Super Eight and a half

(o de los amigos que perdí)

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Foto tomada de Flickr de Zerno Roli

Soñé con la historia de mi vida, en forma de una hermosa espiral de arcoiris con ese sabor incapturable de panadería que acaba de hornear pan. Estaba llena de personas amadas, y de personas que me amaron. Y cada una de ellas tenía una intensidad de colores, sabores y olores. ¡Cómo me habían marcado! Entonces me pregunté qué había sido de ellas.

¿Las perdí acaso?
Una forma infeliz de perder a un amigo del alma, es que su novia sienta celos de ti. Sin motivo alguno, sin razón aparente, sin lógica pura. Quizás la explicación se encuentre en terrenos nada racionales. Lo más curioso es que tu amigo del alma nunca confesará los celos de su bien amada, obviamente para proteger delicadamente su ego. ¡Qué exquisitez! ¡Qué detalle! ¡Qué sublime!

Ante tanto cariño, no quedará más camino que aceptar sutilmente el paso al costado que ellos dan. No es necesario ser explícito, no es necesario encontrar lógica, simplemente es una cuestión “de sí”. Como cuando mamá irrumpe en tu habitación en las mañanas para decirte “Hoy es un lindo día. ¡Qué hermoso sol!” y abre inmisericorde las cortinas, mientras tú estás en el sétimo cielo junto a Morfeo. No le preguntes por qué. Simplemente es así. Así expresa su cariño… en formas locas.

Otra forma menos poética -y más dolorosa, creo – de perder a un amigo del alma, es que este se enamore de ti… y tú no de él. O viceversa. Y entonces el sufrimiento será mutuo. Vendrá el drama, el análisis de causas – porque paradójicamente, en estos terrenos irrracionales te aferras a encontrar racionalidad -, la injusticia de la vida, la crueldad de las hormonas, la embriaguez del amor, la sosedad de la amistad. Y ahí termina la cosa. “No te puedo seguir viendo, porque me haría más daño. No soporto ser tu amigo, porque te amo y quiero que seas más que mi amiga”. Punto.

Es la soledad más vacua e inexplicable, esa misma tristeza y sentido de estar perdido como cuando de pequeños, mamá te obligaba a terminarte tooooooda la sopa – con esa carne horrorosa y ese repollo descuajaringado que te amenazaba sarcásticamente con nunca desaparecer –. Y te tenías que quedar ahí, sentado hasta terminarte ese brebaje espantoso. No había lágrimas que conmuevan. Simplemente era así. A tragarse la vida, a aceptar lo inaceptable, a beberse la sopa, a tomar conciencia que un amigo del alma se te fue.

Y finalmente, también están esos amigos del alma que se pierden porque ambos se amaron demasiado… Y porque decidieron – con sus dudas existenciales, claro – dejar de ser amigos, para chapar y hacer esas cosas donde las hormonas son unas dictadoras lujuriosas, y ahí se complicó la cosa. Se cagó todo. Es como el juego de lotería que dice mi hermano que son los penales en La Champions League. “Es la suerte la que define todo.” ¡Pues me cago en la suerte! ¡y me cago en los penales! ¡y me cago en la Champions League! Y de tanto cagarse, uno termina oliendo a mierda, y deshidratado, claro.

¿Cómo superamos esas épocas? No lo sé.

Y aún así, sin encontrar lógica o absurdidad, porque el cielo es azul, y el mar también; después de todo, los amigos del alma se pierden. Se van. Huyen. Se alejan… o quizás tú te alejas. Los muy amados aparecen luego inexplicablemente en el recuerdo entrañable. Como cuando estás viendo un petirrojo en el Olivar, y de pronto, te asalta el recuerdo de uno y ¡pum! te viene la sonrisa al rostro, la lágrima pícara de felicidad, la epifanía de la naturaleza, y el pedo irremediable del cague… ¡Sí! ¡Porque es una gloria celestial con sabor humano! ¡Estos condenados! ¡Cómo los amo! ¡Cómo los amé!

Y cómo ahora te encanta el caldo de gallina.

¿Sabías que es sopa también?

¡Ah… condenada sopa!

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