Borges y el Sol

– No lo tolero. No puedes usar el mismo argumento para unirte más y a la vez recurrir al mismo para separarte. Es inconcebible.
– Para entender cosas del mundo espiritual, debes entender el Principio de la Paradoja…

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– (tas kmada, tía, sabes)

 

El otro día me quedé sin palabras ante aquella simple pregunta “¿y qué quieres tú?”. Sabía que inmediatamente saldría de tus labios la otra pregunta “¿a donde irás?”

Te había confesado anteriormente que era repetitiva con las cosas que me apasionan a profundidad. “Intensa. Se nota con verte”. Me sonrojé porque temía alejar a las personas con tanta radicalidad. “¿Te asusto?”.


Te confesé que Borges era mi ancla a Tierra, a ese inacabado mundo de pasiones elevadas y mundanas; de heroísmos y traiciones; de desencuentros y de laberintos que se encuentran; de la unión con Dios y con el Otro. “Habla de lo divino”. “Habla de Dios” te repliqué. Siempre quise a mi lado alguien que me acerque a Dios, que eleve mi espiritualidad. Mi Espíritu.

Hubo un tiempo en donde podía repetir de memoria los cuentos de Borges, por mis labios y mis dedos pasaron Ireneo Funes, John Vincent Moon, Fergus Kilpatrick, Lönnrot y Red Scharlach, Hladík, los infinitos Judas… las historias de cada uno de ellos me acompañaron en mis tardes rutinarias. “Recuerdo que alguna vez hablaste del espíritu que sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento“. Bajé la mirada. No sabía dónde ir. Por mi piel había pasado no sólo Borges, sino también Hegel… y algunos poemas más de Watanabe. Intenso todo. Como mi vida.

Memorizaba las voces de estos grandes seres con hambre voraz, como si supiera que en algún momento mi Alma requeriría de su fuerza para (re)crearse nuevamente.

Quiero Luz. Alguien que brille – incluso – mucho más que yo. “Pero antes no era así”. People change… you know. Recordé en ese momento a Julian Casablancas. Recientemente lo descubrí. “Y te apasionaste… ¿Por qué me hablas de él ahora?”. Porque él también brilla. Tiene algo. Está así – a dos dedos – de ser casi tan orgánicamente magnético como lo es Cerati en mi vida. Tiene un no sé qué de honorable. Hay honor.

“No es esta potencia como lo positivo que se aparta de lo negativo, como cuando decimos de algo que no es nada o que es falso y, hecho esto, pasamos sin más a otra cosa”

“Se metía varias cosas, sabes. Cerati, Casablancas, Bowie… todos”. Miré incómoda a otro lado. En algún momento me pareció que Bowie y Borges creaban otros personajes para manifestar su voz. Qué genios. En vez de hablar ellos, hacían hablar a otros. “¿No lo hacemos todos? ¿Qué diría tu personaje ahora?” Quizás en el momento determinante, miraría a Julian Casablancas y no diría nada. Tomaba mucho, ya lo has dicho. No me gustan los excesos. No soy un ser de excesos. “¿No lo somos todos?” insististe de nuevo.

No. Yo no. Busco la Luz. Quiero Luz. Quiero iluminarme. Quiero al Borges que me habla de Dios y de lo Infinito. Quiero al Cerati del Perdonar es Divino y del Jugo de Estrellas. Quiero al Bowie que conmueve al Universo. Quiero al Casablancas que emana Honor y Belleza.

“Quieres un Iluminado, tú. Quieres estar con Buda.”

¡Has acertado! Sonreí con alegría infinita.

“Ah, pues estás frita. Ellos no necesitan sexo”.

¿Y tú qué sabes?

Levanté la mirada al infinito cielo, un mar de nubes y luz se desplegaba ante mi, figuras magnéticas bailaban a un ritmo suave y dulce. Me hipnotizaban y a la vez me llenaban de temor por lo Eterno que todo ello implicaba. “Me tiene que reconocer. Yo lo reconoceré y él me reconocerá“.

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