueda llenar el gran vacío que dejó Julián en mi vida… otros pollitos aparecieron, pero nunca nadie como él.
Con el tiempo descubrí las malas mañas culinarias de mi mamita Hilda… quiso repetir lo mismo que me hizo a mí con el patito de Dianita y con el conejo de Andrea. No mamacita, a las mascotas de los niños no se les puede comer!!! Rompes la gestalt de los niños, eso corazón, eso no se hace.
No es simplemente un pollo, era mi pollo. Es como la rosa del Principito, podía haber miles de ellas cada una más bella que la otra; pero ninguna rosa sería como la que tenía en su planeta…. Ella lo había domesticado, al igual que Julián me domesticó a mí. Y por eso, hoy quiero recordarte con el cariño y amor que días atrás compartiste conmigo cuando era niña. Te quiero Julián y gracias por todo lo que compartimos juntos.

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