– Ya pues Segundo… ¿Por qué mierda le abres la puerta?
– Porque paraste. Tú no me dijiste nada
– No te voy a estar diciendo a cada rato pues… tú ya deberías saber cuando dejar bajar o no. Ahora yo no sé cómo haces. Tú pagas la papeleta. Corre baja y dale nomás diez soles por lo bajo.
Nuestras caras de vergüenza eran supremas. Unas más discretas que otras.