#Gutierrez

Es difícil no “caer en la fe” si es que hablamos del aporte – cultural, social, político, etc – de Gutierrez, precisamente porque su vocación es la de teólogo, sacerdote, pastor y catedrático universitario. Evitar “caer en el tema de la fe” cuando hablamos de Gutierrez sería algo tan contraproducente como evitar hablar del “quehacer filosófico y político” de Sartre, o de la “esencia cinematográfica” de Truffaut cuando nos referimos a su aporte a la sociedad y cómo enriquecieron la cultura con su obra. Me parece que cuando intentemos entender las otras dimensiones de estos intelectuales, éstas siempre estarán inmersas en su vocación y en su opción fundamental porque este es el tejido infinito con el cual hicieron su obra. A través de este “legein” juntaron las manos dispersas de lo sensible, en su aporte.

Intentaré ir un poco más allá y haré el esfuerzo por vislumbrar los motivos de tu cuestionamiento. ¿Será quizás alguna gran disconformidad con que un premio de carácter social -referido a la cultura- sea concedido tomando “criterios cristianos” antes que referidos a “la cultura” propiamente dicha? ¿Será que el desasosiego es porque no vislumbramos que llegaremos a ser una sociedad laica, sin intervención de ningún “vicio de carácter religioso”? De ser esa la situación, creo que también me cuestionaría lo mismo. Sin embargo, esta desazón no tendría por qué desmerecer el aporte a la sociedad del intelectual – sea este creyente o no, de mi misma sintonía política o no, o del mismo compromiso intelectual que el mío -, precisamente porque es esta diversidad la que aporta al diálogo en sociedad. Considero que las religiones son un rico aporte a la cultura, y que despojar a la sociedad de estas expresiones sería poco más que hegemónico. «Y el camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera únicamente el que se exigía con imperio de vencedores expoliadores, o sea: que la nación vencida renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia, formalmente, y tome la de los vencedores, es decir que se aculture. Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido…» (Discurso de Arguedas cuando recibió el Premio Inca Garcilazo de la Vega “No soy un aculturado”).

Haré el enorme esfuerzo de plantearme cuál sería el aporte de Gutierrez para el ateo y tomaré como ejemplo A.Camus para hacerlos dialogar brevemente (y también muy superficialmente). Creo que un lazo en común sería que ambos – a través de su vida y de su obra (escrita, o en cátedra) – buscan la construcción de ciudadanía, de una sociedad inclusiva.

El primero recurre a la caridad cristiana. Gutierrez solía compartir con sus alumnos en los cine-forums que organizaba, hace muchos años, reflexiones entorno a un film de Buñuel, por ejemplo. «Nazarín todo lo hacía por deber, nunca amó realmente con amor humano, como hombre de carne y hueso. Nunca se le removieron las entrañas. Más le importaba el acto de caridad que él hacía, que el hombre concreto a quien iba dirigido. Pasa por el mundo como si no estuviera en él. Vive una caridad desencarnada, y por ello inexistente.»

El otro, recurre al compromiso primordial entre los hombres: «Muchos nuevos moralistas en nuestra ciudad iban diciendo que nada servía de nada y que había que ponerse de rodillas. Tarrou, Rieux y sus amigos podían responder esto o lo otro, pero la conclusión era siempre lo que ya se sabía: hay que luchar de tal o tal modo y no ponerse de rodillas. Toda la cuestión estaba en impedir que el mayor número posible de hombres muriese y conociese la separación definitiva. Para esto no había más que un solo medio: combatir la peste. Esta verdad no era admirable: era solo consecuente» (CAMUS, Albert. La Peste).

Tanto Gutierrez como A.Camus nos hablan de una peste. «La pobreza, en última instancia, significa muerte. Hoy tenemos muy claro que la pobreza no es un destino, una maldición, una fatalidad, sino una injusticia. Un gran escándalo» (Cf. GUTIERREZ, Gustavo. Lección Inaugural: Qué implica vivir en un país pobre y cómo se ubica la universidad en ese contexto). E intuyo que un primer brío de luz frente a la desgracia, surge de tomar la elección de luchar honestamente – y sin aires apoteósicos-, desde tu propio oficio, contra lo que causa la muerte, quita la vida, despoja de la dignidad… contra aquello que te mata. Como dijo Rieux «el único medio de luchar contra la peste es la honestidad» La respuesta de Grand a Rieux cuando éste último le agradecía efusivamente todos sus trabajos en el equipo sanitario para intentar menguar los estragos de la peste, podría ayudarnos a entender mejor esta libre elección: «Esto no es lo más difícil. Hay peste, hay que defenderse, está claro. ¡Ah! ¡Si todo fuese así de simple!»

Quizás nos quede una pregunta más. ¿Todos estos aportes son a “la cultura” propiamente dicha y ameritaban el Premio Nacional de Cultura? Mi respuesta es sí, muy al margen de si sea atea o creyente.

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